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lunes, diciembre 16, 2013

La propiedad, de Rutu Modan. Deudas y restituciones.

Se prodiga poco Rutu Modan. Después del éxitoso restallido de crítica y público que acompañó a Metralla, sólo habíamos tenido ocasión de leer Jamilti, una recopilación de relatos interesante, pero más irregular que aquel.
Se publica ahora en nuestro país La Propiedad, su última novela gráfica, un trabajo que mantiene algunas de las muchas virtudes que nos gustan de la autora israelí. Insiste, por ejemplo, en esa línea clara realista, cargada de detalles y subrayada por un uso muy limpio de colores planos, que aportan una cualidad casi "industrial" al dibujo de Modan. En alguna ocasión hemos señalado las afinidades entre su estilo y el de otros autores plásticos que han hecho una marca estilística del acabado perfecto y  el diseño técnico (cercano al campo de la señalética); pensábamos en Julian Opie o Alex Katz, por ejemplo.
Su dibujo está al servicio del realismo, de la verosimilitud de sus historias, que se mueven entre lo ordinario y lo azaroso con la misma normalidad que lo hacen las historia de los hombres y la Historia de los pueblos. No hay elementos mágicos, ni extrañamiento, en los cómics de Rutu Modan, pero sus narraciones están cargadas de anécdotas, coincidencias y sucesos que, sin perder un ápice de credibilidad, consiguen casi siempre arrastrar al lector hacia el territorio del relato, captar su interés. En parte, el mérito es atribuible al exotismo, a la indagación en universos culturales que nos son ajenos: desconocíamos que los escolares en Israel hacen excursiones anuales a Polonia y a Alemania con el fin de "refrescar" las tragedias de su pasado colectivo; nos sorprende la secuencia en la que la protagonista, una productora de televisión, se refiere a sí misma como experta en artes marciales (un efecto secundario del servicio militar obligatorio y universal en Israel), después de haber noqueado a su interlocutor...
Detalles y más detalles, gráficos y narrativos, que funcionan como leitmotivs, como puentes entre la ficción y la historia real de tantos y tantos judíos que tuvieron que emigrar de Alemania, Polonia y el resto de territorios ocupados, antes y después del trágico conflicto europeo. Pero no nos equivoquemos, La propiedad no es una historia trágica, es más, la diáspora sólo se presiente en un segundo plano, como lejano elemento desencadenante de los acontecimientos que en verdad se desarrollarán en la historia.
Una abuela y su nieta viajan desde Israel a Polonia con el fin de poner al día ciertos asuntos inmobiliarios referentes a las propiedades que la familia dejó atrás en Varsovia cuando tuvieron que huir de los Nazis. Como suele suceder, lo más sencillo, la más fútil de las burocracias, puede terminar convirtiéndose en un ovillo de gestiones, molestias y dificultades imprevistas difícil de desenredar. Sobre todo, cuando detrás de todo, en la trastienda del viaje y la gestión inmobiliaria, se esconden secretos familiares de largo alcance. De este modo, lo que parece un viaje más, termina por convertirse en una travesía mucho más compleja, que implica una búsqueda interior y un reecuentro traumático con el pasado; y una historia, más o menos trivial, acaba por adquirir ciertas dosis de intriga y enriquece su trama con elementos más propios del suspense ficcional que del costumbrismo con trasfondo histórico que anunciaban las primeras páginas.
En el debe del cómic encontramos una recreación de personajes que, en bastantes ocasiones, nos los hace parecer verdaderamente antipáticos. No siempre le resulta fácil al lector empatizar con esa abuela, víctima en segunda instancia del avance Nazi (¿es necesario representar e los cómics a todos los ancianos judíos como personajes hoscos, caprichosos y agrios? ¿es una consecuencia del peso de la historia o del peso del Vladek, de Art Spiegelman?). Tampoco la nieta, ni los dermás personajes secundarios, se aparta de ese manto de amargura, aunque sus vivencias del éxodo no sean directas y vengan interpuestas por la tradición, la familia y la complicada situación sociopolítica de Oriente Próximo. 
Quizás por todo ello, La propiedad adolece también de cierto victimismo histórico, transformado en algún momento en revanchismo hacia el pueblo polaco y los personajes polacos de la historia (descendientes de los verdaderos protagonistas de las afrentas pasadas, en realidad). Entendemos que, probablemente, así sean las cosas y así sea el estado de la cuestión en Israel, pero, de igual manera que la indagación multicultural y el costumbrismo de La propiedad funcionan como acicate narrativo, el perfil de sus personajes nos crea en ocasiones una barrera psicológica de incompresión. Un personaje no tiene que caerte bien para que aprecies las bondades de su naturaleza literaria o artística, es cierto, pero también lo es que sus actos tienen que resultarnos comprensibles, sus reacciones deben entrar dentro de cierta lógica interpersonal para que empaticemos con ellas. Quizás sea esa misma distancia cultural y geográfica, que señalábamos al comienzo, la responsable de este desafecto que venimos comentando, la causa de que nuestro poco aprecio por los personajes de Modan nos separe emocionalmente de sus enfados, suspicacias y desconfianzas.
Y a pesar de todo (cualquiera lo diría) admitimos sin dudarlo que La propiedad nos ha gustado mucho. Es una historia muy bien dibujada y optimamente construida: su guión funciona con precisión y consigue alternar lo cotidiano con lo extraordinario, el costumbrismo con el suspense o, lo que es aún más importante, la vida con la ficción. Es verdad, Rutu Modan ha hecho otro cómic excelente.

