Esta semana, una reseña breve para un pequeño cómic, inmenso en realidad: el Pobre Marinero, de Sammy Harkham.
Antes de que en Apa-Apa tuvieran la osadía de lanzarse a la edición de la obra, hay que reconocer que el nombre de Harkham ya sonaba con fuerza entre las jóvenes promesas del nuevo cómic independiente norteamericano, surgido del mini-cómic (los Huizenga, Porcellino, Brown, Carré, etc.). The Comics Journal y demás fuentes de referencia ya le habían dedicado páginas importantes, sus trabajos habían aparecido en los recopilatorios de Drawn & Quarterly y, sobre todo, él era el artífice y editor de una de las publicaciones independientes más mentadas y adoradas de los USA, Krammers Ergots. Gracias a los Internets y las ventas por correo, muchos habíamos tenido la ocasión de familiarizarnos, aunque sólo fuera superficialmente y desde cierta distancia, con el estilo y las inquietudes artísticas de Harkham.
De Pobre marinero se hablaban maravillas. Reconozcámolos, cuando vimos la bonita y diminuta edición española del mismo, se nos puso cierto gesto de incredulidad: ¿tan pequeño es? ¿no es un poco caro para su tamaño? Abiertas las páginas, aumentaban las incertidumbres: ¿ah, pero sólo hay una viñeta por página?
Concluida la lectura, nos enjugamos las dudas y llegamos a una conclusión: Pobre marinero es un cómic breve, sí, pero también es uno de esos libros, pequeños, primorosos, que admiten la calificación de "joyas coleccionables"; ediciones diminutas llenas de cariño y talento, "objetos" de esos que apetece poseer, aunque sólo sea por tener la opción de revisitar sus imágenes algún día o por el sano placer de compartir algo que hemos disfrutado y que se trasmite como un pequeño secreto; en voz baja y agarrándolo con las dos manos, como si lo que pasáramos al prójimo fuera un cáliz artístico (como nos lo pasó a nosotros nuestro amigo José Manuel tras aquellas jornadas leonesas).
Lo decíamos, Pobre marinero es un cómic de a viñeta por página. No hemos leído el cuento original de Guy de Maupassant que adapta ("El mar"), pero nos han comentado que el trabajo de Harkham mantiene intactas sus virtudes y hace algo complicadísimo además: adaptar sus requerimientos narrativos a las posibilidades y recursos expresivos del nuevo medio adaptativo. Se lo aplaudimos en su día a Mazzucchelli y Karasik, con Ciudad de cristal, lo hacemos ahora con Harkham.
Es enorme la capacidad de emoción que consigue trasmitir el norteamericano con el empleo de la elipsis. Los silencios que llenan (que constituyen, más bien) la esencia de este trabajo, están repletos de tal emotividad que, en muchas ocasiones, sus viñetas perduran en nuestras retinas como imágenes poéticas de largo alcance. Ayuda a ello la habilidad gráfica de Arkham para la concisión visual (nos movemos en el terreno mismo de la elipsis, en realidad): no sobra una línea, ni una sola trama, ningún fondo vacío resulta superfluo o parece una solución de compromiso. La realización en un bitono blanco y verde (un color manzana tenue, casi pastel) incide en esa recreación de una atmósfera lírica y nostálgica, marcando un tempus fugit que, desde las primeras instantáneas, parece alumbrar futuras tragedias.En fin, espacio en blanco, elipsis, concisión, para un cuento marinero lleno de olvidos, decisiones erróneas y lágrimas derramadas... Parece que, en el fondo, el continente mínimo pasaba por ser necesariamente la solución minimalista para tal concentración de emoción sincera. Nosotros vamos a cerrar aquí también nuestro post, no sea que la breve reseña que anunciábamos termine por extenderse más de la cuenta.