Nos da la sensación de que el slice of life, que fue la punta de lanza del autobiografismo que acompañó al afianzamiento de la novela gráfica, se ha relajado un tanto en los últimos tiempos; al menos en su versión más cruda y autoconfesional. Sigue habiendo muchos autores que recurren a la experiencia personal y a la desnudez biográfica para adentrarse en el cómic adulto actual, pero también es cierto que cada vez se abren más vías de desarrollo dentro de esta madurez del cómic que estamos viviendo. Las semillas plantadas por Joe Sacco o Guy Delisle (dedicadas a la experiencia viajera y la mirada histórica), por Sfar o Blain (la revisión genérica desde la experimentación y la parodia) o los Chris Ware, Daniel Clowes y Charles Burns (recuperadores y renovadores de la tradición comicográfica), están dando muchos y muy jugosos frutos.
Quizás haya sido la saturación de la vía o la pérdida del factor sorpresa, pero lo cierto es que de entre los últimos cómics con carga autobiográfica que hemos leído los que más nos interesan son aquellos que hacen de la biografía un juego narrativo cargado de ironía y humor. Era el caso de Accidental Salad, aquel tebeo de Joe Decie que tanto nos gustó hace ya bastante tiempo. Aunque no lo parezca a simple vista, K.O. en Tel Aviv, de Asaf Hanuka, tiene bastantes puntos en común con aquel.
A lo largo de varios años, el dibujante israelí ha ido publicando las páginas de K.O. en Tel Aviv en el diario Calcalist de la ciudad y en su blog personal the realist (la serie continúa abierta). Hanuka es un reputado ilustrador que ha trabajado para numerosas cabeceras (Time, Rolling Stone), un dibujante francamente notable; hace gala de ello en este cómic. En él, desarrolla aspectos cotidianos de su orgullosa y sufrida partenidad, de su vida en pareja y de su compromiso con su trabajo como ilustrador y dibujante de cómic. Lo hace evitando sentimentalismos, huyendo de una visión trascendente del yo. Es cierto que, como casi todos los autores que trabajan con su biografía como materia prima, el cómic cae no pocas veces en cierta autosuficiencia ombliguista disfrazada de broma inteligente, pero no es menos cierto que esa es también uno de sus atractivos.
De igual manera que la poesía cuenta con un amplio registro de figuras estilísticas al que los escritores recurren para construir sus composiciones, el cómic cuenta (como lenguaje artístico que es) con todo un catálogo de recursos y herramientas que le son propios. En su libro, Hanuka recurre constantemente a la tranferencia icónica, a la metáfora visual y a la cita interdiscursiva para "armar" sus breves historias de una página; episodios de realidad que contribuyen a dotar al conjunto de la obra de coherencia narrativa.
Así, podemos leer K.O. en Tel Aviv como una obra ingeniosa de humor inteligente, como un catálogo de recursos comicográficos, una agenda personal abierta a la experimentación y el jugueteo floral a partir de la experiencia personal. Casi siempre llevado a cabo de forma satisfactoria, añadimos.
En su cómic, Hanuka explota su talento gráfico, y su ya mencionada experiencia como ilustrador (bastantes de sus historietas se componen de una única gran página-viñeta que consituye un gag en sí misma), y explora soluciones narrativas originales, muchas veces prestadas de otros medios y discursos: abunda el libro en enumeraciones gráficas ("Ecuación racial", "Soluciones de almacenaje", "Ice Man"), metáforas y metonimias visuales ("Yom Kipur", "La superpareja", "Noticias de última hora") y juegos con la perspectiva y el punto de vista ("Un hombre va por la calle", "Buenas noches, cabo Shalit"). En otros casos, sin embargo, las búsquedas narrativas que aparecen en K.O. en Tel Aviv son puramente comicográficas (lo cual, en realidad, tampoco convierte a estas entregas en mejores o peores) y remiten directamente a la cultura visual y digital contemporánea y a la sobre-exposición del icono pop. Es el caso de páginas como "La conquista espacial", "Los Cuatro Fantásticos", "Menos es más", "El día que conocí a Toby" o "Terminator"; cuya interpretación última se confía a la capacidad del lector para establecer vículos y relaciones interculturales.
En su cómic, Hanuka explota su talento gráfico, y su ya mencionada experiencia como ilustrador (bastantes de sus historietas se componen de una única gran página-viñeta que consituye un gag en sí misma), y explora soluciones narrativas originales, muchas veces prestadas de otros medios y discursos: abunda el libro en enumeraciones gráficas ("Ecuación racial", "Soluciones de almacenaje", "Ice Man"), metáforas y metonimias visuales ("Yom Kipur", "La superpareja", "Noticias de última hora") y juegos con la perspectiva y el punto de vista ("Un hombre va por la calle", "Buenas noches, cabo Shalit"). En otros casos, sin embargo, las búsquedas narrativas que aparecen en K.O. en Tel Aviv son puramente comicográficas (lo cual, en realidad, tampoco convierte a estas entregas en mejores o peores) y remiten directamente a la cultura visual y digital contemporánea y a la sobre-exposición del icono pop. Es el caso de páginas como "La conquista espacial", "Los Cuatro Fantásticos", "Menos es más", "El día que conocí a Toby" o "Terminator"; cuya interpretación última se confía a la capacidad del lector para establecer vículos y relaciones interculturales.
Nuestras palabras pueden hacer pensar que estamos ante un cómic demasiado formalista o autorreflexivo. Aunque en algún modo sea así, sería injusto acercarse a K.O. en Tel Aviv desde un prejuicio crítico basado en su naturaleza experimental, sobre todo porque, por encima de su espíritu juguetón, el cómic de Asaf Hanuka es un tebeo de humor la mar de divertido.