miércoles, agosto 27, 2008

Operación 700: el retorno (y V)

Llegamos al final de esta nueva operación inversora, dispendios llevados a cabo en tiempos pre-crisis, cuyos frutos terminarán por iluminar alguna pared futura. Al grano. Consumida buena parte de los fondos previstos, nos quedaban unos 150 euracos para conseguir alguna página original al nivel de las precedentes adquisiciones. No parecía tarea fácil, desde luego, pero nunca hay que desconfiar de un navegante con tiempo y paciencia para indagar en las entrañas del ebay.

Dicho lo cual, cuando después de muchos intentos infructuosos, nos hicimos con este trabajo de uno de nuestros dibujantes favoritos indiscutibles, nos tuvimos que frotar los ojos con tinta china y aguarrás. Nada menos que una plancha de Beto Hernández, un puñado de viñetas con sus gloriosos personajes, recién llegaditos de Palomar. Con los gastos de envío y demás, por unos 160 euros, un pedacito (el perteneciente a Luba # 3) de una de las obras que más tiene que ver, en nuestra modesta opinión, con la trasformación del cómic en lo que ahora es: un medio artístico cuyas creaciones cada vez tienen menos que envidiar a las obras generadas por otros vehículos discursivos. Pasen y vean.

La página, de un episodio titulado “Poseur”, recrea uno de los sucesos trágicos más relevantes en la siempre cambiante historia de Palomar: en ella aparecen Luba, Khamo, Venus y algún otro. A los recién llegados al imprescindible realismo mágico de Gilbert Hernandez, les invitamos a que se pasen por esa antigua reseña que publicamos en el Culturas, del Tribuna de Salamanca, hace ya mucho tiempo y que colgamos aquí hace algo menos.

Y así, un poco más ricos en experiencias y acaudalados en posesiones artísticas, cerramos un nuevo episodio (el segundo) de nuestra operación 700 (una vez más, nos pasamos un poquito del presupuesto). Las conclusiones, similares a la experiencia anterior: increíblemente aún es más factible hacerse con páginas y tiras de clásicos de prensa (algunos) o renovadores del lenguaje (desde la independencia), que con dibujantes actuales aceptables de la DC o Marvel. Si la crisis no les aprieta las hipotecas, es para pensárselo. Saludos.

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jueves, agosto 21, 2008

Señal y ruido, de Gaiman y McKean. "Alquimioterapia" milenarista.

