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viernes, marzo 20, 2020

A propósito de El Eternauta

El lunes por la mañana la pequeña ciudad en la que vivo amaneció nevada y con las calles desoladas a causa del estado de alarma ante el coronavirus. Fue imposible no pensar en el cómic de Oesterheld y Solano López; no acordarse de sus protagonistas (dos hombres, una mujer y dos niños), encerrados en una casa de Buenos Aires mientras una nevada mortal extraterrestre pone a la población mundial al borde de la extinción. Afortunadamente, en este caso la ficción supera a la realidad en la devastación de la distopía proyectada. Sin embargo, como los cruces entre fantasía y ficción están cruzados por caprichosos hilos invisibles, no queremos explicarles a qué nos recordaron los peligrosos copos de nieve que cubrían las primeras páginas de El Eternauta de muerte y devastación.
Nos preguntamos a qué puede deberse el éxito atemporal de El Eternauta. Estamos de acuerdo con Carlos Trillo cuando, en el prólogo a la Edición 50 aniversario de la Editorial Norma, destacaba la universalidad de los temas que subyacen a esta historia. Es cierto que, en su proyección de la desolación humana y nuestro desvalimiento ante las amenazas externas, la historia de El Eternauta permite todo tipo de reinterpretaciones simbólicas. Años después de su publicación, sus páginas se han releído como un ejercicio de solidaridad con el ciudadano común, expuesto a los abusos de los poderosos, impotente ante las fuerzas invasoras, sometido a las dictaduras militares (como la que azotó a Argentina en los años 70-80 y acabó con la desaparición y el asesinato de Oesterheld y sus hijas).
Otro de los grandes méritos de El Eternauta, creemos, reside en la calidad literaria de su guion y en la inteligencia narrativa de su puesta en escena secuencial. Pese a su publicación episódica en la revista Hora Cero Semanal (1957-1959), la historia no cae nunca en las reiteraciones ni en los subrayados argumentales tan habituales en las publicaciones episódicas. Al contrario, su escritor consigue mantener una tensión constante y progresiva sin ralentizar el ritmo de la narración. El texto pocas veces resulta redundante; Oesterheld escribe con agilidad y sus diálogos son lúcidos y contenidamente trágicos. El Eternauta está muy bien escrito. 
Parece ser que, dentro de poco, veremos también a su protagonista Juan Salvo y al resto de sus acompañantes en nuestras televisiones.
Al margen de ese trasvase sospechoso de Litle Nemo in Slumberland (que suena a algo entre Rapa Nui y La liga de los hombre extraordinarios), con el que Netflix ha sobresaltado al fandom más clasicista, hay pocas exclusivas transmediales recientes que hayan levantado más polvareda que la anunciada adaptación de El Eternauta, por parte de la misma cadena. Parece difícil pifiarla con tal materia prima. Netflix anuncia una “versión contemporánea inspirada en la novela gráfica” para 2021-2022. Parece que la tosca realidad se ha empeñado en echarle una mano a los guionistas adelantándose a sus planes.
