miércoles, diciembre 31, 2008

2008: más papel (III).

Tanta hoja, tanta viñeta hacen que sea complicado trazar el caminito de cartelas amarillas que nos guíe por la selva de lecturas de este agonizante 2008. Caminemos, a ver si andando encontramos las manchitas de tinta que nos orienten.

Entregados como estamos a cualquier cosa que suene a evolución del medio (y aquí entran factores tan variopintos como la experimentación, el análisis o la discusión-polémica constructiva) tenemos que reconocer que este curso nos ha dado carnaza de la buena. Apenas llevaba unos días bautizado y el 2008 nos parió en El Salón (Astiberri) a un Picasso en pelotas, que venía ya caliente desde la imprenta. En este lado del océano, no llegó la sangre al río. Más discusión generó el Fun Home (Random House Mondadori) de Alison Bechdel, probablemente la obra que más ha dado que hablar este curso y, casi siempre, para discutir matices al margen de su indudable calidad y osadía.

Si la entrada en el S.XXI había confirmado a taiku y platillo la definitiva conquista de Occidente por parte del manga, convendremos en que este año los nipones han encontrado a un valioso aliado en sus colegas coreanos. Es cierto que seguimos encontrando trabajos estimables por parte de los autores japoneses; ahí están Bajo el aire (Dolmen) del maestro Tezuka, Detective ritual (Glénat) de Eiji Otsuka y Chizu Hashii, la vuelta de Hino por partida doble con El hijo del diablo y Onimbo (La Cúpula), el Survival (japón en ruinas), de Takao Saito (Ponent Mon), Los carruajes de Bradherley, de Hiroaki Samura (Dolmen) o la por fin publicada reedición de ese agotadísmo primer volumen del Ikkyu (Glénat) de Hisashi Sakaguchi.

Pero, por su entrada en tropel (doblemente anunciado, eso sí), nuestro premio honorífico al país consolidado recae en Corea y sus mil manhwua. Muchos y sonados: Gallo de pelea (La Cúpula), de O Se-Yong; la muy lírica Historias color tierra (Planeta), de Kim Dong-Hwa; La historia de mi madre (Sins Entido), de Kim Eun-sung o Piel color miel, Jung Sik Jun Henin (Rossell Comics).

Exóticas hubieran sido consideradas no hace demasiado no sólo las lecturas coreanas, sino trabajos como los de la israelí Rutu Modan. Después de su aclamada Metralla, nos llegó este año una obra precedente y mucho menos estimable, Jamilti (Astiberri); una recopilación de historias cortas que, pese a todo, recoge algunos momentos de interés. Igualmente lejana (en lo geográfico, al menos) es el cómic de la libanesa Zeina Abiracheb, El juego de las golondrinas (Sins Entido), cuyo parecido con Persépolis, dicen algunos, es pura coincidencia... Ante tales virajes planetarios, ya ni los viajes exuberante de nuestro amigo Guy Delisle nos sorprenden (a lo mejor porque le estamos empezando a descubrir el truco); este año se nos ha ido a Birmania (con los gastos pagados por Astiberri).

Mucho más cerca, nuestros vecinos galos y sus primos belgas siguen empeñados en hacer del álbum un formato vigente (aunque nos olemos que...). Norma Editorial nos promete que el volumen 19 del XIII de Van Hamme y Vance es El último asalto; miren que nos cuesta creérnoslo. Sorprendió, aunque según dicen no por su calidad, la vuelta del maestro Bourgeon (y Lacroix) con Historia de Cyan: Los colores de Marcade(Norma); y se anuncia, atención, el retorno de Isa. Más álbumes: el tercer volumen nos ha enganchado aún más a esa historia de costumbrismo rural, con todos sus tópicos, alegrías y melodramas, que es Magasin Général, de dos grandes, Jean-Louis Tripp, Régis Loisel (Norma Editorial). No son todavía clásicos, pero van camino de serlo, algunos otros franceses enganchados al álbum, como Larcenet (cuyos Los combates cotidianos -Norma ha editado el cuarto, Clavar clavos- despiertan tantas fobias como filias), ese trasgresor de géneros que es Christophe Blain (Gus 2: Bandido guapo -Norma-) o Joann Sfar y Emmanuelle Guibert (con su tercera entrega de Las olivas negras: no comerás el cabrito en la leche de su madre -Kraken Ediciones-). Ahora, entre todos los "albumeros", este año nos quedamos sin duda con el señor Frederik Peeters (cada vez más, un favorito de esta casa), Pierre Wazem y su serie Koma (Dibbuks ha editado los números 4 y 5 en 2008, la última entrega para 2009); uno de los tebeos más entrañables, inteligentemente simbólicos e imaginativos de los últimos meses, y todo ello con un aire a cuento infantil que lo hace apto para niños y mayores.

Que arde está el mercado de la independencia norteamericana, gracias sobre todo a editoriales jóvenes como Apa Apa, que han apostado por publicar en español a los autores-sorpresa del panorama indy americano de la última década: así, llegan en castellano a nuestras librerías los trabajos de Liz Prince (Me seguirás queriendo si mojo la cama), James Kochalka (American Elf), Sammy Harkham (Pobre Marinero) o la experimental, muy extraña e inquietante obra de Dash Shaw, La boca de mamá. No nos olvidamos del entrañable y naif John Porcellino (Diario de un exterminador de mosquitos); a cuya penetración ha ayudado también Ponent Mon con Ejemplo perfecto. A otros, como Jeffrey Brown (Pequeñas cosas: unas memorias fragmentadas; Gato saliendo de una bolsa y otras observaciones -La Cúpula-), Tonny Millionaire (Las aventuras de Sock Monkey -Rossell Comics-), Paul Hornschemeier (Las tres paradojas -Astiberri-), Adrian Tomine (con su polémico y cuestionado Shortcomings -Random House Mondadori-, que a nosotros sí nos ha ganado) o Scott Chantler (Paso al noroeste -La Cúpula-) ya los conocíamos en versión española, pero sus trabajos nos siguen encantando y sus obras editadas en 2008 cuentan con un nivel alto; esperamos que no dejen de aparecer en nuestras tiendas.

