Empujados por la confianza que se les tiene a los buenos consejeros, hace no mucho nos hicimos con y leímos The Ticking, de Renée French. El cómic nos llegó en una de esas remesas de mini-cómics que, de tanto en cuanto, encargamos en las américas aprovechando que las importaciones papelísticas no parecen tan sujetas a los vaivenes del crudo, como a la depreciación del dolar.
En realidad, The Ticking no tiene nada de mini-cómic, todo lo contrario: se trata de un librito de unas 200 páginas, con pastas duras y una de las ediciones más cuidadas y primorosas que han caído en nuestras manos en mucho tiempo. Dan fe de ello las cubiertas marrones de tela, con motivos historiados en dorado y figura blanca en medio (como un El Evangelio de Judas, pero en plan libro de viejo artesano) y la calidad del papel. Un volumen concebido con tal mimo por Top Shelf, que invita al flechazo incluso antes de la lectura.
Como no de caricias a una portada vive el lector, finalmente terminamos por lanzarnos al buceo de sus páginas. Y resulta que fue abrir el libro y el trabajo de Renée French nos recordó inmediatamente a otra obra grandiosamente editada, una de las grandes triunfadoras de la temporada: el inmenso Emigrantes de Shaun Tan (Barbara Fiore Editora). Semejanzas que no se basan, obviamente, en lo que se cuenta (recuerden, acabábamos de abrir el libro), sino en la opción estilística elegida por French. The Ticking es una obra minuciosa, si por tal entendemos aquellos trabajos ilustrados con cierto gusto y paciencia artesana por el detalle; un cómic trazado a base de pequeñas viñetas sin más adorno que el que permite un lapicero virtuoso. En esa impronta de grafito tan familiar a la ilustración, sobreviven muchos de los parecidos entre este cómic y el de Shaun Tan (una obra, no obstante, mucho más ambiciosa y elaborada; volveremos a ella).
Pero, frente a aquel, al mismo tiempo que presume de cierta elaboración visual, The Ticking tiene una intención claramente minimalista basada en la ausencia de globos (sustituidos ocasionalmente por textos a pie de viñeta) y en la simplicidad organizativa (cada página está compuesta a lo sumo por dos viñetas, una sobre otra, o incluso por una sóla, que parece flotar en medio del papel blanco). La imagen evocadora desnuda que se impone triunfante en la página sobre la narración textual.
Sorprendentemente, pese a lo dicho anteriormente, en el plano argumental también encontramos algunos hilos de conexión entre Tan y French. No tanto por las historias narradas, como por cierto aire mágico-alegórico, cierta nostalgia simbólica, que sobrevuela los dos trabajos empujada por una galería de personajes-perdedores-desheredados que no dejan de hacernos sentir seres humanos rodeados de pobreza existencial. Aislamiento o soledad, que más da, emigración o rechazo, dos caras de una misma elección artística.
Sería injusto, sin embargo, limitar las virtudes de The Ticking a un ejercicio de análisis contrastivo. El mejor halago que se le puede hacer a esta obra inclasificable (¿simbolismo-social?¿caricaturismo ilustrado?) es reconocer su capacidad para emocionar al lector a partir de las tristes peripecias de su personaje principal, Edison Steelhead, un personaje hecho a retales, un niño que, como se señala en la primera viñeta del cómic, "nació en el suelo de la cocina". Ed, su padre y el peluche informe de aquel (metáfora de sí mismo), conforman un universo cerrado en el que la normalidad se escribe a golpe de extrañamiento y convulsión lectora. Cada nuevo hallazgo dramático, cada renglón torcido de la vida de Ed, supone un reconocimiento de la anomalía vital de un personaje que, pese a contar con nuestra simpatía y comprensión inmediata como lectores, no acaba de permitirnos más que una entrada parcial en su psique impermeable.
Así, viñeta a viñeta, detrás de cada imagen, Renée French consigue dibujar un mundo regido por unas normas propias, un planeta que orbita en universos tan lejanos como los que ocupan creadores de otra dimensión artística, como David Lynch o Daniel Clowes. Aunque lo verdaderamente relevante es que, como en los trabajos de aquellos, en el mundo enfermo de The Ticking encontramos muchos indicios, demasiados, que nos recuerdan pese a su deformidad (quizás debido a ella) a la realidad misma que nos cobija; seguramente por eso uno se emociona con las penurias de Edison Steelhead, como lo haría con las de un paisano local o un vecino de portal.
No se pierdan tampoco las pequeñas maravillas que nos regala doña Renée en su página, alguna de ellas anticipando incluso a nuestro pequeño Ed y algún otro elemento recurrente en su The Ticking, como caretas, niños solitarios y bichos extraños.