lunes, octubre 29, 2012

Unos apuntes sobre Zapico y Dublinés en la SER.

Regresamos a "Cómics en la Biblioteca", nuestro microespacio radiofónico en SER Soria, junto a Chema Díez. Hemos decidido abrir la temporada hablando de Alfonso Zapico, el flamante nuevo Premio Nacional, y su Dublinés. Un tebeo bien documentado, bien dibujado y con un plus didáctico-literario: conocer un poco más la figura de ese individuo genial, arisco y extravagante que fue James Joyce.
Lo que para algunos sería un broche a una trayectoria (el Premio Nacional), en este caso es sólo un prometedor paso adelante en la aún breve carrera como dibujante de cómics del autor asturiano. Seguiremos sus pasos.

lunes, octubre 22, 2012

Día de mercado, de James Sturm, en Culturamas.

Hoy toca desvio de visitas. Les remitimos al artículo que hemos escrito esta semana para Culturamas, la revista digital de arte y cultura. Hemos dedicado nuestra reseña a uno de los cómics que más nos ha gustado de entre los que hemos leído últimamente (aunque lleva ya más de dos años publicado): Día de mercado, del norteamericano James Sturm.
Se trata de un tebeo que alterna el aire intimista de una historia cargada de reflexiones melancólicas y mucha poesía, con una apuesta decidida por el costumbrismo rural de una comunidad yiddish centroeuropea. A través de la figura de un artista alfombrero, James Sturm teje un lienzo de sueños, expectativas y fracasos personales que se reflejan en las viñetas cenicientas de Día de mercado, y en unos paisajes otoñales cargados de connotaciones simbólicas. Sobredosis de talento gráfico.
Y no seguimos, que al final volvemos a escribir lo ya reseñado: "Día de mercado, de James Sturm. La vida tejida en una alfombra".

lunes, octubre 15, 2012

Google Nemo's Kat!

Hoy 15 de octubre de 2012 se ha celebrado una peculiar "onomástica" alrededor de ese artista con mayúsculas que siendo casi un adolescente ofrecía sus bocetos a quien quisiera escucharle, al grito de "algún día estos dibujos valdrán miles de dólares". La fe que el joven Winsor McCay tenía en su propio talento no era infundada. Las páginas originales de sus Dream of the Rarebit Fiend, Little Sammy Sneezy y, sobre todo, las de su obra maestra, Little Nemo in Slumberland, se venden en la red por varios de esos miles de dolares que su creador anticipaba. Existen pocas planchas del Pequeño Nemo en circulación, quizás porque, como nos contó alguién en cierta ocasión (y aquí entramos en el terreno enfangado del cotilleo especulatorio), el bueno Steven Spielberg es uno de sus más acérrimos fans y no deja pasar la ocasión de pujar y hacerse con ellas. Sin fortuna pecuniaria a cuestas, nosotros nos declaramos igual de fans (y bien que se nota) que Mr. Poltergeist.
 
En realidad, el aniversario no le toca tanto al señor McCay como a su soñador infante. Hace unos años le dedicábamos algunos párrafos admirativos a Little Nemo in Slumberland en nuestra arquitectura viñetera: 
Little Nemo in Slumberland de Winsor McCay es un modelo claro de permeabilidad entre lo popular y lo culto dentro del panorama del cómic. Pese a surgir como página dominical en 1905, Little Nemo supera ampliamente las barreras impuestas por sus necesidades editoriales, así como las posibles limitaciones motivadas por su personaje protagonista, muy elemental en su conformación (a todas luces, el pequeño Nemo es un personaje plano). Probablemente, la primera obra maestra de un arte balbuciente, Little Nemo destacó –quizás por esa misma personalidad primeriza y la consiguiente ausencia de modelos– por su respeto ante la libertad creativa del autor, por una innovación técnica constante y por la justificación de un universo onírico personal, difícilmente extrapolable a otro lenguaje que no fuera el de la narración gráfica.
 En su conjunto, las historias de Little Nemo se reciben como un compendio de pequeños poemas narrativos que esbozan una breve poética de lo impredecible, de las posibilidades ilimitadas con que cuenta el subconsciente para transmutar en sueño cada elemento de nuestra cotidianeidad. Richard Marschall, sitúa a Little Nemo in Slumberland en el origen del género que el denomina “Humor abstracto”. Una aproximación al cómic como vehículo de contenidos intelectuales y reflexiones críticas, solapadas tras escenarios fantasiosos, cronologías indefinidas y realidades alegóricas, disfrazadas en muchas ocasiones de inocentes cuentos tradicionales.
Sin embargo, lo que nos ha congraciado con este día de celebración y justifica la fecha elegida (un tanto traída por los pelos, no nos engañemos: ¿107 aniversario?) ha sido el espectacular doodle (ya saben, la versión tuneada de su logo) que se han montado los chicos de Google a cuento de la efeméride. Lo habían bordado con el homenaje guitarrero a Les Paul o con el acercamiento a otros personajes de la cultura y el arte como Popeye, pero con Little Nemo la cosa ha adquirido tintes de genialidad. El desplegable animado, a partir de ese Nemo que utiliza su cama como rampa de despegue hacia un mundo de fantasía, recorre algunos de los mejores momentos de la serie (glorioso ese chapuzón con la luna por testigo) y se convierte en un inteligente y sentido homenaje a una de las series esenciales en la historia del cómic. No os malacostumbréis, pero, gracias Google.