Independiente y alabada fue en su día la obra de Bob Fingerman, Salario mínimo (Dolmen), que llega justito al final del curso y de tapadillo, pero que no deben dejar ustedes de leer. También lo fueron (osados e independientes) y nos parece que seguirán siéndolo durante el resto de sus días, los Hernandez Bros. En 2008 Beto y La Cúpula nos han regalado Una oportunidad en el infierno; Jaime, por su parte, nos llega con uno de los "debes" de la temporada: La educación de Hopey Glass. La misma editorial continúa publicando el integral del Odio de Bagge.

Remontándonos aún más atrás, encontramos ediciones de clásicos de los que un día estuvieron al margen de la industria oficial. Claro, Crumb, del que tenemos muchas buenas noticias, como la edición de su biografía (con CD incluido), Recuerdos y opiniones (Global Rhythm Press) o la bonita recopilación de las historias de Mr. Natural que ha hecho La Cúpula (Las enseñanzas de Mr. Natural: Iluminaciones). Mucho tuvo que ver con Crumb el amigo Harvey Pekar. De él y Ed Piskor nos llega Macedonia (La Cúpula). Otro clásico de relumbrón editado y reeditado este año con generosidad y posibles ha sido Will Eisner, de quien, al margen de Los archivos de The Spirit, Norma publica también La vida en viñetas: historias autobiográficas.

Y es que parece que este año ha estado de moda lo de reeditar clásicos en un único volumen lujoso y grande como un armario. Más de uno va a tener que reajustar las baldas de sus estanterías si quiere hacerse con esos tomos llamados "Absolute" con que Planeta ha invadido las librerías. Entre los tebeos elegidos para la mutación, triunfan los cómics de superchicos y afines. Hemos asistido a la "macroedición" de: Camelot 3000 (Edición Absolute), de Mike W. Barr y Brian Bolland, del Batman: Año Uno (Edición Absolute), de Frank Miller y David Mazzucchelli, o del Arkham Asylum, de Grant Morrison y Dave McKean; por cierto, del tandem formado por este último y Gaiman, hemos podido leer la interesantísima e inédita Señal y ruido (Astiberri). Con más modestia (de envoltorio) Panini ha reeditado este año un clásico del género superheroico como Los 4 Fantásticos de Lee y Kirby de 1963 (Fantastic Four 10-21 y Fantastic Four Annual 1). Reedición también en un único volumen de una de las heroínas que mejor salen paradas de la fiebre post-ultimate y reinvenciones diversas: hablamos de la Catwoman de Ed Brubaker (Detective Comics 759-762, Catwoman 1-10, 12-19 y Catwoman Secret Files 1 -Planeta DeAgostini-); incluidos los brillantes episodios de Javier Pulido. Una mención heroica para otro español trabajando para la gran industria pijamera va para David Aja por su aclamada revitalización de Iron Fist junto a, de nuevo, Brubaker y Matt Fraction (El inmortal Puño de Hierro -Panini-).

Y por aquí, ¿qué ha pasado? No poca cosa, 2008 nos ha dado conocer a nuevos autores llenos de ideas y con un mundo propio que dará mucho que hablar: comenzamos el año con la sorpresa amiga de De como te conocí, te amé y te odié, de Gaspar Naranjo (Viaje a Bizancio Ediciones) y lo terminamos escuchando a todo el mundo hablar de las maravillas del argentino Jorge González y Fueye (Sins Entido), la obra con la que ganó el Primer Premio Internacional de Novela Gráfica Fnac. Entre medias, hemos descubierto (o conocido mejor) a autores como Jacobo Fernández Serrano y sus muy marcianas Aventuras de Cacauequi (El Patito Editorial), a Max Vento con su Actor aspirante (Dolmen), a Alfonso Zapico y Café Budapest (Astiberri) o la adaptación al cómic de La escarcha sobre los hombros (Editorial Cornoque) , a manos de nuestros amigos malavideros Iru y Morata; otro paso de la pantalla al papel muy comentado ha sido el de El joven Lovecraft, de José Oliver y Bartolo Torres (Diábolo Ediciones).

Entre los "asentados", también muchas novedades, enmpezando por la reaparición en Norma de un viejo clásico "viborero", Jaime Martín, que en Lo que el viento trae construye una interesante historia con tintes folklorista y espíritu de thriller. Otro viejo amigo de aquella época revistera vuelve de la mano de Astiberri, la autobiógrafía comiquera en nuestro país no se entiende sin Ramón Boldú , ahora en El arte de criar malvas. Muy reseñable también es la doble reaparición del inclasificable Miguel Ángel Martín en la contenida Playlove (donde las calles no tienen nombre) (Rey Lear Editores) y en Bitch (La Cúpula) o un Mauro Entrialgo multiplicado: Ángel se fija desde el quinto pino (Astiberri), Interneteo y aparatuquis (Diábolo Ediciones). Cuando dos maestros se juntan sólo se pueden esperar obras tan ricas y complejas como Soy mi sueño (Edicions De Ponent), de Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell. No le anda a la zaga en simbolismo y sugerencia la preciosa reedición de Alterego (Viaje a Bizancio Ediciones), de Alberto Vázquez. Con una lagrimita asomando asistimos al cuarto y último número de las Malas Tierras (Astiberri) de Sergio Córdoba, aunque nos reconforta y consuela ver que, en otras orillas, algunos como Luis Durán (El mago descalzo -La Cúpula-) siguen tan prolíficos como siempre o que los que han triunfado fuera también obtienen reconocimiento en su casa: Jazz Maynard 3: Contra viento y marea, Raule y Roger Ibáñez (Diábolo Ediciones). Finalmente, Brieva y Paco Alcázar de nuevo han convencido a casi todos con Dinero (Random House Mondadori) y El manual de mi mente (Random House Mondadori), respectivamente.

