Siempre hemos sido de la opinión de que el término “cómic” no es ni uno ni trino, sino dual. Lo discutíamos hace no mucho en una finca que ahora está temporalmente (esperamos) cerrada. Nos gusta la palabra “cómic” para definir todo este asunto de las viñetas, porque, mal que les pese a algunos, nos parece mucho más abierta, inclusiva y descargada de connotaciones que otras como “historieta” o “tebeo”. Además, siéndoles francos, hoy por hoy “cómic”, así con su alegre tilde coronándola, nos suena tan española como puedan hacerlo “fotografía” o “cine“.
Con “cómic” describimos una manifestación artística (“Me gusta el cómic”) y los objetos artísticos que se crean dentro de ella (“He leído un cómic de Ware”). Pero con la palabra cómic también describimos un lenguaje, una forma de construir narraciones basada en una doble articulación (más o menos) libre entre el texto y la palabra. Así, todos reconocemos las obras de Max o de Crumb como cómics, pero también Lichtenstein recurre a las herramientas del cómic, a su lenguaje al menos, en sus cuadros; aunque éstos no sean cómics, obviamente.
Todo esto viene a cuento de que, cada vez con más frecuencia, estamos viendo cómo otras artes, disciplinas no artísticas y textos varios, están recurriendo de una forma u otra al lenguaje del cómic para plasmar sus discursos respectivos. Esto sucede en diversas formas y medidas: no es lo mismo recurrir a las herramientas del cómic, que utilizar un cómic para comunicar un mensaje determinado. Que un texto narrativo y visual como el cine utilice instrumentos del cómic, aunque sea de forma esporádica o para adaptarlo, como hacen American Splendor, Hulk o Scott Pilgrim, es relativamente normal. Tampoco es extraño dentro de los discursos persuasivos, como los de la publicidad (sobre todo la publicidad gráfica), hallar rasgos del cómic: globos, líneas cinéticas y cartuchos. Más extraño es toparse con que textos explicativos, descriptivos o argumentativos han decidido recurrir a las viñetas para plasmar su discurso. Pese a todo, cada vez causan menos sorpresa los cómics didácticos, publicitarios o con aire de folleto de instrucciones. Nadie dijo nunca que el contenido de un cómic tenía que ajustarse a los géneros literarios clásicos, ¿verdad?
Ahora sí, lo que no habíamos leído nunca es un cómic filosófico. No hablamos de un cómic con ínfulas filosóficas o con profundidad de pensamiento, no, nos referimos a un cómic que adapte una obra filosófica. Y es que la filosofía y el debate argumentativo abstracto parecen los campos menos propicios del mundo a la hora de plasmarlos desde la narración gráfica.
Por eso, tiene mérito la propuesta de Herder Editorial (especializada en dicho campo, el del pensamiento y la filosofía) de editar la adaptación al manga de Así habló Zaratustra, de Friedrich Nietzsche. Si los japoneses han creado mangas para economistas (la abstracción del número), cocineros (la concreción del gusto y el olfato) o jugadores de gon, ¿por qué no podía un tratado filosófico sufrir un proceso similar de asimilación?
En realidad, la trasmutación tiene truco, y es que si hay una obra de pensamiento filosófico con cierta base y potencial narrativo, esa es la de Nietzsche. En su antirreligiosidad, el Así habló Zaratustra tiene mucho de parábola doctrinal, y ¿no se han adaptado al cómic obras de pensamiento religioso una y otra vez? (el último y mejor ejemplo, el monumental Génesis de Crumb).La adaptación en sí es “graciosa”, muy manga, muy Urasawa en el apartado gráfico. Superada la perplejidad de leer sentencias dogmáticas o frases de trascendencia teleológica en boca de personajes que parecen recién salidos de Evangelion o de Nausicaä, lo cierto es que el experimento es divertido; en sus páginas se juega al melodrama, al thriller psicológico y a la aventura exotérica a partes iguales. Funciona bien por momentos, no peor que muchos mangas estimables, en todo caso. Interesa, cuanto menos, por la curiosidad que despierta la propuesta.
La campaña de la editorial de Herder para su promoción, es también la mar de imaginativa: el lector mismo puede participar de dicha promoción, fotografiándose con un muy “nietzschiano” bigote y optar a diferentes premios si su foto resulta una de las tres seleccionadas; las instantáneas van apareciendo en el blog que los chicos de Herder han puesto en funcionamiento para tal efecto.
Nos hubiera gustado, eso sí, saber a quién se deben las páginas de este manga. Si nos quedamos con la información que se ofrece en el librito (portada y lomo incluidos), cualquiera diría que ha sido el mismo Nietzsche el que ha hecho la adaptación de su propia obra (porque del mangaka en cuestión no hay ni rastro). A lo mejor así ha sido, vayan ustedes a saber, que con esto del eterno retorno uno nunca está seguro ni de su propia identidad comicográfica.