lunes, junio 25, 2012

Jinchalo, de Matthew Forsythe. Indigestiones de sushi.

Acabamos de regresar de Inglaterra y hemos tenido la oportunidad de leer Jinchalo de Matthew Forsythe, una rareza sin palabras, pero cargada de una preciosa imaginería onírica, que continúa las aventuras de la niña protagonista otro de sus cómics, Ojingogo.
Tenemos que reconocer que la primera vez que nos topamos con los dibujos de Forsythe, pensamos que estábamos delante de la obra de una vieja (joven) conocida, Laura Park. El estilo de ambos se acerca a la mímesis en algunos momentos, los dos rebosan de talento visual y tienen la extraña capacidad de crear personajes empáticamente adorables.
Jinchalo es, como hemos dicho, un tebeíto extraño: es una de esas obras pequeñas, editadas con mimo, que parecen convertirse en objeto de colección y motivo de relectura constante, más que en tebeos de estantería. Más peliagudo es describir su contenido. Si les decimos que la aventura de su pequeña protagonista coreana se sitúa a medio camino entre las divertidas bufonadas animales de Trondheim, el surrealismo psicodélico de Woodring, el desvarío polimórfico de Cooper, la imaginería fantástica del cine de Miyazaki y la mirada infantil sobre la espiritualidad japonesa del NonNonBa de Mizuki, probablemente nos manden a freir tofu, pero les aseguramos que la mezcla señalada se acerca bastante a lo descrito.
Jinchalo significa en coreano algo así como "¿de verdad?" y a lo largo de sus páginas nos hacemos esa misma pregunta en multitud de ocasiones. En ellas se nos relatan los desvaríos gastronómicos y las alucinaciones (no sabemos si puramente digestivas) de una adorable niña que, ante los ojos sorprendidos del lector, devora nigiris, incuba huevos mágicos, pasea con su pulpo de compañía, vuela el pico de pelícanos gigantes y envejece con la misma facilidad que vuelve a rejuvenecer. En este sentido, la historia de Jinchalo nos recuerda a esos recorridos psicodélicos de Frank o Jim, en los que, justo cuando parece que empiezas a hilar un argumento o una línea de coherencia temática, te topas de bruces con el salto alucinado y la bifurcación surrealista, que tanto le gustan Jim Woodring. El placer de la inconsciencia inesperada.
Jinchalo se lee, se recorre, más bien, en un suspiro, y no es de esos cómics que compensan la inversión si únicamente hablamos en términos de tiempo de lectura, sin embargo, será un capricho gozoso, y desde ese momento muy rentable, para todos aquellos que disfrutan del cartoon orientalizado, el surrealismo amable y la miniatura ilustrada.

lunes, junio 18, 2012

3 relatos. La historia secreta del hombre gigante, de Matt Kindt. Creerse enorme.