Terminas la lectura hipnótica de Señal y ruido (obra que obtuvo el Premio Eisner en 1993), terminas sus interludios, conclusiones y postludios, y te encuentras con otro de esos collages cuasi-expresionistas, abstractos, de Dave McKean; sobre él, una leyenda tan pragmática como "El material intertextual fue creado con la ayuda de una Canon Lasercopier 3000 y el programa de sampler de texto Babler 2.0." No es ningún juego metatextual, verdaderamente se trata del final de la obra, hemos terminado de leer uno de los grandes trabajos conjuntos de los dos genios del cómic Neil Gaiman y Dave McKean. El dibujo tampoco es del todo abstracto: se trata de la carcasa oxidada de un rollo de película antigua.
Señal y ruido es la historia de una historia: la de una película sobre un supuesto fin del mundo (en el año 999), escrita por un anciano director que, verdaderamente, se enfrenta al fin de sus días, su mundo, debido a un cáncer. Con estos materiales, los dos autores construyen una historia biográfica densa, llena de insinuaciones y aspectos vitales parcialmente revelados, que se entremezcla con la segunda historia (metarrelato):
Están mirando a los cielos. Uno de ellos grita y no podemos oir las palabras. Se están preparando para dejar todo lo que poseen. Y están empezando, muy lentamente, a creer de verdad... Anno Domini 999, el último día del último mes del año. Es invierno en el centro de Europa, un pueblecito a la sombra de una montaña. Nos acercamos lentamente: es como un hormiguero, mientras corren en círculos, recogiendo sus posesiones, comida, niños...
Así, lentamente, las reflexiones del sabio y viejo anciano, sus miedos, sus dudas, sus certezas autoriales después de una vida de éxito crítico, se entretejen con su dolor terminal y con la génesis creativa que, página a página, deberá constituirse en su última nueva obra, una nueva creación: "Cuando se termina algo se obtiene una sensación de plenitud que no se parece a ninguna otra cosa. No hay otra forma de describirlo: la sensación de que uno ha arrancado algo a la eternidad, de que uno le ha ganado algo a un dios adormilado." La feliz paradoja se confirma en un juego de paralelismos temáticos (fin del mundo-fin de la vida-falso apocalipsis-creación artística) que se comunican narrativamente en una espesa red de relaciones polisémicas, enriqueciéndose unas a otras.
La complejidad artística es una de las claves de ese alquimista comicográfico que es Neil Gaiman, creador de sueños y pesadillas ficcionales. En ese sentido, Señal y ruido cuenta con muchas de las señas de identidad del guionista estrella del "stardom" comiquero: encontramos a sus personajes circunspectos y complejos hasta la retórica, descubrimos una historia poliédricas cuyas caras cristalizan, casi siempre, en vetas para la reflexión intelectual... Leemos Señal y ruido sobre la línea oscilante que discurre entre la ficción y la realidad (verosimilitud, tal vez), en muchos casos intuyendo tan sólo los juegos ficcionales que plantea su autor (como los que se presienten en esas páginas recargadas de texto confuso, jerigonza abstracta en la que el "ruido intertextual" sólo nos da algunas pistas al modo del "stream of consciousness").
Por su parte, el talento gráfico de McKean estalla en este trabajo en una de sus obras más ricas y elaboradas (con el permiso de Cages). No falta casi nada: sus collages, las fotos retocadas, las acuarelas, los rayados, la instantánea velada, borrosa, la abstracción, el mencionado expresionismo, el puzle matemático, etc. Todo ello bañado en un barroquismo que, entendemos, a muchos pueda resultarles cargante o pretencioso, pero que adquiere un sentido pleno en la complejidad del guión que "ilustra". Un trabajo virtuoso y brillante, desbordante por momentos, pero perfectamente medido en sus registros visuales adecuados a los diferentes puntos de vista y metarrelatos internos. Curiosamente, Señal y ruido nos recuerda, más que a cualquier otra, a una historia corta de McKean que no fue guionizada por Gaiman, sino por Grant Morrison, hablamos de Un vaso de agua. Uno de los más lucidos relatos que hemos leído acerca de la vejez y la desmemoria, el relato corto de una anciana que habla a la vez que olvida, y que pudimos leer en ese doble volumen recopilatorio que Ediciones Zinco tituló "Avance rápido" (que, sorprendentemente, aún podemos encontrar en tenderetes y saldos comiqueros de nuestra tierra).
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Primeras páginas de Señal y ruido, vía Cultura y Ocio.

domingo, agosto 17, 2008

Mondo Snarfo. Surrealismo underground.

Hemos hablado en esta casa en numerosas ocasiones de las diferentes direcciones que siguió el movimiento underground y de sus subsiguientes derivas heroicas, paródicas y homenajeadoras en los años en que empezó su decadencia (a partir de 1975 sobre todo).
Resulta, sin embargo, que incluso en esos últimos coletazos encontramos trabajos que siguen manteniendo la dignidad original de la corriente y una alta calidad artística. Es el caso de Mondo Snarfo (1978), un comix que se nos ha cruzado recientemente y que bien vale una reseñita; tanto más si atendemos a los autores que se anuncian en su portada, ¡ojo!: Joel Beck, Robert Crumb, Kim deitch, Rick Griffith, Denis Kitchen, Art Spiegelman, etc. No es tontería para un tebeíto de 36 páginas.
Mondo Snarfo fue publicado por Kitchen Sink Press, la editorial de Denis Kitchen, quien, además de ser uno de los autores underground más reconocidos de su época, pasa por ser uno de los verdaderos agitadores del panorama editorial underground, con centenares de comix publicados en sus diferentes aventuras editoriales.
Las intenciones de Mondo Snarfo son trasparentes y se anuncian ya desde su portada (también de Denis Kitchen): "Surrealistic Comix by...". Efectivamente, Kitchen retoma la línea más alucinada del underground, para invitar a sus autores a elaborar historias que partan del viaje interior subconsciente. Más o menos en la línea que habían seguido los Moscoso y Griffin en los viejos ZAP; cómics relacionados de forma poco disimulada con el mundo de las drogas ácidas y los viajes lisérgicos. Veamos de que hablan algunas de sus historias (que sugieren, más bien, porque, como podrán imaginarse, la narración surrealista permite pocos acercamientos ortodoxos).
Después de una cubierta interior con créditos y unas viñetas sucias, sucias, de Peter Pontiac, encontramos la primera historia, Situation Comedy de Bill Griffith. Un juego de desconexiones y extrañamientos basado en una falta de cohesión forzada entre lo que se cuenta y lo que las viñetas muestran. La historia que narran los textos se sitúa en unas viñetas que muestran imágenes descontextualizadas, elegidas aparentemente al azar: de unos animales de fábula, pasamos a un dibujo de jesucristo en la cruz y de ahí a un tiroteo entre vaqueros, de fondo la "historia escrita". Surrealismo a tiempo parcial para una idea que años más tarde recogería Chris Ware en su célebre I Guess.
Algunas páginas después aparece la historia de Art Spiegelman que les mostrábamos el otro día y, a continuación, una participación del propio Denis Kitchen, un jugueteo surrealista muy en la línea de los trabajos de Griffin que mencionábamos antes. Su historia, Major Arcana, está repleta de guiños variopintos a autores como El Bosco, Miró o Jacovitti, pero además nos hemos enterado de que su primera viñeta fue concebida como portada para un disco de la banda de rock psicodélico de su hermano, llamada precisamente Major Arcana; un grupo que contaba entre sus miembros con Jim Spencer o Sigmund Snopek.

