lunes, marzo 28, 2011

Hair Shirt, de Patrick McEown. Indie-cómics con perros peludos.

Algo se está cociendo en Canadá, y lo hace al ritmo de los Arcade Fire, de los New Pornographers, de los Hidden Cameras o de los Crystal Castles. Canadá huele a indie.
Cuando comenzamos a leer Hair Shirt tuvimos un pálpito, ¡a ver si esto va a ser canadiense! Se lo decimos como lo sentimos, que la cosa olía a Montreal o a Toronto por los dos costados del libro. El nombre del autor, tampoco nos sacaba de la órbita de pensamiento. Bingo, efectivamente, Patrick McEown es canadiense, un autor de mainstream que se ha pasado a la independencia con tanta fe que, como se señala en su biografía, considera que Hair Shirt es en realidad su primer cómic, "a pesar de su gran experiencia en el medio". También dice en la misma que para llevarlo a cabo "se inspiró en su propia historia y la de su gente", y ahí encaja todo: los personajes de este cómic son más indies que los de los tebeos de Jeffrey Brown. Una vida así de alternativa no se puede vivir más que en Canadá. Detroit, Seatle, San Francisco o Athens han pasado a la historia, la movida actual crece y se reproduce en el país del arce. Larga vida a los hijos de Neil Young.
Pero, ¿y qué es un cómic indie aparte de un tebeo protagonizado por personajes indies? Difícil, podríamos hablar de rasgos como la independencia, el riesgo, la falta de pretensiones comerciales, la sinceridad... Lo saben bien los también canadienses del Drawn & Quarterly (Seth, Matt, Chester Brown, Doucet), que cambiaron el concepto de la autobiofrafía en el cómic allá por los 90, y que ahora convivien con el rol del autor consagrado, pese a venir prácticamente de la autoedición. Les ha pasado a muchos de los autores de minicómics de aquella década. Quizás todo forma parte de un movimiento artístico global mucho más amplio que el cómic: tenemos la impresión de que lo indie se está conviertiendo en "lo pijo". Suena raro sí, pero nos da en la oreja que cualquier día se oirá a Sigur Ros y a Radio Head en los garitos de Serrano. La industria lo ha vuelto a hacer, ha absorbido lo que era alternativo para hacerlo suyo. En el cómic, la gran industria casi ni existe, así que podemos decir que lo alternativo y lo mercantil han convivido siempre mezclando sus fronteras de forma natural. Ahora, ¿no les parece indicativo la cara de figurón del arte contemporáneo que se les está poniendo (de forma merecida, añadimos) a gente otrora tan underground y marginal como Daniel Clowes o Chris Ware? De un día a otro nos los encontramos en Arco.