Por otro lado, durante este año hemor creído percibir en el mercado español ciertos movimientos editoriales a los que no estábamos habituados, apuestas valientes por tebeos a priori escasamente comerciales, bien por su concreción lectora (se consolidan los cómics dirigidos a un colectivo social, por ejemplo, los cómics gay: Gay Tales -David Cantero Editorial-), por intento de recuperación de un público infantil (Astro-ratón y Bombillita 1: Parece que chispea, de Fermín Solís -Bang Ediciones-) o por su adscripción genérica: ¿conseguirá afianzarse el cómic de viajes como opción editorial habitual? Este 2008 hemos catado algunas de sus posibilidades con Cuaderno de viaje: Shangai, de Diego Burdío Román (Diego Burdío) y, especialmente, con la vuelta de un clásico, el señor don Joaquín López Cruces y su exquisito Por el camino yo me entretengo (Edicions de Ponent). Valiente también es, desde luego, la entrada de SM en los cómics con nada menos que cuatro adaptaciones literarias de clásicos literarios llevadas a cabo por algunos de nuestros mejores pinceles: Lazarillo de Tormes, por Enrique Lorenzo; Romeo y Julieta, por Ricardo Gómez y David Rubín; Tirante Blanco, por Miguel Porto y La Odisea por Federico Villalobos y Jorge González.

Como valiente es la recuperación de clásicos de nuestra historieta. Sólo podemos felicitarnos porque Glénat haya reeditado el Haxtur de Víctor de la Fuente, El Patito Editorial haya sorprendido con Doctor Mortis de Alfons Figueras, por que Ediciones B no se canse de reivindicar a Josep Escobar (Super Humor: Lo mejor de Escobar) en el centenario de su nacimiento (reseñable también el estudio de Guiral y Soldevilla, El mundo de Escobar -Ediciones B-) o que Viaje a Bizancio Ediciones haya tenido las agallas de rescatar la histórica y muy divertida Historietas sevillanas de Andrés Martínez de León, una obra de 1926 prologada por el maestro Antonio Martín.

Ya ven, un muy florido repertorio editorial con el que adornar nuestro paseo anual por los quioscos, librerías y salones y superficies especializadas en cómics. Muchas obras y muchos autores listos para satisfacer el gusto de cualquier lector que se les ponga por delante. Que lejos están, afortunadamente, aquellos días en que nos enterábamos de lo que pasaba en el mundo de la historieta una vez al mes, como mucho, y al grito de los "continuará" de las pocas revistas que se atrevían con la modernidad comicográfica. Sin duda, así es mucho más sencillo y así nos han llegado obras tan inclasificables y valiosas como (¿creían que íbamos a olvidarnos de ellas?): Percy Gloom, de Cathy Malkasian (La Cúpula); El número, de Thomas Ott (La Cúpula); Lost Girls, de Alan Moore y Melinda Gebbie (Norma Editorial); Pequeños eclipses, de Fane & Jim (Rossell Comics); Insekt, de Sascha Hommer (Sins Entido); El judío de Nueva York, de Ben Katchor (Astiberri); Deogratias, de Jean-Philippe Stassen (Planeta); Biotopo, de Appollo y Brüno (Dibbuks); Afortunada, de Gabrielle Bell (La Cúpula); Incógnito: Víctimas perfectas, de Grégory Mardon (La Cúpula); Yo maté a Adolf Hitler, Jason (Astiberri); No te olvides de recordar, de Peter Kuper (Astiberri); Berlín 2: ciudad de humo, de Jason Lutes (Astiberri) o Peplum de Blutch (Ponent Mon).

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sábado, diciembre 27, 2008

2008: el revistazo (II).

Antecedentes: hemos crecido leyendo el Cairo a la sombra de una palmera art-decó, salivando pubertades con las jamonas de Crumb que descubríamos en El Víbora, esquivando los porrazos de serie negra junto a Sam Pezzo en el Cimoc, desenredando a La Bionda en el Totem o descubriendo secretos crepusculares con Beroy en el Zona 84. Por eso, nos hacen chiribitas los ojos cuando asistimos al despiporre revistero, fanzinero, reportero de este curso que se acaba.

Revistas y más revistas, clásicas y noveles, analógicas y digitales, autoriales y analíticas, genéricas y conceptuales, tontorronas y canallas, gratis y cotizables, concienzudas e impredecibles, bimensuales y ocasionales ... Menuda orgía de palabras, páginas e imágenes para constatar otra evidencia: ¡Vuelven las revistas, remozadas y adaptadas a los nuevos tiempos, vuelven, they are back, ritornano!

Si hay que hablar de buenas noticias comiqueras en el 2008, sin duda ésta es una de las mejores. En breve les contamos más...

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miércoles, diciembre 24, 2008

2008: certezas y paradojas (editoriales) (I).

Pasa el tiempo como un instante. Parece que fue ayer -o antesdeayer- cuando reafirmábamos el consolidado asentamiento (ehem) del cómic en instituciones, medios, superficies, academias y demás contextos necesarios para la justa evaluación de su medida artística. Y sigue la cosa a buen ritmo, siguen los premios y la certeza de que la reseña de un tebeo en El País, El Mundo, ABC o La Razón, no deriva del desvarío periodístico de ningún friqui camuflado de cronista. Medios afines, al fin.

Como si no hubieran pasado 12 meses de aquel quejido vicioso, sarna sin sarpullido, por no estar en posesión del don de la ubicuidad para poder leer los cientos y cientos de cómics que se publican cada año o por no poder invertir el dinero de la lotería que no hemos ganado en su adquisición y en la de una nave almacén que nos devuelva el espacio que nos van comiendo las viñetas. No se crean, no añoramos en absoluto los tiempos de vacas flacas editoriales, aquellos en los que conocíamos los tebeos de oídas y sabíamos como se veían gracias a alguna estampa enciclopédica patrocinada por Javieres Coma, Hijos de Urich o similares. Como perdices felices estamos de comprobar que las novedades foráneas se nos aparecen en los anaqueles al mes de su publicación original, de constatar que cada vez hay menos tesoros escondidos en el cofre de la historiografía comicográfica, de saludar iniciativas personales y grupales que antes parecían ideas lunáticas. Años de abundancia para el bolsillo pudiente (o ¡que vivan las bibliotecas públicas!) y el lector voraz.