Me divierte la historia More Iron (dedicada a los Beach Boys) del pajarraco espacial reconvertido en inspector de verrugas y tactos rectales del artista de ciencia-ficción Steve Stiles y me parece sugerente el fresco que se monta, de nuevo, Peter Pontiac en las páginas centrales, mezclando ideas y personajes que van de Dylan a Jesucristo.
Por supuesto, no podía faltar Crumb, en su versión más psicodélica, marciana e inconexa. Su historia, Grim Grids, recurre a todos sus tópicos sexuales (mujeronas de grandes piernas, escenas hiperlubricadas, pezones montañosos...) y a una galería espolvoreada de imágenes, mensajes y referencias cruzadas, que casi siempre se reconocen como propios del genio estadounidense (adolescentes desubicados, artistas pedantorros, máquinas descontroladas, ciudades contaminadas). Crumb mezcla todos estos elementos en una suerte de narración descoyuntada, llena de guiños surrealistas, que de eso se trataba, ¿no?
Nos sorprende también la corta y divertida historieta de Kim Deitch, repleta de robots y ciudades futuristas en miniatura, realizada con el mismo estilo que ha convertido al autor de El bulevard de los sueños rotos en una celebridad comiquera para minorías.
La obra se cierra con un poema visual de Mike Newhall, cargado de mantras y textos crípticos (de digestión bastante pesada, todo sea dicho), que acompañan a una bellas imágenes-ilustraciones en constante mutación, casi siempre tendentes hacia formas sexuales y sugerentes deformaciones. Todo en un tono de trascendencia hippista y conexión buenrollista con la madre naturaleza. Visualmente resultón, pero sin la frescura y el humor que caracteriza al conjunto del tebeo.
Dejamos buena parte de las historias de este Mondo Snarfo en el tintero, pero ya ven, en ocasiones uno se hace con un tebeíto sin mayores pretensiones y termina descubriendo, una vez más, cuánto de lo que leemos ahora navega en las aguas de aquellos melenudos, amigos-marineros del ácido, que nos abrieron las puertas de la consciencia en los 60 y 70, paradoja surreal.
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Nuestro escaner ha causado baja, lo que explica la parquedad de imagenes. Intentaremos solventarlo en fechas venideras.

miércoles, agosto 13, 2008

Spiegelman vs. Maseerel.

Hablando de Masereel, ¿no les parece que nuestro amigo Art "el sucio" estaba homenajeando al belga cuando, allá por 1978, incluyó esta historia en la revista underground Mondo Snarfo?


Se llama Henry Foulbite y, como hemos dicho, apareció en el número 1 de Mondo Snarfo, un comix underground tardío con ínfulas surrealistas. Una joyita, les contamos más de él en nuestra siguiente entrega.

martes, agosto 05, 2008

La desglorificación del héroe.


