Hace menos de una semanita, dejé mi última reseña en manos de los hados de la imprenta del Culturas, suplemento cultural del Tribuna de Salamanca. En esta ocasión le tocó el turno a La mala gente, de Davodeau, de la que, ahora y aquí, me libero con bloguerío y diurnidad.
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Pocos cómics han entrado en nuestro mercado en este 2006 con una aureola más florida que La mala gente, de Étienne Davodeau: mejor guión y premio del público en Angouléme este mismo año, premio de la crítica 2006 por la ACBD…, y otros tantos, que se anuncian convenientemente en la solapilla de la edición española.
Concluida su lectura, paso la lengua por mi paladar y adivino una esencia conocida: la de los cómics con sabor agridulce. Lo cual, después de las expectativas creadas, puede leerse también en términos de pequeña desilusión “culinaria”.
Y lo cierto es que me resulta complicado explicar el porqué de esta insatisfacción (creo recordar que fue incluso una de las lecturas que un servidor propuso para este veranito recién acabado), ya que La mala gente reúne muchas de las cualidades que se le piden a un cómic (a cierto tipo de cómics): a saber, Davodeau se muestra valiente al abordar un tema denso y complejo, la narración es en todo momento coherente y se apoya en un guión impecable, los personajes son redondos, verosímiles y están bien construidos, la técnica de narración autoconsciente y metaficcional, funciona en todo momento… ¿Entonces, por qué no voy a incluir La mala gente entre mis favoritos del 2006?
No es, desde luego, porque la mencionada autoconciencia me recuerde una y otra vez al Maus (algo que más bien se me antoja una virtud). Mis “peros” se mueven más bien en el terreno de la historia que en el de la técnica discursiva; en concreto alrededor de la cuestión temática y la capacidad del autor para generar expectación en torno a ella: aún reconociendo bastantes afinidades ideológicas con algunos de los planteamientos que Davodeau desarrolla en su libro, lo cierto es que casi nunca he conseguido engancharme a su historia del nacimiento del movimiento obrero en los Mauges (que por momentos, lo confieso, me aburre soberanamente). El bombardeo de siglas, organizaciones y partidos políticos, la sucesión de datos positivistas y la lista de personajes y sucesos trascendentes en la historia sindical francesa (y por ende europea), consiguen interesarme muchísimo menos que las pequeñas anécdotas infantiles de la niñez del autor. La presencia de aquellas fundamenta, no obstante, el armazón del relato.Tampoco el dibujo de Davodeau acaba de seducir. Admito, como el reconoce, la efectividad de su esquematismo un tanto tosco, en una historia en la que los sucesos destacan por encima de los individuos (“Bah… es como cuando os dibujo, eh… No busco el parecido perfecto, no es mi objetivo”, les dice el Davodeau personaje a sus padres en la ficción); después de todo, se trata de un cómic sobre el sentimiento y la solidaridad del colectivo obrero. Sin embargo (probablemente debido a mi falta de empatía general con la historia), las viñetas del francés terminan por resultarme un tanto plomizas y monótonas; muy al contrario que las de otros dibujantes a cuyo estilo me recuerdan, como las de Santiago Valenzuela o las de Lauzier.
No me malinterpreten (si es posible a estas alturas), la lectura de La mala gente es un ejercicio del todo recomendable. Se trata, como ya hemos dicho, de un cómic valiente, adulto y lleno de hallazgos… Una de esas lecturas que dignifican al medio y están consiguiendo resituar al cómic como discurso artístico al lado de la novela o el cine. Pero, que se le va a hacer, no he conseguido sacarle el jugo como hubiera querido. Volveré a intentar hincarle el diente a los siguientes platos que nos cocine el chef Davodeau. A comer también se aprende, dicen.