Después de aquella historia llena de claves codificadas, ironía narrativa y jugueteos desestructurados que fue Super Spy, teníamos ganas de echarle un ojo a la última historia de Matt Kindt publicada ya hace casi un año en nuestro país: 3 relatos. La historia secreta del Hombre Gigante.
Arranca la narración contándonos la historia de Marge y Butchie a través de la mirada de aquella; un relato en primera persona, contado desde la vejez, cargado de nostalgia, dolor y reproche; una de esas historias tan americanas de reclutamientos, viudas jóvenes y huérfanos con sensación de pérdida. Hasta aquí, todo más más o menos normal, dentro de los límites emocionales de la historia. Sucede, sin embargo, que este primer relato no es sino el marco, la chispa desencadenante, de la verdadera historia que se desarrolla en las páginas de la obra: la de Craig Pressgang, el hombre gigante.
Cada uno de los tres relatos que dan título al volumen, de hecho, responde a un episodio de esa misma historia. Aunque quizás sería mejor decir que cada uno de ellos nos cuenta la misma historia desde un punto de vista diferente. Entre todos intentan conformar una personalidad compleja, completar un perfil vital creíble a partir de la elaboración descriptiva y la multiplicidad de los puntos de vista: la verdad depende de quién te la cuente, parece decir Matt Kindt. Así, en el primer relato asistimos al nacimiento de Craig a través de los ojos de Marge, su madre. Se trata de un episodio en el que el protagonista se presenta como un "cuerpo extraño", como un pobre sustituto de la figura amada, que no llega nunca a ocupar el hueco dejado por él. En el segundo relato es Jo, su mujer, quien nos cuenta la historia del hombre gigante, la historia de su distanciamiento sentimental y físico, la del nacimiento de su hija Iris y la de cómo a medida que Craig aumenta en centímetros se va alejando del suelo y de una existencia humana ordinaria. Es precisamente Iris, su hija, nuestra guía a través del último relato del cómic. El de la búsqueda de las huellas del tiempo, el pasado de un hombre al que su hija apenas llegó a conocer y con el que nunca pudo mantener otra relación que la que tendrían un insecto diminut0 y un elefante; una búsqueda fracasada antes de comenzar.
Matt Kindt enriquece su relato de relatos con una sobredosis de imaginación y docenas de detalles dirigidos a enriquecer la personalidad del protagonista y construir el edificio de su pasado. A fin de cuentas, la experimentación narrativa y la búsqued de soluciones ingeniosas parecen ser dos de las marcas de identidad del norteamericano. En Super Spy el proceso de deconstrucción del relato principal se apoyaba en la fragmentación aleatoria de la historia y en su decodificación en forma código secreto que debía ser descifrado por el lector. Un divertido experimento lleno de retos. Ahora, el proceso deconstructivo se basa en la mencionada planificación de los tres puntos de vista y en el apoyo interdiscursivo de la multitud de documentos, recortes de periódico, garabatos infantiles y mapas arquitectónicos (todos ellos ficcionales, por supuesto), que Matt Kindt inserta estratégicamente entre las páginas de su narración. La subjetividad del punto de vista reforzada por el trozo de papel, por el frío recorte. Otra solución ingeniosa, sin duda.
Y sin embargo, 3 relatos. La historia secreta del Hombre Gigante no acaba de funcionar del todo, al menos, no lo hace en la misma manera en que lo hacía Super Spy. No conseguimos entrar en la historia de Craig Pressgang como lo hacíamos en la red bélica de confabulaciones y espionaje de su anterior cómic. Y además nos divierte menos que aquella: se trata de un relato más ordinario y sentimental, menos lúdico. Así, aunque podemos leer la historia del gigantismo de Craig desde el plano simbólico de su aislamiento sentimental y social, en el fondo, el relato de su enfermedad no deja de resultar extravagante, como también lo es la progresiva ramificación del relato (la intromisión de la CIA, el triunfo artístico de Jo, etc.). Puede ser que el mundo de los gigantes de ficción y su imaginario estén ya tan llenos de Gullivers o gigantes ahogados, como el del inquietante relato de J. G. Ballard (que les recomendamos fervientemente), que la entrada de nuevos iconos de lo mastodóntico invite a la injusta comparación constante.
Dicho lo cual, una vez más, Matt Kindt demuestra que es uno de los autores norteamericanos contemporáneos que no debemos perder de vista. Sus historias están siempre llenas de hallazgos y sorpresas narrativas, de giros inesperados y soluciones brillantes. Nos gusta su osadía y su afán experimentador, nos gusta hasta cuando lo que hace nos gusta menos que otras veces. Ya es decir.

martes, junio 12, 2012

Marina y Zap están vivos.

Bueno, en realidad todavía no se han despertado del todo, pero empiezan a cobrar vida en una Isla Flotante y alrededores, gracias a manos tan hábiles como las de Raquelilla:

lunes, junio 04, 2012

Latidos y Pejac, dándole vueltas a la intervención.