En un interesante artículo, Carlos A. Escolari hacía recientemente un repaso a las adaptaciones transmediales surgidas a partir del cómic ("El Eternauta en Netflix: de la historieta a la narrativa transmedia"). Escolari critica, además, a aquellos que hablan de El Eternauta en términos de novela gráfica. El análisis de su autoría, origen editorial y el público lector a quien iba dirigida la obra refutarían tal consideración. Se entiende, sin embargo, que su consistencia narrativa, su universalidad, así como la calidad literaria que hemos mencionado más arriba, inviten a ubicar el trabajo de Oesterheld junto a obras como Maus o Persépolis. Sin embargo, puntualiza Escolari, este cómic es de una naturaleza muy diferente a aquellas otras:
En breve, si hoy algunos consideran a El Eternauta una novela gráfica se debe a que: 1) Un proceso interpretativo ha reposicionado la obra dentro del canon historietístico; 2) Se ha publicado con tapa dura y en edición “remasterizada”; y 3) Se vende en un cierto circuito comercial junto a libros-objeto y obras “de diseño”. Digamos que se trata de un efecto de sentido que se encuentra, como diría Eliseo Verón, “del lado del reconocimiento” y no del “lado de la producción”. En este contexto, me parece forzada la inclusión de El Eternauta dentro de la (a menudo abusada) categoría de las graphic novels.
Para reforzar su tesis, este profesor y experto en Lenguajes de la Comunicación cita a académicos como Umberto Eco o a escritores-guionistas como Juan Sasturain. Lo mencionamos porque precisamente Sasturain es uno de los participantes en Imaginadores (2008), un documental que también hemos tenido oportunidad de ver estos días, dedicado a la historia del cómic argentino. Su directora Daniela Fiore destina una buena parte del metraje a comentar la importancia de El Eternauta dentro de la cultura argentina. La película interpela a dibujantes, guionistas, críticos y personajes de la cultura acerca de su relación personal con el cómic de Oesterheld y Solano López.
De Oesterheld, dice el dibujante Horacio Altuna, por ejemplo, que "hizo adulta a la historieta en todo el mundo", antes de Crepax y los demás autores europeos del "cómic adulto". Fue pionero en un empleo maduro del monólogo interior, añade el crítico Óscar Steimberg. En otro momento, Juan Sasturain se pregunta, "¿Qué era para Oesterheld la aventura?", justo antes de responderse él mismo: "Para Oesterheld la aventura era la situación límite. Cómo obra un hombre cuando se encuentra ante una situación límite. (...) Subirse a la aventura es ser capaz de preguntarte por el sentido de tu vida. Si tu vida vale la pena de ser vivida o te vas a quedar toda la vida en el molde. Vivir una aventura es estar a la altura de los sueños. Eso es Oesterheld." 
Sería imprudente e injusto interpretar esta crisis sanitaria como una aventura, pero creemos que es una circunstancia (difícil, indiscriminada en los daños causados) de la que seguramente se extraerán conclusiones y enseñanzas para el futuro; un momento crítico que, cuando la perspectiva cronológica lo permita, nos dejará obtener algunas lecturas positivas acerca de la condición humana, la idea del trabajo colectivo y la defensa de los servicios públicos.
Mientras tanto, les recomendamos fervientemente la lectura y la relectura de El Eternauta. Sáquenlo de sus estanterías o léanlo en formato eBook. Hay lecturas que invitan a pensar. Y pensar, reflexionar con pausa, es importante estos días. Tenemos tiempo por delante para ello.

