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martes, mayo 13, 2014

Paul en los Scouts, de Michel Rabagliati. La falsa inocencia.

Los cómics de Michel Rabagliati nunca son lo que parecen. Su serie sobre Paul lo demuestra en cada nuevo tomo. Hace unos años así lo referíamos al respecto de Paul va a trabajar este verano, una historia que detrás de su apariencia naif, en torno a la pérdida de la inocencia y la iniciación adolescente, encerraba en realidad una lección acerca de los fracasos existenciales y las primeras pequeñas tragedias a las que todos nos enfrentamos tarde o temprano. Paul en los Scouts (Paul au parc, en su título original) ahonda aún más en esa idea de la falsa felicidad y la adolescencia como puerta de entrada al muchas veces tenebroso mundo real (no habrá spoilers, no teman).
El dibujo de Rabagliati, ese estilo que aquí hemos llamado muchas veces "línea clara minimalista", es fundamental para comprender el alcance y las intenciones últimas de su trabajo. Funciona, por así decirlo, como un falso señuelo, un catalizador de expectativas equívocas. Su trazo (¿su "escuela"?) nos recuerda al de muchos autores contemporáneos, como Guy Delisle, Andy Watson o los españoles Calo, Fermín Solís o Juan Berrio; y, a partir de un proceso de depuración, remite, desde luego, a los maestros de la línea clara clásica franco-belga (Jijé, Franquin, Peyo...) de la que el propio Rabagliati se declara abiertamente deudor (ya desde las mismas páginas de este Paul en los Scouts).
Por su delicadeza y amable factura caricaturesca, el dibujo del canadiense, decíamos, funciona como anticipo tramposo de una inocencia feliz que, en bastantes momentos, se ve contradicha por la condición realista (a veces casi naturalista) de un relato que no entiende de correcciones políticas, ni elude situaciones incómodas: como esas referencias constantes a los atentados y acciones terroristas del FLQ (Frente de Liberación del Quebec) que tuvieron lugar en los primeros años 70 en Canadá, y que los niños protagonistas del relato no alcanzan nunca a comprender del todo; o esa escena breve y sin subrayados en la que se revela la homosexualidad del monitor de los scouts, como un gesto de absoluta normalidad (reforzada por la inconveniencia de los comentarios ofensivos y despechados de su pareja). Rabagliati no se anda con chiquitas.
Precisamente es ese contraste acerado, entre el delicado minimalismo gráfico y la crudeza realista de lo relatado, el que produce la chispa narrativa; el factor que convierte a las historias de Rabagliati en algo diferente, al margen del género o la dulcificación infantil/juvenil, en la que tantos autores de línea clara caen en ocasiones. En la serie de Paul, forma y contenido establecen una dialéctica de contrarios que empuja a favor de una única causa: la nostalgia existencial filtrada por la verosimilitud de lo narrado. 
En este caso (y vean que dejamos para el final la referencia a los sucesos, a la anécdota argumental) el cómic desarrolla la historia de aquel año en el que un ya no tan niño Paul, trasunto del propio Rabagliati, decidió enrolarse en el grupo parroquial de los scouts de su barrio, al que ya pertenecían algunos de sus amigos. Junto a ellos, junto a sus monitores y junto a las personas que le rodeaban en aquel entoncés, Paul descubrirá algunas lecciones vitales que le acompañarán para siempre. 
Esa dialéctica que mencionábamos entre el dibujo y la historia narrada, se ve además reforzada por otras tantas tensiones que se establecen en el interior del relato y que nacen de la misma complejidad de los personajes, de su propia imperfección. Así, las débiles certezas de Paul se ven constantemente sacudidas por la influencia de aquellos que le rodean: la religiosidad de su madre y abuela, se ve enfrentada a la mirada progresista y la duda constante de su monitor Daniel (de hecho, voluntario de un grupo scout católico); el nacionalismo militante separatista de algunos de sus monitores choca contra el antirradicalismo de su padre; la estrecha vida familiar de Paul encuentra su contrapunto en las ansias de intimidad que demanda su madre, etc.
Y de telón de fondo, el nacimiento de la afición por el cómic y sus mecanismos. La confesión vocacional de un autor, Michel Rabagliati, que a través de su personaje Paul, nos desvela algunos de esos secretos que dan forma a una vida (también artística).

martes, enero 09, 2007

Reseñita para FHM: Paul y Rabagliati.

