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lunes, septiembre 20, 2010

Pluto, de Naoki Urasawa. El mayor suspense sobre la faz de la tierra

Naoki Urasawa tiene un secreto, tiene muchos, en realidad. Quién no los tiene. Pero Naoki Urasawa sabe cómo contárnoslos: se acerca a nosotros, nos mira a los ojos y nos susurra algo al oído, alguna verdad tortuosa, tres fragmentos de historia, dos soplidos de miedo y... ya estamos dentro. Sujetos a la silla y enganchados a sus páginas. Lo hizo con 20th Century Boys, lo hizo con Monster y lo vuelve a hacer con Pluto; y, no lo dudamos, lo repetirá en ese Billy Bat que mencionábamos en nuestro viaje japonés.

Resulta que Urasawa es una estrella. En su país lo es. Sus obras se adaptan a la gran pantalla con un éxito masivo entre los espectadores; una de esas adaptaciones, la de la mencionada 20th Century Boys, llega, de hecho, a nuestro país justo ahora. El género del suspense tiene una larga tradición cinematográfica, no tan larga por lo que respecta al cómic. Por lo que a nosotros respecta, Naoki Urasawa es su máximo y mejor representante a día de hoy.

El difícil arte del suspense suele estar sujeto al truco de guión y al engaño narrativo (en sus peores ejemplos), a la sorpresa que salta a cada vuelta de página. En esta ferretería hemos hablado mucho últimamente de vueltas de tuerca y cliffhangers, una especialidad que para el maestro japonés no tiene entresijos. En Pluto, Urasawa y el guionista Takashi Nagasaki consiguen, en un más difícil todavía, anudar la intriga prácticamente a cada salto de página, por no decir a cada secuencia. Su capacidad para generar suspense y abrir nuevas vías de escape tensional se demuestra en un constante crescendo climático, que funciona con la meticulosidad de una bomba de relojería, gracias a un guión medido y muy minucioso.

Curiosamente, la historia de Pluto no es suya, sino de otro maestro del manga, de "el maestro del manga", de Osamu Tezuka. Declara Urasawa en uno de los textos que acompañan a los volúmenes de esta serie (ocho en total) que la impresión que le produjo de niño el episodio de Astroboy titulado "El mejor robot sobre la faz de la tierra" fue tal, que siempre cobijó en su fuero interno la idea de homenajear al maestro vía adaptativa. Llegado a la cima de su popularidad, le planteó su idea a Macoto Tezka, el hijo de Osamu, quien, con no pocas reticencias, decidió apoyar el proyecto. El resultado es Pluto y la suma de genialidades resulta en una historia llena de atractivos y con un evidente gancho comercial. Es, además, una obra de "autor" (Macoto presionó a Urasawa para que este la hiciera suya e intentara ajustarla a su estilo y maneras; la sombra de Tezuka es alargada, ya se sabe).

 

Parece contradictorio hablar de cómic de autor en un producto tan flagrantemente delimitado por los patrones de la "obra-espectáculo" como es Pluto (y como lo son tantos y tantos manga), pero sería absurdo negar que los cómics de Urasawa son inconfundibles y que su personalidad (y la de su equipo) se trasparenta en todos y cada uno de sus trabajos.

Gráficamente Pluto es un prodigio. Su imaginario visual futurista derrocha imaginación. La capacidad de Urasawa y su equipo de creadores y dibujantes (el cómic funcionando al modo y manera de los grandes estudios cinematográficos), gente como Hideaki Urano, Tadashi Karakida o Kazuma Maruyama, es digna de mención. Han logrado alcanzar un grado de minuciosidad en el dibujo que, en algunos momentos de la serie, llega realmente a apabullar visualmente. La recreación arquitectónica de los paisajes urbanos de Pluto es fascinante. Su capacidad para reinventar nuestra civilización (con nuestras ciudades, países y similares registros sociales) en clave de ciencia-ficción, denota un ejercicio de creatividad que últimamente escasea en otros discursos narrativos (y que resulta un cebo cinematográfico inevitable).