lunes, agosto 16, 2010

Metralla, de Rutu Modan. En busca de las identidades.

Otro viejo artículo, evaporado en el limbo catódico, de la desaparecida Tebeos en palabras. Lo recuperamos aquí, con simple empeño archivístico. El de la israelí fue uno de los cómics de la temporada, si recuerdan.

El primer impacto de Metralla (disculpen el fácil juego de palabras), la última obra de Rutu Modan, es básicamente visual: la impronta realista de sus figuras troqueladas, armónicas, equilibradas, pero intencionadamente planas en su reflejo del volumen, el color y la textura, sugiere una estética de fotografía retocada vía Photoshop, de realismo depurado hasta su mínima expresión. Es imposible no acordarse de representantes del arte pop contemporáneo como Julian Opie, con el que Rutu Modan comparte (salvando la distancia interdiscursiva) una evidente semejanza en la representación icónica de la figura humana (que llega al mimetismo en el caso de los planos alejados). El realismo esquemático de los fondos y el juego de profundidades basado en el uso de colores uniformes (con tramas planas para cada plano) ahonda en la búsqueda de cierta asepsia realista y el distanciamiento (llámenlo objetivismo) que transpira esta primera obra de Rutu Modan.
Y es que hace falta mucho pulso, un paso firme y cierta dosis de inhibición narrativa, para que la historia que Rutu Modan se trae entre manos en Metralla no degenere en un melodrama desbordado, con saturación de azucares. Todo tiene una explicación, aunque el enfoque global de esta novela gráfica dista de ser sencillo. De hecho, hay muchas sorpresas alrededor de Metralla, empezando por el origen de su autora, israelí (aunque después del caso Satrapi, cualquier “exotismo” de este tipo lo es menos), hecho que condiciona claramente la contextualización de la obra.
Sorprendente es también que una artista primeriza como Rutu Modan (ésta es su primera historia “larga”) se atreva a tejer un tapiz con mimbres tan complejos como los del dolor por la pérdida de un progenitor, en el marco, aún más complejo, del conflicto palestino-israelí.
Metralla se mueve, en un complicado equilibrio entre dos puntos de vista narrativos contrapuestos: está por un lado la búsqueda de cierto distanciamiento (que ya hemos desvelado parcialmente al hablar de sus imágenes) a la hora de presentar unos acontecimientos tan dramáticos como los que ocupan a sus protagonistas. Cuando se trata de reflejar los aconteceres sociopolíticos que sirven de marco a los sucesos de su historia, Rutu Modan pasa casi de puntillas ante unos hechos que forman parte de la terrible realidad cotidiana de Israel y que, por eso mismo, no merecen ser subrayados en este relato, cuyas ambiciones van más allá de la crónica política o social. En este punto, la autora muestra la ligereza respetuosa del observador-narrador que confía en el juicio y la responsabilidad de su audiencia a la hora de extraer conclusiones a partir de unas imágenes cuidadosamente elegidas; unos brochazos de horror planteados con la frialdad de la rutina asumida (terrible la escena del Instituto Anatómico Forense), pero suficientemente esclarecedores como para descifrar las claves de la pesadilla que desvela a un territorio en estado de convulsión constante: “Los atentados-suicidas son sólo una parte de un fenómeno terrible mucho más amplio, que es la muerte”.
Curiosamente, y contra lo que venimos comentando hasta ahora, en la misma entrevista de la que hemos tomado esas palabras, la autora confesaba cierta aversión al distanciamiento a la hora de enfrentarse a la escritura de sus historias; toda una declaración de intenciones que cobra su sentido en el modo en que Metralla se acerca al territorio de las relaciones personales y familiares. Existe en este trabajo una sinceridad emocional evidente a la hora de abordar las relaciones entre los personajes protagonistas de la obra:
En Metralla se nos cuenta la historia de Koby, un taxista que un día se entera del posible fallecimiento de su padre en una atentado-suicida, gracias a la llamada inesperada de Numi, la joven amante de su padre y soldado del ejército israelí. En algo más de 150 páginas, el cómic describe el camino que emprenden los dos jóvenes (el hijo y la amante) en busca de las pruebas que confirmen el luctuoso suceso. Una búsqueda de evidencias físicas que termina convirtiéndose en una exploración interior y en un proceso liberador para ambos personajes.
Obviamente, el curioso lector deberá superar el nivel superficial de una historia que, gracias a la habilidad de su autora, se sobrepone a las dos amenazas principales que acechan a una sucesión de acontecimientos tan pintorescos: la tentación de la lágrima fácil y, en el extremo opuesto, la parodia melodramática. Uno de los grandes logros de Metralla reside, precisamente, en eso, en su capacidad para trazar caminos narrativos más allá de la anécdota argumental; en su habilidad para superar sus propias trampas argumentales o los objetivos inmediatos más obvios. Nadie mejor que la propia autora para explicarlo y para concluir estas líneas:
Como lectora no me gustan las obras con “una finalidad”, así que tampoco me propuse escribir una. Quería contar una historia e intentar que fuera interesante. No obstante, tuve que limitarme a describir aquello que conocía bien – la realidad israelita. Por eso, espero que cuando el lector se acerque a Metralla, al menos pueda llegar a entender un poco mi punto de vista sobre Israel y sobre temas como las relaciones familiares, el amor, etc.