lunes, octubre 08, 2012

Ilustración, Brueghel, Amberes.

En Bélgica, si nos siguen ya lo saben, se viaja con una cesta llena de cerveza, chocolate y cómics. Por cortesía de Ryanair, y sus precios imbatibles acompañados de emociones fuertes, la visitamos con bastante frecuencia. En Bélgica se encuentran algunas de las ciudades más bellas de Europa: esa Brujas de cuento de hadas (pero bastante aburrida); Gante, la de los castillos y los canales, o la Amberes portuaria, con sus callecitas de canto rodado y una estación en la que bien valdría poner una pica.
En Amberes, además, vivió y creó parte de su obra el gran Rubens. Para los amantes del barroco, la visita a la catedral (que cobija dos increíbles trípticos del genio flamenco) y a su casa-taller compensa la visita.
Lo que no conocíamos, y hemos descubierto en nuestro último viaje, es el Museo de Mayer van den Bergh, una casa en el centro de la ciudad en la que vivió el coleccionista que da nombre al museo que ahora la ocupa. Van den Bergh era un joven adinerado del S.XIX que dedicó una gran parte de sus ganancias y de la fortuna familiar al coleccionismo de obras de arte; muchas de ellas de origen flamenco. La visita a su casa-museo tiene el doble aliciente de comprobar in situ las condiciones de vida burguesa de la Bélgica decimonónica y de poder disfrutar, al mismo tiempo, de la muy interesante colección de pintura y escultura (de distintos periodos) que ocupa sus estancias, y que el propio Van den Bergh se encargó de atesorar durante su breve vida (1858-1901) a lo largo y ancho de Europa. Hay, verdaderamente, piezas impresionantes, pero ninguna como las que ocupan los muros de la estancia dedicada a Pedro Brueghel el Viejo (Pieter Brugel, dicen los belgas).
Resulta que la gran virtud del joven coleccionista fue la de apostar por un autor que, en aquel momento, era básicamente un desconocido. Hasta que el bueno de Fritz Mayer no pusó los ojos (y su bolsa) en él, nadie había dado un doblón por un pintor al que en su propia época muchos habían considerado cuanto menos estrafalario y, cuanto más, obsceno y sacrílego. Sus trabajos se encontraban dispersos y a menudo se confundían con los de sus hijo (Pedro Brueghel el Joven) y los otros miembros pintores de la saga (los Jan Bruegel, padre e hijo). En el museo se encuentran algunas de sus obras maestras, como Censo en Belén (1566), Dulle Griet (1562) o Los doce proverbios, pintados sobre platos.
Siempre nos ha parecido que el arte de Brueghel el Viejo, como el de su contemporáneo Hyeronimus Bosch, el Bosco (del que también hay alguna obra importante en la casa Van den Bergh), tenía mucho de cómic; quizás por su caricaturismo paródico, que hoy se entiende en un plano alegórico, o por su sentido del humor extremo, que en los siglos XIX y XX encontró una vía de desarrollo en la ilustración, primero, y en el cómic, más tarde. Lo cierto es que siempre nos ha parecido encontrar los rostros de los personajes de Brueghel en ilustradores posteriores como Daumier y en otras obras del arte popular contemporáneo, más allá de la Vanguardia Surrealista con las que siempre se emparenta la obra del pintor flamenco.
En este viaje ha coincidido, además, que en el museo se exponía una colección completísima de los muchos grabados que eBrueghel elaboró a lo largo de su vida (muchos de ellos junto al editor al Hieronymus Cock). La exposición se titulaba The Unseen Pieter Bruegel y allí estaban sus Grandes paisajes (1555-1556), los Episodios de La Biblia o sus series de Las siete virtudes y Los siete pecados capitales. Revisando todos ellos (algunos iluminados por la presencia de las placas de cobre originales), el espectador adivina que detrás de la mirada alucinada y de las visionarias pesadillas alegóricas de Brueghel, se escondía en verdad una de las manos más dotadas para el dibujo de aquella Europa convulsa y efervescente.
Una de las confusiones más molestas que vive el amante del cómic, en estos tiempos tan documentados y "enciclopédigitalizados", es la que unifica al cómic junto al ánime, la ilustración o cualquier otra disciplina más o menos afín que se les ocurra. Es cierto que el cómic es hermano discursivo de otros vehículos narrativos, por un lado, y plásticos, por el otro, pero su idiosincrasia parece ya, a estas alturas, bien trazada y estudiada. Dicho lo cual, de vez en cuando produce verdadero placer zambullirse en las afinidades (muchas) que el cómic sigue compartiendo con otros vehículos, como este de la ilustración que nos ocupa (y que forma parte esencial de su identidad genética y de su particular prehistoria), y dejarse llevar por ellos. Gozoso el viaje a través de los viejos grabados del viejo Brueghel.

