Hotel California, de Nine Antico, se lee como quien escucha una canción de las Ronettes y
luego otra de los Rolling y más tarde una de Love. En realidad, muchas de sus
páginas se escuchan, más que se leen. Ya lo insinúa el título. La música es una
de las dos grandes pasiones de Nine Antico; nos lo cuentan los de Sapristi Cómic
en la biografía que hay en la solapa interior. En concreto, nos dicen que la
autora es una gran aficionada al rock y que ha publicado numerosos trabajos
sobre el tema. La segunda gran afición de Nine Antico es el cómic. Eso ya lo sabíamos nosotros, porque en nuestro país hemos podido disfrutar de dos obras suyas: Girls Don't Cry y El sabor del paraíso.
A veces pasa que uno lee
un libro actual (un cómic como éste, por ejemplo) y cree estar leyendo una obra
de hace décadas (de los años 60 ó 70, pongamos). Pasa con Hotel California. Nos metemos en la narración, con sus imágenes
surferas, sus onomatopeyas galopantes, sus sinestesias musicales y esas luces de neón a lo Guy Peellaert, y
cuando nos damos cuenta estamos en San Francisco en 1968 junto a un tal Robert
Crumb, vendiendo comix en Haight-Ashbury, calle arriba, calle abajo, y nos llamamos Victor Moscoso. Bueno, nos
llamamos Nine Antico, pero cuando alguien ve nuestros dibujos, se acuerda de
Víctor Moscoso o de Skip Williamson.
O, quizás, leen nuestro
cómic y se creen que somos la hermana pequeña de Guido Crepax, porque nuestras páginas
se dividen y subdividen en viñetas cada vez más pequeñas e imprevisibles, como
un zigoto que se multiplica en secuencias, sólo aparentemente regulares,
guiadas, eso sí, por un hilo musical que recorre la historia del rock. Sí, a
Crepax le encantaban esas historias que avanzaban en staccatto, como en un
ritmo sincopado en el tiempo y en el espacio ajeno a la linealidad narrativa. Como le encantan a Nine Antico, que se inventa a una groupie rubia, bella, culta y virgen,
llamada Ricitos, sólo porque a ella también le hubiera encantado ser groupie y
haber besado los mismos labios que besaron a Mick Jagger; y haber bailado sobre
la tumba de Lenny ‘Bruce’ Schneider justo antes de cruzarse con Brian Wilson en
un supermercado; o, incluso, haberse recreado con el onanismo vulnerable de
Captain Beefheart o de Jim Morrison, y seguir siendo virgen: una niña-groupie que sueña que se lo
está inventando todo. Y así, saltamos de año en año, de un escenario a otro y
de un guateque a una sala de conciertos en Sunset Boulevard o en Las Vegas, hasta recorrer la historia del gran rock de los años 60 y 70.
Hay que ser muy melómano
y muy rockero para disfrutar de Hotel
California como Hendrix manda. Para entender esa ruta de pequeñas geografías
que recorren el oeste de Los Ángeles y pasan por The Ed Sullivan Show, los Festivales de Monterrey y Woodstock o entran en la Colmena de Mama Cass, mientras aún resuena el eco de
una avioneta estrellada que acabó con la historia de la música en Clear Lake, Iowa.
Si no te gusta el rock
and roll y no echas de menos una década que seguramente nunca llegaste a vivir,
probablemente Hotel California no sea tu cómic, y Nine Antico te va a dejar más
frío que una nota suspendida de Tangerine Dream.