miércoles, marzo 18, 2020

Posts para una cuarentena

Se acercan tiempos difíciles, que diría Ambus Dumbledore. Este coronavirus dichoso nos ha pillado a todos con el pie cambiado.
Aunque el peso de la pandemia está recayendo en nuestros sanitarios y sus efectos en la gente mayor, muchos ciudadanos estamos enclaustrados en nuestras casas en una necesaria cuarentena preventiva.
Con esa idea en mente, hemos decidido dedicar nuestros posts de las próximas semanas a temas y posibilidades relacionados con esa seclusión. Centraremos nuestras reseñas en películas de animación disponibles en las plataformas audiovisuales y reflexionaremos acerca de algunas lecturas relacionadas con la situación que nos está tocando vivir
Ánimo a todos, paciencia y tranquilidad. Y un agradecimiento sin fin a todos los miembros de la Sanidad Pública española. Si pretendemos extraer alguna lectura positiva de esta crisis, ésta debería estar orientada a una reivindicación de los servicios de salud pública.

miércoles, noviembre 07, 2018

Aquí hay una historia de fantasmas

Esta tarde nos hemos enterado de la adaptación al cine de Corto Maltés, el personaje mítico de Hugo Pratt; una noticia que, a la vista del póster, el reparto y el director elegidos, ha suscitado múltiples recelos cercanos al temor mitómano. Luego, mientras seguíamos en una red social una conversación entre comiqueros ilustrados acerca de las terribles adaptaciones cinematográficas que se hacen de los álbumes clásicos europeos (suscribimos la mayor), nos hemos cuestionado si la literalidad estricta tiene en realidad algún sentido cuando se persigue la interdiscursividad narrativa. La búsqueda de exactitud en el trasvase entre diferentes medios culturales suele terminar en fracaso, sencillamente, porque se le da una relevancia máxima a la historia (aquello que se cuenta) en detrimento del vehículo discursivo (el medio que empleamos para contar esa historia: cine, literatura, cómic, teatro, etc.). Cada vehículo tiene sus herramientas y crea su propio lenguaje, de ahí que la transposición exacta no tiene por qué funcionar de igual manera en todos ellos.
Curiosamente –luego entenderán por qué–, justo después de enredarnos en estas tribulaciones hemos ido al cine a ver A Ghost Story (2017), la exigente película de David Lowery. Se trata de un filme que demanda un masticado lento y voluntades firmes, una obra que necesita de la complicidad del espectador (y en bastantes momentos de su paciencia) para desarrollar su brillante reflexión acerca del paso del tiempo y de las estrategias a las que recurrimos los seres humanos para intentar asirlo a nuestra experiencia a partir de los recuerdos, la escritura, la música, etc. Los fantasmas de A Ghost Story no son sino el eco de una existencia, sombras de vidas que han dejado de serlo. Sin embargo, la mirada de Lowery relativiza el peso de los recuerdos y nuestra huella misma en el tiempo y en el espacio: cada existencia individual, cada vida, se diluye en el fluir de la Historia hasta desaparecer en los pliegues cruzados de las intersecciones temporales y geográficas. Aunque intentáramos acotar espacial y temporalmente las reverberaciones de una vida concreta (por ejemplo, algunos años de la vida de un hombre joven en su lugar de residencia), llegaríamos a la dramática conclusión de que el tiempo es inasible (como lo es el recuerdo o la impronta que dejará cualquier ser humano) incluso en pequeñas dosis.
En A Ghost Story se cruzan con sutilidad esas dos metáforas, la del fantasma como eco de vida y la del paso del tiempo como memoria (recuerdo/huella/texto) que se deshilacha hasta desaparecer en el océano inmenso de la existencia. Y, como en todos los textos artísticos complejos, ese planteamiento inicial da pie a nuevas ideas e interpretaciones simbólicas que se enriquecen y crecen en múltiples interconexiones (la idea de la infancia como único espacio de irrealidad en el que los fantasmas conviven físicamente con los seres vivos; o esa otra idea clásica del fantasma anclado al último espacio que ocupó su existencia humana anterior).
Pues bien, volviendo al tema de los trasvases interdiscursivos (o transmediales) resulta que A Ghost Story es la adaptación más perfecta posible de un cómic del todo inadaptable: nos referimos, por supuesto, a Aquí, la obra maestra de Richard McGuire. Desde su primera versión en aquellas seis páginas sorprendentes que se publicaron en 1989 en la revista Raw (de Spiegelman y Mouly), y que pillaron al mundillo del cómic a contrapié, hasta su revisión y resolución magistral como novela gráfica aclamada por la crítica y el público en 2014, el Here de McGuire marca un hito por lo que respecta a las posibilidades del lenguaje comicográfico. Ya escribimos largamente de ello en su día.
Los paralelismos entre la obra de Lowery y la de McGuire son evidentes: desde su base temática (el tiempo como mensaje), a su fundamentación metafórico-simbólica a partir del contexto único (estable-inamovible) de una vivienda y los habitantes (transitorios-fugaces) que la ocupan antes, durante y después de su existencia arquitectónica. A Ghost Story y Here comparten inspiración y una base argumental muy similar, pero también muchas otras cosas. Como sus silencios, su mensaje trascendente, su imaginativa plasticidad a la hora de plasmar visualmente el paso del tiempo; o como la complejidad poliédrica de sus respectivas puestas en escena (sea a través de dibujos o de secuencias cinematográficas). 
Estamos ante dos anomalías artísticas que parecieran haber surgido de un mismo genio creativo, dos joyas en sus respectivos medios narrativos. Nos apostaríamos algo a que a David Lowery le gustan los cómics.

viernes, octubre 20, 2017

Las grietas de Europa (y España)

