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miércoles, junio 15, 2016

Paciencia, de Daniel Clowes, en Culturamas

Hace unos días publicábamos en Culturamas una reseña sobre Paciencia, el último cómic de Daniel Clowes.
Hablar de Clowes es hacerlo de uno de los grandes renovadores del lenguaje comicográfico, de una de las figuras emblemáticas en lo que ha sido el asentamiento de la novela gráfica y su despegue como medio artístico de prestigio. Todas las obras del estadounidense son reconocibles y valientes; en casi todas ellas encontramos algún hallazgo narrativo o méritos estilísticos que las convierten en obras de referencia. Paciencia tampoco decepciona. Enmarcada dentro del territorio de la ciencia ficción, el nuevo cómic de Clowes desafía las convenciones y desborda las expectativas que se van planteando en cada una de sus páginas. 
Se trata de un cómic de género, sí, pero al mismo tiempo su autor nos brinda una de sus habituales y certeras aproximaciones a las alienantes sociedades contemporáneas; con su correspondiente galería de personajes grotescos y personalidades perturbadoras. 
Les dejamos con el texto: "Paciencia, de Daniel Clowes. Psicopatías futuristas".

lunes, septiembre 12, 2011

Mister Wonderful, de Daniel Clowes. Fenómenos parasociales.

Continúa creciendo  la galería de alienados sociales de don Daniel Clowes, en este caso gracias a Mister Wonderful último cómic publicado. Leímos parte de la obra en su edición digital para el New York Times Magazine; pero, como se avisa en la información editorial, aquello sólo era el anticipo del material que ahora vemos compilado en formato de novela gráfica: un tomo apaisado de pastas duras, algo más largo que la edición de Ice Haven, pero tan cuidado como aquella. Suponemos que su publicación inminente entrará dentro de los planes editoriales de Random House Mondadori España.
Al grano. Si Wilson era la cara más antipática de los sociópatas made in Clowes, Marshall, o Mister Wonderful, resulta ser el prototipo estrella de sus personajes acomplejados, pusilánimes y ciclotímicos: un pringadillo en toda regla, que diría alguno. En este sentido, algún amante de la categorización social se atrevería a aventurar que Mister Wonderful no es sino el reverso de Wilson. En realidad, nos parece a nosotros, los dos personajes juegan en la misma liga: la que conforman los personajes alienados de Clowes, su tribu de anomalías sociales, de criaturas modeladas en carne de frenopático.
Seguimos comparando. Mientras que en Wilson Clowes describía a su personaje mediante una relato expresionista basado en brochazos narrativos, episodios dispersos sólo parcialmente articulados por la misma odiosa naturaleza del protagonista y las continuas variaciones estilísticas (continuando la línea experimental de Ice Haven), Mister Wonderful responde a un modelo narrativo ortodoxo: el del relato lineal. Como suele hacer, Clowes sitúa la acción in media res, Marshall espera en un café la llegada de su cita a ciegas. A partir de ese instante asistimos a la exhibición de sus paranoias e inseguridades. Como lectores, soportamos las dudas de Marshall con la paciencia resignada de quien asiste a la previsible crónica de un fracaso anunciado (aunque tendrán ustedes que leer la obra para constatar que hay de cierto en dicha previsión). La ostentación de incompetencia está abocada al desastre. Lo comprobamos todos los días en nuestra oficina, en la escuela, ante ciertas actuaciones de la autoridad, cuando esperamos delante de algún mostrador… La existencia siempre termina desenmascarando a los desertores de responsabilidades y a los incompetentes emocionales; Mister Wonderful es uno de ellos.
Clowes es un maestro de su fórmula: su creación de personajes y perfiles psicológicos complejos sitúa su obra entre lo más brillante del arte contemporáneo (vean que no hemos dicho únicamente “cómic”). Personalmente, a nosotros nos funcionan mejor sus relatos menos manieristas, su obra menos formalista; la fuerza de su relato es tal que, nos parece, no requiere de un exceso de adornos experimentales o retóricas digresivas. Pero no nos malinterpreten, sin llegar a los extremos de Wilson o Ice Haven, Mister Wonderful está lleno de búsquedas e indagaciones narrativas: como esas pequeñas secuencias incisas que, mediante un cambio estilístico (hacia un esquematismo infantil), introducen en el relato principal los deseos o las suposiciones anticipatorias del protagonista; como los escasos e inteligentes flashbacks que se integran naturalmente en el relato con una intención completiva no exenta de carga paródica (abunda el tono cínico en este cómic, ya desde su mismo título); o, finalmente, como esas dudas internas del personaje que Clowes convierte en una lucha entre la voz narrativa homodiegética de las didascalias y la conciencia de Marshall transmutada en personaje y representada (a modo de Pepito Grillo) por medio de un incordioso enanito cargado de malos consejos.
Mister Wonderful podría ser un capítulo más de aquella excepcional Caricatura, Marshall podría ser el tío raro de David, el personaje de David Boring, o incluso el padre separado de cualquiera de las niñas de Ghost World. Es hijo de Clowes y la suya es una historia que entra como un guante de seda forjado en papel y tinta dentro de la narrativa más tradicional del norteamericano. Otro trabajo que sirve para aumentar la leyenda bibliográfica de un narrador único con un estilo visual que ya se siente icónico.

