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jueves, junio 29, 2023

Contrition, de Carlos Portela y Keko. Muy negro todo

Thriller, noir e investigación criminal en el mismo lote. El nuevo cómic de Carlos Portela y Keko bucea en las profundidades del alma humana desde su mismo punto de arranque (los delincuentes condenados por delitos sexuales) y lo hace con buenas dosis de suspense al ritmo de misterios ocultos y una pesquisa criminal en la que a nadie parece interesarle descubrir la verdad, más allá de una periodista que, en paralelo, realiza su investigación contra viento, marea, familia y directores de periódico. 

Contrition se mueve dentro de unas claves que conectan con el género negro estadounidense más reciente: el de los thrillers de Fincher y Nolan, o series como True Detective. Por sus páginas desfila una galería de personajes reconocibles (la periodista, el sheriff, la agente de seguimiento de delitos sexuales, el sacerdote de mirada sombría, el director del periódico…), que el guion de Portela consigue dotar de humanidad, evitando la tentación del estereotipo. Los autores construyen su relato de vidas cruzadas a partir de un punto de vista alterno que, en una narración no lineal, nos lleva de un personaje a otro al mismo tiempo que se le revelan al lector las claves y los entresijos de una historia infectada de ponzoña y tan negra como pueda llegar a ser el alma humana. 

El dibujo de Keko contribuye decisivamente a sumergirnos en esta oscuridad tenebrosa que domina el relato. Su uso extensivo de la mancha, el realismo fotográfico de las localizaciones y sus personajes, esculpidos con aspereza, levantan el escenario de este thriller tenebroso que, sin embargo, permite vislumbrar un atisbo de luz al final del cráter. Hay una frase, que evoca a Arendt y sus trabajos sobre “la banalidad del mal”, que se repite en varias ocasiones a lo largo del libro: “… hacer cosas malas no nos convierte necesariamente en malas personas”. Puede que haya una parte de razón en su formulación (“La maldad se puede inducir. La obediencia no cuestionada a una autoridad mal empleada puede tener resultados nefastos”), sin embargo, como se encargan de demostrarnos Portela y Keko, también existe un mal en estado puro: ese que proviene del “acto voluntario y meditado, libre de presión externa”. 

Contrition es un cómic estremecedor. Como pocos que hayamos leído. Un relato que nos sacude hasta el asco y que nos dejará rumiando acerca de las miserias humanas durante mucho tiempo.

sábado, marzo 13, 2021

De listas y deudas: crónica negra de la corrupción política española

Lo peor de las listas culturales es que nunca se cierran, aunque quizás en esa falta de clausura esté también su mayor virtud: la de invitar siempre a una revisión continua, a una actualización del gusto y de las convicciones propias.

Nos pasa todos los años. Cada vez que llega el día de Reyes y publicamos nuestro listado con los mejores cómics de ese curso, lo hacemos con la certeza de estar traicionando a aquellas lecturas a las que no pudimos llegar. Desde hace un tiempo, junto a nuestra selección anual, publicamos en papel (en el periódico ABC Color de Paraguay) una lista depurada de sólo diez cómics, un resumen del resumen.

Después de jugar a las quinielas y disfrutar de selecciones ajenas, mucho más completas y cualificadas, teníamos claro que este año se nos habían quedado en el debe algunos cómics importantes. El arranque de 2021 ha sido generoso a la hora de permitirnos actualizar unas lecturas que, prácticamente, nos han empujado a escribir este post a modo de epílogo tardío a nuestra selección de "cómics para una pandemia". Y es que, aunque Blogger invita a la trampa y a la "reescritura" (ortográfica, gramatical e incluso conceptual e ideológica) del pasado, hemos preferido entonar el mea culpa en vivo y en directo por no haber incluido en nuestra lista dos cómics superlativos; ambos con bastantes puntos en común, pero con diferentes intenciones.

Con su primorosa edición en páginas doradas Primavera para Madrid (Autsaider Cómics), de Magius, es la gran crónica carnavalesca y bufa de la reciente historia política de nuestro país. Con toda la mala leche que exigen las circunstancias y con escaso disimulo (tanto en nombres como en caracterizaciones), Magius disecciona el circo político de la corrupción postaznarista y sus acólitos borbónicos: una galería esperpéntica de personajes instalados en el chantaje, la ostentación chabacana, los puñales por la espalda, los sobres con mordidas y las prácticas mafiosas. Ante el cutrerío sórdido de lo narrado y la impunidad de sus actores, el visitante foráneo podría pensar que la farsa de Primavera para Madrid cobra fuerza a partir de una deformación hiperbólica de la crónica política. Lo cierto es que, si no hubiéramos sido testigos diarios del descalabro, con asiento en primera fila de noticieros y confesiones judiciales, ni los mismos españoles hubiéramos comprado la historia. Seguramente, lo peor de todo es que algunos siguen pensando que aquel lodazal fue la mejor de las realidades posibles. Un ejercicio obligatorio de memoria, una obra para leer y releer cada pocos años.