Nos enrollamos. Decíamos que Hairshirt es un tebeo muy indie, porque sus personajes llevan una vida que ni los antiguos bohemios franceses, muy de novela de Nick Hornby o de Douglas Coupland: todos son artistas y músicos, amigos de las performance, viven en ruinosas casas con descuidado encanto, tienen trabajos basura de subsistencia (que no consiguen anular sus profundas inquietudes intelectuales) y, casi todos, esconden traumas infantiles de los que darían para escribir un cómic, como Hair Shirt. En el fondo, no lo dudamos, es el tipo de vida que lleva (o ha llevado) Patrick McEown. Da un poco de envidia. Dentro de su monotonía indisimulada, la cosa pinta fascinante: es el tipo de existencia que, a base de películas independientes y libros malditos, ha terminado por adquirir cierto rango icónico y mitológico para los hijos de aquella fallida Generación X y derivaciones post-grunge.
Seguimos enrollándonos. En Hair Shirt hay sexo, humo y rockandroll; y muchos sentimientos retorcidos y relaciones cruzadas, decepciones, engaños y aturdimientos. Es un cómic sinuoso y arrítmico, que devanea alrededor de la psique de unos personajes torturados y confusos. John, el narrador, cuenta en primera persona una parte de su historia personal, nos habla de sus relaciones, de su reciente ruptura y de su reencuentro con Naomi, su amor de adolescencia. A través de su voz se describe la tortuosa historia de juventud de Naomi y la de su hermano Chris, antiguo amigo de John. La memoria es fragmentaria e imperfecta, por eso los recuerdos de John se exponen en el cómic de forma dispersa, como si brotaran espontáneamente a propósito de una situación, una charla o un indicio concreto. El narrador-personaje de Hair Shirt tiene un discurso lúcido y su relato se mueve sinuoso por el pasado, alternando recuerdos, traumas y momentos oníricos revestidos en pesadillas con perro incluido (de ahí el título).
Patrick McEown escribe muy bien, sus diálogos suenan vivos y agudos (en muchos momentos ingeniosos); lamentablemente, en la vida vida vulgar y ordinaria el ser humano pocas veces es capaz de verbalizar con esa claridad y brillantez los conflictos interiores: por eso, en algunos pasajes, la prosa de McEown huele a filtro artístico en detrimento de la fluidez del relato. Es cierto, además, que, en ocasiones, se crea cierta confusión entre las transiciones oníricas, los recuerdos y el momento presente, pero como observará el lector con el devenir de la historia, este aspecto narrativo puede estar justificado por esa misma fragilidad de nuestro recuerdo. En ese sentido, el contexto de la acción, podría leerse como un entorno simbólico, una figuración geográfica de la inestabilidad emocional de los personajes principales:
Esta ciudad no existe. Quiero decir, que en realidad no podemos considerarla una ciudad. No tiene núcleo, no tiene centro, sólo periferia. Apenas es un lugar, sino más bien un circuito de rutas sin destino fijo. Como una serie de sucesos fugaces unidos por el anhelo de contactar. La gente no vive aquí, sólo circula, como satélites solitarios orbitando alrededor de un planeta que nunca existió.
El apartado gráfico es igualmente delicado y volátil: se basa en una trazo fino y nervioso que recuerda a la nueva hornada de estrellas francesas, desde De Crecy a Sfar, pero que emparenta, gracias a su abundante entramado, con el underground norteamericano. McEown demuestra escuela y personalidad para la recreación fisonómica esquemática, la gestualidad y el detalle significativo. El dibujo de Hair Shirt ayuda a crear una atmósfera intensa, sofocante en algunos tramos, y con ese aire "extraterrestre" que no debe faltar en un buen relato indie...
Quién sabe, el día en que se oigan a los New Pornographers en los discotecones ibicencos, quizás este buen tebeo de McEown llegue a ser un superventas. Mientras llega ese momento, pasaremos los periodos de nostalgia soñando que estamos en una fiesta shoegazing en cualquier ático canadiense, al ritmo de The Great Lake Swimmers.

lunes, marzo 21, 2011

Operación muerte, de Shigeru Mizuki. ¿Era necesario llegar a ese punto?

