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Avanzamos por las primeras páginas del cómic hipnotizados por las andanzas hogareñas de Christine, la niña protagonista, y asistimos muy pronto a esa tragedia que para ella es la muerte de su gato Lucy. El dibujo de Evens es mágico. ¡Ese momento en que aparece por primera vez, en la soledad dolosa de su habitación, el personaje de Panther que da título al libro! Es el amigo imaginario sobre cuyo hombro podrá llorar Christine sus penas; una criatura, como todos los artificios de la imaginación, dúctil, mudable, metamórfica, nunca parecida a sí misma...
En este punto, muy al principio aún de la historia, percibimos que estamos ante un bonito cuento infantil con trasfondo simbólico: la típica historia de crecimiento, el viaje del niño hacia los escollos de la vida. Al mismo tiempo, nos empieza a importunar la sobreabundancia de texto, la verbosidad excesiva de unos personajes enganchados en lo que parece el diálogo insensato e incongruente de una cháchara infantil. El dibujo de Evens, sin embargo, sigue sin dar respiro: pese a la repetición acumulativa de sencillos planos de la conversación entre la niña y su amigo imaginario, la transmutación constante de Panther (proyectada por la imaginación de la niña) despliega tal derroche de ingenio y talento, que el lector no puede sustraerse a profundizar en los recovecos del diálogo que ambos mantienen.
En este punto, muy al principio aún de la historia, percibimos que estamos ante un bonito cuento infantil con trasfondo simbólico: la típica historia de crecimiento, el viaje del niño hacia los escollos de la vida. Al mismo tiempo, nos empieza a importunar la sobreabundancia de texto, la verbosidad excesiva de unos personajes enganchados en lo que parece el diálogo insensato e incongruente de una cháchara infantil. El dibujo de Evens, sin embargo, sigue sin dar respiro: pese a la repetición acumulativa de sencillos planos de la conversación entre la niña y su amigo imaginario, la transmutación constante de Panther (proyectada por la imaginación de la niña) despliega tal derroche de ingenio y talento, que el lector no puede sustraerse a profundizar en los recovecos del diálogo que ambos mantienen.
Así, poco a poco, vamos intuyendo que detrás de esa charla aparentemente atolondrada, detrás del cuento infantil, en realidad se esconde algo más. Como suele suceder en los cómics de Evens, las capas de imágenes veladas y superpuestas encierran también secretos de la narración; subtextos y trasfondos que nunca le resultan explícitos al lector, pero que se arrastran por debajo de trama principal.
Eso sucede con Panther. Y a medida que se aparecen los nuevos amigos imaginarios de Christine, empezamos a sospechar que el cómic de Brecht Evens no es un amable cuento infantil con moraleja, sino una de aquellas terribles pesadillas que de niños nos despertaban en medio de la noche, sin que nunca adivináramos de dónde venían ni si iban a regresar al día siguiente.