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lunes, febrero 20, 2012

Everything We Miss, de Luke Pearson. Todo lo que echamos de menos, todo lo que se nos escapa…

Cuatro viñetas con una misma imagen, la de una carretera al margen de un bosque. Es de noche cerrada, pero en la oscuridad se presiente el tronco de un árbol entre unos arbustos y unos cables, puede ser una valla. Un atisbo de luz ilumina brevemente la escena, sí, era una valla que se interpone entre el bosque y la carretera. La escena se ilumina completamente en una tricomía anaranjada, negra y blanca: se ven con claridad el bosque, el árbol, la valla, la carretera… En la última viñeta, todo vuelve prácticamente a su oscuridad inicial…
Repasamos la secuencia. El paso de un coche. Sus faros han iluminado la escena, repasamos los detalles y descubrimos que en la única viñeta totalmente iluminada, en la única en la que se aprecian los detalles con aparente claridad, habíamos obviado el más importante de todos: dos pequeños esqueletos, como de niños, yacen abrazados junto a la valla.
Esa es precisamente la naturaleza de Everything We Miss, de Luke Pearson, la tentativa de revelarnos lo que se esconde detrás de la realidad y del dolor de la pérdida. El título del cómic se alimenta, de hecho, de un doble sentido intraducible en español: la cualidad polisémica del verbo “to miss”, que en inglés nos ayuda a añorar, pero también a pasar por alto. Dos pérdidas que se conectan en esta obra y que se enraízan con sensaciones y cientos de pequeños detalles en los que no reparamos, ni observamos…
Cómo tan pocas páginas pueden causar tan hondas sensaciones, es otro misterio. Luke Pearson es un gran dibujante y un narrador singular. Su dibujo caricaturesco, de trazo limpio, feliz, diáfano (como el de esos otros dos dibujantes valiosos que son Kevin Huizenga o Drew Weing), invita al optimismo, sin embargo, detrás de sus historias se esconden misterios y una fantasía no siempre luminosa. Conocíamos su Hilda Folk, que tras la apariencia de cuento infantil con simpática niña protagonista, retuerce las normas de la cuentística hacia la truculencia de la tradición más antigua. Lo publicó Nobrow Press, una editorial que no hace libros, sino orfebrería empapelada.
También ellos han editado el Everything We Miss de Pearson. Su publicación, el año pasado, causó cierto revuelo. Normal, es un cómic enorme, pese a su escaso tamaño. Cada una de sus páginas es una sorpresa y la historia que encierran no lo es tal, al menos desde el punto de vista de la narración ordinaria, sino la recreación de un estado de ánimo, de un sentimiento: el de la pérdida.
Al eludir el hilo narrativo, al recurrir a la recreación metafórica, al símbolo caricaturesco y al detalle fabulado, Pearson dispara directamente hacia el centro de la intimidad personal: su forma de ver (de mostrar) el dolor subjetivo, siempre tan distorsionante y tan ajeno a la recreación denotativa o a la percepción objetiva, es por eso mucho más poderosa, fulminante y honesta que la que aportaría una visión basada en la mímesis. Simplemente porque su forma de mostrar el dolor está conectada con el estómago más que con la cabeza, con las sensaciones febriles y dispersas del que no puede ver o reconstruir (y mucho menos mostrar) los sucesos con claridad, más que con la narración lineal de acontecimientos.
Eso no significa que el relato de Everything We Miss sea abstracto o críptico, todo lo contrario. Es tan diáfano como el dolor que todos hemos sentido en alguna ocasión ante la pérdida o el abandono: se refiere a la añoranza de rutinas, a los detalles que nos devuelven a una persona y los momentos vividos con ella; nos habla de la sensación de pena infinita y de las ganas de llorar en público, de la pérdida de control sobre nuestro cuerpo y nuestros actos; y nos muestra el efecto de contagio entrópico que el dolor individual tiene en nuestra percepción del resto del universo. Porque, asumámoslo, el mundo se construye a través del ojo del que mira y, cuando el objetivo está borroso, la realidad que éste filtra se desmorona.
Lo interesante del trabajo de Pearson es que en su intento de expresar visual y narrativamente lo intangible, el dolor personal, encuentra soluciones casi invisibles (por lo sutil y delicado) pero llenas de ingenio, en prácticamente cada una de las páginas de su cómic. Su alegoría de la pérdida se enriquece con la reconstrucción de los detalles que “el otro” (el que no está sufriendo) suele pasar por alto, porque, como no podía ser de otro modo, son aspectos irracionales, alucinados, ajenos al mundo de los sentidos. Como esos animalillos repugnantes que el bautiza como "anúridos", cuyo único rol en el universo es el de observar el fracaso de las relaciones humanas. O como esas sombras fantasmales que nos empujan irracionalmente hacia el fracaso consciente en muchas de nuestras decisiones de pareja: las sombras de un presagio, el del fracaso sentimental.
Hemos leído dos veces y de un tirón Everything We Miss, y nos ha removido algo por dentro. Casi nos hace llorar, en público. Si quieren crear atmósfera empática, les sugerimos que lo lean mientras escuchan La lechuza, el último disco de estos señores. Luego nos cuentan si les ha pasado lo mismo.