Las vacaciones navideñas nos han regalado, por encima de todo, tiempo, tiempo para la lectura y para el descanso. Entre las muchas páginas que hemos pasado, están las de algunos tebeos españoles que nos gustaría mencionar.
Entre los miembros del mundo fanzinero actual, pocos hay más divertidos, echados pa'lante y gamberros que los chicos de Malavida. Dos de sus miembros destacados, la señorita Iru y Moratha, se han puesto serios. Lo han hecho con motivo de la adaptación al cómic de La escarcha sobre los hombros, una novela de Lorenzo Mediano. El resultado es un tebeo ágil, emocionante y muy, muy maño. Narra una historia inserta en un ideario clásico de amores imposibles, venganzas y diferencias de clases. Pero, al mismo tiempo, consigue arraigarse en un tiempo histórico y una realidad local (nacional, diríamos), en la que todos reconocemos a una España que nos gustaría olvidar: la de los pueblos alimentados por el rencor, por la envidia, la disputa y la lucha fratricida. Esa España que el franquismo se encargó de cebar y que tan bien servía a sus afanes intimidatorios y a su búsqueda de sumisiones: la desconfianza y el miedo siempre han creado súbditos fieles. Por todo esto, La escarcha sobre los hombros, se lee como un cuento de amores imposibles, un cuadro de costumbres y una leyenda de bandoleros, que nos recuerda a historias y romances que escuchamos y leímos de críos. Por todo ello, hemos disfrutado de su lectura.
Entre la nueva generación de narradores españoles dentro del cómic, encontramos a un buen número de ellos que se alimentan de un cruce bastardo entre la fantasmagoría y el cuento popular. La sombra de Burton y Gorey es alargada; la esencia los Clowes, Burns o Cooper también se percibe detrás de sus viñetas. Muchos de ellos son narradores llenos de ideas y potencial, gente con espíritu fanzinero e irreverente, dispuesta a desafiar las tendencias en el cómic español: la estética humorística de Bruguera, nuestro underground de "línea chunga", la pulcra línea vanguardista herencia Max-Pere Joan, etc. Nos referimos, ya se lo imaginan, a autores como Jali, Ana Galvañ, Brais Rodríguez o Alberto Vázquez. Y también a Lola Lorente, cuyo estilo nos recuerda mucho al último de los mentados.
Acabamos de leer su Sangre de mi sangre y reconocemos en sus páginas el olor a tragedia que recorría trabajos de Vázquez, como Psiconautas o el Evangelio de Judas. Tiene Lola Lorente, no obstante, suficiente personalidad y su trabajo una buena colección de personajes, como para hacerse valer por encima de comparaciones. Sangre de mi sangre es una historia de adolescentes y niños atrapados por su mundo interior, por sus recuerdos y por esas obsesiones de la niñez de las que resulta imposible escapar. Su galería de personajes, los Ralfi, Celine, Amanda y Adrián son niños hipersensibles anclados en la represión y en su incapacidad para aceptarse como son; en consecuencia, para aceptar sus designios.
El universo que consigue tejer Lola Lorente alrededor de ellos crece página a página, en toda su negritud y extrañeza surreal, hasta convertirse en una gran red que sus habitantes llaman "Urbanización Carnelia" y que llega a extenderse sobre la historia como un presagio de tintes góticos, apoyado en nuestro miedo a la muerte de los seres queridos, al olvido y al paso del tiempo. Sangre de mi sangre le augura también un largo recorrido a su autora, esperemos que, como en este caso, ese camino esté lleno de secretos y revelaciones.