Hay muchas razones para recomendar la lectura de La grieta, de Carlos Spottorno y Guillermo Abril. Sorprende, en primer lugar, la osadía formal de un reportaje periodístico a medio camino entre el cómic y la fotonovela. Pero también lo hace la clarividencia de su recorrido narrativo, que se despliega como un artículo de investigación sobre el terreno acerca de las fronteras de Europa y su inestabilidad reciente, para terminar mudando hacia el ensayo político sobre el porvenir de la Unión. 
Además de todo ello, personalmente hemos disfrutado de La Grieta porque compartimos de principio a fin algunas de las conclusiones de su exposición; su lectura, nos sugiere varias reflexiones que podríamos sintetizar en tres puntos:
  1. Después de la Guerra Fría y una vez concluido el conflicto de los Balcanes (derivado en gran medida del cierre en falso de aquella), Europa ha vivido un periodo insólito de paz, estabilidad y bienestar. 
  2. Esta situación se explica en gran medida gracias a la consolidación de un europeísmo comunitario impulsado por los tratados y resoluciones de la UE en su compromiso para consolidar una Europa de las naciones articulada en torno a los valores racionalistas de la modernidad.
  3. En los últimos años, sin embargo, la estabilidad europea y esos mismos valores de solidaridad y compromiso supranacional se están viendo amenazados por una serie de factores achacables tanto a causas endógenas (la inoperante maquinaria burocrática del aparato europeo y los dispares intereses nacionales), como a factores exógenos de naturaleza impredecible, ante los cuales la administración comunitaria ha respondido con ineficacia y lentitud. Para Spottorno y Abril, esas son "las grietas" que amenazan con socavar este largo periodo de Pax Europea.
En su primera parte, La grieta analiza el drama de la emigración que se estrella contra los muros y las alambradas de Ceuta, Melilla, Orestiada, Lesovo, Rözske o Medyka. El fracaso de Europa en la absorción e integración de refugiados (políticos, amenazados, evacuados) conecta tangencialmente con otros factores de riesgo cuya expansión comienza a ser preocupante, y amenaza con resquebrajar el proyecto común europeo: el aumento de los populismos antieuropeístas; la fiebre nacionalista e independentista que encara crisis globales con soluciones centrípetas; la desprotección ante los terrorismos islamistas asociados al desarraigo de colectividades de emigrantes de segunda generación; la aparente resurrección de la vieja dialéctica de bloques en forma de una nueva Guerra Fría soterrada en la que Rusia vuelve a ser protagonista principal, etc.
La conclusión última de La grieta le hiela a uno la sangre y nos deja en un estado de suspensión desesperanzada. Ante la fotografía a doble página de unos emigrantes ubicados delante de un puesto fronterizo, el narrador sentencia:
Es como si uno se viera en un espejo. Cuando los mira, realmente ve el mundo que somos. Se ve Oriente y sus guerras. La miseria en África. Se ve Rusia al fondo. Y se ve también Europa, a este lado, ese remanso seguro. La unión, el sueño de paz, su riqueza. Y todas sus grietas. Se ve al Reino Unido con un pie fuera y a Estados Unidos ya con un presidente en plena evolución. Los muros alzándose entre países. El auge del nacionalismo. Y un lenguaje militarizado. Beligerante. Enconado. Voces que alertan de una tercera guerra mundial. Incluso algunas que aseguran que ya ha empezado.

