Como viene siendo tradición, celebramos el Día de Reyes con un roscón relleno de viñetas. Desglosamos y comentamos nuestra lista de cómics de 2018, lo cual no quiere decir que sean los mejores, pero sí los que más nos han gustado de entre los muchos que hemos leído en este año que se escapa. Sin orden de preferencia, les dejamos con una selección que no entiende de géneros, de nacionalidades ni de cualquier otra jerarquía.
Lo
que más me gusta son los monstruos (Reservoir Books), de Emil Ferris: Ya lo anunciábamos
el año pasado, este sería el año de Emil Ferris y sus monstruos. El cómic de
Ferris fue el gran triunfador del curso pasado en Estados Unidos y se esperaba
su publicación en nuestro país como todo un acontecimiento. La autora ha
facturado una obra inclasificable en la que el bolígrafo, los lápices de
colores y el rotulador recrean sobre hojas pautadas de cuaderno un cuento
grotesco habitado por niñas que quieren ser monstruos, jóvenes pandilleros,
madres sobreprotectoras, mujeres asesinadas y un vecindario espeluznante lleno
de secretos. Detrás de todo ello, se despliega un monumental ejercicio
simbólico acerca del crecimiento personal y la supervivencia, un relato
turbador y heterodoxo que combina su ritmo hipnótico con un talento gráfico
desatado. Lo que más me gusta son los monstruos es un cómic que no puede
dejar indiferente a nadie.
Pantera (Astiberri), de Brecht Evens: Pantera
es el último trabajo de Brecht Evens, uno de los talentos jóvenes europeos más descollantes. Como en el resto de su producción, el autor nos deslumbra con las veladuras y superposiciones de su
estilo gráfico, a medio camino entre la ilustración infantil y el pictoricismo,
para narrar un cuento sólo en apariencia infantil. Aunque en un primer momento
parece la típica historia de crecimiento, el viaje del niño hacia los escollos
de la vida, muy pronto, el cómic nos empieza a abrumar con su
sobreabundancia de texto y la verbosidad excesiva de sus personajes, enredados en una incongruente cháchara infantil que no parece tener fin. Y así, a medida que el relato se enreda y las páginas se van llenando de los amigos
imaginarios de Christine, la niña protagonista de la historia, empezamos a
sospechar que el cómic de Brecht Evens no es un amable cuento infantil con
moraleja, sino una de aquellas terribles pesadillas que de niños nos
despertaban en medio de la noche, sin que nunca adivináramos de dónde venían, ni
si iban a regresar al día siguiente.
The Black Holes (Reservoir Books) Borja González: Desde
su primera viñeta (esa maravillosa imagen crepuscular de una heroína
romántica que vaga por un bosque persiguiendo un gemido), The Black Holes envuelve al lector en fabulosas imágenes que nacen de un empleo brillante del claroscuro y de la exquisita línea que González emplea para el diseño
de sus estilizados y misteriosos personajes: mujeres que, pese a no
tener rostro, son capaces de expresar deseos, emociones y miedos a
través de su gestualidad y sus acciones. Sus protagonistas se mueven por las viñetas
como figuras de aire, como fantasmas de un tiempo y una geografía
soñados. Y, sin embargo, la historia de The Black Holes discurre a
ras de suelo y nos conecta a realidades que, de alguna forma, nos
resultan familiares por sus variadas referencias culturales: a la poesía
del siglo XIX, al simbolismo, a la narrativa gótica; pero también a la
recuperación de esas mismas referencias por parte de la juventud actual
gracias al punk, al terror de serie B, al movimiento gótico adolescente o
a la cultura pop. La trama discurre entre 1856 y 2016, y las vivencias de sus personajes
femeninos se entretejen por medio de intuiciones, presagios y
sensaciones compartidas, que construyen una red simbólica de vasos
comunicantes entre esos dos periodos históricos tan distantes. Este cómic nos regala algunas de las viñetas más bellas que hemos
presenciado últimamente. Un trabajo lleno de tonalidades y virtudes, que se
lee como un nocturno de José Asunción Silva, como un cuento de Alan Poe,
como un poema de Rimbaud o como una
canción de Suicide.