- ¿Para qué ha servido la operación muerte? ¿Para qué van a servir nuestras muertes?
- Basta ya, cállate. Por mucho que gritemos ahora, nada va a cambiar. Aceptemos esto como nuestro destino.
Cuando Japón asume su derrota en la Segunda Guerra Mundial, después de los traumáticos sucesos en Hiroshima y Nagasaki, el Emperador Hirohito compadece ante los medios radiofónicos para anunciar la derrota con un discurso ante su pueblo. Ese 15 de agosto de 1945, por primera vez en sus vidas los japoneses escuchan la voz de su máximo dirigente. Supone el fin de una era: la retrasmisión radiofónica, el sonido de la voz imperial, supone a su vez la asunción de que su emperador es un ser humano, un mortal más, en vez de una deidad. Centenares de altos mandos del ejército japonés ponen fin a sus días mediante la ceremonia suicida del sepukki. La realidad se vuelve tan intolerable para ellos que sólo la muerte supone una salida honrosa a una vida militar fanatizada basada en unos códigos de honor tan dudosos como la naturaleza divina de su máximo dirigente.
Sólo desde la fe ciega y el fanatismo se entienden algunos de los actos bélicos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Acciones como el suicidio por honor, los asaltos kamikazes o la operación muerte, sólo se conciben desde una fe irracional, desde una creencia pseudo-religiosa en una superioridad moral y racial. Los soldados japoneses no se rendían después de la derrota, se inmolaban o se suicidaban.
Recientemente hemos tenido la ocasión de sufrir con una de las películas más duras que ha parido la historia del cine: Ciudad de vida y muerte, de Lu Chuan; un film en el que la vida parece un accidente testimonial. En esta cinta se narra la ocupación de la ciudad china de Nanking, uno de los episodios más vergonzosos de la vergonzosa Segunda Gran Guerra. El relato de las atrocidades llevadas a cabo por las tropas japonesas durante la ocupación es de tal dureza que el espectador no sale indemne de la experiencia. Estremece pensar que, en la naturaleza humana, existe espacio para la barbarie en esos términos; estremece imaginar hasta qué punto podríamos cada uno de nosotros comportarnos de manera similar en situaciones de similar enajenación.
Operación muerte, de Shigeru Mizuki, aborda otro episodio atroz, el de la defensa del puesto de Baien (en la Isla de Nueva Bretaña, en el Pacífico). No descubrimos nada si decimos que el final de dicha operación se anticipa en el título y se anuncia desde las primeras didascalias del relato. Shigeru Mizuki participó en el episodio militar.
Cambia el punto de vista respecto a Ciudad de vida y muerte, claro: éste es un cómic contado por un japonés, un soldado-testigo que devino en dibujante de cómics, y el enfoque es, por tanto, mucho más subjetivo. Curiosamente, el “malo” sigue siendo el mismo, el fanatizado ejército japonés, cegado por sus valores feudales de la gloria y el honor (recordemos que Japón subsistió como régimen feudal hasta finales del S. XIX).
Por otro lado, Operación muerte es un trabajo mucho más “ligero” que Ciudad de vida y muerte. Lo es por la fuerte carga de humor que trasmite Mizuki en algunas de las escenas relatadas: al plantearse, en muchos momentos, la visión de la guerra como un absurdo (el punto de vista básico del doctor del campamento, por ejemplo), el autor decide eludir una visión excesivamente dramática, en pos del relato de anécdotas cotidianas. De este modo, el lector asiste a situaciones del día a día y a conversaciones aparentemente banales entre los soldados, que, en realidad, trasmiten fuertes sentimientos de humanidad y consiguen crear una inmediata empatía entre el lector y los personajes.
El empleo del estilo de dibujo habitual en Mizuki (la mezcla de fondos hiperrealista, en la línea de los grabadores paisajistas tradicionales japoneses, con personajes muy caricaturescos y sintéticos) colabora a acentuar ese aire paródico del relato. No obstante, detrás de las apariencias, detrás de cada uno de esos episodios (ordenados cronológicamente, pese a su ocasional apariencia aleatoria) que conforman este gran cuadro bélico, se presagia un drama con mayúsculas: el de la deshumanización. Como señala el propio Mizuki en su epílogo: “En la jerarquía militar estaban primero los oficiales, luego los suboficiales, después los caballos y, finalmente, los soldados. Estos últimos no eran considerados como personas, sino como seres inferiores a los equinos.”
El empleo del mencionado “enmascaramiento” adquiere en esta obra en concreto un simbolismo muy significativo: es como si los seres humanos que pueblan las páginas de Operación muerte fueran personajes de cómic que habitan (o habitaron) un mundo muy real: con sus paisajes naturales exuberantes y sus tenebrosos campos de batalla; las vidas humanas, la de los caricaturescos personajes de Mizuki, no valen más (o menos) que un trazo de tinta sobre la página. Por eso, las breves escenas en las que el autor recurre al trazo realista para la recreación de figuras humanas tienen una carga significativa especialmente trágica.
Un gran cómic, este Operación muerte. Esta claro que para Shigeru Mizuki su vida es un filón narrativo. Y lo está también que para el lector hispanoparlantes la publicación de sus trabajos en el 2010 ha sido una bendición. Ya era hora de que llegáramos a este punto… editorial.
Hoy, un Japón muy diferente está viviendo uno de los episodios más trágicos de su historia reciente y sus habitantes están demostrando una entereza y una dignidad tales que desde el resto del orbe no podemos sino asistir asombrados a la exhibición de civilización de ese rincón del mundo. Sirva esta pequeña reseña como homenaje y muestra de afecto a uno de los pueblos más admirables de nuestro planeta.