Esos dos clásicos del cómic español que son Altarriba y Keko, concluyen su inmaculada trilogía del ego (Yo, asesino, Yo, loco y, ahora, Yo, mentiroso). Yo, mentiroso (Norma) rebusca en la misma materia prima que el cómic de Magius, la corrupción de la política española, pero prescinde del humor paródico para centrarse en un doble enfoque socio-psicológico que, bajo su apariencia de thriller político, intenta destejer las urdimbres maquiavélicas de la corrupción, el engaño y el poder a cualquier precio. El claroscuro tenebrista de Keko nunca había brillado tanto como en este cómic. Su empleo realista de collages de situación funciona con pasmosa naturalidad a la hora de crear las localizaciones macabras de una escena del crimen que se multiplica en todas las direcciones posibles que permiten la codicia y la iniquidad humana. Como sucedía en Primavera para Madrid, los personajes de Yo, mentiroso apenas disimulan los nombres reales que protagonizaron algunos de los episodios más negros de la democracia española. Detrás del andamiaje de ficción que ofrece el episodio criminal de la trama (con los guiños irónicos y autorreferenciales habituales en Altarriba), reconocemos casi todos los rostros funestos de sus personajes y nos acordamos de sus acciones. Yo, mentiroso es un cómic sobresaliente (el mejor de la trilogía, pensamos), pero le deja a uno mal cuerpo para varios días. Avisados están.  

Y todavía no hemos tenido tiempo de leer Cheminova, el quinto y último tomo de esa saga brillante y llena de humanidad que Luis Durán ha facturado a lo largo de años con su serie Orlando y juego, así que no descarten alguna nueva operación de enmienda.

miércoles, abril 08, 2015

Yo, asesino, de Altarriba y Keko. La estética de la violencia, violencia entre viñetas

