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sábado, diciembre 31, 2011

Cómics del 2011, the very best.

Estamos en época de recortes, y a nosotros nos han afectado tanto, que vamos a reducir nuestro habitual resumen anual a la lista de los nueve cómics que más nos han gustado a nosotros este curso. Hay un poco de todo, desde clásicos semidesaparecidos y recuperados en nuestro país, a glorias del underground redescubiertas, o jóvenes valores nacionales e internacionales. Frente a la sensación que teníamos en temporadas anteriores, este año lo hemos visto claro: la edición de cómics ha sentido la crisis en el número de novedades editadas y (a la espera de un nuevo informe ministerial acerca de la situación del cómic en España) suponemos que en el número de ventas. Dicho lo cual, este año también hemos leído grandes tebeos. Nuestros favoritos, sin mayor orden ni concierto, son:

Cuadernos ucranianos, de Igort (Sins Entido): la crónica del italiano es una auténtica andanada con metralla periodística y puntería de cronista a la linea de flotación de la memoria histórica europea. Igort recupera una tragedia silenciada, un genocidio amparado por la ideología oscurantista del monstruo estalinista, y nos la escupe a la cara en forma de dato objetivable y relato biográfico tristemente subjetivo. Cómic e ilustración, crónica y relato, para descubrirnos la miseria moral y física que sacudió al pueblo ucraniano entre 1931 y 1935, cuando en pro de la colectivización y la riqueza socializada, Rusia dejó morir de hambre (mató de hambre de forma sistemática y planeada, en realidad) a cientos de miles de sus ciudadanos.

Sin título (2008-2011), de Rayco Pulido (Ediciones de Ponent): el tebeo del canario Rayco Pulido es una de las sorpresas del año, un tebeo moderno, postmoderno, más bien, intelectual, y, sorprendentemente, divertido e irónico, al mismo tiempo; un cómic que también es una fotonovela. Sin título es la historia de cómo se hizo otra historia, Pie de trinchera: una narración que en su esqueleto incluye su propia crítica y revela sus propios defectos, sin excusas y con mucho sarcasmo narrativo. Pie de trinchera es un thriller de corrupciones policiales, emigración ilegal y relaciones a punto de fracasar. Sin título es una fotonovela de las conversaciones entre el autor del cómic y el crítico implacable que saca todos sus defectos a la luz. Casi nada. 

Un adiós especial, de Joyce Farmer (Astiberri): demoledor el libro de la señora Farmer, una vieja gloria del feminismo underground setentero, que ha impresionado al mundo de la cultura con su descarnado retrato confesional de la vejez, el deterioro y la muerte que nos acecha a todos a la vuelta de nuestra biografía; todo ello, con un estilo tan underground y áspero como la misma historia a la que da forma. El retrato de los ancianos Lars y Rachel, y de su hija Laura, nos relata el declive de aquellos y la desesperación de ésta, con la frialdad del biógrafo y la honestidad resignada del moribundo. En Un adiós especial, asistimos a la degradación de los cuerpos y la asunción del paso del tiempo como parte de la existencia. Joyce Farmer, relata el día a día de la pareja protagonista en un slice of life repleto de pequeños triunfos cotidianos, batallas perdidas para siempre y retos titánicos que hacen de sus protagonistas auténticos héroes épicos de andar por casa. 

Cinco mil kilómetros por segundo, de Manuele Fior (Sins Entido): Fauve d'Or en el Festival de Angoulême, la obra del italiano Manuele Fior esconde algunas de las páginas visualmente más luminosas, románticas y cargadas de nostalgia de este año que ahora se nos acaba. Es la suya una historia de encuentros, desamores y reparaciones; un relato que nos habla del paso del tiempo, de las ocasiones perdidas y de esos trenes que pasan una o dos veces en la vida, para nunca más volver, y que, al parecer de este tebeo, resulta que existen de verdad. Nos gusta Cinco mil kilómetros por segundo porque nos sentimos identificados con las dudas de sus personajes y con la nostalgia infinita que despiertan sus páginas acuareladas, que a veces huelen a mediterráneo y otras se sienten tan frías como un paisaje nórdico nevado. Nos gusta, porque los giros argumentales de sus cinco episodios se parecen a las encrucijadas sentimentales a las que todos nos hemos tenido que enfrentar en alguna ocasión. 

Penny Century, de Jaime Hernandez (La Cúpula): las aventuras fronterizas de don Jaime, su colección de féminas descontroladas, parecen abocadas a la locura narrativa y al relato dislocado. Bendita arritmia. En realidad, todo forma parte de un plan escrupulosamente trazado: el de la creación de la saga más perfecta jamás ideada de personajes femeninos de papel (con permiso de su hermano Beto). Penny Century, Maggie, Hopey y todo el ejército de luchadoras que protagonizan Penny Century están tan vivas como pueda estarlo el lector; repasam0s sus biografías como el que escucha un relato amigo, o el relato de un amigo. Descubrimos los pequeños detalles de las vidas de Maggie y Hopey que nos ayudan a entender el porqué de sus comportamientos pretéritos o que nos ayudarán a comprender sus actos futuros. En definitiva, con cada nuevo episodio de las Locas de Jaime Hernandez, entendemos un poco mejor su universo poliédrico y nos parece que todo encaja en el puzzle con la precisión exacta que caracteriza a todavida imperfecta. 

