Recupero un viejo artículo del Culturas, sobre Marjane Satrapi y su Pollo con ciruelas; y lo hago ahora porque me parece un buen prólogo o, mejor dicho, un buen calentamiento para adquirir la disposición mental adecuada para el día de mañana. Me explico, aprovechando el asueto que me regala este puente pilaresco, me he venido a Barcelona a pasar unos días; y aprovechando que venía a Barna, mis amigas de El aleteo desequilibrado (Contrabanda FM) me han invitado a pasar una rato con ellas hablando de cómics y mujeres, de mujeres en los cómics, en realidad. Será mañana a partir de las 5.30 de la tarde en la emisión en directo de los sábados, que se puede oír online aquí. Ya os contaré como sale todo. Ahora, os dejo con Satrapi y su alta cocina iraní. ____________________________________________________________
¿Se puede sobrevivir al éxito y mantener las señas de identidad que ayudaron a conseguirlo? Marjane Satrapi demuestra que sí y, en una doble cabriola narrativa sin red, mejora sus precedentes. Norma Editorial ha publicado en España Pollo con ciruelas, la última obra de la creadora de Persépolis (lo más parecido a un best-seller que, en términos comicográficos, podemos encontrar en nuestra pequeña Europa). Esta joven autora, que rozó la gloria editorial con el relato autobiográfico de su niñez en Irán y posterior autoexilio a Francia (Persépolis, entre otras muchas menciones, obtuvo el prestigioso premio Harvey a la mejor obra extranjera; además Satrapi fue considerada la autora revelación del año 2001 y obtuvo el premio al mejor guión en el año 2002 en el salón de Angoulême), parece ahora con Pollo con ciruelas haber encontrado su particular vía de banda ancha hacia el estrellato; por de pronto, ya ha recibido el premio al mejor álbum en el último salón de Angoulême (la meca de los premios europeos del cómic) y, sin duda, no será la última mención que recibirá con esta peculiar joya del cómic que ha modelado.
Pollo con ciruelas conserva intactas casi todas las virtudes que definen a su autora: la esencialidad gráfica basada en el esquematismo y la combinación de áreas planas en blanco y negro, la concreción simbólica de lo real a través de metáforas iconográficas o la oportuna ruptura temporal con fines informativos por medio de flash-backs y digresiones narrativas. Precisamente, es en el terreno de la organización del material narrativo, donde residen los fundamentos que, en nuestra opinión, convierten a Pollo con ciruelas en una obra superior a sus precedentes y, más allá de cualquier comparación, en una narración gráfica sobresaliente.
No por conocida, deja de sorprendernos la estructura discursiva que maneja Satrapi. El referente más popular de este modelo de organización cronológica es, sin duda, Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez. Pollo con ciruelas, como aquel, desvela rápidamente su final; la primera parte de libro nos adelanta esquemáticamente un suceso trágico: los acontecimientos inmediatos que movieron a Nasser Ali Kahn (músico iraní abuelo de la autora) a dejarse morir. A partir de ese instante, una vez configurado el armazón argumental en apenas dieciséis páginas (que concluyen en la tremenda escena del entierro), Satrapi comienza a desmenuzar uno a uno los días que transcurrieron entre el momento en que Nasser Ali Kahn toma su decisión fatal y el señalado día del deceso (escenificado de nuevo al final del libro por la misma instantánea emblemática del entierro). De este modo, cada uno de esos ocho días de agonía autoinducida, funciona como límite de organización narrativa, y los sucesos y anécdotas que encierran, como capítulos esenciales de una vida, la de la historia de Nasser Ali Kahn.
Una historia que, en manos de Satrapi, crece y se enriquece a cada página con el pulso de la materia viva. Como un árbol que cada vez esconde más anillos en su tronco, Pollo con ciruelas recubre el hecho anecdótico (la semilla inicial que se esboza en sus primeras dieciséis páginas), con todas esas capas narrativas, detalles y datos biográficos, que consiguen transformar a un cuento en un fragmento de vida; y es que, igual que la existencia no suele permitir lecturas en línea recta, en las historias de Satrapi las cosas casi nunca son tan sencillas como parece desprenderse de la bella ingenuidad que transmiten sus imágenes.
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Vaya, veo que en este dichoso cibercafé, los ordenadores no me dejan subir imágenes, otro día será. Pues nada, viva la desnudez y la consistencia verbal. Allá va el post, más mondo y lirondo que un papiro mesopotámico (Actualización sábado: ¡¡Arreglado!!)