Todo avanza, hasta las tendencias. Si en años anteriores (nos recordamos hablando de ello en algún número navideño del Culturas) observábamos desde el estupor alborozado el nacimiento de editoriales comiqueras, una tras otra, el hábito normalizado nos ha inmunizado ante sorpresas, aunque sigamos instalados en la alegría por el fenómeno natal. Siguen naciendo nuevas casas editoriales con fortuna e iniciativas ilusionantes: la lucha por el primer autor de Bizancio, la conquista de la Ámerica independiente de los chicos de Apa-Apa, el rescate de los niños del Elefante filial de Bang, la búsquedad aventurera desde el parto de Denbooks, el rechazo a las barreras genéricas de Nowevolution, el salto de la realidad virtual a la página impresa de Dreamers, etc. Unas que nacen, muchas que resisten y otras que mutan: sorprendió en su día la apuesta viñetera de Anagrama, pero resulta que en realidad sólo se estaba abriendo una puerta, por la que no deja de entrar gente: Espasa, Mondadori...

En uno de los eventos blogueros más imaginativos del año, ese cara a cara entre comiqueros que se han inventado los prolíficos chicos de Entrecómics, dos de las patas que sostienen la mesa bloguero-viñetera en español coincidían en su apreciaciones sobre la industria en nuestro país:

¿De verdad está tan mal la industria del cómic en España?

Pepo: La industria en España no estaba tan bien desde hace al menos veinte años. En determinados aspectos, está mejor que nunca...

Álvaro: Depende desde qué lado del mostrador se quiera ver. Desde luego, si sólo hacemos caso de los números que llegan desde los escasos estudios realizados, la cosa no parece ir mal. El número de novedades aumenta sin cesar, las ventas suben, el número de puntos de venta aumenta (aunque puede que existan variaciones a la baja en el año que viene, por primera vez en mucho tiempo), se ha abierto la distribución a cadenas generalistas… El panorama es ilusionante...

Dicho lo cual, al menda le surgen algunos interrogantes cuando echa la vista atrás hacia el 2008 y otea a continuación el 2009 al frente. La primera de todas ¿de verdad el mercado español da para tanto? ¿Podemos los lectores afines "sobrevivir" a la avalancha mensual de novedades? ¿Es honesto augurarle una vida eterna a las tirada de 500 ejemplares? Tenemos la sensación de que las editoriales lo están publicando absolutamente todo y eso incluye lo bueno y lo malo. También nos olemos que se está publicando para un lector adinerado, completista y amante de la edición lujosa, pero se está olvidando al lector adolescente, al que se recluye en el gueto superheroico y se le veta el acceso a una sacrosanta trinidad comiquera: los clásicos, los independientes y las "escuelas" nacionales. Pocas editoriales juegan en la liga del tebeo barato. Cada vez es menos fácil encontrar cómics (novedades) por debajo de los 20 euros; cada vez son más los tebeos que se parecen a una edición facsímil del Cantar de los Cantares (por decir algo). Cada vez somos menos capaces de estar al día o, siquiera, de poder seleccionar. Obviamente, esto pasa también con la música, la literatura, el cine, pero nos tememos que en todos esos casos el mercado está bastante más asentado que en el del cómic.

No nos malinterpreten, como decíamos antes, estamos encantados de tener que elegir, tan sólo nos planteamos una duda razonable con vistas a un 2009 que (Soria aparte) se presume catastrófico en términos macro-micro-bio económicos. ¿Seguirán todas las que están cuando hagamos nuestro repaso anual dentro de 364 días? Ojalá. El caso es que andamos con la mosca detrás de la oreja y como en el Tomate viñetero patrio no dejan de lanzar chismes acerca de tal y cual editorial al borde de la quiebra, pues como que uno se muestra especialmente susceptible ante la posibilidad de que se le cierre el grifo de los chorros de tinta, llevándose globos y onomatopeyas por delante.

Positivos, siempre positivos. Hay mucho margen para la mejora pero, en líneas generales, las cosas se han venido haciendo bien en los últimos años. Por tanto, confiemos en la sabiduría y, sobre todo, en la prudencia editorial y permitanme que, aquí y ahora, les agradezca publicamente a editores y mandamases valientes todos los buenos momentos que me han hecho pasar este año. Sinceramente, gracias.

Continuará...

jueves, diciembre 18, 2008

Adrian Tomine y Shortcomings. Una lanza rota por lo verosímil.