Nos espera, según Tezuka, según Urasawa, un futuro en el que la robótica y la cibernáutica formarán parte de nuestra realidad cotidiana (si no lo son ya) y en la que seres humanos y robots convivirán en paz sin distingos ni remilgos. Un mundo en el que no resultará fácil distinguir entre los seres vivos biológicos y las IA (Inteligencia Artificial). Un mundo expuesto a incertidumbres, a un control exhaustivo, cuasi-militar, por parte de autoridades omnipresentes y organismos de control invisibles y con muchos acontecimientos históricos que olvidar: las guerras eternas, el exterminio. Un mundo no tan diferente del actual. En este contexto, surge la amenaza, un misterio oscuro llamado Pluto, y en este contexto asistiremos a los crueles asesinatos que sacudirán al mundo entero y al lector, abriendo la puerta del misterio.

 Pluto es un thriller psicológico y futurista, pero también es un ejercicio metafórico con tintes pacifistas. En esta serie, el lector contemporáneo reconoce sin dificultad el estado presente de nuestro Planeta y sus vicios, como a esos políticos incompetentes y sin escrúpulos que dirigen o han dirigido el mundo en fechas recientes. Urasawa dibuja a oligarcas ambiciosos, a empresarios y economistas únicamente obsesionados por el yo y el ahora, a señores de la guerra sedientos de petróleo (perdón, energía) y a científicos al servicio del negocio bélico; se vislumbra diáfana la crítica a las guerras infinitas en Oriente Próximo (con Iraq y sus mentiras a la cabeza) y se adivina sin duda la crítica al papel del Imperio Yanki soberano, que se ha arrogado el rol de emperador universal en estos (y aquellos) tiempos de zozobra.

Pluto es también una excelente galería de personajes, algunos excepcionalmente perfilados. Junto a los grandes protagonistas de la serie (Astroboy, Gesicht, Épsilon, etc.), este manga consigue grandes momentos narrativos gracias a la presencia de algunos personajes secundarios con gran potencial emocional: como Urán, la niña hipersensible, que protagoniza algunas escenas dignas de una película de Capra; o el de ese pequeño robot indigente que persigue a Gesicht en Persia; o ese otro robot, remedo de Hannibal Lecter, cuya presencia consigue desasosegar al lector tanto como a los propios personajes de la trama.

Mucha información, muchos misterios. En ocasiones, a Urasawa le pierde su hambre de intrigas, su propia red de expectativas. Abre tantas puertas que termina enfriándosele la casa (otra avería compartida con el cine-espectáculo reciente). Le sucedía en 20th Century Boys y le pasó, parcialmente, con Monster (cuyo final no estaba a la altura de la expectativa creada, nos parece). Pluto mejora los precedentes, todo parece mejor atado y empaquetado al final, sin ser redondo en este sentido; pero no sufran que no les vamos a contar nada al respecto. Nos gustan los mangas que (como las buenas series de HBO) empiezan y acaban. Se disfrutan más entre medias, Pluto es el ejemplo perfecto.

 

lunes, junio 19, 2006

Todos somos "amigos" de Naoki Urasawa.