viernes, julio 23, 2010

Wilson, de Daniel Clowes. El estilo produce monstruos.

La última obra de Daniel Clowesse llama Wilson y, como casi toda su producción reciente, está protagonizada por un sociópata, por un ser marginal, el mismo que da nombre al cómic. Como hacía en Ice Haven, Clowes se apoya en los episodios vitales de su personaje, en su sucesión de fracasos, para dar rienda suelta a la experimentación estilística y a la probatura de diferentes técnicas gráficas: se reconocen en las páginas de Wilson reminiscencias de la línea clara, un caricaturismo cercano al de la escuela Hanna-Barbera o ese estilo tan Clowes influido por el rayado underground y el cómic clásico americano de la Edad de Oro. Estamos ante un cómic "multiestilístico", pero, en esta ocasión, el recurso no atiende siempre a necesidades narrativas y, por momentos, huele a virtuosismo retórico; queremos decir que la historia hubiera funcionado igual de bien (o de mal) sin necesidad de señalado exhibicionismo técnico.
Como casi siempre, la fuerza de Clowes reside en su capacidad innata para la creación de outsiders, sean estas niñas friquis (Ghost World), jóvenes hipersensibles y depresivos (David Boring) o cabrones malnacidos, como Wilson. Cada una de las creaciones de Clowes rezuma humanidad y deshumanización. Quizás sea el momento de reconocer, de una vez, a Caricatura como su mejor y más completo muestrario de excentricidades, todo un bestiario de personajes degenerados y perdedores en el que sin duda hubiera tenido cabida una versión comprimida de este Wilson.
En este libro, Clowes compone el perfil de su protagonista a base de episodios cortos de una página (normalmente secuenciada en seis viñetas regulares), que construyen diferentes fragmentos vitales parcialmente autoconclusivos. Sólo cuando el lector ha leído varias de estas secuencias, reconoce la estructura lineal de la historia narrada y el hilo que constituye la estructura narrativa. Como señalábamos antes, cada página opta por una solución estilística diversa, aunque, mayormente, la naturaleza de dichas elecciones responde a cuestiones azarosas (si bien, en algún momento se intuye cierta lógica asociativa entre lo contado y la opción estilística elegida). Sea como fuere, insistimos, dudamos de que ese eclecticismo gráfico aporte una verdadera relevancia semántica al conjunto.
Nos quedamos por tanto con el personaje, con ese Wilson, un ser mezquino, egoísta, verborreico y cruel que se hace odiar desde la primera viñeta. Un personaje que demuestra a las claras aquella idea de que la sinceridad sistemática, incluso cuando ésta no es demandada, puede llegar a ser una forma de tortura. No necesitamos que "el otro" nos diga siempre todo lo que se le pasa por la cabeza; la honestidad no reside en decirle a tu esposa, novia o amiga que hoy no está tan guapa como siempre, ni en confesarle a un desconocido que su peinado es ridículo. La elipsis, el silencio, la tolerancia son factores que nos ayudan a vivir y a soportar nuestras diferencias. En Wilson, Clowes dibuja a un personaje anclado en el exabrupto y en la confesión intolerable, en el desprecio sistemático al prójimo y en el egoísmo más cerril. La creación de un perfil tan negativo satura parcialmente la tolerancia del lector y apacigua la capacidad de sorpresa de un trabajo que se construye cai exclusivamente a base de la acumulación de los desplantes y las insolencias del personaje principal; un ser con el que resulta del todo imposible establecer cualquier tipo de empatía y que, por esa misma razón, roza peligrosamente el terreno del estereotipo maniqueo.
Dicho lo cual, un cómic de Daniel Clowes siempre aporta alicientes y satisfacciones. No es necesario señalar que estamos ante uno de los dibujantes más agudos e inteligentes del panorama comicográfico actual. Las historias de Clowes están construidas a partir de una observación profunda de la realidad, sus personajes (incluso cuando rozan lo esperpéntico, como en este caso) son creaciones de carne y hueso; y sus diálogos son siempre convincentes y descubren la presencia de una pluma hábil y un oído atento a la palabra precisa y el giro cotidiano.
Clowes es, así mismo, un maestro en la plasmación visual de la rabia y el desconcierto de los desheredados. Lo hace a través de sus atmósferas sofocantes y el extrañamiento que sobrevuela toda su creación. Wilson puede que no sea su mejor trabajo, pero es, de nuevo, un buen cómic, un cómic de Clowes, en definitiva.