Seguimos tropezando en la misma viñeta. Nos pasó hace cinco años con esta obra maestra y nos ha vuelto a suceder otra vez. Cerramos nuestra lista de lo mejor de 2014 con unas cuantas deudas lectoras, y resulta que entre ellas se encontraban dos o tres de los mejores cómics del curso pasado; historias que por méritos propios deberían de haber estado en cualquier nómina de elegidos. Fue el caso de la desasosegante historia de Backerf, e igualmente injustificable (ahora a agua pasada lo sabemos) es la ausencia en cualquier selección de los mejores cómics de 2014 del nuevo trabajo del gran Antonio Altarriba y de un maestro como Keko. Porque Yo, asesino es un cómic mayúsculo. Bien lo han sabido ver nuestros vecinos.
Enrique Rodríguez ramírez es un profesor universitario de Historia del Arte que pone en práctica sus investigaciones acerca de la estética de la violencia mediante una serie de asesinatos selectivos minuciosamente escenografiados y ejecutados con un ánimo de trascendencia más aplicable a una obra de arte que a un homicidio casual o ritual.  Con un matrimonio al borde de la ruptura y una carrera docente e investigadora marcada por las presiones políticas, las míseras disputas docentes y las guerras por las subvenciones públicas que determinan el estatus académico en el escalafón universitario, el profesor Enrique Rodríguez desahoga sus inclinaciones artísticas, su talento como creador de "obras únicas", eligiendo víctimas al azar a las que asesina ceremoniosamente y con una intención claramente estética.
Por derecho propio, entonces, Yo, asesino es una obra de serie negra. Un thriller habitado por asesinos, cómplices, víctimas y detectives; una historia cargada de misterio, intriga y casos sin resolver que hará las delicias de cualquier amante del género. Pero el trabajo de Altarriba y Keko es mucho más que un cómic noir al uso...
Para contextualizar su “ensayo” acerca de la violencia, el arte y el dolor, Antonio Altarriba sitúa su historia en el País Vasco actual, la Facultad de Letras de Vitoria-Gasteiz. Ya han pasado los años de plomo de la actividad criminal de la banda terrorista ETA y la radicalización abertzale de la sociedad vasca. Aquellos años de violencia psicológica, social y física en los que las víctimas del terrorismo debían convivir además con la falta de empatía de su entorno y el hostigamiento político de la mayoría nacionalista. En este escenario contemporáneo, en el que aún pervive una fuerte politización y presión institucional, Altarriba sitúa a su peculiar protagonista y álter ego, un yo asesino, que Keko recrea con los rasgos físicos del propio Altarriba; también catedrático universitario en la Universidad del País Vasco en su vida real.
A lo largo de su trayectoria creativa, Keko (José Antonio Godoy) ha labrado una reputación como artista de culto al margen de cualquier tendencia comercial gracias a su muy personal dibujo expresionista, su dominio del claroscuro y cierta inclinación por personajes e historias marginales, cuando no extremos. Esta claro que no había un dibujante mejor a la hora de ponerle viñetas al elaborado y complejo guión de Altarriba. Es más, en un giro visual muy oportuno para la historia, Keko ha “sofísticado” su dibujo para Yo, asesino, dotándole de un detallismo y un tratamiento hiperrealista (obtenido en parte gracias a la manipulación de material fotográfico) que nos permiten hablar de cierto manierismo visual, donde antes primaban cierta inclinación hacia el cubismo y el ya señalado expresionismo (insistiendo en esa linea que ya anticipara con brillantez en La protectora). Oscuridad y sentimiento barroco para dar vida a una historia cargada de tragedia existencial.
Dentro del contexto profundamente violento del cómic descubrimos una de las tesis básicas de este cómic: la muerte como fenómeno imprevisible o improvisado puede ser un arte y un acto creativo, pero los crímenes políticos, ideológicos o institucionales (interesados, en definitiva) son puro y cruel ensañamiento:
Matar por nada es revolucionario... / Pone en evidencia las interesadas razones que la política, la religión, la filosofía o la psicología han encontrado para que sigamos asesinádonos... Para que parezca que tiene sentido hacerlo... / Son justificaciones de conveniencia... Nunca motivaciones justas... / En este mundo matar por nada constituye, en el fondo, una acción pacifista... / Al menos mucho más honesta que matar por la patria... 
¿Es entonces Yo, asesino una reivindicación de la naturaleza violenta de todo ser humano ("La pulsión asesina (...) constituye la esencia de nuestro carácter, reflejo del deseo de poder, resorte último de la supervivencia") o es tan sólo la escenificación plástica del aparato teórico que explica, por así decirlo, "la representación del dolor en el arte" (o el cómic) contemporáneo? ¿Exaltación estética de la violencia o crítica social implícita (y pacifista) hacia la dictadura sanguinaria de las ideologías? En un momento de la historia el protagonista conversa con Edurne, su alumna y joven amante, acerca del reciente asesinato de Carlos Alarcón, su máximo rival teórico:
- No me voy a escandalizar... Ni te voy a reprochar nada... Sabes que comparto tus teorías sobre el arte... Y creo en la pulsión asesina como fuente de creatividad.
- Son teorías esteticas... Escribo sobre ello... Investigo sobre ello... Pero eso no significa que vaya por ahí matando a mis colegas...
- ¿Ah no...? Decir una cosa y hacer otra supone incoherencia... Es una impostura intelectual... Si no recuerdo mal, tú mismo escribiste un artículo sobre ello...
- Vamos, Edurne, no seas chiquilla... Nadie lleva sus ideas hasta las últimas consecuencias... Al menos en algunos terrenos...
En el cómic, Enrique le está mintiendo a su amante, se está protegiendo. Quizás, como autor, Altarriba no lo esté haciendo. Desde este punto de vista, podríamos leer Yo, asesino como un objeto artístico, una novela gráfica que supone la ejemplificación ficcional de esa "teoría estética" de Antonio Altarriba (alias Enrique Rodríguez) y Keko. Un cómic que, detrás de su despliegue de erudición, esconde un desahogo y una crítica despiadada contra todos los ámbitos de la kultur contemporánea: la endogamia corrosiva e inmovilizante de la Universidad española; la política cultural errática, caprichosa y corrupta de las instituciones regionales y nacionales; o la vacuidad mercenaria y superficial de ciertas manifestaciones del arte contemporáneo (ejemplificadas en Abel y Omar, la pareja de performers gays que hacen acto de presencia en las páginas finales del cómic).
El ejercicio narrativo en primera persona adquiere, de este modo, unos tintes autorrefenciales que permiten leer la obra como un juego de espejos en el que realidad y ficción terminan por confundirse. El sentido último de la obra adquiere connotaciones irónicas insospechadas y una profundidad conceptual que concreta los planteamientos teóricos del profesor protagonista acerca de la violencia en la propia obra de arte que venimos analizando, este cómic titulado Yo, asesino, que el lector tiene entre manos. Pura vanguardia, el continente y el contenido reflejándose el uno sobre el otro.
Lo de nuestra lista incompleta, esta vez lo vamos a solucionar con medidas retroactivas violentas.