viernes, mayo 16, 2008

Jamilti, collage hebreo.

En el número 2 del ya difunto experimento Tebeo en palabras le dedicamos una larga reseña a Metralla, el multipremiado y celebrado trabajo de Rutu Modan. Esta joven autora israelita pareció entrar en el panorama comiquero como un vendaval de los que levantan polvareda socio-política y dejan un rebufo de buena artista.
Aquella bisoñez con aires de triunfo se matiza ahora con la publicación de Jamilti por parte de Sins Entido; queremos decir que, después de todo, Modan no era tan inexperta como podíamos pensar desde aquí todos los que la descubrimos entonces. Sus primeros trabajos se remontan a la segunda mitad de los 90: The Somnambulist (Actus Tragicus, 1995) y King of the Lilies (Actus Tragicus, 1998). Posteriormente, entre los años 1998 y 2003, Rutu Modan dibujó y publicó algunas historias cortas "en el colectivo de cómic alternativo israelí Actus Tragicus, encabezado por ella misma" (como reza en la contraportada). Unos relatos que sorprenden por su variedad temática y por un evidente eclecticismo estético; la mayoría, con bastante pocos elementos en común con Metralla. Son algunas de las historias que se recogen en este Jamilti.
En aquella reseña de Metralla comentábamos cuanto nos recordaba el estilo de Modan a algunos talentos del nuevo pop-art (a Julian Opie especialmente), y hablábamos de su compromiso argumental, cuando señalábamos que en Metralla:

