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viernes, mayo 20, 2016

Wonderland, de Tom Tirabosco. El peso de la mirada

El auge presente de la novela gráfica se asienta, en sus orígenes, sobre los ejercicios autobiográficos ácidos y descarnados de aquellos Robert Crumb y Justin Green que desnudaban sus vergüenzas impúdicamente ante un lector desacostumbrado. Luego tomaron el testigo los canadienses de Drawn & Quarterly (Doucet, Seth, Joe Matt...) y los innovadores autores de L'Association (David B, Jean-Cristophe Menu...), entre otros.
La autobiografía es ahora una de las marcas diferenciales del cómic adulto, un género que la narración gráfica ha desarrollado con una naturalidad desconocida en otros discursos narrativos.
Wonderland, del italiano Tom Tirabosco, es un ejemplo notable de novela gráfica en primera persona. En ella, recoge sus experiencias vitales infantiles y rastrea entre las influencias culturales que en aquellos años dejaron una huella posterior en su obra. Nos confiesa sus primeras influencias artísticas: el amor por los pintores italianos del Renacimiento que le contagió su padre; la impresión que le causaban las estampas ilustradas de la naturaleza y de la prehistoria del dibujante checo Zdenek Burian; o los cómics de Herge. En un momento de su repaso autobiográfico, cuando se refiere a los estímulos provocados por el cine, la television y el cómic, menciona a Walt Disney; y a Bambi en particular:
…era un fanático de las películas de Disney / Peter Pan, La Isla de los Piratas, Mowgli, Bancanieves y Merlín… / Bambi. Todavía hoy sigo calculando la magnitud de los daños causados por esta gran película elegíaca y mórbida en algunos de mis trabajos actuales: cierto lirismo y una tendencia al sentimentalismo…
Wonderland es una constatación del despiadado espíritu crítico del dibujante en su mirada al pasado, al mismo tiempo que una prueba evidente de que los temores sugeridos en la cita eran infundados. Porque si este cómic peca de excesos, lo hace por su crudeza, nunca por su sentimentalismo. Tirabosco recorre su infancia sin ahorrarse resentimientos, frustraciones y autocrítica.
En su catarsis autobiográfica, el dibujante le dedica abundantes páginas a las relaciones familiares. Aunque en muchos momentos habla con nostalgia de su infancia y descubre su cariño de hijo y hermano, tampoco hace demasiadas concesiones al amor paterno o fraternal: en Wonderland se subraya la dureza de carácter y el distanciamiento egoísta del padre; se reprocha, sin aspereza, la naturaleza sumisa y débil de la madre; pero, sobre todo, se descubre con dolorosa crudeza la impotencia infantil y la confusión del niño que no sabe gestionar la invalidez física de su hermano, ni es capaz de convivir con la constante necesidad de cuidados y atenciones que éste demanda. En este terreno, Tirabosco se mueve en unas coordenadas no demasiado alejadas de las que David B trazara en Epiléptico. La ascension del gran mal, un cómic también autobiográfico en el que es central la figura del hermano discapacitado y la convivencia con la enfermedad.

No es la primera vez que Tom Tirabosco construye su relato a partir de la  mirada al pasado. Era ésta, por ejemplo, una de las claves temáticas de esa historia luminosa repleta de secretos familiares que es Los ojos del bosque (2003) y también de El fin del mundo (2008), el intimista relato preapocalíptico que realizó junto a Pierre Wazen en 2008. En Wondeland, no obstante, el dibujante y guionista pone el acento sobre la idea de la mirada subjetiva y la percepción fragmentaria: como se nos muestra con lucidez reflexiva en el breve epílogo del cómic, casi todos nuestros recuerdos (en estrecha correlación con su antigüedad) son incompletos, inexactos o están filtrados por el tamiz deformante de nuestra siempre personal e interesada interpretación de los acontecimientos. Esta premisa nos conduce hacia una encrucijada a la hora de interpretar el sentido último de la obra: ¿hasta qué punto es fidedigno el relato de los hechos que nos trasmite Tirabosco y en qué medida está condicionado decisivamente por la mirada deformante del niño? Quizás sea ésta una de las claves de Wonderland: su honestidad nace de la asunción de su naturaleza imperfecta.
Pero volvamos a la cita en la que el artista se disculpaba por su inclinación hacia la sensiblería. Es cierto, como señalaba, que las formas redondeadas y la caricatura de sus cómics nos remiten de algún modo a los entrañables iconos dulcificados de la factoría Disney. El efecto que consigue Tirabosco con su estilo no está, sin embargo, sujeto al chantaje sentimental de las imágenes amables. Al contrario, con su estilo consigue crear una especie de enmascaramiento caricaturesco que, paradójicamente, subraya la crueldad del alma humana: detrás de una sonrisa y unos enormes ojos brillantes se esconden diablos insospechados. Lo hemos visto en casi toda su producción. En Kongo (2013), por ejemplo, empleaba su línea preciosista de ilustrador infantil para contar los episodios más oscuros y sanguinarios de la biografía de Joseph Conrad en la África colonial, esclavista y agreste de finales del S. XIX. La cosificación del indígena en un viaje al corazón de la civilizada barbarie de los colonizadores occidentales, filtrada por el trazo cartoon de un narrador sin remilgos. 
Encontramos disociaciones similares entre la imagen y lo narrado en numerosos trabajos de la extensa bibliografía de su autor, con aproximaciones a diferentes territorios que van desde de cuentística infantil al suceso histórico. Sin embargo, en pocos casos alcanza su obra el tono confesional y la patética desnudez que despliega en Wonderland. El de Tirabosco es, no cabe duda, un cómic lleno de virtudes y un paso adelante dentro del ya fructífero campo de la autobiografía comicográfica.