Cuando Olivier Karali (Olivier Ka) se puso en contacto con Lionel Papagelli (alias Alfred) para proponerle la transformación en cómic de un episodio autobiográfico, poco podían imaginarse ambos que estaban a punto de alumbrar una de las novelas gráficas más exitosas de los últimos años. Ganadora del Premio del público y del Premio Esencial de Angoulême 2007, Por qué he matado a Pierre (Ponent Mon) relata los años de infancia de su autor y guionista, Olivier Ka, así como el periodo de áspera transición hacia la adolescencia, primero, y hacia la juventud, finalmente.
No obstante, en Por qué he matado a Pierre la recreación del proceso ordinario del crecimiento infantil se deforma progresivamente con cada página, como un tumor existencial, que convierte la transformación del pequeño Olivier en una gran mentira; todo por un secreto escabroso e inconfesable, uno de esos que no se deben desvelar de antemano (y que tampoco descubriremos aquí, no teman).
Casi todo parece medido con una precisión de cirujano en esta historia de niños felices, progenitores hippies esperanzados, curas de izquierdas y universitarios posrevolucionarios. Desde el tiempo discursivo ("cronometrado" por una precisa organización en capítulos que se abren con una imagen del protagonista en continuo crecimiento), hasta la dosificación de los indicios que amparan y esbozan la "tragedia" del protagonista; y que, después, preparan su desenlace catártico. Les hubiera sido más sencillo a sus autores recrearse en un ejercicio hierático de tragedia aséptica (en la línea de obras recientes como Madre vuelve a casa, de Paul Hornschemeier), sin embargo, Alfred y Olivier Ka optan por un género mucho más ajustado al pulso de la cotidianeidad: la tragicomedia.
Porque si algo innegable hay respecto a esta obra es que, en Por qué he matado a Pierre, las sonrisas conviven con las penas en perfecta armonía. A las primeras ayuda, sin duda, ese dibujo caricaturesco limpio y resplandeciente de Alfred. Un trabajo gráfico que nos ubica instantáneamente en el territorio de la línea clara belga, en el feudo de clásicos de Charleroi como Franquin o Jijé. Un dibujo que, paradójicamente, consigue ampliar la carga dramática de las escenas más peliagudas de la obra; ya conocen el dicho pervertido: en ocasiones no hay nada más terrible que la sonrisa de un niño. En ese mismo sentido, funciona el uso del color: Henri Meunier (encargado de tales menesteres) elige gradaciones y gamas cromáticas de una forma simbólica, como herramientas de exposición anímica y termómetro de la transición entre el niño y el hombre, entre el sueño y la vida. De fondo, la crónica social de un periodo convulso en Francia y en Europa: el que avanza desde los proyectos infinitamente revolucionarios del 68, hasta el descreimiento político-cultural que surgiría entre los estertores de un S. XX moribundo. Como las personas, las ideas también se hacen mayores.
En esos tránsitos múltiples, se determina el despertar de Olivier a la realidad adulta (en un recorrido retorcido por la culpa de una niñez golpeada) y en ese camino se concretan las virtudes de Por qué he matado a Pierre. Desde sus página iniciales, salpicadas por el arco iris de la inocencia infantil, hasta el episodio final de la expiación, compuesto como una fotonovela (con fotografías reales -¿se acuerdan de ese otro gran cómic que es El fotógrafo?-), el lector vive y vislumbra en este cómic un secreto argumental doloroso: el que se esconde tras la pérdida de la inocencia (traumática, en este caso).
La inteligencia de sus autores a la hora de medir, dosificar y organizar materiales, evita subrayados innecesariamente trágicos y simplificaciones psicológicas (o maniqueas) en la descripción de sus personajes. Por eso, por su inteligencia, Por qué he matado a Pierre nos toca como lectores en lo más hondo, porque, en ese territorio de nuestra memoria (o alma, vayan ustedes a saber) donde se mueve su historia, es donde aún habita el crío que fuimos algún día, alguien no tan diferente del pequeño Olivier, después de todo. Y me van a perdonar que me haya puesto sensible, cayendo precisamente en las tentaciones que este tebeo trata de evitar a toda costa.
Sobra el comentario, pero Por qué he matado a Pierre fue uno de nuestros favoritos del 2007, por supuesto.