De las estrechas relaciones entre cómic y arte pictórico ya hemos hablado por aquí en más de una ocasión. Hay cada vez más ejemplos de trabajos que intentan estrechar ese vínculo desde diferentes puntos de vista, tanto teóricos, divulgativos, como directamente artísticos. En este último grupo inscribiríamos el último trabajo de Nick Bertozzi publicado en nuestro país: su polémico El Salón (Astiberri). Polémico, en realidad, porque a uno de esos puritanos enmohecidos que pueblan las variopintas estepas culturales estadounidenses, se le cruzaron penes con pudores cubistas. Pecata minuta convertida en razón de estado (de la cuestión bitacórica, al menos).
1. La Vanguardia parisina. Se alimenta El Salón de la recreacción ficcional de los encuentros mantenidos por los diferentes grupos pictóricos pre y postvanguardistas del París bohemio de principios del S.XX. Ahí aparece el mecenazgo patriarcal (respecto al arte pictórico) de los hermanos Gertrude y Leo Stein, la omnipresente influencia de Gauguin, la que ya se presentía declinante tradición fauvista de Matisse y el nacimiento del cubismo con Braque y, especialmente, Picasso; juntos al ritmo musical impresionista de Satie. Todos ellos partícipes y protagonistas de un thriller pictórico con asesino en serie incluido y misterios paranormales plasmados en el lienzo de la historia recreada con aires de sueño etílico.
Bertozzi se lanza a un juego de interreferencias arriesgado: crear una ficción histórica jugando con los mimbres visuales que alimentan lo narrado. Es decir, hacer un cómic sobre el nacimiento de la vanguardia que se nutra de los propios elementos vanguardistas que recrea. No es nuevo, lo vemos en Las Ninfas, esa pintura Umbraliana exaltada adolescente del Modernismo poético; es la base conceptual de esa maravilla de la animación "abstracta" que es Fantasía de Disney y, si se descuidan, una de las mejores virtudes de la doblemente reseñable Expiación. En cómic encontramos jugueteos semejantes en Larcenet y su hipotética parodia de aquel Van Gogh en primera línea de guerra o en los delirios surrealistas dalinianos de Paco Roca en El juego lúgubre; El Salón va un poco más lejos.
Se observa su intencionalidad vanguardista tanto en la construcción de la historia (retorcida, serpenteante, fuertemente anclada en la creación de imágenes desde el subconsciente y la idea azarosa), como en su formalización estilística. Para El Salón, Bertozzi recurre a un dibujo más recargado, detallista y abundante en tramas que en otros trabajos suyos precedentes. Su uso del color (combinaciones bitonales -aparte de la línea negra de dibujo- que cambian de capítulo a capítulo) abundan en ese aire experimental que persigue la obra. Gracias a ello, El Salón funciona visualmente mucho mejor, en nuestra opinión, que Houdini: el rey de las esposas; un trabajo en las antípodas de éste por su minimalismo estilístico y mucho más ralo en términos narrativos.
No obstante, en esa misma indagación encontramos los límites estilísticos del trabajo del norteamericano: lo bello no siempre es rentable en términos artísticos. Muchas páginas de El Salón son bellísimas, ahora bien, nos da la sensación que su distribución cromática (la elección de los dos colores que "animan" cada capítulo) es aleatoria y azarosa, pero, si no nos hemos perdido alguna clave oculta, poco significativa; excepto en aquellos casos en que se recrea el componente soñado mediante un azul celeste que marca incluso las líneas de contorno.
2. La Absenta: La absenta (del latín absinthĭum, y éste del griego ἀψίνθιον, apsinthion) es una bebida con alto contenido alcohólico (de hasta 89,9º) y con sabor muy parecido al licor de anís. Se trata de un compuesto con base en hierbas y flores de plantas medicinales y aromáticas, con predominio de ajenjo (denominado también madera de gusanos). Aunque a veces se la considera un licor, la absenta no contiene azúcar añadido (Wikipedia dixit). Una curiosidad, la ingesta de grandes cantidades (o no tanto) de absenta suele generar el "síndrome del absentismo", que puede llegar a producir visiones, excitabilidad y espasmos, entre otros síntomas.
Viene esto a cuento porque precisamente es una variedad ficticia de esta bebida, la llamada "absenta azul", la que termina convirtiéndose en leitmotiv y caudal de las aventuras paranoicas de los protagonistas del tebeo que nos ocupa. Una bebida cuya ingesta facilita la entrada al interior de cualquier lienzo es una buena chispa argumental para encender toda una maquinaria de narración surreal, al mismo tiempo que un buen justificante argumental para cualquier desparrame visual (como los anteriormente señalados).
De nuevo debemos hacer un inciso crítico: la ensoñación onírica narrativa argumentada sobre los efectos psicotrópicos producidos por un licor alucinógeno, se nos antoja un recurso perfectamente legítimo a la hora de desarrollar una historia, sin embargo, en ningún caso disculpa o consigue esconder los posibles altibajos narrativos de un relato. He aquí el principal problema de El Salón: es ésta una obra que adolece de cierta irregularidad narrativa y, por consiguiente, presenta algunos baches de interés. Junto a episodios brillantes (la escena del tren o casi todas las que protagonizan Braque y Picasso), algunas subtramas resultan repetitivas o excesivamente largas (sobre todo, los episodios finales con la búsqueda de Annah).
Pero, como ya hemos dicho en otras ocasiones, no se lleven a equívocos con estas matizaciones críticas finales: El Salón es un buen cómic, una obra diferente, ambiciosa y sorprendente en muchas de sus páginas. Un buen experimento teñido de azul (absenta).