Vimos ayer la película Nueve vidas, de Rodrigo García (para coleccionistas de anécdotas, el hijo de don Gabriel García Márquez), producida por Alejandro González Iñarritu. En su comienzo, nos recordó a las historias cortas de ese joven canadiense talentoso llamado Adrian Tomine, un dibujante que, a su vez, dicen, recuerda a Raymond Carver. Historias escuetas de vidas íntimas, fragmentos extirpados de una existencia, esbozos de historia que, pese a su aparente intrascendencia, revelan verdades ocultas del alma de sus protagonistas. Todo un ejercicio de cirugía introspectiva, el de estos señores. Nuestro papel, como espectadores o lectores, es presentir esas tragedias escondidas detrás de cada anécdota, adivinar la verdad revelada en esa media hora de vida arrancada de un mordisco.
Sucede que según avanzaba la película, las apariciones recurrentes de sus protagonistas y sus protagonismos intercalados nos hicieron acordarnos de Robert Altman y sus vidas cruzadas, hecho que curiosamente nos llevó mentalmente a una de nuestras últimas lecturas (disfrutadas), el Estafados de Alex Robinson (tan deudor del maestro de Kansas City). Vidas cruzadas, pensamientos cruzados para lecturas cruzadas.
Después de esta retahila de conexiones, cualquiera diría que, en realidad, la película en cuestión nos importó un pimiento. Pues no, lo cierto es que nos gustó mucho y se la recomendamos sin ningún género de dudas. Cierto es que alguna de esas nueve vidas lucía con más brillo que las otras, pero en general ya nos gustaría que todo el cine por el que pagamos le sentara tan bien a nuestro bolsillo.
Dicho lo cual y hablando de dineros, ¿no les parece impagable esto de poder charlar de cine, de literatura... y, de pronto, acordarse de tebeos que mantienen el tipo en las comparaciones? Quién nos lo iba a decir no hace tanto.