lunes, septiembre 26, 2011

La popaganda de Ron English (y alguna novedad editorial).

Surfeando por la red, que dicen los modernos, regresamos a la casa de un viejo conocido. Les referimos a Ron English con motivo de aquella gran cinta grafitera que es Exit Through the Gift Door, de un tal Banksy. Hacía mucho también que no retomábamos el tema del arte urbano y sus derivados.

En realidad, Ron English no merece presentaciones dentro del colectivo de artistas urbanos, dentro de ese grupo selecto de creadores al margen del sistema que tan bien (y poco disimuladamente) ha sabido asimilar ese mismo sistema. No es nuevo: si el producto es resultón, el mercado fagocita hasta a los virus que lo atacan. Decíamos, Ron English, como el propio (o los propios) Banksy, Mr. Brainwash, Shepherd Fairey, etc. son ya toda una élite del arte contemporáneo. El surrealismo-pop, el collage icónico y el apropiacionismo serial no tienen secretos para el nuevo arte urbano: la mezcla del objeto de consumo y la alta cultura (una puesta de largo del arte pop de toda la vida) es una constante en la obra de, por ejemplo, Ron English. Mucho icono comiquero de por medio.

Algunos de sus últimos trabajos tienen bastante gracia: su "Homohulk" nos ha hecho sonreír, no se lo negamos; el Mickey Mouse (vía Maus, que ya es icono de la casa, también resulta resultón y saleroso (con ese aire de pesadilla disneyana) tanto en su versión bidimensional como en sus apariciones. Divertida e inquietante es también su ingeniosa manipulación del smiley, con trasfondo calavérico (un nuevo motivo recurrente en la obra del artista); tanto en su versión Charlie Brown, como en las que sólo manejan la referencia del sonriente logo amarillo.

Otros trabajos nos parecen más banales y efectistas, como sus habituales patchworks a base de viñetas y recortes comiqueros con los que estampa a G. Washington o a un Ronald McDonald alopécico. Nos quieren recordar lejanamente a la obra de aquel verdadero agitador del arte que fue Basquiat (otro creador que encontró en el cómic una fuente habitual de inspiración), pero se quedan en un jugueteo de diseño manufacturado, nos parece a nosotros. Échenle un vistazo a su página Popaganda, una visita amena y chispeante.

Precisamente porque hacía mucho que no hablábamos de grafiteros y arte urbano en el blog, no queremos acabar esta entrada sin mencionar un libro recién publicado, que tiene un aire estupendo: Los nombres esenciales del arte urbano y del graffiti español, del crítico y periodista Mario Suarez. Un recorrido por la producción nacional reciente de artistas callejeros y pintadores de muros: mucha obra de arte digna de verse y recuperarse, cuya exposición fue en muchos casos, ya se encargaron de ello los ayuntamientos, más que efímera. Además, entre mucho nombre ilustre, sale nuestro amigo Pejac. Pinta muy bien.

lunes, septiembre 19, 2011

Rayco Pulido y el arte.

No sorprenderemos a nadie si decimos que Sin título, de Rayco Pulido, es una de las sorpresas del cómic español de este año (así lo referimos aquí, de hecho). Una obra repleta de hallazgos narrativos, búsquedas experimentales y valores artísticos.
Precisamente, es de arte de lo que les venimos a hablar hoy. Resulta que, gracias al propio autor, llega a nuestros oídos la existencia de una exposición colectiva en el CAAM (Centro Atlántico de Arte Moderno), de Gran Canaria, a la que fue invitado don Rayco como única representación del mundo de las viñetas; fue en 2008. En una apuesta arriesgada, el autor decide prescindir de un espacio expositivo propio y centrar su participación en una obra creada exclusivamente para el catálogo: un cómic, como no podía ser de otro modo, pero un cómic en nada ordinario. La exposición titulada, 8.1 Distorsiones. Documentos. Naderías y relatos, contó con una nómina de artistas más que destacable, que se puede rastrear en el blog que se creó para la ocasión.
A nosotros, claro, nos interesa sobre todo la participación de Rayco Pulido en la misma. Le pedimos que nos enviara su colaboración para poder hacerla pública, para que su trabajo no permaneciera escondido por los siglos de los siglos en las páginas de un catálogo a cuya lectura sólo tuvieron acceso unos cuantos privilegiados. Amablemente, Rayco nos envió una edición remontada en un scroll vertical de sus páginas. Realmente, merece la pena revisar el resultado final: se trata de una breve reflexión comicográfica (un subjetivísimo ensayo) acerca de la relación entre el cómic y el arte, centrada en torno al episodio sincrónico de la exposición en sí y de la participación que el artista tuvo en la misma. Una mini-historia, cargada de ironía, acerca de las dudas de un dibujante de cómics que es invitado a participar en un evento artístico de esos que se suelen catalogar dentro de la alta cultura; indirectamente, por tanto, se trata de una reflexión acerca del lugar que el cómic tiene (y busca) en el panorama artístico contemporáneo. No es, por tanto, aleatorio que la reflexión gráfica de Rayco Pulido se mueva en la mismas coordenadas teórico-expositivas que los meta-ensayos comicográficos de Scott McCloud, por ejemplo; ni que sus elecciones estilísticas nos recuerden a experimentos visuales tan osados como los que emprendió recientemente David Mazzucchelli en su Asterios Polyp.
Entre las muchas ideas que plantea el "texto", nos ha divertido especialmente un "Decálogo para no cometer los errores de siempre" dedicado a autores de cómics y futuros aspirantes; una enumeración preceptiva llena de acidez que, de algún modo, emparenta este trabajo con el doble proceso de creación y crítica, que tan bien funciona en Sin título. Dice este decálogo:

1. Utiliza poco texto.

2. No seas explicativo (el lector debe sentirse inteligente).

3. Sé poético (revisar San Juan de la Cruz).

4. Se irónico, no humorístico.

5. Se vago, impreciso (rico en interpretaciones).

6. Evita coloquialismos, esto es primera división.

7. Contén la línea, no varíes demasiado el registro.

8. Evita ser moralizante, ahórrate los juicios.

9. No seas narcisista, no trates con compasión indulgente a quienes no saben apreciar tu "brillantez", pues no existe.

10. Deja el final abierto.

Como, nos tememos, estamos hablando ya más de la cuenta, les remitimos a que constaten lo dicho ustedes mismos revisando y deteniéndose en los detalles de este trabajo, prácticamente inédito:

Gracias mil a Rayco, por su amabilidad y por su interesante ensayo en viñetas.

lunes, septiembre 12, 2011

Mister Wonderful, de Daniel Clowes. Fenómenos parasociales.

Continúa creciendo  la galería de alienados sociales de don Daniel Clowes, en este caso gracias a Mister Wonderful último cómic publicado. Leímos parte de la obra en su edición digital para el New York Times Magazine; pero, como se avisa en la información editorial, aquello sólo era el anticipo del material que ahora vemos compilado en formato de novela gráfica: un tomo apaisado de pastas duras, algo más largo que la edición de Ice Haven, pero tan cuidado como aquella. Suponemos que su publicación inminente entrará dentro de los planes editoriales de Random House Mondadori España.
Al grano. Si Wilson era la cara más antipática de los sociópatas made in Clowes, Marshall, o Mister Wonderful, resulta ser el prototipo estrella de sus personajes acomplejados, pusilánimes y ciclotímicos: un pringadillo en toda regla, que diría alguno. En este sentido, algún amante de la categorización social se atrevería a aventurar que Mister Wonderful no es sino el reverso de Wilson. En realidad, nos parece a nosotros, los dos personajes juegan en la misma liga: la que conforman los personajes alienados de Clowes, su tribu de anomalías sociales, de criaturas modeladas en carne de frenopático.
Seguimos comparando. Mientras que en Wilson Clowes describía a su personaje mediante una relato expresionista basado en brochazos narrativos, episodios dispersos sólo parcialmente articulados por la misma odiosa naturaleza del protagonista y las continuas variaciones estilísticas (continuando la línea experimental de Ice Haven), Mister Wonderful responde a un modelo narrativo ortodoxo: el del relato lineal. Como suele hacer, Clowes sitúa la acción in media res, Marshall espera en un café la llegada de su cita a ciegas. A partir de ese instante asistimos a la exhibición de sus paranoias e inseguridades. Como lectores, soportamos las dudas de Marshall con la paciencia resignada de quien asiste a la previsible crónica de un fracaso anunciado (aunque tendrán ustedes que leer la obra para constatar que hay de cierto en dicha previsión). La ostentación de incompetencia está abocada al desastre. Lo comprobamos todos los días en nuestra oficina, en la escuela, ante ciertas actuaciones de la autoridad, cuando esperamos delante de algún mostrador… La existencia siempre termina desenmascarando a los desertores de responsabilidades y a los incompetentes emocionales; Mister Wonderful es uno de ellos.
Clowes es un maestro de su fórmula: su creación de personajes y perfiles psicológicos complejos sitúa su obra entre lo más brillante del arte contemporáneo (vean que no hemos dicho únicamente “cómic”). Personalmente, a nosotros nos funcionan mejor sus relatos menos manieristas, su obra menos formalista; la fuerza de su relato es tal que, nos parece, no requiere de un exceso de adornos experimentales o retóricas digresivas. Pero no nos malinterpreten, sin llegar a los extremos de Wilson o Ice Haven, Mister Wonderful está lleno de búsquedas e indagaciones narrativas: como esas pequeñas secuencias incisas que, mediante un cambio estilístico (hacia un esquematismo infantil), introducen en el relato principal los deseos o las suposiciones anticipatorias del protagonista; como los escasos e inteligentes flashbacks que se integran naturalmente en el relato con una intención completiva no exenta de carga paródica (abunda el tono cínico en este cómic, ya desde su mismo título); o, finalmente, como esas dudas internas del personaje que Clowes convierte en una lucha entre la voz narrativa homodiegética de las didascalias y la conciencia de Marshall transmutada en personaje y representada (a modo de Pepito Grillo) por medio de un incordioso enanito cargado de malos consejos.
Mister Wonderful podría ser un capítulo más de aquella excepcional Caricatura, Marshall podría ser el tío raro de David, el personaje de David Boring, o incluso el padre separado de cualquiera de las niñas de Ghost World. Es hijo de Clowes y la suya es una historia que entra como un guante de seda forjado en papel y tinta dentro de la narrativa más tradicional del norteamericano. Otro trabajo que sirve para aumentar la leyenda bibliográfica de un narrador único con un estilo visual que ya se siente icónico.

