Cuenta la leyenda sociológica que en las tierras del sol naciente, después de años de endogamia sexual, lo que más tira últimamente es el intercambio de sudores con occidental de por medio. Ni podemos contrastarlo, ni tenemos datos personales para afirmar que sea de otra manera, eso sí, si nos dejamos llevar por las páginas de Ellas, lo cierto es que habrá que reconocer que los franceses arrasan en Japón. Bueno, o eso o simplemente que al amigo Frédéric Boilet le ha ido muy bien en sus prácticas de seducción galas durante su estancia japonesa.
Hemos mencionado más de una y dos veces nuestra devoción por el francés y su nouvelle manga. Hemos comentado lo mucho que nos interesa su propuesta, aunque sólo sea como planteamiento teórico de reactivación comicográfica y fuente generadora de ideas. Por eso, como pueden imaginar, no nos van a oír hablar mal de Ellas (la recopilación de historias cortas publicada el año pasado por Dibbuks). Sin llegar al nivel de La espinaca de Yukiko o Tokyo es mi jardín (en nuestra opinión sus dos mejores trabajos hasta la fecha), este tomito formado por 7 historias "publicadas en su mayoría en la revista japonesa Manga Erotics" (que dicen los editores en la solapa) mantiene un buen nivel general y muchas de las constantes del dibujante frances: su hiper-realismo cuasi-fotográfico, una cámara predominantemente subjetiva, el empleo pictórico del color, una gran osadía narrativa basada en la autoconsciencia y el relato biográfico y, por supuesto, un erotismo omnipresente y muy, muy explícito (alguno dirá que ahí se acaba lo erótico).
Cierto es, también, que algunos de los relatos de Boilet pecan de cierto narcisismo (soy un seductor irresistible) y una buena dosis de onanismo autocomplacenciente, acompañado de un exhibicionismo indisimulado. Boilet se abre la gabardina y nos enseña todo desde la primera historia y ese título (Hoy tengo que enamorarme), que no se sabe si chirría por pedante o por presuntuoso. Debajo de su impermeable Boilet nos muestra las vergüenzas o, mejor dicho, su desvergüenza a la hora de calmar sus sofocos estivales: sin mucho preámbulo, se lanza a la cacería de bellas piezas con ojos rasgados. Lo gordo es que, pese a tan tosco proceder, de ésta como de las otras historias, Frédéric sale triunfante con la captura de la mano (quién sabe si dando la razón a esos rumores amatorios que anunciábamos al comienzo).
Cierto es, también, que algunos de los relatos de Boilet pecan de cierto narcisismo (soy un seductor irresistible) y una buena dosis de onanismo autocomplacenciente, acompañado de un exhibicionismo indisimulado. Boilet se abre la gabardina y nos enseña todo desde la primera historia y ese título (Hoy tengo que enamorarme), que no se sabe si chirría por pedante o por presuntuoso. Debajo de su impermeable Boilet nos muestra las vergüenzas o, mejor dicho, su desvergüenza a la hora de calmar sus sofocos estivales: sin mucho preámbulo, se lanza a la cacería de bellas piezas con ojos rasgados. Lo gordo es que, pese a tan tosco proceder, de ésta como de las otras historias, Frédéric sale triunfante con la captura de la mano (quién sabe si dando la razón a esos rumores amatorios que anunciábamos al comienzo).
Nos gusta, no obstante, como se retuercen los relatos de Boilet desde el ligoteo, hacia la confesión íntima, vía el diálogo inteligente y el experimento metaliterario. Y nos deslumbra observar como, desde ese exhibicionismo, el autor introduce inteligentemente dicha condición de autor, haciendo que dentro de sus cómics aparezcan su propios cómics (como en la misma Hoy tengo que enamorarme), se vea al autor dibujando (Ocas blancas y lunares), planeando sus guiones (Los moratones de Yukiko; Un bonito manga erótico), hablando de arte (Las ampollas de Mariko) o jugando irónicamente con las referencias cromáticas (Lo que se llevaron los chuminos violetas; Ayutthaya Reggae)..., que no sólo de follar (aunque sea con la intensidad de Historia sin palabras) vive el hombre.
Qué les vamos a decir, por un lado nos da hasta cierta penita que este franco-japonés haya sentado la cabeza con la señorita Aurelia. Y es que parece que en ese tándem, la tarea de descriptor-cronista de acrobacias sexuales ha recaído en la dama y, hablando claro, a nosotros nos gusta más como nos lo cuenta el Boilet (sin desmerecer aquella interesante primera entrega de chocolate a la fresa).