Sin que sirva de precedente, voy a ser breve; y es que no merece la pena ahondar en las excelencias de un cómic sobre el que ya hemos hablado largo y tendido, así que me limito a soltaros la mini reseña jocosilla mensual para el FHM tal y como se la envié (en esta ocasión, muy similar a como se ha publicado, todo sea dicho). Por cierto, saludos a los amigos de la redacción, la más entregada y divertida de este lado del océano.
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Os proponemos un buen cocktail para las frías tardes de invierno: una editorial novel (Fulgencio Pimentel), una edición primorosa (la de Paul va a trabajar este verano) y un género muy celebrado en los últimos tiempos, el “slice of life” (es decir, historias cotidianas, de gente ordinaria); costumbrismo puro y duro que, aunque parezca increíble, puede ser tan divertido como este cómic de Michel Rabagliati.
Nos situamos: un jovenzuelo ciclotímico se busca un curro como monitor estival para sacarse unos duros. Por el camino, descubre la naturaleza, se descubre a sí mismo y, como no podía ser de otro modo, descubre el amor. ¡Como la vida misma! ¡Que levante la mano el que no se sienta un poquito reflejado en nuestro amigo Paul! Y es que, después de todo, ¿quién no se ha encontrado alguna vez un mapache en su tienda de campaña después de un paseo por los frondosos bosques canadienses? Lo dicho, el pan nuestro de cada día.

sábado, noviembre 18, 2006

Michel Rabagliati. A vueltas con el "slice of life".

De Michel Rabagliati sólo había leído Paul in the country, en su versión inglesa (aunque, como saben, la lengua materna y artística del canadiense es el francés); un buen cómic y un ejemplo típico de eso que se ha dado en llamar "slice of life" o "tranches de vie" y que en español no es otra cosa que una historia cotidiana de tintes biográficos, vamos, un fragmento de vida, del autor o de un personaje ficticio.
Sucede también que han florecido en los últimos años un buen número de autores que además de compartir su interés por estas historias de cada día, presentan una serie de afinidades en el tratamiento de la faceta gráfica: dibujan todos ellos siguiendo una línea clara minimalista (¡ojito a la etiqueta!) en la que prima la evocación sobre el detalle y la caricatura amable sobre el realismo puro. Nos referimos a los Andi Watson, Seth, y, en nuestro país, a Fermín Solís, Juan Berrio o Lorenzo Gómez; y nos referimos, por supuesto, a Michel Rabagliati, que está ahora en boca de unos y otros, por la primorosa edición que Fulgencio Pimentel ha hecho de su Paul va a trabajar este verano (con ilustración augrafiada incluida, para aquellos que le compramos a la editorial el cómic por correo directamente).

Gustan los autores del slice of life de las historias cortas, de los detalles cotidianos que en su aparente intrascendencia mueven nuestros mundo íntimos. Debido a ello, en ocasiones (no tantas), sus historias flotan en el limbo de la anécdota ligera y carecen de verdadero calado artístico. A veces, sin embargo, estos artistas se atreven con historias largas, con narraciones de recorrido oceánico que, cuando no naufragan (como me parece que sucede con Ventiladores Clyde de Seth, por ejemplo), te deparan momentos de emoción verdadera. Eso he sentido con Paul va a trabajar este verano.

Después de un arranque incierto, algo titubeante, Rabagliati consigue en Paul... el milagro: logra pulsar las cuerdas de la vida. Esos mismos nervios de la nostalgia que nos erizan el recuerdo cuando, por ejemplo, después de mucho tiempo recuperamos fragancias casi olvidadas o cuando escuchamos la melodia infraganti con la que aprendimos a vivir nuestro existencia. Rabagliati rescata desde la aparente intrascendencia (un campamento de veranos del protagonista), el acorde del recuerdo compartido. ¿Quién no ha sentido alguna de las sensaciones de Paul en su doble descubrimiento de la naturaleza y de su naturaleza? En el marco contextual de obra, además, es el tejido sobre el que Rabagliati zurce el mapa de la historia privada de Paul, su navegación por las aguas procelosas de la pubertad tardía. Su entrada balbuceante en el estadio adulto; donde, de nuevo, el lector encuentra un camino conocido, un arroyo por el que todos hemos navegado.

Paul... me recuerda a otra obra no muy lejana en el tiempo, y bastante afín en sus intenciones (narrativas más que estilísticas); me refiero a Blankets, Craig Thompson. Sin embargo, Rabagliati se muestra menos trascendente que aquél, y, ciertamente, se agradece. Para Paul, el acceso a la experiencia no forma parte de un recorrido místico, es algo más sencillo y mundano: caminamos, tropezamos, nos levantamos e intentamos reconocer el obstáculo que habremos de evitar en andanzas venideras. Por eso, cuando se termina la lectura de Paul va a trabajar este verano, uno no puede evitar un suspiro nostálgico al recordar todas esas piedras que han jalonado nuestro recorrido.

Pdf proporcionado por la editorial.