Después de leer y hablar sobre El Salón, la obra de Bertozzi, nos vemos asaltados por referencias cruzadas y reflexiones a posteriori. Por ejemplo, ayer, día 3, en la edición de The New York Times inserta en El País, se hablaba de Gauguin con motivo de la adquisición por parte del J. Paul Getty Museum de Los Ángeles de una obra suya, con aires de malditismo. Se trata de Arii Matamoe [El fin real], un trabajo en el que el pintor francés muestra la cabeza cortada de un antiguo rey tahitiano, sobre una mesa florida, en el contexto de una de sus típicas y paradisiacas estampas coloniales; "la naturaleza muerta por excelencia", según Scott Schaefer, el director del museo.
Una explicación más probable es que Gauguin, al sentirse hasta cierto punto fracasado entre los éxitos de los demás post-impresionistas, la hizo para escandalizar a los burgueses y crear interés en su exhibición, en la galería Durand-Ruel en 1893, dijo Schaefer.
“Quería ser rico y famoso, y escandalizar a la gente”, dijo, “y creo que esperaba renovarse en Tahití y encontrar imágenes que el público parisino no hubiera visto antes”.
Gauguin vendió once pinturas en 1893. “Arii Matamoe” fue comprada años después por el pintor Henry Lerolle y permaneció en su familia hasta los años 30, cuando fue comprada por un coleccionista suizo.
Aunque muy publicada, “Arii Matamoe” sólo ha sido mostrada en público dos veces desde entonces, en exhibiciones en 1946 y 1998, en Suiza.
Ironías del arte: el genio post-impresionista acomplejado por el éxito ajeno, termina convertido a su vez en referencia de éxito y modelo de cambio para la generación vanguardista subsiguiente. Para más información retómese El Salón, obra que, parece, nos vam0s a resistir a abandonar.