Algo se está cociendo en Canadá, y lo hace al ritmo de los Arcade Fire, de los New Pornographers, de los Hidden Cameras o de los Crystal Castles. Canadá huele a indie.
Cuando comenzamos a leer Hair Shirt tuvimos un pálpito, ¡a ver si esto va a ser canadiense! Se lo decimos como lo sentimos, que la cosa olía a Montreal o a Toronto por los dos costados del libro. El nombre del autor, tampoco nos sacaba de la órbita de pensamiento. Bingo, efectivamente, Patrick McEown es canadiense, un autor de mainstream que se ha pasado a la independencia con tanta fe que, como se señala en su biografía, considera que Hair Shirt es en realidad su primer cómic, "a pesar de su gran experiencia en el medio". También dice en la misma que para llevarlo a cabo "se inspiró en su propia historia y la de su gente", y ahí encaja todo: los personajes de este cómic son más indies que los de los tebeos de Jeffrey Brown. Una vida así de alternativa no se puede vivir más que en Canadá. Detroit, Seatle, San Francisco o Athens han pasado a la historia, la movida actual crece y se reproduce en el país del arce. Larga vida a los hijos de Neil Young.
Pero, ¿y qué es un cómic indie aparte de un tebeo protagonizado por personajes indies? Difícil, podríamos hablar de rasgos como la independencia, el riesgo, la falta de pretensiones comerciales, la sinceridad... Lo saben bien los también canadienses del Drawn & Quarterly (Seth, Matt, Chester Brown, Doucet), que cambiaron el concepto de la autobiofrafía en el cómic allá por los 90, y que ahora convivien con el rol del autor consagrado, pese a venir prácticamente de la autoedición. Les ha pasado a muchos de los autores de minicómics de aquella década. Quizás todo forma parte de un movimiento artístico global mucho más amplio que el cómic: tenemos la impresión de que lo indie se está conviertiendo en "lo pijo". Suena raro sí, pero nos da en la oreja que cualquier día se oirá a Sigur Ros y a Radio Head en los garitos de Serrano. La industria lo ha vuelto a hacer, ha absorbido lo que era alternativo para hacerlo suyo. En el cómic, la gran industria casi ni existe, así que podemos decir que lo alternativo y lo mercantil han convivido siempre mezclando sus fronteras de forma natural. Ahora, ¿no les parece indicativo la cara de figurón del arte contemporáneo que se les está poniendo (de forma merecida, añadimos) a gente otrora tan underground y marginal como Daniel Clowes o Chris Ware? De un día a otro nos los encontramos en Arco.
Nos enrollamos. Decíamos que Hairshirt es un tebeo muy indie, porque sus personajes llevan una vida que ni los antiguos bohemios franceses, muy de novela de Nick Hornby o de Douglas Coupland: todos son artistas y músicos, amigos de las performance, viven en ruinosas casas con descuidado encanto, tienen trabajos basura de subsistencia (que no consiguen anular sus profundas inquietudes intelectuales) y, casi todos, esconden traumas infantiles de los que darían para escribir un cómic, como Hair Shirt. En el fondo, no lo dudamos, es el tipo de vida que lleva (o ha llevado) Patrick McEown. Da un poco de envidia. Dentro de su monotonía indisimulada, la cosa pinta fascinante: es el tipo de existencia que, a base de películas independientes y libros malditos, ha terminado por adquirir cierto rango icónico y mitológico para los hijos de aquella fallida Generación X y derivaciones post-grunge.
Nos enrollamos. Decíamos que Hairshirt es un tebeo muy indie, porque sus personajes llevan una vida que ni los antiguos bohemios franceses, muy de novela de Nick Hornby o de Douglas Coupland: todos son artistas y músicos, amigos de las performance, viven en ruinosas casas con descuidado encanto, tienen trabajos basura de subsistencia (que no consiguen anular sus profundas inquietudes intelectuales) y, casi todos, esconden traumas infantiles de los que darían para escribir un cómic, como Hair Shirt. En el fondo, no lo dudamos, es el tipo de vida que lleva (o ha llevado) Patrick McEown. Da un poco de envidia. Dentro de su monotonía indisimulada, la cosa pinta fascinante: es el tipo de existencia que, a base de películas independientes y libros malditos, ha terminado por adquirir cierto rango icónico y mitológico para los hijos de aquella fallida Generación X y derivaciones post-grunge.