En un número atrasado del ABCD (14 de junio 2008) leemos una reseña de Rodrigo Fresán acerca de Muy pronto seré invencible, la primera novela de Austin Grossman publicada en nuestro país (Mondadori). Arranca del modo siguiente:
En los últimos tiempos han sido varios los escritores que se han ocupado de la ética, épica, estética y estática del universo de los superhéroes. Rick Moody, Michael Chabon, Jonathan Lethem, Deborah Eisenberg o César Aira han volado por ahí. Pero el debut novelístico de Austin Grossman –respetado diseñador de videojuegos- parece derivar más de fenómenos como la serie de televisión Héroes, la novela gráfica Watchmen, el film de animación Los Increíbles y aquella gran película titulada El protegido, dirigida por M. Night Shyamalan. Es decir: lo que trastienda de las primeras planas y de las hazañas y, particularmente, el ambiguo e indestructible vínculo que une para siempre a los paladines de la justicia con los genios del mal.
Reconocemos que la reseña nos llama la atención y nos motiva a la lectura de Muy pronto seré invencible, aunque sólo sea por la serie de ejemplos a los que recurre Fresán en el elogio comparativo. Resulta que, desde hace ya bastante tiempo, a nosotros lo que más nos interesa del universo superheroico es seguramente lo mismo que a él: esa intrahistoria de normalidades que se esconde detrás del hito heroico. Hablando en plata, la trastienda del superhéroe, sus visicitudes vitales cuando se enfrenta a la normalidad no heroica, sus dudas existenciales, sus momentos de flaqueza más humana y la extraña naturaleza de las relaciones personales que le enfrentan a sus enemigos más allá de los simples deseos de orden o venganza. En el fondo, estamos hablamos de la revisión genérica que felizmente vio la luz cuando a los Alan Moore, Frank Miller o David Mazzucchelli les dio por revisitar y revisar en clave crepuscular las caducas coartadas de un género de superhéroes que daba señales de agotamiento. Por más que suene a tópico, Watchmen, El regreso del Señor de la Noche o Batman: Año Uno, son obras maestras como la copa de un pino, impepinables, y son responsables de que (quizás por vez primera dentro del género) unos cómics profundamente anclados en limitaciones de género pudieran competir de tú a tú con novelas y películas del mismo pelaje.
Muchos son los trabajos, no sólo de cómic, que con mayor o menor fortuna se suman a la fiesta abierta por aquellos. Así, últimamente nos ha enganchado Héroes, con todas sus carencias y clichés (muchos de los cuales nos huelen a Tierra X). Es ésta una serie en la que los protagonistas se dedican a esconder más que a presumir de sus habilidades, en la que la mayoría del tiempo sólo pasan cosas normales, aunque éstas estén protagonizadas por tipos que vuelan y se desplazan en el espacio-tiempo. Nos encantó igualmente Los increíbles, un nuevo prodigio visual llevado a cabo por los genios de Pixar, un trabajo lleno de humor, ingenio y muchas vueltas de tuerca sobre el concepto de la heroicidad y sus dobles identidades. Por similares razones, hemos defendido ante inhumanos y asgardianos que El protegido es la mejor película de superhéroes que se ha hecho hasta ahora y que algún día se le reconocerán sus méritos, frente a ghostriders, daredevils y otros engendros similares; seguramente, una película adelantada a su tiempo fílmico-heroico: Night Shyamalan intentó situar el género de los superhéroes cinematográficos en el punto al que Moore y Miller habían llegado en los tebeos, pero, evidentemente, en medio de la euforia de los efectos especiales, el público lo que todavía quería/quiere es disfrutar con las explosiones, los monstruos y los viajes interestelares de la era Kirby y Lee.
Volvamos a la reseña de Muy pronto seré invencible y a las palabra de Fresan, a ver si, así de rebote interdiscursivo, alguno se anima con la lectura y nos la cuenta (que nosotros tardaremos aún en reducir la pila de lecturas atrasadas). Interesante lo que comenta en otro fragmente de su artículo “El superpoder y la gloria”, cuando señala que:
Está claro que Grossman sabe -y disfruta y hace disfrutar- de lo que escribe. Muy pronto seré invencible abunda en guiños cómplices, contraseñas subliminales y risas invulnerables para los conocedores de la DC Comics o de la Marvel Comics. Pero sería un grave error y una injusticia relegar esta novela a la cómoda y automática fortaleza más o menos solitaria de lo friki/nerd. Porque Muy pronto seré invencible es también –y por encima de todo- una profunda e inteligente investigación sobre la naturaleza del saberse diferente y, de ahí, otra vez, ese raro y encendido amor que une a malhechores universales con benefactores de la humanidad. Unos saben que no pueden vivir sin los otros y el verdadero misterio es por qué estos eligen hacer el Bien y aquellos deshacerlo en nombre del Mal.