martes, mayo 27, 2014

DON cervecero.

http://www.revistadon.com/
Hablábamos de ella el otro día: DON es, seguramente, la mejor revista para tablet y iPad en español. Dinámica, interactiva, irreverente y muy divertida. Un buen ejemplo de lo que decimos es la colaboración mensual de Mauro Entrialgo que, sin abandonar su habitual línea cáustico-incisiva, nos regala una suerte de "elige tu propia aventura" comicográfica, en la que el lector crea su propio itinerario de lectura.
Estamos contentos porque los chicos de DON nos han invitado a su casa y, como no sólo de viñetas vive el bloguero, en este caso para hablar de otra de nuestras ocupaciones favoritas: la ingesta cervecera. Nos honra ver aparecer nuestra seccioncita sobre estilos de cerveza en este último número, junto a reportajes dedicados a María León, a nuestro admirado Leopoldo María Panero y a caretas cholistas. 
¡Que siga la fiesta!

martes, mayo 20, 2014

Más Valientes: López Lam, Franz y Estrada.

Tendría que ser de prescripción obligada una visita anual al catálogo de Ediciones Valientes. Estamos convencidos de que sus fanzines, revistas, minicómics y objetos artísticos esconden algunos de los mejores ejemplos de cómic underground y arte narrativo de vanguardia hispanoamericano que se están llevando a cabo desde nuestro país. Dejamos testimonio de un claro ejemplo de ello aquí hace bien poco.
De hecho, uno de los últimos minicómics de la editorial que hemos leído nos recuerda mucho visualmente a aquel Playground que tanto nos gustó. Caballos muertos permanecen a un lado de la carretera, del brasileño Pedro Franz, comparte con el trabajo de Berliac el gusto por la imagen abocetada y la asociación disyuntiva, el trazo expresionista, el relato fragmentario y la apropiación interdiscursiva. Se trata de un relato fugaz de desamor, surcado de recuerdos casi perdidos y vínculos de la memoria. Lástima que en algunos pasajes chirríe un tanto la traducción.
A Inés Estrada la habíamos conocido en el último número (el quinto) de la siempre recomendable recopilación Kovra. Ha compartido páginas con Berliac y Pedro Franz en publicaciones como la alternativa Kuš!. En su minicómic Traducciones, la autora mexicana recurre a un estilo underground descuidado y urgente, que encaja con eficiencia en el relato de los desórdenes biográficos (¿autobiográficos?) de la protagonista (slice of life a pie de calle y vida disoluta): una historia sobre el amor a distancia, las urgencias epidérmicas y los sueños cargados de pena (alucinando quizás entre tanta ida y venida del subconsciente, hemos creído "leer" en uno de los sueños de la protagonista de Traducciones un homenaje a uno de nuestros outsiders favoritos, Mat Brinkman y su Teratoid Heights).
El último trabajo al que queremos referirnos apareció el curso pasado y su autor no es otro que Martín López Lam, la cabeza pensante de Ediciones Valientes. De los tres minicómics referidos, es el que más nos ha gustado ya desde su telegráfica y autodescriptiva presentación: "Dote de Poto a Tres es un zine improvisado y realizado a partir de dibujos y viñetas del cómic Parte De Todo Esto, del mismo autor, junto a otras imágenes encontradas". El trabajo de Martín López es, efectivamente, una colección de instantes, el (esbozo del) álbum de un viaje, dibujado y fotografiado, por la ciudad de Lima; pero al mismo tiempo, esa comunión expresionista de instantáneas enhebradas por una voz narrativa lírica y reflexiva ("Aterrizar en Lima es como sumergirse dentro de una espuma grisácea. No aterrizas desde un avión sino te sumerges como un submarino sin saber con certeza en qué ni dónde.") funciona como un viaje interior hacia el arte y la inquietud de todo artista por recoger y plasmar lo que le rodea. De este modo, el relato se hace mientras se narra, se convierte en una ilustración de sí mismo, en una reflexión fraccionada que describe dos geografías complementarias, la de la ciudad que seguramente tan bien conoce su autor (Martín López es peruano) y la de la geografía interior del artista incapaz de plasmar el tiempo, el espacio y la luz como él las siente ("Ahora entiendo al hombre del avión cuando decía que era tristísimo habitar aquí. Nunca hay sol. La gente y las cosas no proyectan sombra. Es como si no existiesen.")
Los fanzines y publicaciones de Ediciones Valientes son minoritarios, humildes y breves en su extensión, pero están repletos de esfuerzo y detalles de edición (como esos miniglosarios con traducciones dialectales de la jerga juvenil mexicana) que los convierten en "objetos" únicos, en pequeños libros de coleccionista en los que, en ocasiones, la narración y el arte alternativo se confunden en una misma realidad. Como siempre, es un disfrute pasear por sus páginas.

martes, mayo 13, 2014

Paul en los Scouts, de Michel Rabagliati. La falsa inocencia.