lunes, noviembre 13, 2006

Daniel Clowes. El rostro de la caricatura.

Voy a reconocerlo sin rodeos ni medias tintas, comienzo este post con un punto de nostalgia (vaya, ya me traicíoné, la palabra es "tristeza", ni nostalgia ni leches). Desde hace casi dos años, servidor venía colaborando regularmente en el suplemento cultural "Culturas", del Tribuna de Salamanca. Un anexo dominical al periódico en el que se hablaba de libros, de cine, de pintura y... de cómics. Magia de la buena, cómics de forma regular en la prensa de este país; ahora ya no suena tan extraño, la verdad, un poco más cuando me lo propusieron. Así que, cada diez o quince días, o una vez al mes (dependiendo de las obligaciones), me pegaba el gustazo de "rajar" sin pudor (y sin limitaciones de espacio) sobre una de las cosas que más me gustan: los cómics. Nada sacaba de ello (mi vida y sustento se mueven en otras dimensiones), pero ¡qué bien me lo he pasado!
Un día, de pronto, los dueños del periódico deciden dar un giro a la política editorial y, claro, como siempre la primera medida es eliminar todo lo que huela a "culturilla". Adiós "Culturas", cuanto te quisimos, la máquina de la verdad ha determinado que la hora de tu suicidio involuntario ya tenía fecha... Este fin de semana, se publicó el último número; en portada, la reseña sobre Daniel Clowes que aquí incluyo a modo de esquela en colores pardos. Como dijo aquél, siempre nos quedará este blog...
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Hace ya mucho tiempo que Clowes equiparó la popularidad de un dibujante de cómics “famoso” con la del campeón del mundo de bádminton. Largo tiempo ha pasado también desde que La Cúpula publicara Como un guante de seda forjado en hierro, en cinco “cómodos” comic-books (aunque recientemente la obra ha sido recopilada en un único volumen) y parece que haga una eternidad que vimos a las arreboladas Thora Birch y a la desconocida (quién lo iba a decir) Scarlett Johanson, interpretando a las adolescentes freakies de la adaptación cinematográfica de Ghost World (Terry Zwigoff, 2000).
Pero los tiempos cambian y esos cambios están salpicando de lleno al mundo del cómic. Clowes es ahora un artista en proyección imparable: ilustrador de publicaciones prestigiosas (The New Yorker), fuente de ideas golosas para los productores hollywoodienses (es el guionista, junto a Zwigoff, de Ghost World y Art School Confidential) y, sobre todo, es uno de esos dibujantes de cómics ante cuya cada nueva entrega uno se rinde de antemano y sin condiciones.
Todo esto viene a cuento por la publicación en España de Caricatura (La Cúpula, 2006) y por lo que se promete para un futuro próximo, nada menos que su Ice Haven (parece ser que a cargo de Mondadori). Hagamos recuento. A los brillantes “clásicos contemporáneos”, Como un guante… (La Cúpula, 2005) o el ya mencionado Ghost World (La Cúpula, 2000), siguió el irregular pero no menos bello e inquietante, David Boring (La Cúpula, 2003); entre medias, diferentes números de su inclasificable revista unipersonal, Eightball o la edición y reedición (este año) de Pussey.
Caricatura, confirma lo que ya sabíamos, que estamos ante un artista único, uno de esos genios cuya filiación a épocas y tendencias debe tamizarse siempre por el filtro de su inconfundible marca personal. De hecho, como ya hemos comentado desde estas páginas en alguna otra ocasión, Daniel Clowes es un autor difícil de ubicar. Casi siempre adscrito al estilo underground, sus obras son muy posteriores al nacimiento de los comix a finales de los 60 y, como sucedía con Charles Burns, bastante madrugadoras para ser encuadradas entre las de las nuevas generaciones de dibujantes underground (los Peter Bagge, Dave Cooper o Julie Doucet). Existen, desde luego, autores de su generación con un recorrido e influencias semejantes (se nos viene a la cabeza el británico Hunt Emerson), pero pocos con el brillo expansivo de Clowes.