Shortcomings, el último tebeo del ex-joven prodigio y canadiense Adrian Tomine, está recibiendo palos varios en la blogosfera y fuera de ella. Se le acusa de repetitivo, de haber perdido su toque mágico para la elección del instante narrativo, de recurrir a la tópica hollywoodiense para crear una tragicomedia plagada de todos los clichés que han generado esas obras pseudoeintelectuales nacidas a la vera acomodaticia de generaciones x y similares, etc. Aquí vamos a romper una lanza a favor de Tomine y de Shortcoming, un autor por el que sentimos predilección y un cómic que nos ha interesado en varios de sus planteamientos. Obviamente, nuestras afinidades e intereses, en tanto a cuales, no pueden ni deben ser tomados como argumentos para defender o atacar una obra. Los cariños y rencores aportan poco al debate crítico. Intentemos entonces defender nuestra postura: ¿qué hay de bueno en Shortcomings?
La capacidad de Tomine como narrador de historias está fuera de toda duda. Lleva años demostrándolo en sus historias cortas publicadas en su fanzine Optic Nerve y en esa serie que en España se ha agrupado bajo el título Sonámbulo y otras historias. En ambos casos, el canadiense se revela como un tipo dotado de una habilidad especial para dibujar situaciones y personajes de hondura. Tomine juega a la descripción psicológica a partir de instantes vitales diseccionados de su contexto, anécdotas cotidianas relevantes que, por sí mismas, revelan rasgos esenciales de la naturaleza de sus protagonistas. Fotogramas congelados en el instante preciso. No es de extrañar que volcara su talento en el lenguaje del cómic, cuya esencia, precisamente, consiste en esa "elección" de momentos congelados llamados viñetas que, una vez agrupados, conforman las secuencias. Curiosamente, a Tomine se le compara con un autor que brilla en otro tipo de vehiculo narrativo, el literario: hablamos de Raymond Carver. A ambos les favorecen los finales abruptos y los dos invitan al lector a que complete mentalmente sus historias cortas a partir de la limitada selección de indicios que ofrecen en sus páginas.
Evidentemente, si nuestro umbral de expectativas para con Shortcoming se sitúa en esta línea de análisis, la obra no puede sino decepcionarnos. Estamos ante un trabajo largo en el que Tomine no se parece a Tomine. Se acabó la sugerencia y el mensaje flotante, no más misterios narrativos o elucubraciones prolépticas. Shortcomings juega con todas las cartas dadas la vuelta sobre la mesa desde su primera mano narrativa. Entonces, si lo que había de bueno (de especial) en Tomine, ha desaparecido como recurso, ¿dónde está la gracia en esta nueva obra suya?
En nuestra opinión, en la segunda de sus virtudes: la creación de personajes. Decíamos al comienzo de estas líneas que lo que hace Tomine nos gusta; sin duda, una de las razones principales es que nos creemos casi todo lo que nos cuenta. A pesar de sus historias tortuosas sus personajes respiran realidad, hasta cuando, como en el caso de Shortcomings, sean unos individuos raros, raros. Porque el hecho es que las páginas de nuestro autor están pobladas de personajes tan normales, tan cotidianos e intrascendentes, que muchos de ellos parecen marcianos; y aún y así nos los creemos.
Las historias de Tomine inquietan por lo que sugieren, pero sus personajes son hombres y mujeres tan corrientes como uno mismo. Sus vidas trascurren sin emociones fuertes, sus días son los de cualquier dependiente, oficinista o mensajero, pero casi todos parecen esconder algún secreto (en realidad, como todos y cada uno de nosotros, ¿no les parece?). El talento de Tomine consiste en regalarnos el hueco de una cerradura para que durante unos segundos (minutos, horas, días) espiemos dentro de la cabeza de sus creaciones. En Shortcomings, por contra, nos abre la puerta de par en par.
Su personaje principal, Ben Tanaka, es un tipo que desde el comienzo se hace odiar. Un personaje soberbio, engreído y egoísta, incapaz de ofrecer nada y siempre dispuesto a expandir su infelicidad contagiosa. Uno de esos personajes urbanitas del S.XXI que, pese a relacionarse con individuos interesantes, vivir en una sociedad apacible, tener una novia encantadora y no sufrir grandes carencias, es un desgraciado. En realidad (miren a su alrededor) un ser la már de normal en este mundo en el que vivimos.
Tomine describe al personaje (nuestro punto de vista subjetivo a lo largo de toda la obra), su incompatibilidad con la realidad, a partir de diferentes escenas cotidianas que muestran su interrelación "disfuncional" (que sumamente extraña es y que de moda está esta palabra) con el entorno. Ahí tropezamos con algunas de las críticas que se le han hecho a Shortcomings: los personajes que rodean a Ben Tanaka parecen sacados de una comedia generacional de Kevin Smith: tenemos a la amiga-confesora lesbiana, los culturetas pedantes, el fotógrafo neoyorquino, la secretaria adolescente "indyalgo", etc. Todo muy cool, lo reconocemos, una estampa de modernidad después del grunge. Sin embargo, nos creemos lo que está pasando y, sobre todo, nos espanta la progresiva degradación moral de Ben Tanaka, su hundimiento en el fango del ego reprimido. La falta de empatía del protagonista principal discurre pareja a la lástima que genera su patetismo en el lector.
No todos los autores son capaces de mover a la reflexión a partir de la semblanza psicológica. Tomine sabe hacerlo y aunque sólo sea por eso (aunque sólo fuera para no llegar nunca a parecernos a Ben Tanaka), merece la pena leer su Shortcomings.

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En Entrecómics nos avisaron de que aquí pueden leer 5 páginas de Shortcomings en su versión inglesa.

lunes, diciembre 15, 2008

Feininger en la vanguardia, la vanguardia en la gran guerra.

En un escrito cercano del que les haremos partícipes en fechas venideras, comentábamos que el cómic en su evolución histórica se ha visto sujeto a una paradoja digna de figurar en los anaqueles de la historiografía artística: ha llegado a la postmodernidad sin haber pasado por la modernidad.

Nos reafirmamos en la idea. La obra de autores como Ware, David B., Satrapi, Huizenga, los chicos de Drawn & Quarterly, etc. y, previamente, la de los Hernandez, Burns, Clowes y demás valientes ochenteros, supone un bautizo posmoderno con todas las (marcas) de la ley (autorreferencial, intertextual, metatextual...).

Sin embargo, para ahondar la brecha de incertidumbre (ante el extraño devenir diacrónico del medio), debemos confesar que mucho antes de la postmodernidad exisitió un periodo de probatura, búsqueda y experimentación, un momento en el que estuvieron a punto de abrirse muchas puertas (que, finalmente, sólo se dejaron entornadas): algo similar a lo que en otros vehículos artísticos se englobó bajo la etiqueta de Las Vanguardias. En el cómic, en las mismas fechas en las que lo hacían en la pintura, la escultura o la literatura, aparecieron una serie de artistas dispuestos a hacer arte con las viñetas y situarlas al nivel artístico de otros vehículos, digamos, más asentados.

Fueron pocos y osados. Casi todos ellos, como dicta la historia de los adelantados, escasamente reconocidos en su época. Entre ellos, el primero, el más grande, Winsor McCay, que plantó a su Little Nemo directamente en el Modernismo a lomos de una cama que galopaba por sueños surrealistas y abría de una coz las puertas de palacios oníricos, princesas con labios de fresa y nubes azules. Luego, fueron viniendo, casi a escondidas, agazapados, autores que no dejaban de jugar con sus historias a aquello del arte por el arte: que se lo digan a Gustave Verbeek, que forjó sus cadáveres exquisitos reversibles gracias a un ingenio cuasi dadaísta. En 1912, otro aventurero de la forma, Cliff Sterrett nos regala a Polly y a sus colegas que, durante cuarenta años, nos situó en un plano de costumbrismo dislocado; slapstick filtrado por el surrealismo amablemente caricaturesco de un autor que necesitó muchas más de esas cuatro décadas para ser reconocido. George Herriman no lo tuvo tan crudo y en su época gozó de un merecido reconocimiento; no es para menos, si atendemos a su papel como epígono comiquero de otros reconocidos surrealistas pictóricos y cinematográficos; ¿se nos asustaría alguien si dijeramos que Herriman fue al cómic lo que Miró a la pintura o Buñuel al cine?