Los cómics de Michel Rabagliati nunca son lo que parecen. Su serie sobre Paul lo demuestra en cada nuevo tomo. Hace unos años así lo referíamos al respecto de Paul va a trabajar este verano, una historia que detrás de su apariencia naif, en torno a la pérdida de la inocencia y la iniciación adolescente, encerraba en realidad una lección acerca de los fracasos existenciales y las primeras pequeñas tragedias a las que todos nos enfrentamos tarde o temprano. Paul en los Scouts (Paul au parc, en su título original) ahonda aún más en esa idea de la falsa felicidad y la adolescencia como puerta de entrada al muchas veces tenebroso mundo real (no habrá spoilers, no teman).
El dibujo de Rabagliati, ese estilo que aquí hemos llamado muchas veces "línea clara minimalista", es fundamental para comprender el alcance y las intenciones últimas de su trabajo. Funciona, por así decirlo, como un falso señuelo, un catalizador de expectativas equívocas. Su trazo (¿su "escuela"?) nos recuerda al de muchos autores contemporáneos, como Guy Delisle, Andy Watson o los españoles Calo, Fermín Solís o Juan Berrio; y, a partir de un proceso de depuración, remite, desde luego, a los maestros de la línea clara clásica franco-belga (Jijé, Franquin, Peyo...) de la que el propio Rabagliati se declara abiertamente deudor (ya desde las mismas páginas de este Paul en los Scouts).
Por su delicadeza y amable factura caricaturesca, el dibujo del canadiense, decíamos, funciona como anticipo tramposo de una inocencia feliz que, en bastantes momentos, se ve contradicha por la condición realista (a veces casi naturalista) de un relato que no entiende de correcciones políticas, ni elude situaciones incómodas: como esas referencias constantes a los atentados y acciones terroristas del FLQ (Frente de Liberación del Quebec) que tuvieron lugar en los primeros años 70 en Canadá, y que los niños protagonistas del relato no alcanzan nunca a comprender del todo; o esa escena breve y sin subrayados en la que se revela la homosexualidad del monitor de los scouts, como un gesto de absoluta normalidad (reforzada por la inconveniencia de los comentarios ofensivos y despechados de su pareja). Rabagliati no se anda con chiquitas.
Precisamente es ese contraste acerado, entre el delicado minimalismo gráfico y la crudeza realista de lo relatado, el que produce la chispa narrativa; el factor que convierte a las historias de Rabagliati en algo diferente, al margen del género o la dulcificación infantil/juvenil, en la que tantos autores de línea clara caen en ocasiones. En la serie de Paul, forma y contenido establecen una dialéctica de contrarios que empuja a favor de una única causa: la nostalgia existencial filtrada por la verosimilitud de lo narrado. 
En este caso (y vean que dejamos para el final la referencia a los sucesos, a la anécdota argumental) el cómic desarrolla la historia de aquel año en el que un ya no tan niño Paul, trasunto del propio Rabagliati, decidió enrolarse en el grupo parroquial de los scouts de su barrio, al que ya pertenecían algunos de sus amigos. Junto a ellos, junto a sus monitores y junto a las personas que le rodeaban en aquel entoncés, Paul descubrirá algunas lecciones vitales que le acompañarán para siempre. 
Esa dialéctica que mencionábamos entre el dibujo y la historia narrada, se ve además reforzada por otras tantas tensiones que se establecen en el interior del relato y que nacen de la misma complejidad de los personajes, de su propia imperfección. Así, las débiles certezas de Paul se ven constantemente sacudidas por la influencia de aquellos que le rodean: la religiosidad de su madre y abuela, se ve enfrentada a la mirada progresista y la duda constante de su monitor Daniel (de hecho, voluntario de un grupo scout católico); el nacionalismo militante separatista de algunos de sus monitores choca contra el antirradicalismo de su padre; la estrecha vida familiar de Paul encuentra su contrapunto en las ansias de intimidad que demanda su madre, etc.
Y de telón de fondo, el nacimiento de la afición por el cómic y sus mecanismos. La confesión vocacional de un autor, Michel Rabagliati, que a través de su personaje Paul, nos desvela algunos de esos secretos que dan forma a una vida (también artística).

miércoles, mayo 07, 2014

Gabo. Memorias de una vida mágica. Recuerdos mágicos, recreaciones realistas.