Ya en nuestra puesta de largo anunciábamos la falta de ínfulas "reporteriles" de este blog. Por eso, todo aquel que esté interesado en las crónicas del último gran fasto de nuestro mercado comicográfico, el Saló Internacional del Cómic de Barcelona, deberá buscar allende estas páginas, en cualquiera de las numerosas bitácoras que tan brillantemente las han venido publicando a lo largo de estos día (en La Cárcel, desde luego, pero también en Con C de Arte, en LaPeonza, etc. ; en este punto remitimos a TEBELOGS! para una indagación más minuciosa).
Sin embargo, a lo que no hemos podido resistirnos de ningún modo o manera es a acercarnos a su palmarés, y en concreto a la que ha sido considerada "Mejor obra extranjera publicada en España en el 2005", 20th Century Boys, de Naoki Urasawa (en contra de nuestros pronósticos que situaban a El Fotógrafo en lo más alto, todo sea dicho).
¿Se imaginan ustedes que alguno de sus políticamente incorrectos juegos bélicos infantiles sobre grupos secretos o confabulaciones mafiosas, llegara algún día a hacerse realidad? (ehem). El orbe se vería sumido inmediatamente en el caos más absoluto, debido a esas coordenadas incoherentes que, sin embargo, tan bien administran la lógica infantil. Este aparente dislate es el punto de partida de 20th Century Boys; pero sólo aparente, porque en la saga creada por Urasawa casi nada es azaroso y mucho menos incoherente.
El primer contacto con 20th Century Boys, uno de los indiscutibles best-sellers del cómic de todos los tiempos, impone respeto e invita a todo tipo de suspicacias: un manga con elementos básicos del thriller, que su autor estira año tras año, y que se anuncia con toda una retahíla de mensajes requetemanidos en torno a conspiraciones para acabar con el mundo y ataques terroristas globales. Cliches del tipo de “El 31 de diciembre del año 2000, un heroico grupo de personas salvó a la humanidad de ser exterminada…”, nos predisponen hacia la lectura con un estado de ánimo similar al que nos hace huir despavoridos del peor cine comercial hollywoodiense. Sin embargo, Urasawa es un auténtico maestro a la hora de confundir expectativas; prejuicios incluidos.
De primeras, 20th Century Boys es uno de los thrillers más adictivos, sorprendentes y enrevesados (en el buen sentido de la palabra), que un servidor ha visto o léido en muchísimo tiempo: la historia de los juegos infantiles de Kenji y su grupo de amigos en el Japón de 1971, es tan solo la primera de las muchas líneas argumentales (la principal por ser la desencadenante del resto) que recorren la obra. La habilidad dramática de Urasawa a la hora de dosificar la información (con constantes indicios narrativos estratégicamente escondidos en la trama) y su dominio autorial en la ordenación (alteración, más bien) del tiempo del discurso, funcionan a favor de un suspense acumulativo, que no suelta al lector desde el primer volumen de la serie (de la que en España Planeta ha publicado ya el número 18). Así, aunque en el algún momento el lector podría verse desbordado ante la aparición constante de personajes o el nacimiento de subtramas y segundas líneas argumentales, el control que muestra Urasawa sobre su historia, favorece siempre el seguimiento adictivo de la peripecia. Sin olvidar el virtuosismo gráfico de un autor que, manteniendo las coordenadas visuales del manga, se posiciona muy por encima de la mayoría de sus colegas nipones (¡Qué maravillosos escenarios los que diseña el maestro japonés y qué gran fisionomista es!)
Como señalábamos más arriba, casi nada es gratuito en 20th Century Boys. Urasawa no estira su relato (únicamente) con aviesos intereses comerciales, sino que organiza los componentes de su tablero de ajedrez como un jugador que conoce perfectamente los movimientos de antemano. Cada nueva línea argumental, supone una nueva vuelta de tuerca al motor de la gran maquinaria que mueve el armazón de 20th Century Boys. No se trata del tipo de ejercicio de confusión autocomplaciente que cuestiona la inteligencia del lector en aras de la sorpresa fácil. Los muros exteriores del laberinto de Urazawa están construidos con firmeza desde el principio de la aventura (o así lo parece) y es en el interior de sus pasillos donde se establece el caos ordenado, donde salta la sorpresa al final de cada corredor, donde la organización “Amigo” teje su tela para conquistar el mundo. Kenji y sus amigos se enfrentarán al mundo para salvarlo de sí mismo, como habían hecho en sus juegos infantiles treinta años atrás y, en el camino, se nos descubrirán bastantes de las coordenadas que explican la historia de la nación japnesa y la vida de sus habitantes en esos treinta años. Al mismo tiempo (en la línea de los grandes thrillers políticos de Graham Greene y las distopías de autores como Huxley u Orwell), Urasawa plantea interrogantes, nada ingenuos, acerca del futuro: ¿Hasta dónde debe llegar el control de los estados sobre sus ciudadanos? ¿Quién instiga verdaderamente la amenaza terrorista global? ¿Tiene el ciudadano la posibilidad de conocer la verdad última tras las grandes decisiones político-económicas? Y, sobre todo, ¿por qué una vez que hemos empezado sus páginas, es imposible dejar de leer 20th Century Boys?