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Nieve en los bolsillos.
Alemania 1963 (Norma
Editorial), de Kim: Recuperando la senda temática y estilística que más éxito le ha reportado en los últimos años (aunque esta vez en solitario), Kim hace un nuevo ejercicio de memoria histórica para reivindicar la figura de todos aquellos emigrantes españoles que, en los años 60, tuvieron que hacer las maletas para labrarse un provenir. Hay en nuestro país una tendencia incurable a olvidar la historia. Se nos olvida (cuando se trata de construir discursos del miedo, la amnesia es siempre una excelente materia prima), por ejemplo, que durante mucho tiempo la nuestra fue tierra de emigración: miles de conciudadanos se lanzaron a una aventura incierta sin más equipaje que la fe, el esfuerzo y la esperanza de hacerse un futuro que en tierra propia se intuía tenebroso. Kim (Joaquín Aubert Puig-Arnau) tira de autobiografía y de las experiencias que vivió en piel propia durante sus años de estancia en Alemania, para construir un relato tragicómico en el que se descubre lo peor y lo mejor del ser humano. Sus andanzas migratorias están contadas con un ritmo vivísimo que se alimenta de sus anécdotas, los sueños, las decepciones y las penurias que vienen aparejadas a toda huida hacia adelante. Es la carrera ingrata que acompaña al emigrante: individuos que abandonan su hogar, no por gusto, sino por puro instinto de supervivencia. Honestidad pura.
Berlín, ciudad de luz (Astiberri), de Jason Lutes: Después de Berlín, ciudad de piedras (vol. 1) y Berlín, ciudad de humo (vol. 2), se cierra la trilogía que el estadounidense Jason Lutes
ha tardado veintidós años en completar con Berlín, ciudad de luz (vol. 3). Los tres volúmenes de esta epopeya rellenan el hueco que transcurre desde el final de la devastadora Primera Guerra Mundial y los albores del apocalipsis hitleriano.
Son los años de la República de Weimar, un tiempo en el que se empiezan a
consolidar en el inconsciente colectivo alemán pensamientos cargados
de intransigencia y supremacismo racial. En los tres libros que componen Berlín,
Lutes rastrea el lento despertar de la Alemania herida y su
transformación en una hidra desencadenada. Lo hace sin estridencias o subrayados
violentos. Desde el costumbrismo histórico (urbano, en este caso) que
facilita el género narrativo de las vidas cruzadas. A lo largo de los
tres cómics, el autor desarrolla una galería de personajes de toda
condición (ideológica, social, cultural y religiosa), cuyas vidas
terminan por entretejerse en una serie de episodios anticipatorios de la
deriva prebélica de un país que, poco a poco, va dejándose atrapar por
la tela de araña ideológica del nacionalsocialismo. Jason Lutes recurre a una línea clara realista que, con
el paso de las páginas y desde sus inicios en el primer tomo de Berlín,
va ganando consistencia y fluidez. La rigidez inicial de algunas de
aquellas primeras secuencias cede paso a un dibujo más fluido y a un
empleo cada vez más insistente del claroscuro (eficaz para la
construcción del creciente tono sombrío de la obra). Con cada página,
la lectura de Berlín, ciudad de luz (la paradoja del título
completo se revela en toda su magnitud a lo largo de esta tercera entrega) se
vuelve más densa; las relaciones entre sus personajes, más dramáticas y
dolidas; y la atmósfera que dibuja se presiente más
irrespirable. El final abierto del cómic, no obstante, deja un pequeño resquicio a la esperanza
de un presente reconstruido y nos invita a no repetir los mismos errores del pasado.
