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Todo el mundo está hablando estos días de Hervir un oso. Hay un ronroneo en los mentideros de la viñeta y suena como si esta lectura empezara a cobrar la forma de una de esas obras de culto reconocidas sólo por un selecto club de lectores privilegiados. Dividamos el mundo entre los que han leído Hervir un oso y los no iniciados en sus secretos. Como si sus páginas escondieran un código secreto o el arcano codificado para interpretar un otro mundo (imposible). Nos vamos acercando.
De eso se trata, en el fondo: de una obra que crea sus propios códigos. Imaginación desbordada, humor surrealista, paranoias gráficas; sería muy sencillo quedarse en un listado descriptivo tan obvio. De todo ello hay en la obra de Jonathan Millán y Miguel Noguera, pero el truco interpretativo no es tan fácil. En sus páginas se concretan pequeñas historias que van mucho más allá del gag surrealista: cada uno de sus dibujos o secuencias glosadas plantean reflexiones profundas acerca de realidades, en muchos casos aparentemente triviales. Pero lo hacen para darle la vuelta a la realidad hasta el forro, para cuestionar el sentido común y la interpretación ortodoxa de nuestra realidad inmediata. En Hervir un oso se cambian las coordenadas de la existencia tal y como la conocemos (o se nos presenta) y se plantea la hipótesis alarmante de que el mundo podría, en realidad, ser totalmente diferente a cómo lo interpretamos. El catálogo de hipótesis numeradas que compone Hervir un oso es tan complejo y rico en ideas que cada una de ellas podría haber funcionado perfectamente como guión para una historia larga: una colección de Lost de bolsillo, si lo quieren ver así.
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Somos conscientes de que todo esto suena un tanto confuso. Es difícil explicar lo inexplicable. Nosotros no sabemos hacerlo. Así que les proponemos que lean Hervir un oso y que cada uno haga su propio intento.