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lunes, octubre 14, 2013

De lo barroco, lo grotesco y el underground (I).

Se ha trabajado poco sobre la idea de lo barroco (y lo neobarroco) en el mundo del cómic, sobre la revisitación de lo grotesco a partir del comix underground y sus derivaciones contemporáneas.
Acaba de concluir la exposición Barroco exuberante: de Cattelan a Zurbarán, que ha ocupado los muros del Museo Guggenheim Bilbao durante casi cuatro meses y que nos ha permitido constatar el peso de lo barroco (como propuesta estética e intelectual) en el arte contemporáneo, en un interesante juego de espejos entre las obras gestadas durante el Barroco histórico y las reformulaciones, apropiaciones y lecturas neobarrocas del momento presente. 
En 2005, el Domus Artium (DA2) de Salamanca tuvo a bien programar una de sus muestras más destacadas, Barrocos y neobarrocos. El infierno de lo bello. Javier Panera, el comisario de aquella exposición, ya señalaba que su intención era abordar el Barroco "no tanto como un momento histórico, sino como una categoría estética que aparece en diversos momentos de la historia" y que para tal fin había seleccionado un conjunto de obras contemporáneas que "sobresalen por su carácter teatral, por su carácter perturbador de los sentidos". La filosofía, como hemos tenido ocasión de constatar en Bilbao, no era entonces muy diferente de la que ha guiado los pasos de la comisaria Bice Curiger en su selección de obras para el Guggenheim (con la salvedad señalada del ejercicio comparativo entre el presente y pasado que hemos señalado más arriba).
En su exigente y muy interesante ensayo La comedia de lo sublime, el profesor de estética, teoría del arte y filósofo Domingo Henández alude a la teatralidad y a la exageración (a "la realidad escenificada y sobresaturada"), junto a otros rasgos, como los de la sobreexposición de las imágenes, la mirada teledirigida, la ilusión ficticia de extrañeza o la nostalgia de lo siniestro, para concretar algunos rasgos de la postmodernidad artística contemporánea. En su trabajo, el autor reivindica la actualización de la vieja dialéctica entre lo sublime y lo cómico, y lo hace partiendo de tres ámbitos muy definidos: lo pintoresco, lo siniestro y el cuerpo. Para ello, Domingo Hernández analiza algunos de los males que aquejan a la mirada artística actual: "la enfermedad de la imaginación, la conversión de los ojos en cámaras dirigidas o lo anodino de las miradas telegrafiadas", alude también a la tan frecuente tergiversación de "lo real bajo la máscara de la sangre, la carne y el cadaver":
Defendemos, en todo caso, una versión de lo cómico que parte de su dialéctica con lo sublime, que es capaz de invertirlo, pero que no se independiza en la subjetividad; un humor objetivo donde su parte más crítica se inicia, precisamente, en el respeto por el objeto y lo real; una comedia que es capaz de, sin caer en la banalidad, encontrar grietas de las sociedades sontemporáneas y mostrarlas cuando sea necesario, sabiendo que, en el fondo, no hay mejor ejemplo de lo sublime cómico que nuestra propia realidad.
Suponemos que muchas de las obras neobarrocas objeto de las dos exposiciones que venimos señalando pecan en gran medida de esos vicios que Hernández achaca a buena parte del arte contemporáneo, pero no es menos cierto que tanto en Barrocos y neobarrocos, como en Barroco exuberante, hemos tenido la oportunidad de disfrutar de muchos trabajos nacidos también de ese "respeto por el objeto y lo real", que señalaba el crítico.
Andábamos dándole vueltas a estas y otras sesudas reflexiones mientras paseábamos por los pasillos del Guggenheim, cuando nos dio por considerar el encaje del cómic dentro de este esquema de pensamiento. Inmediatamente se nos vino a la mente el comix underground y sus ramificaciones post-underground. Somos de los que pensamos que Robert Crumb es uno de los cinco o diez artistas vivos más importantes e influyentes. Su obra cae en lo grotesco y supone una exacerbación paródica de lo real, pero nadie podrá negarle a Crumb, dentro de su exuberancia, dentro de su barroquismo gráfico y conceptual, un compromiso auténtico con la realidad social, una relación fiera y directa con el objeto de su crítica y una carga de profundidad, detrás de sus caricaturas deformantes, que aleja a su discurso de cualquier tentación a la superficialidad nostálgica (más allá de sus frecuentes retratos de grandes figuras del primer jazz).
Además, la influencia de Crumb y sus coetáneos underground, su poética, pervive, en grados diferentes, en muchos de los autores de cómic más importantes de la actualidad, que también han optado por una elaboración teatralizada y una atracción manifiesta por el extrañamiento: su apostolado es patente en la obra de los Hernandez Bros, en la de Burns, Clowes o Ware, y en la de casi todos los autores jóvenes norteamericanos surgidos de la autoedición y el minicómic (Jeff Brown, Tony Millionaire, Sammy Harkham, Dash Shaw, etc.).
En esas estábamos cuando, detrás de una cortina, suponemos, destinada a controlar impudores y sofocos malpensantes, nos encontramos con dos decena de páginas de Crumb y constatamos que no eramos los únicos en dejarnos llevar por asociaciones, sólo en apariencia, tan sinuosas. No nos sorprendió encontrar la obra de Crumb en las paredes de un museo (ya habíamos tenido la ocasión de disfrutar de exposiciones suyas con anterioridad en circunstancias semejantes), pero nos divirtió ver sus dibujos rodeados de obras tan "ajenas" al mundo del cómic; aunque en casos como los de las esculturas de Urs Fischer (Cama blanda), el vínculo asociativo surja de forma espontánea casi inmediatamente. Allí había caricaturas y planchas de dos o tres historietas típicamente crumbianas, no faltaban ejemplos de su vena misógina (Cómo pasarlo bien con una mujerona), ni del peculiar revisionismo histórico a que nos tiene acostumbrados (Una historia clásica).
En una próxima entrega les contamos otras cuantas reflexiones neobarrocas y comiqueras que se nos vienieron a la cabeza en nuestro recorrido por la pinacoteca bilbaína.

lunes, mayo 21, 2007

Del arte enclaustrado y la institución arte.

