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lunes, julio 31, 2006

Guibert, Lefèvre y Lemercier. La fotografía de las viñetas.

Lo sé, ganó nuestro "amigo" Urosawa, pero no me digan ustedes que en lo más hondo de su corazoncito no anidaba el deseo oculto de que El fotógrafo se llevara el premio del Saló 2006. Recupero con la excusa la reseña del domingo 18 de diciembre del 2005.
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Después de tres páginas (que, todo sea dicho, sorprenden al lector no avisado), se desvela el primer secreto de El fotógrafo en sus rezagados títulos de crédito: “Una historia vivida, fotografiada y narrada por Didier Lefèvre.” “Escrita y dibujada por Emmanuel Guibert” y “Maqueteada y coloreada por Frédéric Lemercier.” ¿Demasiadas manos para un simple cómic? No se dejen engañar, El fotógrafo (obra llamada a copar los puestos de privilegio en las listas de los mejores cómics del 2005) es bastante más que un cómic y, desde luego, la simpleza no está entre sus muchos atributos.
“Me despido de todo el mundo, de la gente de Médicos Sin Fronteras. De mi madre, que se muda a Blomville. De mi abuela, de Bienchen, la perra. En el piso de París que mi madre acaba de dejar, fotografío la solitaria cadena de música. En fin, adiós París.” Así comienza uno de los experimentos comicográficos más audaces de los últimos años. El texto de esta primera página se complementa con diferentes series de fotografías montadas en tiras de contacto a partir de los negativos y con una única viñeta de un avión que se aleja, dibujada en la parte inferior. De este modo, arranca el viaje de Didier Lefèvre, la aventura que en 1986 le llevó a la primera de sus misiones fotográficas para la organización Médicos Sin Fronteras en Afganistán. El álbum, editado por Glénat (que acaba de publicar también el segundo volumen), funciona como registro documental del viaje de un fotógrafo por un territorio hostil que, en aquel momento, servía de escenario al conflicto que enfrentaba al ejército soviético, junto al gobierno comunista afgano, contra los resistentes muyahidines, que recibían a su vez apoyo por parte de diferentes gobiernos occidentales contrarios a la Rusia soviética. Todo un preludio histórico para ahondar en hechos que hoy día nos resultan lamentablemente familiares. En ese sentido, El fotógrafo se puede leer casi como un documento periodístico con una base antropológica: en sus páginas aprenderemos a entender los modos de vida y las costumbres de los pueblos vecinos al Indostán, y nos sorprenderemos junto al protagonista con las ceremonias y ritos culturales de unos pueblos que hasta hace poco se nos antojaban exóticos hasta en sus nombres.
Quizás, por esta leve inclinación hacia la crónica periodística en un territorio bélico, más de uno se habrá acordado de Joe Sacco, el dibujante-cronista de obras señeras como Gorazde, Palestina o El mediador (que no hace tanto comentábamos en estas mismas páginas). El trabajo de Guibert, Lefèvre y Lemercier, ahonda sin duda en la línea abierta por aquel, en la utilización del cómic como vehículo idóneo para documentar y desvelar pedazos de realidad; sin embargo, la naturaleza formal y los mecanismos narrativos de El fotógrafo, discurren por unas sendas completamente diferentes a las que recorría Joe Sacco.
Precisamente es en la exposición narrativa donde encontramos muchas de las claves que hacen de éste un cómic especial. Porque si bien la obra alberga incuestionables valores documentales e incluso periodísticos, su técnica de montaje y narración, la convierten al mismo tiempo en cómic de aventuras, libro de viajes y safari fotográfico. El fotógrafo es cómic porque Emmanuel Guibert decidió contar la historia de un viaje, el de Fredéric Lemercier. Para ello, alternó sus dibujos con las fotografías de éste. El resultado es un asombroso ejercicio de estilo que nos conduce con fluidez desde las viñetas dibujadas por el propio Guibert a las instantáneas fotográficas de Lemercier, sin que el lector repare (por lo que respecta a su ritmo de lectura) en el ejercicio de equilibrismo que supone la transición discursiva.
El peso narrativo recae sobre los cartuchos de texto y los globos de diálogo que acompañan a las secuencias dibujadas. Las viñetas de Guibert son de una línea clara realista, sobria y esencial, evitando cualquier elemento redundante (en ocasiones el autor elimina incluso los fondos, dejando a sus personajes actuar sobre una viñeta vacía.) Esta desnudez y el uso del color (grandes superficies planas, con un predominio de los tonos ocres y apagados), favorece la transición cromática entre las partes dibujadas y las impresionantes secuencias fotografiadas en blanco y negro de la naturaleza y los poblados afganos (normalmente incorporadas a la narración en forma de series con varias fotografías sucesivas.) El material fotográfico funciona como valioso contrapunto descriptivo de la parte dibujada: si esta última sobrelleva el peso narrativo, las instantáneas de Lefèvre aportan el detalle, visualizan la crudeza del instante narrado y convierten el cuento en un fragmento de realidad sobrecogedora. Los muyahidines afganos pierden su barniz de personajes ficticios y se convierten en guerrilleros amenazantes; el caballo reventado por el esfuerzo al borde del camino se modela en carne agonizante y los tumores de las ancianas atendidas por los médicos nos hacen apartar la vista de las páginas por su cruda obviedad.
Y por debajo de los dibujos y las fotos, encontramos la narración emocionante del viaje, el relato de los lugares, de las costumbres afganas observadas y narradas por el “curioso observador”, por ese fotógrafo que es nuestro guía y nuestra mirada. Vemos a través del punto de vista de un viajero que nos hace partícipes de sus descubrimientos a tiempo real. Compartimos la mirada de un narrador que además nos invita a jugar a sus juegos privados de fotógrafo en busca del instante (y la instantánea) perfectos; un personaje-narrador-observador, este fotógrafo, que para nuestro deleite no se cansa de descubrir sus secretos a cada página.

Diferentes páginas de la edición francesa: 1, 2 y 3.