No nos malinterpreten, precisamente luz, lo que se dice luz, no es que abunde en el bagaje artístico del norteamericano; Caricatura es un buen ejemplo. En sus páginas, Clowes despliega un catálogo de perdedores y desterrados sociales, digno de las películas más amargas de David Lynch o Tom Solondz (¿se acuerdan de Happiness? cuyo cartel anunciador, por cierto, fue obra de Clowes). En las nueve historias cortas que componen el volumen, chocamos de frente y sin airbag con el grueso de las miserias que carcomen la sociedad estadounidense: el artista fracasado que malvive y malvende su talento, adolescentes desubicados sin esperanzas personales o profesionales, el egoísmo insolidario (valga la redundancia) del modelo capitalista más agresivo, etc. Los personajes de Clowes cubren un espectro social amplio de razas, edades y opciones sexuales, pero todos se perfilan bajo el prisma deformante del fracaso; una lente que encaja con sorprendente precisión dentro de la estética grotesca del estilo gráfico de Clowes. Es el suyo un dibujo deudor de aquellos pioneros del underground (Crumb o Shelton), por lo que respecta a la abundancia de tramas, rayados y manchas de un negro espeso, pero, extrañamente se perciben en él con igual claridad influencias de la línea clara, sobre todo en sus perfiles precisos, los contornos cerrados de sus dibujos o en el empleo de colores planos (lean la historia “Green Eyelines”).
En todo caso, las “caricaturas” de Clowes nada tienen en común con las creaciones amables y optimistas de Hergé o Chaland. Cada protagonista de Caricatura parece esconder un secreto terrible que, de un modo u otro, se trasparenta en su rostro y en sus actos; miserias ocultas que amenazan con desbordarse de un momento a otro (aunque en muchas de las historias de Clowes nunca llegue a ocurrir nada trascendente, convirtiéndose en simples “fragmentos de vida”, que oscilan sobre una cuerda floja). Tensión, amenaza soterrada, angustia existencia…, todos ellos son términos aplicables al conjunto de los trabajos de este dibujante. Por eso, Caricatura se muestra hasta ahora como una de sus obras más redondas, porque, pese a su fragmentación formal y a la atomización de sus ingredientes, condensa casi todo los referentes del universo bizarro de su creador, y diversifica su talento en una exposición detallada de sus constantes artísticas. Supone además una exploración brillante de las posibilidades discursivas que permiten la manipulación del punto de vista o las voces narrativas. Clowes juega con la omnisciencia, con el punto de vista subjetivo o el narrador testigo, dependiendo de sus intenciones narrativas. De este modo, el collage de personajes y situaciones se enriquece al mismo ritmo que marcan sus hallazgos técnicos y conceptuales.
Y, frótense las manos, todavía está por llegar Ice Haven, su proyecto más ambicioso hasta la fecha; la continuación perfecta a Caricatura (aunque ésta fue publicada en 1998, antes, por ejemplo, que David Boring). Sin avanzar demasiados datos para no estropearles los placeres de la exploración novedosa, les adelantamos que en Ice Haven la navegación experimental de Clowes (incipiente ya en Caricatura) le conduce por las turbulentas aguas del eclecticismo estilístico y el travestismo gráfico… ¿No empiezan a sentirse impacientes?
Páginas de Caricatura en francés: 1 y 2 (via la fantástica página L'Art de Daniel Clowes).