Vaya, que no hace ni dos días que me tiraba de los pelos por la lejanía geográfica del MOMA y sus iniciativas interdiscursivas, y hoy me estoy empezando a cuestionar y repensar la iniciativa comiquero-pictórica del museo neoyorquino. El asunto tiene su explicación y sus puntos de iluminación: apenas colgué el post, avisé de su existencia a dos o tres de entre mis colegas y amigos interesados en el tema de la modernidad pictórica y comicográfica; entre ellos estaba Domingo Hernández, profesor de la Universidad de Salamanca, y experto en estética y teoría de las artes; amén de buen lector de cómics y todoterreno en el análisis de la ficción posmoderna. El hecho es que al mail de mi aviso, don Domingo respondió con los dos mails que, por su interés, extracto a continuación. Se trata de una reflexión, breve y somera (como el propio soporte de difusión exige), pero llena de matices, sobre el arte y las tendencias de difusión artística en la actualidad.

[Mail 1]

...ya estuve metido el otro día un rato en lo del MoMA. Mi problema con eso es que lo veo desde el rollo teórico-artístico (es mi trabajo: lo siento), no desde el comiquero, es decir, unas veces es el cómic, otras las motos, otras los coches... y a veces funciona, y a veces no (al igual que los artistas elegidos). Y detrás de todo eso está lo de siempre: la incapacidad del propio arte actual para salir de sí mismo, por lo que tenemos que utilizar a "otros" para llamar la atención... y si ese "otro"es algo supuestamente popular, de masas, etc., mejor que mejor. Es evidente que ahora que el rollo inter-multi-étnico-fronterizo-cultural ha dejado de colar (no te pierdas el vídeo en inglés macarrónico de la conferencia del mejor filósofo actual, Zizek, en el círculo de bellas artes -merece la pena aunque sólo sea por ver al tipo) nos dedicamos a la búsqueda de cualquier otra cosa que saque al arte de su completo aislamiento. En fin, no te aburro con esto, pero el tema es el de siempre: lo que antes pasaría por una expo temática, sin más, ahora huele muchísimo a institución-arte, y ahí ya entramos en problemas...

Respondí con interés a este mensaje rápido e informal, pero didáctico y cubierto de ramificaciones de esas que a uno le interesan mucho... Hubo un segundo mail de respuesta. Igualmente didáctico, diacrónico y diáfano en sus argumentaciones.

[Mail 2]

...cuando hablo del "otro" no me refiero a utilizaciones temáticas, es decir, a utilización de temas (como puede ser el pop con el cómic y la cultura de masas). Ten en cuenta que una de las diferencias que se suelen mencionar siempre para distinguir el arte moderno del anterior es que éste, el clásico (entendiendo por clásico desde los neandertales, o quienes fueran los primeros, que no tengo ni idea, hasta finales del XIX, hasta el impresionismo), siempre ha sido un arte literario, es decir, de un modo u otro se representaban historias, se hacía literatura, en el fondo, y, por tanto, elementos "otros", ajenos al propio medio artístico como tal. Únicamente desde el impresionismo, y sobre todo desde las primeras vanguardias, surge la idea del arte por el arte, bla bla bla. De hecho, eso es lo que explica lo que yo llamo, irónicamente, claro, "pederastia" de las vanguardias: esto es, "pintar como un recién nacido", "mirarlo todo como un niño", "recuperar la mirada infantil"... Todo eso de los niños (junto a los locos y los primitivos, por cierto), eso de los niños, decía, la obsesión de las primeras vanguardias por los niños, los locos y las culturas primitivas obedece únicamente a eso... a romper con todo lo anterior, con el arte burgués bla bla bla). Es decir, que sólo ahí el arte intentaría enclaustrarse (temática y estilísticamente hablando). Y ahora damos un salto (el salto para otro correo) y aparecemos en los sesenta, en los magníficos sesenta, que es, con el conceptual sobre todo, donde empiezan los problemas con la Institución-arte. (Hago otro salto para otro correo, pero recuerda que el conceptual es fundamental sobre todo, en mi opinión, por el diálogo crítico con el minimal y el pop... y esto no sólo pasa en arte). Y esto nos lleva a la actualidad, donde el mercado, la institución-arte, etc., etc. siempre media, de un modo u otro, las propias propuestas artísticas. Siempre ha sido así, pero ahora las median también temática y conceptualmente... y con el mercado de por medio. Resumiendo, toda la pureza que reclamaban las vanguardias (irónicamente debía ir unida a una salvación a través del arte... ya), a día de hoy se ha convertido en enclaustramiento, y el mundo del arte utiliza todo lo que viene en su mano para que el arte "sea para todos", pero siga siendo "raro, moderno, actual", y eso no casa demasiado bien. Por esto, se utilizan miles de métodos: el museo-edificio-construido-por-arquitecto-estrella, es decir, continente por contenido; los temas "subversivos" (esto para otro correo también: la política subvención-subversión es una de las clásicas del arte actual)... Y, me dirás, ¿dónde está lo bueno? Pues, aunque parezca mentira, lo hay, y muy bueno, pero sólo en gotas mínimas... Bueno, esto también pasa en la literatura...

Estarán ustedes de acuerdo o no con lo que aquí se comenta, pero no me digan que el asunto no tiene su interés (aunque sólo fuera por la actuación impagable del señor Zizek...)