Retomamos el asunto del arte urbano y las intervenciones. Lo hacemos, además, con gusto, porque vamos a hablar de amigos de esta página.
Desde hace unos meses, un colectivo de artistas sorianos que responde al nombre de Latidos del olvido, se ha propuesto rescatar el recuerdo y restaurar las sombras que, junto al musgo y el escombro, se esconden entre los muros de los viejos pueblos castellanos abandonados o antiguas fábricas desmanteladas. El colectivo lo forman Javier Arribas, Paye Vargas, Enrique Rubio y Diego Llorente; cada uno de ellos maneja un lenguaje artístico, una mirada diferente a la hora de abordar lo que ellos denominan la “crea-ocupación" de dichos lugares abandonados. La profesora de historia Eva Lavilla nos deja adivinar la motivación que dirige los pasos de este proyecto colectivo, cuando señala que:
Habría que inventar un nuevo término para los lugares que ya no nos pertenecen, los que abandonamos o de los que hemos sido expulsados.
Marc Augé acuñó el de los no lugares para esos espacios de la postmodernidad en los que el ser queda en suspenso, donde la transitoriedad corroe la esencia del individuo (si es que tal cosa existe de forma objetiva). No nos gusta el concepto de arqueología industrial, demasiado emparentado con el espíritu romántico de la ruina porque sólo rescata aquello que es estéticamente bello e institucionalmente útil; las antiguas estaciones de ferrocarril y las fábricas de ladrillo con sus hermosas chimeneas son ahora centros cívicos de la democracia postindustrial. ¡Tan hermosas que han borrado definitivamente las huellas de la explotación y el hollín!
Sin embargo aquí hay una apuesta clara por el feísmo, que es una experiencia estética e intelectual tan fértil como la contemplación de la más bella de las arquitecturas. Lo que un día fue lugar de trabajo es hoy umbral hacia otra dimensión. Entramos a las tripas de la sociedad, accedemos al laberinto de puertas desvencijadas y mobiliario arrumbado. No sólo pasado y abandono pretérito. El ruido nos anuncia el encuentro con seres fagocitados por la voraz alimaña, hombres desdibujados que recorren nuestras ciudades como espectros en su búsqueda de un refugio. Tenemos miedo.
Uno de sus miembros fundadores, Javier Arribas, por ejemplo, llena las paredes y los muros abandonados de rabiosos trazos expresionistas, que recrean literalmente las sombras de personas que pudieron proyectarse sobre ese mismo espacio; su pintura es natural, orgánica, invade las paredes con agua y barro, o construye sus esculturas con materiales prestados de la naturaleza y amasados con espíritu póvera. No sorprende que sus intervenciones hayan ocupado, entre otros espacios, los muros de La Tabacalera, esa fábrica enorme que ha transformado el madrileño barrio de Embajadores en un nuevo Berlín vanguardista.
Son ya dos las revistas que el colectivo Latidos del olvido ha publicado recogiendo sus intervenciones artísticas, junto a un buen numero de textos críticos y literarios, que ayudan a conformar y confirmar su propia poética creativa. La última, "Carne: materia prima".


A nuestro segundo invitado ya lo conocen ustedes, porque hemos hablado de él aquí en numerosas ocasiones. Nos referimos al pintor-escultor, grafitero e ilustrador cántabro Pejac. Volvemos a traerle a colación porque su crecimiento artístico en los últimos tiempos no está pasando desapercibida entre la crítica y el público.
Después de su aparición en las páginas de Los nombres esenciales del arte urbano y del graffiti español, su actividad ha sido frenética y la calidad de su propuesta multidisplinar creciente. No ha abandonado la intervención urbana, es más, la ha extendido hasta las "costas" de París, los raíles de estaciones semi-abandonadas o su serie "Arte urbano desde casa". Pero es que, además, la línea más clásica de su producción (la de las ilustraciones sobre papel, las esculturas de pequeño tamaño y el collage) está viviendo un periodo brillante de inspiración y excelencia simbólica, gracias a series y motivos como el de las "medusas", que ha vertebrado su reciente exposición "La cara oculta" con la galería mallorquina Fran Reus, y que ha coleccionado críticas entusiastas.
Completa Pejac su actividad frenética con proyectos de ilustración llenos de sensibilidad y poesía, como la que encierra a un pájaro en la jaula de papel de libreta, para la agencia Mimuik, o la que libera a toda una bandada en la portada del último disco de la banda Haddoks Orphans. Talento desatado y creatividad sin bridas, los de Pejac.

Ya ven, imaginación y arte urbano para unos tiempos difíciles. La mirada crítica encauzada con barro y gesto airado o con ácida inteligencia simbólica. Afortunadamente, los caminos del arte son libres e inescrutables. Mientras haya gente capaz de ver más allá del muro blanco, de la pared que enclaustra y encierra, seguirá habiendo esperanza.