...la autora muestra la ligereza respetuosa del observador-narrador que confía en el juicio y la responsabilidad de su audiencia a la hora de extraer conclusiones a partir de unas imágenes cuidadosamente elegidas; unos brochazos de horror planteados con la frialdad de la rutina asumida (...), pero suficientemente esclarecedores como para descifrar las claves de la pesadilla que desvela a un territorio en estado de convulsión constante...
En Jamilti, como hemos señalado, apenas encontramos indicios de esa autora. Estilísticamente, la más cercana es la que abre el volumen, Fan, un relato intimista de un joven músico en ciernes, demasiado poco prominente como para recibir el nombre de artista, pero suficientemente ambicioso como para soñar con serlo; una historia de desengaños y porrazos contra la realidad. En todo caso (y pese a que el protagonista es un israelí), muy lejos de la contextualización político-bélica que hubiéramos esperado en la autora de Metralla. Uno de los mejores cuentos del volumen, pese a todo.
En los siguientes relatos el salto diferencial es cualitativamente mayor, ya que no es sólo el tratamiento argumental sino también la faceta gráfica la que nos distancia de nuestras expectativas iniciales (sin entrar aquí en valoraciones de calidad). En Bloqueo de energía, por ejemplo, la artista recurre a un estilo caricaturesco con reminiscencias de ilustración decimonónica y unos colores ocres quemados, para desarrollar un drama familiar de tintes teatrales.
En El rey de las rosas el estilo sigue recordándonos al de las ilustraciones antiguas, esta vez, con un uso pictórico del color y unas figuras más rotundas, perfiladas con línea marrón. Todo ello para desarrollar una historia de amor romántico, trasfondo surrealista y balneario de fondo; más cerca de Chagall y Modigliani que de Opie, sin duda.

El barroquismo visual y la querencia clasicista desaparecen en Lo pasado; por desaparecer desaparece hasta el color, e incluso el acabado en tinta. Modan presenta su historia (otra tragedia familiar, con hostal, huérfanas y secretos inconfesables por medio) como si fuera un boceto a lápiz, aparentemente inconcluso. A estas alturas, parece claro que el uso del color no es en absoluto algo accesorio para la autora israelí:
Como empecé como columnista de cómic en un periódico, durante los primeros años de mi carrera trabajé casi exclusivamente en blanco y negro. Cuando empecé a trabajar en color peleé duro con el concepto del color, porque no quería que el color fuera simplemente un relleno entre las líneas negras. El color puede conferir una atmósfera de lugar y espacio, representar el tiempo y el clima, y el estado emocional de la historia y los personajes.
Lo pasado juega con la sugerencia y la elipsis de información, aunque, quizás por eso, su resolución no es del todo satisfactoria; algo hay que nos impide empatizar con sus personajes y su vivencias. Lo mismo sucede con Vuelta a casa, un cuento planteado como una idea esbozada, una historia en la que se fotografía el instante que pretende resumir una vida, pero que no pasa de anécdota con tragedia al fondo; quizás la primera de este volumen en la que el conflicto palestino-israelí asoma la cabeza.
Bragas es un relato policiaco con psicópata y muertos en serie. De nuevo, el formato de historia breve se queda corto para la cantidad de historia que Modan pretende abarcar. Divierte la ironía que preside el conjunto y son apropiados los tonos cromáticos elegidos (azules celestes, tonos crema, tramas y patrones coloridos para las ropas ...), pero, de nuevo, los personajes apenas están desarrollados y el misterio que ejerce de motor argumental no parece suficientemente consistente como para empastar el conjunto de la ficción.
Jamilti, la historia que da nombre al libro, recupera el tono, gracias a un cuento, otra vez, lleno de insinuaciones y sugerencias. No obstante, en esta ocasión, el conjunto funciona eficazmente. Rutu Modan simplifica su trazo hasta el extremo (infantilizándolo casi) y nuevamente lo llena de complejidad gracias a sus elecciones cromáticas. Sitúa su historia en Tel-Aviv, metiéndose de lleno en el fango de la violencia terrorista, los prejuicios raciales y la sombra que planea sobre la convivencia en la región; todo, de una forma sutil, elegante e indirectamente camuflada por un cruce de miradas entre "enemigos".
En definitiva, Jamilti es un cómic irregular, polimórfico, como un tapiz en el que se mezclan estilos, atmósferas y temas sin orden aparente, pero al mismo tiempo es una recopilación de historias de una dibujante estimable, un collage que está lleno de buenos momentos.
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No se pierdan la entrevista que Newsrama le hizo a la autora y que tan bien tradujo (como siempre) el Tío Berni para Entrecómics.