Superado el shock inicial, la primera dificultad que le surge a uno después de leer Hervir un oso es ponerle nombre al asunto. Parece un cómic (creemos), pero ¿qué tipo de cómic? En realidad, quizás no sea necesario avanzar en esa dirección. Podemos recurrir al socorrido “inclasificable”. Lo único cierto en esta propuesta llena de incertidumbres es que, como anuncia Jordi Costa en la banda promocional de la cubierta, “Nadie vuelve a ser el mismo tras la lectura de estas páginas”.
Todo el mundo está hablando estos días de Hervir un oso. Hay un ronroneo en los mentideros de la viñeta y suena como si esta lectura empezara a cobrar la forma de una de esas obras de culto reconocidas sólo por un selecto club de lectores privilegiados. Dividamos el mundo entre los que han leído Hervir un oso y los no iniciados en sus secretos. Como si sus páginas escondieran un código secreto o el arcano codificado para interpretar un otro mundo (imposible). Nos vamos acercando.
De eso se trata, en el fondo: de una obra que crea sus propios códigos. Imaginación desbordada, humor surrealista, paranoias gráficas; sería muy sencillo quedarse en un listado descriptivo tan obvio. De todo ello hay en la obra de Jonathan Millán y Miguel Noguera, pero el truco interpretativo no es tan fácil. En sus páginas se concretan pequeñas historias que van mucho más allá del gag surrealista: cada uno de sus dibujos o secuencias glosadas plantean reflexiones profundas acerca de realidades, en muchos casos aparentemente triviales. Pero lo hacen para darle la vuelta a la realidad hasta el forro, para cuestionar el sentido común y la interpretación ortodoxa de nuestra realidad inmediata. En Hervir un oso se cambian las coordenadas de la existencia tal y como la conocemos (o se nos presenta) y se plantea la hipótesis alarmante de que el mundo podría, en realidad, ser totalmente diferente a cómo lo interpretamos. El catálogo de hipótesis numeradas que compone Hervir un oso es tan complejo y rico en ideas que cada una de ellas podría haber funcionado perfectamente como guión para una historia larga: una colección de Lost de bolsillo, si lo quieren ver así.
Cuando se describe el cine de David Lynch o los trabajos de Clowes, y demás iconos de la postmodernidad narrativa, se mencionan aspectos como su capacidad para romper la lógica del relato o su habilidad para reflexionar desde dentro de la historia trasgrediendo sus normas y dejando al aire el andamiaje ficcional (revelando el truco narrativo, en una palabra). Este libro que ahora tenemos entre manos también admitiría una lectura postmoderna en esa línea, pero en vez de jugar con la lógica del lenguaje, lo hace con la de la narración en sí misma. Lo que se nos desvela no es el entramado técnico del relato, sino el de las asunciones lógicas que rigen nuestra visión del mundo: lo necesario y lo contingente, que decían nuestros profesores de filosofía. Las cosas son como son, pero podrían ser de otro modo. Millán y Noguera nos abren una de esas miles de puertas para revelarnos el secreto de otro mundo posible. Tiene que haber tantas (puertas, miradas) como seres pensantes hay sobre la tierra, pero la mayoría somos incapaces de acceder aún a ese plano de pensamiento que, seguro, se esconde en algún lugar de nuestro hemisferio cerebral izquierdo. Por eso, este ejercicio de ingenio sorprende tanto, porque va más allá del pensamiento racional.
La sensibilidad ante el humor cambia con el tiempo. Bromas y chistes que desternillaban a nuestros padres y abuelos nos resultan ahora inexplicables. Amanece que no es poco es hoy una película reverenciada, en su día pasó más o menos desapercibida y fue despreciada por la crítica. A Faemino y Cansado se les entiende ahora mejor que nunca, Pajares y Esteso no tienen ninguna gracia. Berlangas sólo hay uno. Últimamente, está de moda excavar en la cotidianidad en busca del chiste privado compartido por miles. Mirada sagaz para descubrir a “señoras que van por el medio de la acera y no se dejan adelantar fácilmente” o “Ver venir al recogevasos y agarrar el cubata como si no hubiera mañana”. Hervir un oso juega en esa misma escena humorística, pero da un paso a un lado para subrayar la diferencia de su propuesta: no se trata de dar forma aguda a ese instante que todos hemos vivido desde la inconsciencia, sino de trazar nuevas coordenadas de realidad en las que ningún otro haya pensado jamás (y mucho menos haya vivido).
Somos conscientes de que todo esto suena un tanto confuso. Es difícil explicar lo inexplicable. Nosotros no sabemos hacerlo. Así que les proponemos que lean Hervir un oso y que cada uno haga su propio intento.