lunes, marzo 14, 2011

The Secret of Kells. Filigranas celtas.

The Secret of Kells (2009), la cinta de animación de Tomm Moore y Nora Twomey, cuenta la historia del niño Brendan y su fascinación por un misterio: el que se esconde en un libro, un códice medieval cargado de secretos y simbolismo, que habrá de iluminar al que lo lea. El Libro de Kells es la obra principal del cristianismo celta. Datado alrededor del año 800, sus páginas encierran auténticos tesoros en forma de miniaturas e ilustraciones primorosas. El Libro de Kells se encuentra actualmente en la biblioteca del Trinity College de Dublín.
En realidad, todo en esta coproducción belga-franco-irlandesa gira alrededor de los libros y de sus ilustraciones. El poblado irlandés de Kells nace alrededor de la abadía que le da nombre y está dirigido por los monjes copistas que escriben y trabajan en ella. Pero el pueblo de Brendan vive, además, con angustia la inminencia de una invasión vikinga. Por eso, los monjes, a las órdenes del severo Abad Cellah (el tío de Brendan), dedican sus esfuerzos a la creación de una gran muralla protectora, descuidando, para su gran desazón, sus labores amanuenses. Un buen día, la llegada del monje Aidan de Iona y su mítico Libro de Iona cambiará el destino de Brendan y de su poblado.
La historia de The Secret of Kells está surcada de referentes simbólicos, míticos y religiosos de la cultura irlandesa y sus tradiciones celtas. La implantación del cristianismo en la isla estuvo fuertemente imbricada de elementos paganos y absorvió con naturalidad la iconografía celta y parte de sus ritos. En este cuento animado conviven con igual naturalidad las criaturas mágicas de los bosques irlandeses con hechos históricos del pasado remoto, como los efectos devastadores de las frecuentes incursiones vikingas en las Islas Británicas o los rigores de la vida monástica de los copistas medievales.

Pero si hay algo que determina la fuerza y el valor de esta película es su apartado gráfico: las imágenes que configuran The Secret of Kells son de una belleza magnética. Alimentadas del mismo simbolismo iconográfico celta que mencionábamos antes, la película se construye sobre un trabajo artístico lleno de matices y sensibilidad. Su esteticismo se basa en la adaptación de la figuración a patrones geométricos y diseños similares a los que se empleaban para ilustrar los códices medievales. De este modo, gracias a la filigrana y el modelo decorativo recurrente, el espectador tiene la sensación de estar viendo como las miniaturas creadas por aquellos pacientes amanuenses cobran literalmente vida ante sus ojos. Los perifollos, los trenzados, los patrones geométricos se trasforman en edificios y bosques de un verde luminoso; los personajes se dibujan a partir de ángulos, trapecios y esferas Y el espectador, asiste embobado a la danza de esas miniaturas llenas de vida que bailan al ritmo de una historia repleta de folclore y misterio. Todo un prodigio visual el que nace dentro de este Libro de Iona, el Libro de Kells.
Les dejamos con el trailer para que lo vayan hojeando.

lunes, marzo 07, 2011

Daytripper, de Fábio Moon y Gabriel Bá. Morirse por un sueño.

