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martes, septiembre 25, 2007

Chester Brown. Nunca me has gustado... tanto.

Hace ya tiempo que la muchachada canadiense de Drawn & Quarterly vino a estas tierras para quedarse. Hemos de reconocer que, como lectores, les debemos bastante a los Seth, Matt, Doucet o Chester Brown. Se nos descubrieron, así de primeras, como unos redescubridores de la técnica autobiográfica. Sin llegar al flagelo del rey Crumb, los canadienses incorporaban a sus autoconfesiones diversos elementos y fórmulas bastante inhabituales en el mundo de las narraciones gráficas allá en los años 90ytantos: el lirismo autorreferencial de Seth en esa pseudoficción gozosa que es La vida está bien si no te rindes; el humor cáustico, cínico autocompasivo de Joe Matt en Peepshow; el exorcismo biográfico manchado por el realismo de alcantarilla de Julie Doucet o la confesión desnuda y frágil de las penurias adolescentes de Chester Brown.
Lo primero que vimos de este último en nuestro país (al menos lo primero que leí yo) fue El Playboy. Un tebeo interesante que La Cúpula publicó en 1995 en tres incómodos cómic-books (por el formato, que no por la edición, cuidada y muy correcta). Precedido por su fama, El Playboy reunía algunas de las constantes en la obra de Brown: un dibujo quebradizo y elegante ("¿cómo consigues hacer todas esas líneas tan finitas?", le pregunta uno de sus personajes a Brown); encontrábamos también la sensibilidad ciclotímica de su autor, ese aire semi-autista que le llevó a crearse un alter-ego en forma de conciencia voladora bipolar (ángel-diablo), con la que poder consultar sus cuitas; y, por último, El Playboy presentaba la técnica organizativa de Brown, con una distribución libérrima de viñetas en la página, únicamente condicionada por los intereses narrativos de la secuencia tratada (que podía consistir en páginas formadas por una única viñeta). Por todo ello, la historia de este Brown adolescente y sus complejos judeocristianos ante el sexo impreso (de ahí el título), nos interesó sobremanera en su día y nos parece recomendable en el presente, aunque no deja de ser un ejercicio tempranero, cuyo mayor defecto reside en su falta de recorrido narrativo y en la limitación (tanto espacial como temática) de su propuesta.
Antes de su relación privada con la revista porno de marras, Brown había trabajado en una obra de claros tintes surrealistas, humor morboso desatado y mucha mala uva, que había aparecido por entregas en Yummy Fur (el fanzine autoeditado por Brown en los 80); hablamos de Ed el payaso feliz (La Cúpula, 2006). Adolecen sus capítulos o gags de cierta anarquía relacional (deuda de un proceso creativo basado en el automatismo surrealista) y digamos que al traje del payaso se le ven las costuras más de la cuenta. Pese a ello, el conjunto presume de un humor dadaísta, cuando no demente, y de esa profundidad intelectual, que sobrevuela casi toda la obra del canadiense.
Porque, ¿sabían que para Seth su amigo Brown es un genio? Se deja entrever en las que, hasta el momento, son sus dos obras mayores, Louis Riel (La Cúpula, 2006; "completa" en 2007) y Nunca me has gustado (Astiberri, 2007). Algún día retomaremos la primera de ellas (en realidad su último trabajo de entidad), vayamos ahora con la otra.


Nunca me has gustado nace de la misma idea que El Playboy y, como aquella, se publica por entregas en Yummy Fur a comienzos de los 80 (cuando Brown ya ha fichado por Drawn & Quarterly). Sin embargo, y pese a las muchas semejanzas que hemos comentado anteriormente, Nunca me has gustado supera a su hermana ampliamente en inteligencia y madurez. Lo hace por lo que respecta a sus contenidos, pero también por la lucidez con la que plantea su desarrollo argumental y por su capacidad para emocionar al más pintiparado. Y es que las confesiones de Brown huelen a verdad, pero, además, tienen un extraño efecto contagioso que nos recuerda a aquel otro autor inclasificable que veíamos no hace tanto. Se trata, imaginamos, de una cuestión de instinto e intuición: la que se necesita para apretar la tecla adecuada que nos muestra el proceso de maduración por el que todos hemos pasado.
Esta obra de Chester Brown habla sobre el paso del tiempo, sobre el nacimiento de la conciencia individual y sobre la aparición (la lucha hormonal) de los primeros sentimientos afectivos (sexuales y sentimentales). El canadiense consigue trasmitir la lucha interior que sacude a todo adolescente, esa incomprensión y falta de empatía con el mundo exterior, que termina convirtiéndose en todo un trayecto de equivocaciones, vacilaciones y aprendizaje a marchas forzadas. Desde nuestra óptica de lectores maduros, de seres humanos más o menos formados (¿se llega a eso algún día?), los protagonistas de Nunca me has besado no dejan de equivocarse; por eso parecen tan reales. El espectador observa impotente su falta de decisión, la incoherencia de sus actos y el egoísmo infinito que guía sus decisiones. No podría haber sido de otro modo. Brown nos sacude con su acto de contricción y, de un latigazo en pleno rostro, nos muestra la facilidad con que nos olvidamos de lo que hemos sido.
Lo mejor de todo es que Brown consigue sus fines con una economía de medios y de discurso admirables. Con un dibujo sutil y una línea clara, casi transparente, pero muy plástica (que líricas son las escenas "bruscas", las que se suponen más agitadas o violentas, como esas peleas de amor entre Brown y Carrie). Con un uso maestro de la elipsis, que le permite al autor avanzar desde la infancia del protagonista hasta la adolescencia, con la suavidad del recuerdo esbozado (fragmentario, como son las imágenes de nuestra primera juventud). En este sentido, la utilización de indicios y repeticiones, permite ligar los sucesos en un hilo discursivo coherente. El empleo del montaje incide también en la disposición del material narrativo y permite subrayar unos episodios en detrimento de otros; o poner de relieve sucesos menores (desarrollados en varias páginas) frente a otros que parecerían más relevantes pero tienen un peso menor (o una inconsistencia mayor) en el recuerdo del protagonista. Así, hechos tan triviales como masticar una galleta, se convierten en hilos rectores de la historia y en ejercicios contemplativos de honda melancolía, gracias a una viñeta aislada en medio de la página.

La obra de Brown sorprende al que se acerca a ella por vez primera, a algunos les puede incluso parecer irritante y condescendiente en algunos momentos, pero, que nadie lo dude, el canadiense ha conseguido elaborar un lenguaje comicográfico absolutamente convincente y personal. Nunca me has gustado es el mejor ejemplo de ello.

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Le hemos tomado prestadas algunas de las imágenes a Pepo. Cuelga varias más aquí.