Se nos van muriendo todos, compadre. Y a algunos los sentimos como propios. Porque fueron parte importante en el modelado de la experiencia personal, porque nos abrieron ventanas a mundos que no conocíamos o, tan solo, porque se convirtieron en remanso al que regresar en momentos en los que no queríamos estar en ningún lado.
Sentimos la punzada cuando dijimos adiós a Harrison, a Rohmer y ahora a don Gabriel. Vivimos junto a ellos, como si fuéramos eternos, y ahora nos recuerdan que nada lo es y que se nos están pasando los años de los sueños imposibles como un suspiro. Condenada nostalgia.
Así las cosas, la publicación reciente de Gabo. Memorias de una vida mágica parece un homenaje premonitorio, o una premonición elegiaca.
La obra desarrolla un guión de Óscar Pantoja a cuatro manos, las de los dibujantes colombianos Miguel Bustos, Felipe Camargo, Tatiana Córdoba y Julián Naranjo. Es curioso que con tanta variedad estilística el resultado final resulte tan homogéneo en el plano visual. Cada uno de los autores desarrolla una parte de la obra (aunque Julián Naranjo es también responsable del "Epílogo"), y cada uno de dichos capítulos está coloreado en bitono con una tonalidad diferente (naranja, cyan, magenta y verde, respectivamente). El resultado gráfico es sobrio y responde con exactitud al tono narrativo general de un relato que alterna episodios biográficos de Gabriel García Márquez, con anécdotas de su vida y obra (muchos de ellos extraídos de su autobiografía Vivir para contarla).
Arranca el cómic con el viaje que Gabo hiciera en 1965 a Acapulco, junto a su mujer Mercedes y sus hijos. Se trata de un momento emblemático en la vida del escritor, porque fue en ese episodio vacacional cuando al autor se le reveló la estructura y la trama de la que habría de ser su obra más reconocida, Cien años de soledad. En ese trayecto mexicano, que el matrimonio concibió con la intención de liberar tensiones y darle un respiro al genio agotado del escritor, García Márquez conseguiría modelar las bases de un libro que nunca había dejado de existir en su cabeza y al que en un primer momento pretendía haber titulado La casa. Se refería a una casa real, su casa familiar de Arataca, habitada por personas reales, él mismo y sus abuelos, Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán; la morada de su niñez y el lugar donde escucharía las historias y vería pasar la vida que luego habitaría ese espacio mítico, ya legendario, que responde al nombre de Macondo.
En Gabo. Memorias de una vida mágica, Óscar Pantoja lleva a cabo un exhaustivo trabajo de documentación y una meticulosa reconstrucción del relato vital de Gabriel García Márquez y de su árbol genealógico precedente más inmediato; precisamente, porque la vida de sus familiares y sus propias vivencias personales explican muchas de las claves que el colombiano desarrollaría luego en su obra. El relato está construido a base de constantes rupturas temporales (flashbacks y anticipaciones) que surcan la línea cronológica del relato principal (el que arranca con el viaje a Acapulco y concluye con el Premio Nobel a García Márquez). Una recreación escrupulosa y llena de interés, ilustrada con eficiencia por los cuatro artistas que acompañan a Pantoja.
Afirmado lo cual, mientras leíamos el cómic nos escocía esa picazón tan difícil de mitigar que produce la visualización del relato amado a través de ojos ajenos. Dos personas nunca interpretan de igual manera los mundos de ficción, cuánto menos si éstos están recorridos por la magia fértil de obras como las que escribió Gabriel García Márquez. La misma historia de siempre.
Se nos antojaba que las páginas de un cómic que hablará de la obra de Gabo habría de estar cubierto de espesas selvas tropicales habitadas por aves exuberantes y horizontes misteriosos; que sus viñetas olerían a frutas tropicales maduras y a la tierra húmeda después de la tormenta tropical; que sus personajes habrían de vivir entre el amor desbordado y la lujuria arrepentida, entre el instinto criminal de la canícula y una soledad mitológica inexplicable. En fin, que nos parecía que nuestro Macondo, el que imaginamos cuando éramos más jóvenes, había de ser más mágico que real y, por la inercia de las expectativas, imaginábamos también que el relato biográfico de Gabriel García Márquez encontraría algunos momentos para refugiarse (visualmente) en la magia que recorre algunos libros que han sido parte importante de nuestra vida, novelas como La hojarasca, La mala hora, Los funerales de la Mamá Grande, Del amor y otros demonios y, sobre todo, Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera; de las suyas, nuestras favoritas. 
Por contra, Gabo. Memorias de una vida mágica nos ofrece sobriedad y buen hacer; seriedad en la semblanza y enumeración documentada de las muchas penurias y vivencias que el escritor tuvo que superar antes de alcanzar la gloria. La vida perra sobrevivida gracias a la fe del genio. Ya lo explica el propio guionista en el anexo del cómic:
Cada uno a su modo ha querido contar a García Márquez. Lo cuentan ahondando en su infancia, en su etapa de formación, cuando llegó a la gloria, cuando estuvo en México o vivió en París. Y es desde esa diversidad de vidas interpretadas y vueltas a interpretar que empieza la construcción de lo mágico. Porque en García Márquez el realismo mágico se ha pegado a sus huesos. Este libro es un intento más por volver a contar su asombrosa trayectoria. 
Al final va a resultar que somos lo que leemos. Por eso debe de doler tanto que se nos mueran los Buendía y los Florentinos Ariza.