En la vida, el azar y los pequeños detalles pesan tanto como las grandes tragedias y alegrías que moldean nuestra existencia. Daytripper arranca de esa premisa para modelar la vida de Brás de Oliva, escritor, soñador, una creación ficticia tan brillante como imperfecto pueda ser el ser humano que perfila, como lo somos todos.
La obra de Fábio Moon y Gabriel Bá se mueve en el terreno de las hipótesis, pero es mucho más que un what if al uso. Para morirse sólo hace falta estar vivo, decía Borges en uno de sus libros más luctuosos y brillantemente criminal. Todos hemos sentido en algún momento de nuestra existencia que estamos viviendo de prestado, que aquel accidente, aquella enfermedad o aquel tropezón del que salimos ilesos, podría en realidad haber sido el último. Se pierde la vida de los modos más tontos e inesperados. A veces es casi una casualidad seguir vivo. Incluso cuando no hemos tenido motivos para sentir amenazada nuestra existencia, todos hemos en algún momento fantaseado con la tragedia; como si el sólo y simple hecho de pensar en la muerte nos hiciera disfrutar más de la alegría de no estarlo y nos situara cara a cara con el milagro de levantarnos cada día.
En ese sentido, Daytripper es un libro que habla de la muerte para celebrar la vida. Bras de Oliva escribe esquelas para un pequeño periódico, mientras sueña con ser un escritor de verdad e intenta salirse de la enorme sombra que proyecta su padre, un autor de éxito nacional. A partir de estos apuntes argumentales, los autores van construyendo la vida del personaje y poblándola de amigos, familiares, novias y amantes; reconstruyen sus peripecias vitales, sus viajes y aventuras; nos exponen a sus miedos y fantasías, recrean sus sueños y temores; pero, siempre, al final de cada capítulo, "matan" al protagonista (no se asusten , que no sólo no es un spoiler, sino la base misma de esta construcción narrativa). En cada capítulo, Bras de Oliva muere, como podría morir cualquiera, de forma azarosa o accidental, por uno de esos llamados funestos designios del azar. Por qué no. En realidad es una excusa literaria para enhebrar los mil y un detalles existenciales que ayudan a la creación de un personaje que respira verosimilitud. Sin duda, uno de los retos más importantes a los que se puede enfrentar toda creación ficcional: que nos la creamos, que seamos capaces de asumir que ese marciano podría existir, que ese asesino es tan terrorífico como parece o que la vida de Bras de Oliva podría haber sido una vida real.
La estricta estructura narrativa de Daytripper condiciona determinantemente nuestra lectura. Sabemos lo que tenemos que esperar al final de cada capítulo y somos, por tanto, "lectores inductivos" a lo largo de todo el cómic. Nos vemos envueltos en otra prolepsis al modo y estilo de otra crónica de muchas muertes anunciadas. La lectura no pierde interés por ello, precisamente porque la excusa funeraria no es más que eso, una excusa para intentar entender la vida del personaje principal, con todos sus recovecos y accidentes. Además, no podía ser de otro modo, Daytripper esconde sorpresas (ninguna existencia es lineal, ¿no creen?), narrativas y gráficas, dentro de su relato, incluido algún capítulo-puente que funciona como coda para una comprensión completa de un texto que, entre sus muchos ingredientes, utiliza el factor onírico como condimento esencial: "¡El sueño era sobre mi vida! ¡Y yo estaba en él! podía verme a mí mismo como en una película / Estaba todo dispuesto para mí y parecía tan sencillo / Era muy feliz porque lo tenía todo muy claro / Sentía que era tan real".

Habrá que segir de cerca a esta pareja de creadores que parecen uno (hasta comparten blog). Aunque sólo sea para estar seguros de que este Daytripper no lo hemos soñado.