Después de unos cuantos post llenos de buenrollismo y felices perspectivas, me apetecía espolvorear un poco de azufre (del caro) entre los bloggers y lectores amigos. Nada mejor para tal fin que una ración de Phoebe Gloeckner. La inadvertida autora underground pertenecía al grupo de autoras que a comienzos de los 70 participaron en revistas como Wimmen's Comix (tan inadvertidas y ninguneadas como para permitir que un servidor adquiriera hace poco el número uno de la revista en su primera edición, por menos de 10 euros; para mear y no echar gota, vamos). Gloeckner, en todo caso, se puso de actualidad en nuestro país gracias a la edición de su Vida de una niña por parte de La Cúpula hace unos meses. Me apetecía ahora recuperar el articulillo que saqué en El Tribuna hace unos meses (el 5 de marzo de este año, concretamente). Aquí lo suelto.
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Sexo, drogas y… abusos, maltratos, sordidez. La palabra underground adquiere sus connotaciones más truculentas en los relatos autobiográficos de Phoebe Gloeckner, editados por La Cúpula bajo el título de Vida de una niña. La desarmante (y patética) sinceridad de Robert Crumb en el prólogo a la obra (“Perdóname, Phoebe, por contarle al mundo –y a ti– como te deseaba”), abre la puerta a toda una erupción de confesiones gráficas tan crudas, tan desnudas y directas, que pueden llegar a levantar ampollas emocionales en los lectores más susceptibles.
En las páginas de Vida de una niña, Gloeckner desata, ante nuestra mirada atónita, todo su ejército de demonios interiores, y lo hace con una sinceridad casi dolorosa. Si dejamos de lado nuestras reticencias ante lo políticamente incorrecto y los prejuicios apriorísticos, Vida de una niña se convierte en una lectura absolutamente reveladora de un contexto social y un momento histórico; se trata, obviamente, de un buen analgésico contra los mensajes edulcorados del “American way of life” de los años 50 y 60, pero, Vida de una niña, es, sobre todo, un mazazo directo hacia el rostro de la idealizada bonhomía hippy y sus derivaciones ilusorias.
El estilo de la obra, ecléctico y cambiante según el instante vital recogido, no abandona, sin embargo, las raíces estilísticas del underground: una caricatura grotesca, apoyada por un uso abundante de la mancha y un rayado espeso e irregular. Una base gráfica instalada en cierto “feismo”, que resulta ser un envoltorio más que adecuado para la virulencia de las historias que desarrolla la autora. Cuyo impacto visual, sin duda, se ve subrayado por el uso extremadamente explícito de la anatomía por parte de Gloeckner, quien durante mucho tiempo se ha dedicado profesionalmente a la ilustración médica.
De este modo, como demandaba Scott McCloudd en La revolución de los comics, parece que las voces femeninas se han instalado en el mundo del cómic, convencidas de poder romper todos los prejuicios y barreras que se les pongan por delante. Ahí están para demostrarlo las Julie Doucet, Marjan Satrapi, Jessica Abel y, por supuesto, Phoebe Gloeckner. Que sus obras se estén publicando regularmente en nuestro país es una muy buena noticia y una señal de buena salud artística y editorial, que duda cabe.