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lunes, agosto 04, 2014

Come prima, de Alfred. Viajes

El último cómic que comentamos de Alfred, su Por qué he matado a Pierre, junto a Oliver K., nos pareció de lo mejorcito que habíamos leído en mucho tiempo. De  él nos fascinaron su empleo de diferentes estilos gráficos (incluida la fotografía) para crear diversas vías narrativas y capas de significado, y el modo en que el color y la luz funcionaban junto a aquellas para trasmitir emociones en el lector. Nos sorprendió la inteligencia de un guión que desvelaba con cuentagotas los secretos de su trama y que, al paso de la sorpresa, caminaba junto al lector para completar una historia de recuerdos fragmentarios y de búsqueda en la memoria. También, los paisajes, la recreación del entorno natural y urbano como elemento contextualizador. 
Por qué he matado a Pierre ganó el premio del público en el festival de Angoulême de 2007. Come prima, el cómic de Alfred en solitario que acaba de publicar Ediciones Salamandra en nuestro país, ha obtenido este mismo año el Premio a la Mejor Obra en el mismo salón. Merecidamente, añadimos. 
Come prima conserva intactas todas las virtudes de aquel Por qué he matado a Pierre, algunas de ellas potenciadas: el talento de Alfred (Lionel Papagelli) para recrear asombrosos paisajes portuarios mediterráneos y la luz de la campiña italiana, sólo es comparable con su habilidad para emplear diferentes estilos gráficos y pictóricos en beneficio de su historia.
Su dibujo en Come prima se mueve entre una caricatura fluida, muy expresiva, luminosa y detallista, que ilustra la línea del relato principal (que nos recuerda al trazo de Gipi o incluso al de Prudhomme), y el precioso estilo esquemático, casi fauvista, a partir de trazos y manchas de color, que el autor emplea para los flashblacks fragmentarios y la parte onírica de la historia (una mezcla confusa evocada entre los recuerdos de los personajes principales y los sentimientos que los modelaron antes de llegar a serlo). Los dos estilos metamorfosean, se imbrican y se vuelven a separar en diferentes momentos del relato (como en ese estupendo diálogo de ebriedad que protagonizan Fabio y su perro en los capítulos finales de la historia y que Alfred convierte en un viaje desde la figuración hacia el arte abstracto). Y así, a través del dibujo, el autor construye su narración y levanta un guión complejo y lleno de matices, al servicio de una historia que esconde giros inesperados, descubre los secretos privados de sus protagonistas y da pie a historias secundarias que surgen con naturalidad dentro de su trama.
Sucedía algo similar en Por qué he matado a Pierre. Come prima está repleto de pequeños giros inesperados de guión, puertas que se abren y se cierran dentro del relato revelando breves historias que ayudan (como los brochazos difusos de la memoria incompleta) a configurar el cuadro general de la vida de los hermanos Giovanni y Fabio, que no dejan de perderser, encontrarse, odiarse y amarse a favor y en contra de su propia historia personal. 
Giovanni se va hasta Francia en busca de su hermano Fabio, que les abandonó muchos años antes sin dar apenas explicaciones. El reencuentro y el viaje de vuelta a Italia es un tránsito geográfico, pero al mismo tiempo un viaje interior con dos recorridos paralelos: el temporal que devuelve a los dos hermanos a su pasado y que nos ayuda a nosotros y a ellos a reconstruir su cronología, su historia; y el viaje espiritual que ayuda a los personajes a encontrarse a sí mismos y a intentar hallar su lugar en el mundo.
El viaje, siempre el viaje. Hay pocos temas más recurrentes en la historia del arte y, sin embargo, Alfred consigue dotar a su cómic de suficiente originalidad como para hacernos entrar en su propuesta sin reticencias o cuestionamientos. En Come prima seguimos a Fabio y a Giovanni a ciegas en su búsqueda ciega de respuestas, nos despeñamos con ellos a tumba abierta por la ladera del pasado, por la loma de los errores cometidos y las segundas oportunidades, y lo hacemos gracias a un uso del lenguaje narrativo que sorprende tanto en su faceta estilística como en la diegética, y que nos deja la certeza de que esta historia no sería lo mismo si no estuviera contada en viñetas. Come prima es un cómic que honra al cómic, porque su lenguaje (y la historia que con él se cuenta) se articula en coordenadas puramente comicográficas y su interpretación sólo adquiere un sentido pleno cuando se realiza a partir de esas mismas claves. Éste es uno de esos trabajos que dignifican el medio, sin duda.
Ogni giorno, ogni istante 
Dolcemente ti dirò 
Come prima, più di prima 
T'amerò

martes, marzo 18, 2008

Por qué he matado a Pierre, secretos y mentiras.

