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martes, septiembre 25, 2012

Ken Price, un artista muy plástico.

Uno de los muchos autores que descubrimos en el MoMA fue Ken Price. Su caso es el de esos artistas cuya obra a uno le resulta familiar pese a no tener nociones previas de la misma, ni, por tanto, ideas preconcebidas. Dábamos vueltas alrededor de la sala que tenía dedicada en la segunda planta y nos asaltaba una sensación de algo ya visto. No hablamos de un déjà vu propiamente dicho, sino de un reconocimiento de fuentes comunes o de influencias compartidas con algún otro grupo de creadores plásticos.
Su obra escultórica, por ejemplo, se mueve en un terreno de organicidad sintética que encontramos en los trabajos de Yakoi Kusama (a la que, como ya comentamos aquí, se dedica en estos momentos una exposición antológica en el Whitney Museum of American Art) o de Jan Fabre. Sus esculturas son ejemplos de figuras abstractas polimórficas que recrean las mismas mutaciones sobre una base orgánica que encontramos en algunos de los trabajos gráficos de Moebius, Serpieri o Bilal; y, más recientemente, en el nuevo underground de Dave Cooper. Un estilo, el del dibujante americano, que a su vez planta sus raíces en las derivaciones abstractas del underground de los años 60, representadas por autores como Víctor Moscoso o Rick Griffin.
No anda Ken Price muy lejos de todos ellos. A su claro ascendente pop, Price añade unas connotaciones locales muy concretas, derivadas de su origen californiano y la influencia del surf o los coches deportivos. En sus esculturas de barro cocido, se repiten los mismos acabados industriales perfectos de las tablas y de los autos. De este modo, se resalta la fisicidad de unos objetos que, en muchos casos, rememoran formas eróticas y sexuales de una naturaleza casi alienígena (volvemos a remitir en este punto a la iconografía bien conocida de Moebius y compañía).
Casi tan sorprendente como su faceta escultórica nos resultó su apartado gráfico. De nuevo, nos deteníamos en sus litografías retocadas con color (sus Figurine Cup y Double Frog Cup) y no podíamos evitar pensar que aquello que observábamos no nos era nuevo del todo, aunque realmente así lo fuera. Después de unos segundo encontramos la afinidad. Sus imágenes presentan sencillos motivos animales y antropomórficos sobre unos fondos de colores intensos (amarillos, rosas, azules). Pero mientras éstos (los fondos) muestran colores planos, las figuras humanas y animales, presentan una curiosa tridimensionalidad creada a partir de sombras y gradaciones, que recuerda sobremanera a la técnica del fotocromo que Richard Corben empleó en los años 70 y 80 para sus héroes hipermusculados y heroínas pechugonas.
No sabemos hasta que punto las asociaciones y correlaciones aquí expuestas atienden a vínculos reales, pero ya saben ustedes que, en muchos de los mejores casos, el arte crece en el ojo del espectador.