Dejamos para el final al menos reconocido (y por ende apreciado) de todos estos artistas de la vanguardia escondida de los cómics. Hablamos de Lyonel Feininger, por supuesto. El dibujante menos comiquero, menos prolífico, menos ortodoxo del primer cómic... Hace poco tuvimos la suerte de hacernos con una de esas bonitas reediciones de las obras completas de Feininger (prologada por Bill Blackbeard) de Fantagraphics. Toda una aventura visual para las apenas 55 páginas que compendian prácticamente todas las planchas de cómic que Feininger dibujó en su vida: la vida de sus The Kin-Der-Kids, así como la de Wee Willie Winkie's World apenas llegó al año y medio. Tiempo suficiente, en todo caso, para demostrar que el exitoso expresionismo y el cubismo que empezaba a inundar los lienzos de Europa también tenía un sitio en las páginas de los periódicos norteamericanos (al menos eso pensaba este estadounidense-alemán): personajes llenos de ángulos, tejados con bocas que parecen buhardillas, nubes y olas como cubos, todo era visión dislocada en la obra de este tipo atípico.

El resto de la historia, hasta hace dos o tres décadas, ya la conocen ustedes. En ese escrito que les comentábamos al principio, citamos unas palabras de Richard Marschall en la Historia del Cómic de Toutain que, indirectamente, explican el anonimato en el que hasta fechas recientes se cobijaron nombres como el de Feininger: 

El factor comercial tuvo una importancia primordial en la historia de los primeros comics de la prensa norteamericana. Obviamente, el beneficio era indispensable para el éxito cada vez mayor de las series publicadas, pero ello debe ser tomado aún con mayor amplitud: la competencia comercial fue la causa de que se difundieran los cómics, de que se hiciera hincapié en el color, de que los comics prosiguieran y proliferaran, de que se constituyeran los Syndicates… y de que nacieran las “daily strips”, o series de tiras diarias (Richard Marshall, 1982-83: 29). 

Y también de que autores como Feininger pasaran por el cómic sin pena ni gloria, suponemos. Todo esto viene a cuento en este post (que ya va para demasiado largo) porque este fin de semana nos hemos vuelto a cruzar con nuestro amigo Lyonel. No ha sido en las páginas de ningún periódico, sino en los lienzos de una prestigiosa pinacoteca. Ni muchos lectores de cómics ni muchos visitantes de museos saben que Feininger, fue dibujante de cómics y (sobre todo, diríamos) pintor de esas mismas corrientes de vanguardia que antes mencionábamos. En la excelente ¡1914! La Vanguardia y la Gran Guerra, que estará en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid hasta el 11 de enero, tienen la ocasión de comprobarlo. Sólo hay dos o tres piezas suyas (ninguna de ellas mayor), pero la muestra está sin duda entre lo mejor de la oferta cultural prenavideña que pueden guardarse ustedes en la bolsa de la experiencia. Vayan y nos cuentan.

martes, diciembre 09, 2008

El escalpelo de Fernando Vicente.

Está Fernando Vicente en boca de todos últimamente. Le vemos aquí y allá con motivo de su Literatura ilustrada (hija de su exposición sevillana), de sus más antiguas pero imperecederas pin-ups (que sin pudor consentido expusieron también sus encantos) o de su ya fecunda colaboración con El País.
Conocíamos también su preciosa página web, llena de planetas, dibujos que parecen cuadros, cuadros que parecen mapas y mapas de anatomías varias. Sucede que, cuando un atlas acapara territorios tan vastos, casi siempre dejamos territorios sin explorar. Eso nos sucedió en su día. No es hasta hace bien poco cuando hemos descubierto que, además de paginero, don Fernando es un bloguero de pro (anotamos los agradecimientos).
Hasta tres (blogs) le contabilizamos: uno con las carnes de sus pin-ups graciosamente expuestas, otro que pasa por ser algo así como su bitácora oficial, con actualizaciones frecuentes, multitud de ilustraciones, caricaturas y anuncios; y, por último, otro escaparate de pinturas previamente expuestas: las de su serie Vanitas.

Vanitas o la degradación de la carne. Fernando Vicente enfoca el tópico clásico desde cierto gusto quirúrgico, desde un afán anatómico que degrada la naturaleza clásica de sus glamurosos retratos a un estadio cercano al naturalismo: algo así como una revisitación de la truculencia "rembrandiana", pasada por un filtro de asepsia forense; todo ello mezclado con el estilismo de Richard Avendon. Nada menos.
Además, aunque sea desde una motivación y un enfoque diferentes, esta colección de vanidades nos ha recordado a ese otro divertidísimo juego de disección zombi-carnicera que mencionábamos aquí no hace tanto. ¿No se les abren las carnes?

jueves, diciembre 04, 2008

Teratoid Heights, de Mat Brinkman. El ataque polimorfo

En plena fase post-traumática de recuperación "maggotsiana", el amigo Kioskerman (cuyas tiras semanales no nos cansamos de recomendar) nos sugirió, entre otras cosas, el ataque a otro miembro de ese grupo de comiqueros incendiarios y transgresores que es Fort Thunder: Mat Brinkman. Guiados por tan buen consejero, tardamos horas en encargar su único y complejo Teratoid Heights. Muy poco tardamos también en devorarlo.

Devorarlo, sí. Por puro espíritu de supervivencia, no fuera que los monstruos que habitan los cerros de Teratoid terminaran por engullirnos a nosotros. A primera vista, Teratoid Heights tiene muchos elementos en común con Maggots; para empezar, la afición musical de sus autores: pero mientras Chippendale y sus Lightnining Bolt castigan los oídos con ráfagas del noise más salvaje (atención al vídeo), Brinkman se decanta por los experimentos electrónicos en bandas como Mindflayer o Forcefield.