lunes, septiembre 05, 2011

Cuadernos Gran Jefe, de Truchafrita. Slice colombiano, cómic en Colombia.

Ahora que se acaba el verano, qué lejos y utópicos resuenan los planes que nos propusimos en el mes de julio; como siempre sucede, por otro lado. Y mira que esta vez empezamos el verano conciezudos, con las buenas sensaciones de aquel congreso y el regalito que teníamos a vuelta de correo esperándonos en casa.
Resulta que nuestro amigo Truchafrita se las apañó para que llegaran a nuestras manos todos sus tesoros fanzineros y comiqueros. Una colección de sus Cuadernos Gran Jefe y de esas irreverentes gacetillas-panfleto-noticieras de una página que son los Robot. Grandes alegrías transatláticas.
Casi a la vez, como en una suerte de señal místico-comiquera, leímos a través de los chicos de Entrecómics, este artículo de El País Colombia titulado "El boom de la historieta en Colombia" y, claro, de nuevo el bueno de Truchafrita andaba por ahí (con fotografía incluida dedicada a su Cuadernos Gran Jefe #8). Se refería el escrito a la edición reciente en Colombia de cuatro novelas gráficas reseñables y se hacía el escribiente la pregunta que da título al artículo:
No me detendré en un recuento histórico del cómic en nuestro país (los interesados pueden consultar las fechas capitales de este desarrollo en el Museo Virtual de la Historieta Colombiana: quiero más bien intentar responder a la pregunta: ¿a qué se debe el boom mediático de los últimos días en torno a las viñetas colombianas? Lo primero que habría que decir es que, en parte, esto tiene que ver con cuatro novelas gráficas de alta calidad escritas y dibujadas por autores nacionales publicadas en los últimos seis meses: ‘Bastonazos de ciego’, de Andrezzinho; ‘Parque del poblado’, de Joni b; y las dos versiones de ‘Virus tropical’ (en edición completa para Argentina y tercera entrega para Colombia) de ‘Power Paola’.
Para responder a su interrogante, Enrique Lozano repasaba la difícil situación editorial colombiana, en la que los cómics alcanzan unos precios inasequibles debido a injerencias políticas y una falta de sensibilidad cultural absoluta:
Los honorables congresistas que sancionaron la Ley 98 de diciembre de 1993, mejor conocida como la Ley del Libro, decidieron que la carga impositiva de los cómics debería estar al mismo nivel de la de la industria pornográfica o la de los juegos de azar. Esto significa que la historieta, desde la óptica legal, es vista exclusivamente como una fuente de entretenimiento personal y cuyo aporte a la cultura y la sociedad es inexistente.
A continuación, el autor analiza la situación entre delicada y esperanzada del cómic en Colombia y menciona a varios de los autores que luchan denodadamente por cambiar esta situación. Entre ellos, lo hemos señalad0, Álvaro Vélez, Truchafrita, “el fanzinero más juicioso de este país”.
Habíamos oído hablar de él hace ya bastante tiempo, gracias a un amigo viajero con buen gusto y mejor criterio; conocíamos y visitábamos su blog, leíamos sus cómics online y nos lo habíamos cruzado en varias ocasiones digitales a partir de otras páginas blogosféricas. Le teníamos ganas a sus Cuadernos, por eso los recibimos como un regalo apetecido.
