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Entre todos, opté por el más raro, The Balloon Vendor, de Fred Schrier, dibujante underground americano del que desconocía hasta su origen, hasta que hace unos meses pujé por uno de sus "comix" en ese generador de mendicidad (especialmente para los seres de pobre voluntad) que responde al nombre de e-Bay. Tras informarme someramente de quién era el tipo por el que me disponía a soltar los cuartos (ímpelido básicamente por a) el imán de lo underground que me tiene perdidito últimamente y b) una portada de lo más resultona), vi, pujé y gané el susodicho tebeito con suma facilidad (sospechoso) y por una cantidad bastante módica.
Ahora, tras la lectura, breve y noctámbula de The Balloon Vendor, todo se me aparece con más claridad: no tengo ni idea de qué he leído, pero no pienso desengancharme de mi adicción underground (al menos por una temporada larga, una o dos vidas, digamos).
Sin perder de vista que estamos ante un movimiento heterogéneo y poblado por personalidades de lo más dispar, siempre me pareció que en el underground se podían distinguir dos polos temáticos bastante diferenciados: estaban por un lado los que enfocaban la crítica social y el costumbrismo antropológico desde una óptica paródica, hincando el diente en el lado grotesco de la realidad (Crumb, Shelton, o incendiario Clay Wilson, que dibujaba desde "el lado más bestia de la vida", por ejemplo). En el otro polo, aquellos autores más experimentales; los que aspiraban a reflejar sobre el papel sus experiencias lisérgicas y la mentalidad hippy-metafísico-karmática de la vida (como los Moscoso o Rick Griffin), a los que les importaba sólo relativamente la historia, frente a la indagación visual.
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