En cuanto a las viñetas en sí, tanto Maggots como Teratoid Heights brillan por su heterodoxia. Obras de contracultura más que cómics propiamente dichos. En ambos, el experimento visual se impone al componente narrativo: secuenciación acumulativa, ruptura de las convenciones lectoras y recursividad de elementos detrás de pantallas de ruido (obstáculos a la lectura) en Maggots; en el trabajo de Brinkman prima el concepto de cambio, la evolución animal explicitada en los procesos de mutaciones imposibles de esas entidades-monstruos-animales orgánicos que habitan sus páginas.Presenta su obra Brinkman como un libro conformado por diferentes episodios evolutivos independientes (con títulos sólo vagamente descriptivos o referenciales como "Oaf", "Flapstack", "Bolol", "Belittle", "Crudclub", "Glitch Ganglion", etc.) que acaban por componer el interesante árbol genealógico de las especies que habitan las Teratoit Heights y sus tierras laberínticas. El estilo de Brinkman ayuda a forjar esa pangea narrativa gracias a sus plumazos toscos y texturados. La fisiología de los personajes de Teratoid Heights está, aparentemente, constituida por la materia mítica más básica: sus formas "vivas" parecen hechas de piedra, madera, agua y vapores solidificados. Tampoco encontramos pensamiento racional en las acciones de los personajes, sólo instintos básicos y satisfacciones primarias destinadas a la supervivencia. Así, podemos entender este trabajo como una alegoría primaria y primigenia, una recreación en blanco y negro del nacimiento de un nuevo mundo.

La obra es mucho más "digerible" que Maggots y su lectura mucho más agradecida (no sé si gratificante sería el término adecuado aquí). El efecto en el lector, no obstante, es similar en ambas: después de una fase inicial de desconcierto, nos vemos sumergidos en la cascada rápida de secuencias mudas, que nos conducen hacia resultados insospechados, pero plenamente coherente dentro de la "lógica" animalidad de sus protagonistas. De este modo, el rol activo del lector en las obras de los autores de Fort Thunder parece resquebrajarse a causa de una ordenación que se supone anclada a procesos irracionales, pero que en realidad reponde a un inteligente y novedoso manejo de la secuenciación por parte de sus autores.

Teratoid Height fue publicado en 2003 en Canada por la difunta Highwater Books. No obstante, algunos de sus capítulos habían aparecido con anterioridad en diversas publicaciones (Burning, Monster, Comix2000...) entre 1994 y 1999. Mucho ha llovido ya y muchas extinciones (editoriales y "revisteras") han acontecido desde entonces. Curiosamente, cada vez somos más los que descubrimos a algunos de los talentos que habitaron durante aquellos años en el pequeño ecosistema de Providence y que se dieron a conocer como Fort Thunder. Tenemos la sensación de que no son (serán) pocos los que han bebido y están evolucionando desde aquellas fuentes.

lunes, diciembre 01, 2008

Chaland, colgado.

Hace unos días hablábamos de cárceles y cómics pintados sobre paredes hippies. Hace algo más, un amigo y visitante asiduo de esta casa presumía de cuadro-reproducción "chalandera", colgada de una pared y realizada por una familiar talentosa.
Como nos prometió entonces, don Miguel nos ha mandado el cuadro y, ¡recorcholis! tiene motivos para presumir de él. ¡Cualquiera no sonríe con tamaño guateque de línea clara colgado de la pared! Juzguen ustedes:


Detalle:

Premio honorífico para el que adivine la viñeta.

viernes, noviembre 28, 2008

Talleres de cómic y manga gratis.

Lamentablemente, este año no podremos ir a Expocómic. Como penitencia, prometemos leer tantos cómics como nos quepan en las manos y les pedimos que recen alguna oración por el perdón de nuestros posts; o en su defecto también pueden aprender a hacer estampas comiqueras dedicadas a San Little Nemo. ¿Dónde y cómo? Lean la nota que nos pasa nuestro amigo Carlos Díez de la Academia C10:
El sábado 29 y domingo 30 de Noviembre estaremos en el Salón de Actos la Fnac de Callao realizando talleres gratuitos de cómic y manga.
Los talleres serán de dos horas aproximadamente cada día, y dispondremos mesas y utensilios para los que queráis os sentéis con nosotros a aprender y dibujar, de la mano de dos de los mejores profesionales de nuestra escuela:
Álvaro Muñoz (sabado 29), autor del libro Aprende a dibujar cómics, dará el taller de cómic y Diana Fernandez (domingo 31), miembro de STUDIO KôSEN se ocupará del de manga. Ademas de ellos, profesores auxiliares y azafatas cubrirán el evento para garantizar la eficacia del mismo en caso de asistencia masiva de público.
Esta actividad, se celebra en paralelo y colaboración a Expocómic 2008, en el que también estaremos presentes.
Que ustedes se lo pinten bien.

martes, noviembre 25, 2008

Born to be wild. Cómic-graffiti carcelarios.