lunes, octubre 01, 2012

Optic Nerve #12, de Adrian Tomine. La sombra de Ware.

A estas alturas, la sombra de Mr. Ware no es que sea alargada, sino que amenaza con cubrirlo todo. Hasta las rendijas de ventilación del, aún por llegar, nuevo cómic.
Viene esta reflexión a cuento del último número que ha llegado a nuestras manos de Optic Nerve (el 12); el fanzine de Adrian Tomine, del que ya hablamos aquí con motivo de la edición por parte de Drawn & Quarterly de la caja con sus primeros 7 números en edición facsímile. El nuevo número de Optic Nerve (con tamaño de comic-book, portada seccionada y un diseño y maquetación muy elaborados) se parece poco a aquellos primeros juguetes narrativos, imperfectos y saludablemente espontáneos, de Tomine. Se mantiene en el equipo de Drawn & Quarterly, eso sí, aunque han pasado cinco años desde la aparición del último Optic Nerve. Algo ha cambiado en este lustro. Y Ware tiene mucho que ver con ello.
Lo nuevo de Tomine nos recuerda al trabajo del estadounidense desde la maquetación misma del fanzine, que algún despistado podría tomar por una nueva entrega de The Acme Novelty Library, más que por un nuevo Optic Nerve. En el interior, la distribución de los contenidos y el formato, con constantes homenajes al cómic clásico (tiras, dailies, sundays en color...), también recuerda a los imprevisibles juegos de maquetación y a la recuperación de modelos de diseño preterito, que caracteriza a la obra de Chris Ware. Este número 12, además, plantea un guiño de maquetación al posibilitar la doble posibilidad de una portada roja o naranja.
Más de lo mismo respecto a las variaciones estilísticas de Tomine en piezas como Hortisculpture, en la que abandona su habitual realismo (un tanto idealizado), en pos de una caricatura influida por las variantes más cartoon de la obra de Ware (e incluso de Clowes). Está de moda el eclecticismo autorial dentro de una misma obra. Este nuevo tipo de dibujo de Tomine, que ya anticipaba en Escenas de un matrimonio inminente, a nosotros nos recuerda al de otro de nuestros jóvenes autores predilectos, el también estadounidense Kevin Huizenga.
El protagonista de la ya citada A Brief History of the Art Form Known as Hortisculpture (nominada este año en los Premios Eisner a mejor historia corta) es un individuo francamente antipático, que parece un clon del Wilson de Clowes, al que se le hayan añadido algunos rasgos de la insegura personalidad de Corrigan. Difícil empatizar como lector con la obsesión "hortiescultora" de Harold.
Amber Sweet se parece más a las ya conocidas historias cortas de Tomine que pudimos leer en Sonámbulo o Rubia de verano. El Tomine que más nos gusta, aquel autor costumbrista tan "carveriano" que aprendimos a querer. La historia de esta joven muchacha que tiene la mala suerte de parecerse a otra persona, nos devuelve de nuevo al mejor Tomine. Le reconocemos en su estilo habitual y en una historia muy bien tejida a partir de uno de los temas favoritos en la obra del estadounidense-japonés: el azar caprichoso. En nuestra opinión, se trata de un relato muy superior a su compañero de volumen.

Después de la habitual sección de cartas del lector que encontramos en todos los Optic Nerve, el volumen se cierra con una historia metaficcional paródica. Un ejercicio de autorrepresentación en el que Tomine relata en dos páginas el propio proceso de creación de este último número de Optic Nerve. Una historieta ligeramente autocomplaciente y con un punto de vanidad camuflada de falsa modestia, pero francamente divertida.
No nos malinterpreten, no queremos decir que no apreciemos al afán experimental y las nuevas inquietudes creativas de Adrian Tomine, pero en ocasiones el homenaje estilístico (a Ware y Clowes en este caso) o la asunción de caminos ajenos, puede llegar a crear moldes más que a crecer como artista. Definitivamente, a nosotros lo que más nos ha gustado de este Optic Nerve #12 es aquello que lo emparenta con el Tomine de siempre, el que ya conocíamos.