Desde el flash-back que conforman sus cuatro primeras páginas, uno lee Luchadoras desde el sobrecogimiento. Se inscribe el cómic de Peggy Adam dentro de esa línea de historias cuasi-documentales, expresadas desde el minimalismo grafico, tan popular en los últimos tiempos y que tan buenos frutos está ofreciendo.
Porque es inevitable establecer comparaciones (más allá incluso de la evidente elección estilística) entre Luchadoras y el Persépolis, de Satrapi, o incluso el Pyongyang de Guy Delisle, por ejemplo. Con la iraní comparte muchas cosas: una sensibilidad abiertamente femenina a la hora de reivindicar los derechos de las mujeres y de subrayar las muchas afrentas con las que éstas tienen que malvivir en muchas partes del mundo; también como en Persépolis, Alma, la protagonista de Luchadoras, es un personaje fuerte, valiente, que desafía abiertamente las trabas vitales inherentes a su condición y origen, un personaje real en un contexto real, que busca puertas donde no parece haber más que rendijas; a su vez, comparten ambos cómics cierta angustia existencial y un fatalismo indisimulado, que amenaza tormenta desde las primeras páginas.
Con la obra de Delisle, los puntos de confluencia nos remiten a la elección de un argumento “tabú”, uno de esos temas que instantáneamente se sitúan por encima de la historia que los encuadra o de cualquier otra consideración de las que consideraríamos capitales en una narración. Por ahí entendemos también la elección de un estilo de dibujo tan sintético, un minimalismo gráfico muy expresivo, con una fuerte carga simbólica en su iconicidad y en su uso de superficies planas de blanco y negro; un estilo que no moleste ni adquiera un protagonismo excesivo ante lo que se cuenta. Y es que, tan terrible es lo que se cuenta, que el lector no tiene más opción que la de dejarse llevar a empujones por una historia llena de sal y vinagre. Adam, como hacía Delisle, bucea en mares profundos (pero sin la bombona de humor que ayudaba a aquel); tanto, que han permanecido invisibles para la mayoría de los ciudadanos de este lado del mundo. Quizás, porque es más sencillo cerrar los ojos ante las evidencias incómodas o, tal vez, porque la información es más bien escasa cuando es necesario bucear en las fosas abisales del terror para obtenerla. Sea como fuere, Luchadoras se atreve a descubrirnos el fondo del pantano y lo que encontramos no es nada agradable: el drama de las mujeres desaparecidas de Ciudad Juárez.
Peggy Adam es francesa, aunque también ha vivido en Canadá. Quizás es en ese contacto tangencial en el hemisferio norteamericano donde encontró la motivación para trabajar sobre un escenario tan sobrecogedor como el de Ciudad Juárez. O quizás se deba a su colaboración habitual en medios periodísticos y la consiguiente sed de denuncia. El hecho es que ni por contexto, ni por situación socio-personal parece habitual que una joven autora occidental se atreva a indagar en los callejones traseros del mundo. Peggy Adam, lo hace ahora y lo ha hecho antes. No cabe duda de que estamos ante una artista inquieta y comprometida con el mundo en el que vive (en términos culturales amplios).Por otro lado, retomando la comparación inicial, hay que confesar que Luchadoras no alcanza el nivel artístico de Persépolis, le falta espacio seguramente. Peggy Adam hubiera necesitado más “historia” para desarrollar adecuadamente todos los caminos que abre a lo largo de su trama. Del mismo modo, podría haber trabajado más algunos personajes (como el de Jean) o indagado con más decisión en el drama de algunos otros (en el de Estela, la hermana de Alma, por ejemplo). Quizás, por eso, da la sensación de que la historia se cierra con cierta premura en algunos de sus itinerarios narrativos. Aunque claro, no por ello deja de ser menos recomendable su lectura. Luchadoras es un cómic notable y conmovedor, un trabajo valiente que valdría ya la pena aunque sólo fuera por su interés documental y por el coraje infinito de su autora en la denuncia. Ojalá muchos otros sigan su misma apuesta.