Aparte del interés intrínseco (que no es pequeño) que se deduce de una reunión de 100.000 almas antregadas a una causa cultural, un salón de cómics (comicon lo llaman en los USAs) tiene el valor añadido de satisfacer las curiosidades, los anhelos e incluso las pequeñas perversiones fetichistas de los fans-lectores. ¿Dónde si no va a ser usted capaz de hacerse con un original de su autor favorito por el precio del tebeo? ¿o cuándo podría usted departir ingeniosamente con su autor idolatrado sino durante ese minuto que dura la firma-ilustración?
Pero no sólo de fútiles compensaciones y recuerdos materiales vive el hombre, oigan, que una feria de la cultura como la que nos reúne anualmente en Barna es también el lugar perfecto para llevar a cabo la famosa "rueda de identificación". Como un Palmintieri cualquiera, uno puede dedicarse también, con curiosidad sanísima y compensaciones garantizadas en forma de sobredosis adrenalínica, a descubrir los rostros de sus blogueros-amigos-desconocidos (oxímoron de la tercera dimensión). Así, se les puede poner cara a los chicos de Entrecómics, o al ilustre e ilustrado Pepo Pérez (que comparte la doble categoría del descubrimiento blogueroautorial), o a los canallescos muchachuelos de Malavida (desbordantes).
Sobre todo, uno se da cuenta de que detrás de la pluma y el pincel, hay caras, muchas caras, de jóvenes y mayores, caras de éxito y de artístico anonimato; y uno descubre que en este mundo del cómic, la mayoría de las personas que portan dichas caras-caretas (las máscaras del salón, porque también se trata de actuar un poco ante el público que te busca, te quiere y te alimenta, me parece), pertenecen al estrato más amable del arte patrio (y foráneo). Quizás tenga que ver con la, aún modesta, situación del cómic dentro del los ámbitos culturales, pero uno tiene la sensación de que dentro del cotarro comiquero abundan los tipos (y tipas) majetes, humildes y muy accesibles (lo comprobaron ayer en los comentarios a nuestro post).
Fijense, si no, en ese Gipi que dedicaba más de 5 minutos a cada seguidor que se acercaba a pedirle su impronta y que recibía a cambio un verdadero cuadro a color, bañado en sus evocadoras acuarelas; o en ese argentino de River lleno de simpatía que responde al nombre de Ed y que, además de ser un viejo amigo de este blog, nos regaló su tiempo, tijera en mano, para dedicarnos un collage-dibujo de los que sólo sabe hacer él; o en Esteban Hernández, el más joven entre los jóvenes, dibujando perdedores con su paciencia de copista benedictino; o en Max, el triunfador indiscutible del Saló, que se cansó (espero que no) de perfilar con su linea precisa de matemático de la tinta Bardines y Srs. Ts, a diestro y siniestro, mientras aguantaba chapas y torreznos verbales; o en Shelton, en la mesa de al lado, uno de los mitos del comix underground, que no dejaba página sin prostutuir con la presencia trasgresora de sus Freak-ies eternos, con un ánimo y dedicación juvenil; o en Jali, con sus rotuladores plateados que destripaban en tímidas sonrisas las negras contrapáginas de sus niños-frigorífico; o en Fermín Solís, que de puro amable y cercano parecía que hubiera sido tu compañero de piso... En fin, no podemos mencionarlos a todos, aunque me imagino que, como en estos contextos multitudinarios cada uno tiene sus encuentros y desencuentros, sus anécdotas y aventuras, nuestras palabras no llegarán a reflejar más que nuestras propias vivencias...
Por eso, lo mejor es que cada uno se monte su película del festival. No obstante, para evitarles problemas con la identificación de los actores, allá van mis fotogramas...
Gipi, el acuarelista incansable
Ed y Esteban Hernández, la paciencia dedicada.
Él, el super super-realista del festival.
Shelton, joven y underground.
No diga fama, diga Ibáñez.
Dos eran dos, Christin y Bilal.
Andrés Leiva y Fermín Solís, regalando sonrisas a la cámara.