Salimos con un título indescifrable mas con base documental. Andábamos este fin de semana intentando poner al día nuestras deudas cinéfilas y decidimos apostar a caballo ganador: un clásico motorizado con hippies, rebeldes sin causa, orgías estupefacientes y un mucho de road-movie. Acertaron, Easy Rider, la cinta mítica de Dennis Hopper de 1969, protagonizada por él mismo, Peter Fonda y un jovencísimo Jack Nicholson. Una película, ésta, que marcó decisivamente a toda una generación de adolescentes, en medio de las convulsiones sociales y culturales de la Norteamérica (aunque no sólo) de finales de los 60.
El underground, el movimiento hippy, las corrientes pacifistas, la psicodelia, el pop-art, la rebeldía montada sobre dos ruedas... todo ello forma parte de Easy Rider y ayuda a establecer las marcas genéricas de un film que, dentro de su aparente anarquía narrativa, funciona como perfecto ejemplo de ese tema eterno que es "el viaje" y que casi siempre funciona desde el doble plano físico-simbólico. Easy Rider es cine de carretera (la versión post-moderna del viejo relato de viajes), sí, pero también un recorrido por la decadencia de un país, aparentemente más viejo de lo que dicta su historia, y en pleno proceso de degradación social y moral: los Estados Unidos de América de los 60 (que tanto nos recuerdan a los Estados Unidos pre-Obama).
El hecho es que, entre tanto hippy drogota y forajido heróico, la película se alimenta de aventuras alucinadas y trifulcas motorizadas que, en bastantes casos, acaban con los huesos de sus protagonistas magullados o, en el mejor de los casos, entre rejas. En una de esas algaradas carcelarias, "Captain America" Wyatt (Peter Fonda) y Billy the Kid (Dennis Hopper) terminan en una celda donde conocerán e incorporarán a su travesía al escasamente juicioso abogado George Hanson (Jack Nicholson). En un momento dado de esa escena, mientras nuestros anti-héroes descansan en el catre, la cámara con aires documentales de Hopper recorre la celda y... descubrimos que los presidios estadounidenses de los años 60 y 70 estaban llenos de amantes del cómic. En apenas unos segundos, la cámara recorre los muros de la celda para descubrirnos sus tesoros.

Ya ven, en sólo unos metros cuadrados de celda, encontramos a dos soldados de Beetle Bailey, a uno de nuestros personajes favoritos (recreado grafiteramente a partir de la versión de Vernon Green) y de regalo un personaje de cartoon entrañable, Mr. Magoo. Sin duda, esto merece un hurra por los comiqueros forajidos hippies, hip, hip...

jueves, noviembre 20, 2008

Deogratias, de Stassen. Vergüenzas de occidente.

Es curioso como en esta época de zozobras financieras seguimos observando impertérritos las tragedias humanas que tienen lugar en los extrarradios de aquellas. África, casi siempre África.
El belga Jean-Philippe Stassen habla de una de esas tragedias en Deogratias y sabe bien lo que se dice. En concreto habla de aquella que en 1994 sonó tan fuerte como el estallido de ira de todas las deidades juntas, tanto como para alterar ligeramente el pulso de occidente; aunque sólo fuera durante unos meses y debido, sobre todo, al sentimiento de culpa que provoca la letal pasividad de aquellos que en su olvidable rol colonizador plantaron la nefanda cosecha de futuros rencores. Hablamos, por supuesto, del genocidio Tutsi a manos de los Hutus en la Ruanda de mediados de los 90.
Cuando uno intenta digerir una historia como la de Deogratias, capaz de generar impactos emocionales de alto voltaje, no es extraño que se nuble el juicio crítico. Más aún cuando la cercanía cronológica y la contemporaneidad del escribiente actúan como amplificador emocional. Y es que parece increíble que tragedias como la de Ruanda terminen convertidas en huellas lejanas dentro de nuestro itinerario de espectadores en la distancia. Menos mal que artistas como Stassen asumen el compromiso de refrescarnos las conciencias de tanto en cuanto. Mejor dicho, menos mal que hay alguien que nos facilita los procesos de empatía poniéndole rostros a las víctimas anónimas. Admitimos, no sin vergüenza, que una obra como Deogratias ha provocado en nosotros una agitación interior mucho más desasosegante que las imágenes habituales de cadáveres televisivos desconocidos que se nos anuncian cada día en la lejana África. Será que el ser humano (nosotros al menos) necesita conocer la historia personal, identificar al individuo (aunque sea mediante la recreación ficcional), antes de convertirlo en uno de los nuestros: es decir, antes de sentir su sufrimiento como propio o poder ponernos en el lugar de sus miserias. Así de triste: nos hemos inmunizado ante la muerte en el suburbio, pero aún lloramos cuando los que mueren tienen un nombre y una cara.
Stassen dibuja rostros, espacios y situaciones con una caricatura preciosista y unos tonos acuarelados llenos de luz. Su línea gruesa (muy modulada) y la amplitud cromática de sus "pinceles" (determinantes a la hora de recrear las luminosidades imposibles del continente africano) nos recuerdan a dibujantes tan dotados como Rubén Pellejero. El lector de Deogratias no deja de recrearse en sus viñetas paisajísticas nocturnas pobladas de estrellas, al tiempo que sufre la noche interior de sus personajes, inundados de pena, locura y desesperación. Asistimos al proceso de degeneración social ruandés, jaleado por sus inmundos voceros radiofónicos, y a la vez se nos pierde la mirada entre la vegetación espesa que inunda sus campos y recorta sus sabanas. Stassen consigue fotografiar con sus caricaturas (a veces amables y redondeadas, otras agrestes y violentas) la ilusionada vitalidad adolescente de sus protagonistas (Deogratias, Benigne, Apollinaire...), pero también el rostro deformado de los monstruos fanáticos hipnotizados por la ira racial..
Delimita la obra el itinerario de un viaje hacia la nada, hacia la deshumanización, hacia la animalización, la cosificación más absoluta del ser humano (valgan las redundancias). Lo hace mediante saltos temporales y anacronías narrativas constantes, que fraccionan el relato con continuos flashbacks explicativos y vueltas al presente diegético. El lector no llega a sumar todas las claves del relato hasta el final del mismo, momento en el que el discurso alterado y demente de su protagonista se filtra en relato coherente gracias a las revelaciones de su historia personal. Lo cierto es que, en algunos momentos, Deogratias se resiente de la inconsistencia lunática de un personaje principal que funciona como punto de vista referencial para el conjunto de la narración. Hay que reconocer que, en términos narrativos, no siempre funciona la letanía lírico-dadaísta que acompaña al personaje protagonista del libro (el niño-perro-demente llamado Deogratias).
Ya lo hemos dicho, es difícil adoptar el papel de crítico cuando uno acaba de leer una obra que habla de cosas como las que cuenta ésta. Más aún cuando encendemos la televisión y te están hablando del Congo ex-colonial, de ordenadores como el que estamos usando nosotros ahora y de niños que no son niños. Deprimente. 
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Las siete primeras páginas de Deogratias en versión inglesa, por cortesía de First Second Books.