Este fin de semana nos hemos acercado a la Feria del Libro, porque no sólo de fútbol viven los madrileños, parece.
Calor, mucha gente, cada vez más sesiones de firmas, colas localizadas para los (merecidos) triunfadores de la temporada y cada vez más casetas de cómics. Es más, nos ha sorprendido lo complicado que resultaba ojear páginas y novedades. No habia stand de literatura infantil, ilustración y cómics que no estuviera abarrotado. Buenas noticias para el mundo del tebeo, que ya no le pillan a nadie por sorpresa.
Además, como venimos observando en nuestra últimas visitas a la Feria, son cada vez más las librerías que invitan a dibujantes y guionistas a firmar ejemplares. Un pequeño salón del cómic al aire libre en el que tuvimos la suerte de saludar a David Sánchez (y hacernos por fin con su elogiado Un millón de años), que firmaba afanoso junto a Albert Monteys. No fueron los únicos. Aunque no estuvimos más que un par de horas, tuvimos también tiempo de ver y retratar a Carlos Spottorno y Guillermo Abril, firmando ejemplares de su tremendo La grieta; un poco más adelante estaba la ilustradora Victoria Francés con su legión de góticos agradecidos, colas considerables también a la espera de las firmas volátiles de Agustina Guerrero y muchos otros nombre ilustres que se anunciaban para las sesiones de la tarde en las planillas de firmas de las diferentes casetas (Altarriba, Kim, Miguelanxo Prado, Daniel Torres, etc.).
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Por aquello de aprovechar el día, por la tarde decidimos acercarnos a la Casa del Lector del Matadero a echarle un vistazo a la exposición "Spirou en Madrid" (hasta el 11 de julio) que han organizado entre Dibbuks y la Fundación Germán Sánchez Ruiperez. Se trata de una mirada retrospectiva a uno de los personajes clásicos de la línea clara franco-belga; uno de los iconos indiscutibles del noveno arte. La exposición, formada básicamente por expositores con información historiográfica y reproducciones a tamaño póster de reinterpretaciones del personaje a cargo de algunos de los dibujantes españoles más reconocidos, funciona como recorrido diacrónico por los años de vida de este personaje emblemático, desde su nacimiento a manos de Rob-Vel y Jijé, hasta sus más recientes recreaciones a cargo de tipos tan talentosos como Morvan y Munuera o Yoann y Vehlmann.
Se echa en falta la presencia de algún original u otro aliciente para mitómanos, pero la exposición cumple su función divulgativa. Entre los lógicos guiños y referencias comparativas a El botones Sacarino (algo más que un préstamo tomado del cómic franco-belga), nos ha llamado la atención la abundancia de versiones transgénero del célebre botones belga entre las planchas-homenaje; algunas de ellas tan sugerentes como las que le dedican Fernando Vicente y David Pérez. Definitivamente (y afortunadamente) los tiempos están cambiando.