En la enésima revisión a su ya clásica tesis sobre "el fin de la historia", el politólogo Francis Fukuyama supeditaba el recorrido de su teoría (que, recordemos,  anunciaba el final de las ideologías y el triunfo del capitalismo económico y las democracias liberales como modelos de gobierno en el mundo) a la irradiación de diferentes factores
poco controlables; a saber: la expansión impredecible del Islam; el déficit democrático que provoca la pérdida de un objetivo común que unifique los esfuerzos colegiados de Europa (y sus países miembros) y Estados Unidos; la dependencia estricta que existe entre el desarrollo económico y la consolidación democrática; y, por último, las consecuencias imprevistas de la tecnología.
Los peores presagios que Fukuyama enfrentaba a la democracia liberal moderna universal (no muy diferentes, algunos de ellos, de los que se mencionan en La grieta) parecen estar confirmándose sin remisión en este bienio dramático (2016-2017), que no deja de traer malas noticias y castigarnos con malos augurios.
Acerquémonos al caso de España.
Llevamos en nuestro país más de dos meses secuestrados por un nerviosismo "prebélico" que está afectando a todas las estructuras y estratos del país, y que ha sumido a una gran parte de la población en un estado de desasosiego galopante: hablamos del caso catalán, desde luego.
El independentismo desatado como un virus en Cataluña, hasta el extremo de violar la legalidad constitucional vigente (con la que podemos estar o no de acuerdo, pero en ella se establece la norma legal que garantiza la convivencia democrática), responde a una acusada ineficiencia política por parte de los gobiernos central y autonómico, y a una alarmante visión cortoplacista asentada en mezquinos intereses políticos y en una insolidaridad intolerable, en ambos casos.
Frente a países democráticamente más maduros, desde hace décadas, en España (y Cataluña, como una de sus partes) la política ha estado marcada por intereses individuales y partidistas cuya rentabilidad se ha visto supeditada a la permanencia en el poder (lo cual explica en gran medida el fenómeno infeccioso de la corrupción). Además, la política española se ha visto gravemente contaminada por un frentismo (muy acusado en la derecha española y catalana) que se ha alimentado siempre del odio proyectado sobre un enemigo recreado artificiosamente en el imaginario colectivo de sus masas de votantes. Durante años, la derecha española (aunque no únicamente) pretendió, de forma torticera y peligrosa, que la amenaza cruenta y real del grupo terrorista ETA proyectara su sombra difamante sobre rivales políticos, periodistas y ciudadanos, a quienes desde la bancada del PP se acusó también de "ser ETA" o de "apoyar el terrorismo", con espurios intereses electorales (entre las víctimas de la infamia encontramos a auténticas víctimas de ETA e incluso al entonces Presidente de Gobierno del partido de la oposición).
Concluida la amenaza terrorista, la derecha española decidió proyectar su ofensiva frentista contra un nacionalismo catalán que hasta entonces, no lo olvidemos, había sido su aliado de gobierno en diversas legislaturas y mantenía el independentismo en mínimos testimoniales. La suspensión del Estatuto de Autonomía de Cataluña en 2010, por parte del Tribunal Constitucional a instancias del Partido Popular (después de que hubiera sido aprobado por los Parlamentos catalán y español en 2006), encendió una mecha que ahora, siete años después, amenaza con hacer explotar el autogobierno catalán y, de rebote, la economía regional y nacional.
El nacionalismo catalán, por su parte, comparte el mismo grado de culpa que sus viejos socios de gobierno, y añade el agravante de haber incumplido las leyes que garantizan el estado de derecho. Sus cifras electorales han engordado en gran medida gracias a esa confrontación contra el "gobierno de Madrid" (todo es Madrid en el ideario nacionalista) y una retroalimentación victimista sustentada en proclamas como el célebre "España nos roba"; que tan hondamente ha calado en el inconsciente colectivo catalán, como reactivo a afrentas históricas pocas veces constatables fuera del imaginario independentista. Todos estos aspectos se han consolidado y exacerbado en el actual salto al vacío que supone el Procés; y que, como sucediera con el Brexit o anhelara el Frente Nacional de Marie Lepen, amenaza con desestabilizar el Estado de Bienestar europeo.
Entendiendo el muy subjetivo sentimiento de pertenencia a una nación o un territorio, y estando a favor de un referéndum pactado dentro de la Ley (con unas condiciones pautadas de mayoría cualificada y unas consecuencias claramente expuestas), nos cuesta creer que alguien se tome en serio (más allá de farisaicos intereses económicos) su pertenencia a un proyecto común europeo, basado en la solidaridad interterritorial y la unión de fronteras, al mismo tiempo que se plantea la ruptura unilateral de uno de sus estados miembros. No entendemos gran cosa, siempre pensamos que "unir" era un antónimo de "separar".
Cuanto más distante presintamos su fondo, más escabrosa será la grieta.