Cuando Olivier Karali (Olivier Ka) se puso en contacto con Lionel Papagelli (alias Alfred) para proponerle la transformación en cómic de un episodio autobiográfico, poco podían imaginarse ambos que estaban a punto de alumbrar una de las novelas gráficas más exitosas de los últimos años. Ganadora del Premio del público y del Premio Esencial de Angoulême 2007, Por qué he matado a Pierre (Ponent Mon) relata los años de infancia de su autor y guionista, Olivier Ka, así como el periodo de áspera transición hacia la adolescencia, primero, y hacia la juventud, finalmente.
No obstante, en Por qué he matado a Pierre la recreación del proceso ordinario del crecimiento infantil se deforma progresivamente con cada página, como un tumor existencial, que convierte la transformación del pequeño Olivier en una gran mentira; todo por un secreto escabroso e inconfesable, uno de esos que no se deben desvelar de antemano (y que tampoco descubriremos aquí, no teman).
Casi todo parece medido con una precisión de cirujano en esta historia de niños felices, progenitores hippies esperanzados, curas de izquierdas y universitarios posrevolucionarios. Desde el tiempo discursivo ("cronometrado" por una precisa organización en capítulos que se abren con una imagen del protagonista en continuo crecimiento), hasta la dosificación de los indicios que amparan y esbozan la "tragedia" del protagonista; y que, después, preparan su desenlace catártico. Les hubiera sido más sencillo a sus autores recrearse en un ejercicio hierático de tragedia aséptica (en la línea de obras recientes como Madre vuelve a casa, de Paul Hornschemeier), sin embargo, Alfred y Olivier Ka optan por un género mucho más ajustado al pulso de la cotidianeidad: la tragicomedia.
Porque si algo innegable hay respecto a esta obra es que, en Por qué he matado a Pierre, las sonrisas conviven con las penas en perfecta armonía. A las primeras ayuda, sin duda, ese dibujo caricaturesco limpio y resplandeciente de Alfred. Un trabajo gráfico que nos ubica instantáneamente en el territorio de la línea clara belga, en el feudo de clásicos de Charleroi como Franquin o Jijé. Un dibujo que, paradójicamente, consigue ampliar la carga dramática de las escenas más peliagudas de la obra; ya conocen el dicho pervertido: en ocasiones no hay nada más terrible que la sonrisa de un niño. En ese mismo sentido, funciona el uso del color: Henri Meunier (encargado de tales menesteres) elige gradaciones y gamas cromáticas de una forma simbólica, como herramientas de exposición anímica y termómetro de la transición entre el niño y el hombre, entre el sueño y la vida. De fondo, la crónica social de un periodo convulso en Francia y en Europa: el que avanza desde los proyectos infinitamente revolucionarios del 68, hasta el descreimiento político-cultural que surgiría entre los estertores de un S. XX moribundo. Como las personas, las ideas también se hacen mayores.
En esos tránsitos múltiples, se determina el despertar de Olivier a la realidad adulta (en un recorrido retorcido por la culpa de una niñez golpeada) y en ese camino se concretan las virtudes de Por qué he matado a Pierre. Desde sus página iniciales, salpicadas por el arco iris de la inocencia infantil, hasta el episodio final de la expiación, compuesto como una fotonovela (con fotografías reales -¿se acuerdan de ese otro gran cómic que es El fotógrafo?-), el lector vive y vislumbra en este cómic un secreto argumental doloroso: el que se esconde tras la pérdida de la inocencia (traumática, en este caso).

La inteligencia de sus autores a la hora de medir, dosificar y organizar materiales, evita subrayados innecesariamente trágicos y simplificaciones psicológicas (o maniqueas) en la descripción de sus personajes. Por eso, por su inteligencia, Por qué he matado a Pierre nos toca como lectores en lo más hondo, porque, en ese territorio de nuestra memoria (o alma, vayan ustedes a saber) donde se mueve su historia, es donde aún habita el crío que fuimos algún día, alguien no tan diferente del pequeño Olivier, después de todo. Y me van a perdonar que me haya puesto sensible, cayendo precisamente en las tentaciones que este tebeo trata de evitar a toda costa.
Sobra el comentario, pero Por qué he matado a Pierre fue uno de nuestros favoritos del 2007, por supuesto.