Frank, de Jim Woodring (Fulgencio Pimentel): no pudo abrirse mejor el año. Por fin, llegó a nuestro país la obra del estadounidense en la edición que merecía. Jim Woodring es el mejor ejemplo del "otro underground", el que se aparta de la trasgresión social y del escupitajo irreverente: el underground mutante y polimórfico, el que se alimenta del surrealismo lisérgico, la fabula animal deformada y el subconsciente alterado. Frank es un perro, pero podría ser cualquier otro animal, incluido un ser humano; el mundo que habita es una metáfora de nuestra realidad amoral y corrupta, pero al mismo tiempo, se nos ofrece como el universo gráfico de las mil y una fantasía caricaturescas: mientras Alicia terminaba de pensárselo, Frank le quitó de las manos la seta alucinógena y se la tragó para siempre, sin importarle el billete de vuelta. En su mundo todo es posible y nunca estamos seguros de que el entrañable animalillo vaya a estar seguro, de que de sus paseos, de sus encuentros y de sus aventuras vaya a salir indemne. Tampoco lo hace el lector. 

Paying for it, de Chester Brown (La Cúpula): el cómic menos recomendable de la temporada para leer en familia. El Chester Brown menos autoindulgente del mundo, en estado catártico y autoconfesional, nos revela que no cree en el amor romántico y que su elección vital para tratar los asuntos de la satisfación sexual es la prostitución pura y dura. No lo hace por provocar, aunque pueda llegar a sonrojar al lector en alguna de sus páginas. Cómo insinúa su amigo Seth, Chester Brown a veces parece un robot, o un ordenador, no porque carezca de sentimientos, sino porque o no los demuestra extrovertidamente o porque los somete a un raciocinio escrupuloso. El puterío de Brown es una elección polémica, más o menos rebatible, pero nunca irreflexiva. Paying for It, además de ser un discreto muestrario de todos y cada uno de sus encuentros lúbricos con profesionales del sexo, es un libro respetuoso con las personas implicadas en su trama (Brown nunca muestra abiertamente el rostro de ninguna de las mujeres con las que compartió cama, nunca cotillea al respecto o desnuda intimidades más allá de las obvias). Es, además, como suele ser habitual en su autor, un ejercicio de honestidad narrativa y una buena fuente de debate, llena de argumentos, reflexiones, testimonios personales y razones, también muy personales. Repetitivo en ocasiones, poderoso en sus planteamientos y siempre interesante, el de Brown es uno de los acontecimientos comicográficos del año, seguro. 

Tóxico, de Charles Burns (Random House Mondadori): vuelve el hombre. Burns es garantía de éxito, hasta cuando hablamos únicamente de la primera entrega de una serie de tres. En este primer álbum (que es el formato que ha elegido para su historia) ya aparecen todos los ingredientes de Burns en estado degustable: sus personajes enfermizos y mutantes, una atmósfera oscurantista cargada de presagios lyncheanos, un personaje protagonista que parece cada vez más desorientado, juegos narrativos que cruzan la realidad, la ficción, el sueño y el recuerdo sin ofrecer claves interpretativas... y un dibujo cada vez más virtuoso, lleno de matices, guiños icónicos (empezando por su personaje-Tintín) y registros estilísticos. Se lee Tóxico y le entra a uno una inquietud que no se sabe si se debe a lo truculento de la historia o a los nervios de la espera hasta que llegue la segunda entrega. 

Logicomix, de Apostolos Doxiadis y Christos Papadimitriou (Sins Entido): doble salto sin red. Un cómic sobre la búsqueda de los fundamentos matemáticos que se encierran detrás de la Lógica, tomando como punto de partida la biografía del filósofo y matemático Bertrand Russell. Así, sin anestesia, no parece el más fascinante de los planteamientos. Sin embargo, la habilidad de Papadimitriou y de Doxiadis reside precisamente en hacernos disfrutar, no sólo del relato de acontecimientos de una biografía tan atípica como la del inglés, sino de los vericuetos más científicos y teóricos de la "aventura": la búsqueda de la lógica, del álgebra universal y sus efectos sobre los protagonistas, que circulan por los mismos caminos que conducen a la locura. Logicomix, además, muy en la línea de las novelas gráficas contemporáneas (post-Maus), incluye la narración de otra narración: la de cómo se hizo Logicomix. La de cómo Doxiadis, Papadimitriou, Alecos Papadatos (el dibujante de la historia) y Annie di Donna (la colorista), se embarcaron en un proyecto comicográfico que, en teoría, desafiaba todas las leyes de la lógica... editorial.