En estos días en los que la autobiografía se ha convertido en fenómeno genérico (una marca esencial de la autorreferencialidad postmoderna), en estos años de Jeffrey Browns, canadienses de la Quarterly y epígonos de Crumb, sorprende la poca atención que le hemos prestado y los pocos rastros que nos llegan de nuestros hermanos de lengua de la otra Ámerica, la que nos es más próxima y más fraternal por tradición, historia y cultura. ¿Qué cómics se están haciendo ahora mismo en Argentina, en Chile, en Centroamérica, en Colombia...?
Truchafrita despeja parcialmente esa incógnita desde sus cuadernos en primera persona, unas viñetas llenas de honestidad que, filtradas por la subjetividad de una mirada culta e inquieta, desvelan la trastienda agitada de un país que intenta reponerse de viejos traumas y afronta nuevos retos. Y, al lado de Truchafrita y sus Cuadernos Gran Jefe, casi casi desde el principio, la Editorial Robot, con sus heterodoxas gacetillas (recientemente compiladas en El Libro de Robot), que nos hablan de cómics, cultura y realidad.
Pero no son los Cuaderno Gran Jefe crónicas políticas, ni siquiera históricas, no nos malinterpreten. Son "slice of life colombiano" en estado puro. En aquellos primeros ejemplares fanzineros (minicómics en blanco y negro, autoeditados con pulcritud), hablaba Álvaro de su permanente relación de amor con la música, de la llegada del televisor a su niñez, de su padre... Al hacernos partícipes de sus pequeñas anécdotas y reflexiones cotidianas, de sus confidencias, en definitiva, nos parece estar escuchando a un amigo que nos habla desde lejos, desde otro continente, con el que compartimos gustos y puntos de vista (la afinidad cronológica predispone a otro tipo de afinidades, suponemos), con el que resulta fácil charlar de la vida, en definitiva.
Luego, a partir de los números 4 y 5, llegarían los cambios editoriales, el aumento de tamaño, las portadas en color, la implicación de la alcaldía... De fondo, siempre un mismo concepto, la reflexión autobiográfica sincera, irónica y autocrítica, la conversación con el lector desde el aquí (que es Medellín) y el yo (que no el ahora). Truchafrita nos habla de su pasado: de sus días de escuela, descubrimos en los números 5 y 7 cómo se iba al colegio en el Medellín de los ochenta (y resulta que aquella realidad no era tan diferente de la nuestra); nos habla de sus noches de fiesta en la agitada Colombia de los noventa, en el número 6, y ahí sí que nos alegramos, con escalofrío de alivio, de no haber visto pistolas, de no haber oído "balaseras" o haber sentido que la vida a nuestro alrededor parecía algo tan volatil. En los últimos volúmenes aparece también la figura del conejo Chimpandolfo, broma, alterego y excusa autorial para adentrarse coloquialmente en temas más trascendentes y espinosos, como las drogas, el paso del tiempo o la sexualidad. Un nuevo amigo para la plática del Cuaderno.
Todo desde un dibujo caricaturesco muy personal, estilizado y anguloso, basado en un cartoon sintético (casi troquelado) que, pese a sus pocos registros faciales y físicos, se revela muy descriptivo, expresivo y dinámico. El estilo de Truchafrita nos recuerda a nosotros a la indagación gráfica que están llevando a cabo algunos autores jóvenes en nuestro país, como Esteban Hernández, por ejemplo.
En fin, ya lo decíamos al principio, se nos planteaba el verano ambicioso y abarcador, pero como siempre nos ha faltado energía para tanto plan. Menos mal que al menos hemos disfrutado de buenas lecturas; entre otros, gracias a Truchafrita y sus muy recomendables Cuadernos Gran Jefe.