Seguimos enrollándonos. En Hair Shirt hay sexo, humo y rockandroll; y muchos sentimientos retorcidos y relaciones cruzadas, decepciones, engaños y aturdimientos. Es un cómic sinuoso y arrítmico, que devanea alrededor de la psique de unos personajes torturados y confusos. John, el narrador, cuenta en primera persona una parte de su historia personal, nos habla de sus relaciones, de su reciente ruptura y de su reencuentro con Naomi, su amor de adolescencia. A través de su voz se describe la tortuosa historia de juventud de Naomi y la de su hermano Chris, antiguo amigo de John. La memoria es fragmentaria e imperfecta, por eso los recuerdos de John se exponen en el cómic de forma dispersa, como si brotaran espontáneamente a propósito de una situación, una charla o un indicio concreto. El narrador-personaje de Hair Shirt tiene un discurso lúcido y su relato se mueve sinuoso por el pasado, alternando recuerdos, traumas y momentos oníricos revestidos en pesadillas con perro incluido (de ahí el título).
Patrick McEown escribe muy bien, sus diálogos suenan vivos y agudos (en muchos momentos ingeniosos); lamentablemente, en la vida vida vulgar y ordinaria el ser humano pocas veces es capaz de verbalizar con esa claridad y brillantez los conflictos interiores: por eso, en algunos pasajes, la prosa de McEown huele a filtro artístico en detrimento de la fluidez del relato. Es cierto, además, que, en ocasiones, se crea cierta confusión entre las transiciones oníricas, los recuerdos y el momento presente, pero como observará el lector con el devenir de la historia, este aspecto narrativo puede estar justificado por esa misma fragilidad de nuestro recuerdo. En ese sentido, el contexto de la acción, podría leerse como un entorno simbólico, una figuración geográfica de la inestabilidad emocional de los personajes principales:
Patrick McEown escribe muy bien, sus diálogos suenan vivos y agudos (en muchos momentos ingeniosos); lamentablemente, en la vida vida vulgar y ordinaria el ser humano pocas veces es capaz de verbalizar con esa claridad y brillantez los conflictos interiores: por eso, en algunos pasajes, la prosa de McEown huele a filtro artístico en detrimento de la fluidez del relato. Es cierto, además, que, en ocasiones, se crea cierta confusión entre las transiciones oníricas, los recuerdos y el momento presente, pero como observará el lector con el devenir de la historia, este aspecto narrativo puede estar justificado por esa misma fragilidad de nuestro recuerdo. En ese sentido, el contexto de la acción, podría leerse como un entorno simbólico, una figuración geográfica de la inestabilidad emocional de los personajes principales:
Esta ciudad no existe. Quiero decir, que en realidad no podemos considerarla una ciudad. No tiene núcleo, no tiene centro, sólo periferia. Apenas es un lugar, sino más bien un circuito de rutas sin destino fijo. Como una serie de sucesos fugaces unidos por el anhelo de contactar. La gente no vive aquí, sólo circula, como satélites solitarios orbitando alrededor de un planeta que nunca existió.
El apartado gráfico es igualmente delicado y volátil: se basa en una trazo fino y nervioso que recuerda a la nueva hornada de estrellas francesas, desde De Crecy a Sfar, pero que emparenta, gracias a su abundante entramado, con el underground norteamericano. McEown demuestra escuela y personalidad para la recreación fisonómica esquemática, la gestualidad y el detalle significativo. El dibujo de Hair Shirt ayuda a crear una atmósfera intensa, sofocante en algunos tramos, y con ese aire "extraterrestre" que no debe faltar en un buen relato indie...
Quién sabe, el día en que se oigan a los New Pornographers en los discotecones ibicencos, quizás este buen tebeo de McEown llegue a ser un superventas. Mientras llega ese momento, pasaremos los periodos de nostalgia soñando que estamos en una fiesta shoegazing en cualquier ático canadiense, al ritmo de The Great Lake Swimmers.
Quién sabe, el día en que se oigan a los New Pornographers en los discotecones ibicencos, quizás este buen tebeo de McEown llegue a ser un superventas. Mientras llega ese momento, pasaremos los periodos de nostalgia soñando que estamos en una fiesta shoegazing en cualquier ático canadiense, al ritmo de The Great Lake Swimmers.