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martes, marzo 23, 2010

Space Dog de Dorgathen y No Comment de Brun, iconos significativos.

En 2009 aparecieron publicadas en nuestro país Space Dog, del alemán Hendrik Dorgathen, y No Comment, del francés Ivan Brun, dos obras como poco sorprendentes, hermanadas por una decisión narrativa común: la ausencia total de texto (que no de “diálogos”) y su sustitución por herramientas icónicas.
La obra de Dorgathen tiene ya sus añitos: apareció publicada por vez primera en 1993; la de Brun es mucho más reciente, del 2008. Ambas muestran, además, otros notables puntos de divergencia, sobre todo por lo que respecta al desarrollo argumental de la historia y las elecciones gráficas. Sin embargo, las similitudes que presentan ambos trabajos en sus enfoques temáticos, así como el señalado manejo icónico con el que construyen su peculiar lenguaje, sitúa a estos dos trabajos en órbitas artísticas paralelas.
Space Dog es una fábula acerca del progreso y la deshumanización inherente a las sociedades occidentales contemporáneas: el perro protagonista de la historia se nos presenta como antítesis del ser humano y conciencia simbólica, que nos sitúa ante el espejo de nuestra desaforada carrera hacia el consumismo irreflexivo y la extinción de recursos naturales. La criatura inferior, el animal irracional, se convierte en el canal de trasmisión de ideales elevados y, finalmente, asumiendo la imposibilidad de su misión, decide regresar a la inocencia de su estado animal primigenio, dejando que los sean los habitantes del Planeta Tierra quienes asuman su propio destino.
Dorgathen recurre a un dibujo con aires de cartoon hipertrofiado, casi cubista, muy colorista y deliberadamente infantilizado (en su apariencia global, que no en su realización técnica, compleja y sofisticada). Las imágenes de Space Dog funcionan todas ellas como metáforas visuales de su propuesta temática, como símbolos gráficos de su mensaje crítico.
El trasfondo temático de No Comment no es menos sombrío, aunque su crítica es todavía más descarnada. Si Space Dog funcionaba como una fábula simbólica con un final abierto (ligeramente esperanzado, al menos por lo que al destino de su protagonista cánido se refiere –quizás una nueva metáfora basada en la esperanza que ofrecería la vuelta a un estado básico de la existencia), Ivan Brun asume el estado irreparable de las cosas y mira con rabia hacia las puertas que se van cerrando, una a una, de forma inexorable, a nuestras espaldas. La estructura de No Comment se vertebra a partir de pequeños relatos nihilistas que ofrecen la visión esperpéntica de un futuro cercano, moralmente devastado y, según la óptica distópica de su autor, muy probable. En los personajes y situaciones descritos por Brun reconocemos a personas (estereotipos sociales) y acontecimientos que nos resultan inmediatamente familiares, pero que aparecen ligeramente (tenebrosamente) deformados por la visión anticipatoria de decadencia futura apoyada en indicios presentes: los reality shows se convierten en espectáculos de humillación sumaria a mayor gloria de audiencias inmorales (no tan diferentes de su versión actual, en realidad); los mercados laborales globales terminan por asumir, con todas sus consecuencias, la condición desechable y utilitarista de la mano de obra (convertida en eufemismo último de la expresión “ser humano”); la corrupción, la prostitución, la explotación y el crimen organizado (mafioso o de estado) aparecen en No Comment como modelos de convivencia arraigados y plenamente aceptados como “posibilidades de gestión” universal.
En realidad, detrás de esta visión apocalíptica y degradada, se esconde un discurso político: una visión descarnada (de tendencia ideológica izquierdista) del fracaso actual del sueño capitalista y su incapacidad a la hora de generar respuestas globales, que garanticen el bienestar al conjunto de los habitantes del planeta. En lugar de generar riqueza a favor de sus habitantes, los modelos económicos y sociales actuales continúan incrementando las diferencias y castigando a los más débiles (en las viñetas de Brun, los trabajadores, los niños, las mujeres, los habitantes del tercer mundo, etc.). En este sentido, este cómic se debe leer como la alegoría crítica de un fracaso o c0mo una advertencia ilustrada, no carente de cierto cinismo complaciente, más que como un retrato futurista.
El dibujo de Brun hurga en esa herida supurante y se recrea en la hemorragia, gracias a la elección de una caricatura feliz, muy influida por los patrones del manga. Los muñecotes rubicundos de No Comment, con sus grandes ojos y las dimensiones anatómicas de una muñeca Barriguitas, multiplican la carga tenebrista del cuadro al situar a sus simpáticas (al menos en apariencia) criaturas al frente de misiones atroces y grotescas actuaciones colectivas. El horror mirándonos a la cara con los ojos de Bambi.
Pero si por algo pasarán a la historia estos dos cómics, no será por su desarrollo temático y argumental, por interesantes que sean éstos (que lo son), sino por su manipulación del lenguaje comicográfico clásico y su búsqueda de soluciones originales y experimentales. Space Dog y No Comment, como ya hemos dicho en varias ocasiones, son cómics sin palabras, aunque no mudos. Al menos no en el sentido en que puedan serlo algunos tebeos de Jason, por ejemplo. En estos dos cómics hay globos de diálogos y, por tanto, conversaciones-mensajes vinculados a los interlocutores que los emiten. Esos globos, no obstante, no encierran letras, palabras y frases, sino ideas y asociaciones simbólicas desarrolladas por medio de iconos e imágenes, en la líneas de la señalética u otros medios de trasmisión icónica históricos, como los jeroglíficos egipcios. Ambos cómics intentan llevar la iconicidad que el cómic ha usado tradicionalmente como mecanismo lingüístico esporádico (los iconos, onomatopeyas, sensogramas, ideogramas, etc.) a una esfera de necesidad comunicativa, que condicionaría la concepción misma de la obra. Si un cómic se basa fundamentalmente en la iconicidad, Dorgathen y Brun quieren llevar este precepto a sus últimas consecuencias.
Hendrik Dorgathen lo hace, sobre todo, recurriendo a fórmulas asociativas que nos acercan a las combinaciones matemáticas o lógicas de signos simples con un significado claro y unívoco. En Brun no faltan casos como éstos (apoyados en una señalética prestada de la cotidianidad, muy reconocible gracias a su omnipresencia en los medios de comunicación, la publicidad o el diseño industrial), pero tampoco escasean los ejemplos en los que el francés busca asociaciones narrativas más complejas: los personajes hablan y trasmiten, a través de los globos, historias protagonizadas por otros personajes (reducidos a una iconicidad aún mayor); como si los globos encerraran nuevas viñetas.
Lo mejor de todo es que, pese a la aparente artificiosidad de la propuesta, el experimento funciona. Lo hace, esencialmente, porque sus contenidos (como veíamos al comienzo de este post) se mueven en el marco de unos contenidos sociales, medianamente abstractos, y bastante simbólicos en su esencia crítica. No sabemos si la técnica que esgrimen Dorgathen y Brun presumiría de la misma inmediatez y contundencia narrativa en otro tipo de ejercicios comicográficos (a la hora de contar una historia biográfica, ahora que están tan de moda, por ejemplo), pero esperamos con ansiedad a que alguien se atreva a fracasar en el empeño. Por experimentar, que no quede.