March (Norma Editorial), de John Lewis, Andrew Aydin y Nate Powell: Un cómic sobrecogedor. El dibujante Nate Powell y el asesor político Andrew Aydin dan forma a la voz y la memoria de John Lewis, único superviviente de los "Seis Grandes" (Philip Randolph, Dr. Martin Luther King Jr., Roy Wilkins, Jim Farmer y Whitney Young), el grupo de hombres que pusieron rostro a la lucha por los derechos civiles y el fin de la segregación racial en Estados Unidos durante los años 60. En su país, los seis tienen categoría de leyenda por su lucha pacífica a favor de los derechos humanos, pero en España (con la excepción de Martin Luther King) la relevancia de su empresa no es tan conocida. March describe acontecimientos históricos fundamentales del siglo XX, como la Marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad de 1963, y arroja luz sobre uno de los hechos más vergonzante y dramático de la historia reciente de las democracias liberales: la segregación racial en Estados Unidos. John Lewis fue uno de los miembros fundadores y posterior presidente de la SNCC (Comité Coordinador Estudiantil No Violento), uno de los movimientos que más trabajó por el final del racismo social y político en los Estados Unidos. El cómic se acerca a los acontecimientos históricos sin remilgos ni medias tintas, desde la posición privilegiada que ofrece la memoria de un testigo de primera mano como Lewis. El lector asiste espantado al teatro de deshumanización y barbarie que, durante décadas, celebraron los estados del sur de Estados Unidos. Somos testigos de las matanzas y atrocidades cometidas por los ciudadanos de ciudades como Nashville, Liberty o Birmingham contra sus conciudadanos negros ante el silencio cómplice de la clase dirigente del resto del país. Y asistimos, finalmente, al triunfo de la razón. Este libro es una piedra más en esa batalla.
La tierra de los hijos (Salamandra Graphic), de Gipi: El mismo Gipi de siempre, ese que dibuja como nadie desde un trazo nervioso y quebradizo, el mismo que crea atmósferas bellísimas con una línea tan fina que parece transparente, vuelve más apocalíptico y desesperanzado que nunca. Su relato para después de un fin del mundo dibuja personajes animalizados y escenarios de pesadilla. Llevando al límite aquella máxima cánida hobbesiana, Gipi se instala en un género que goza de una popularidad inusitada en estos tiempos de augurios aciagos. Lo hace con naturalidad, sin especulaciones o explicaciones innecesarias, como quien pone la cámara a grabar un día cualquiera en la vida de una familia cualquiera. Así, a partir de las elipsis que naturalizan el relato desde sus primeras páginas, La tierra de los hijos nos permiten echarle un vistazo espantado a una de las muchas posibilidades de un futuro peor. Los escenarios postapocalípticos que plantea el cómic transcurren entre lo malo y lo pavoroso y lo hacen con un sentido de la normalidad que espanta; todo, desde ese realismo áspero y a veces incómodo que ha hecho de Gipi uno de los grandes nombres del cómic mundial. El Gipi de La tierra de los hijos se parece más al autor de Apuntes para una historia de guerra (aunque más tenebroso, más nihilista y menos simbólico) que al autor autobiográfico e intimista de sus obras recientes, pero sigue manteniendo esa línea desesperanzada que recorre casi toda su narrativa. Y, sobre todo, sigue demostrando que cada obra que publica es todo un acontecimiento para el medio.
La Patrulla-X Original (Panini), de Ed Piskor: La edición española del Grand Design de Piskor ha estado perseguida por la polémica, tanto por su desafortunada traducción "libre" del título (que escamotea las intenciones estilísticas y conceptuales de la obra original), como por las condiciones de impresión elegidas (con colores más saturados que en el cómic original, que perseguía un look deliberadamente retro). Nadie le ha puesto un solo pero, sin embargo, al hecho de que un autor proveniente del cómic underground, como Ed Piskor, se haya embarcado en una misión sui generis y tan ambiciosa que podría parecer irrealizable: la reconstrucción cronológica y comprensible de la historia mutante de Marvel; incluidas todas sus ramificaciones, desviaciones y excepciones. El conjunto funciona. El estilo de Piskor, tan rígido y entrañablemente anticuado como el de aquellos tebeos que rescataron el universo superheroico durante la Edad de Plata del cómic estadounidense, suscita nostalgias y satisfacciones de archivista antiguo.
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