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viernes, junio 19, 2020

La cólera, de Santiago García y Javier Olivares. Un caballo de Troya

La mirada recorre hipnotizada las primeras páginas de La cólera como si se deslizara por el friso de una historia conocida. El soberbio dibujo de Olivares, siempre reconocible en su angulosidad vanguardista, nos invita a descubrir los detalles de batallas de terracota y los escenarios de una era clásica.
Avanza la acción entre las escenas míticas de la fábula homérica. Los semidioses luchan y los hombres mueren. La cólera es La Ilíada, reconocible desde su título (con esa palabra empieza el poema épico de Homero). Sin embargo, poco a poco, la mitología se despliega en ambigüedades y lecturas inesperadas. La ironía postmoderna invade los diálogos y va desanclando al cómic del texto clásico. El dibujo oscila entre la reescenificación histórica y el juego simbólico. Se despliega un argumento conocido: la alianza de reinos comandada por Agamenón y sus aqueos asedia la ciudad de Troya; después de nueve años de sitio, Ajax, Ulises y Aquiles parecen a punto de derrotar su resistencia, sin embargo, el destino azaroso hace girar los acontecimientos aferrado a otra veleidad caprichosa, la de un Aquiles despechado (por un quítame allá esta amante) que se niega a seguir luchando a favor de Agamenón (su afrentador)... Avanza el argumento de La colera con pulso y con un despliegue visual apabullante..., hasta que deja de avanzar.
Cae Aquiles en un sueño lleno de presagios y se detiene el relato en una digresión metanarrativa que es un caballo de Troya postmoderno en toda regla. Un metarrelato que pone la historia principal patas arriba y la cabeza del lector de vuelta y media.
Después del desconcierto inicial (un desafío de las convenciones lectoras, un desafío de las expectativas, un desafío del equilibrio del relato), recuperamos el pulso y una intuición: la de que aquella Europa de la Grecia Clásica estaba en realidad mucho más cerca de esta otra Europa nuestra de lo que suponíamos. La cólera nos sacude la conciencia. ¡Que las sombras del mito proyectadas sobre el papel no nos oculten la realidad que transcurre a nuestras espaldas, la de las injusticias sociales, la de la emigración que huye del infierno y la de los ciudadanos invisibles!
Tras la iluminación, el guion de Santiago García retorna a la epopeya homérica. A Aquiles, con sus victorias y su derrota legendaria, a Ulises y su viaje inacabable, al transcurso constante entre el reino de los muertos y el de los vivos. Pero nuestra lectura ya está alterada. Del interior del caballo de Troya han surgido ideas cruzadas, reflexiones interdiscursivas y metáforas inesperadas que terminan por colonizar nuestra interpretación del relato original y multiplicar sus lecturas.
Y sí, al final Ulises regresa a Ítaca en su particular odisea. Pero ya nada es igual.

jueves, abril 16, 2015

Las Meninas, de Santiago García y Javier Olivares, en SER Soria

En nuestro Cómics en la Biblioteca de hoy en la SER hemos hablado con Eva Lavilla y Chema Díez sobre de Las Meninas, el último trabajo conjunto de Santiago García y Javier Olivares. Estamos ante una novela gráfica brillante, cargada de matices, segundas lecturas y erudición; e "iluminada" por los siempre magicos lápices de Javier Olivares, uno de nuestros dibujantes favoritos de hoy y de siempre.
Sucede que, además, Las Meninas es, junto a otro gran cómic como Yo, asesino (de Antonio Altarriba y Keko), una de las claras favoritas para recibir el premio a Mejor Obra de Autor Español Publicada en España en 2014, en el 33 Salón Internacional del Cómic de Barcelona que ahora comienza.

lunes, diciembre 23, 2013

Beowulf, de Santiago García y David Rubín. Épica secuencial.

Este año han caído en nuestras manos dos de esos cómics que deslumbran por una factura visual espectacular y una secuenciación audaz y vertiginosa. Nos referimos al multipremiado Cuento de arena, de Ramón K. Pérez, Jim Henson y Jerry Juh, y a Beowulf, de Santiago García y David Rubín, que, seguro, también recibirá un buen número de galardones en este 2014 que se nos viene encima.
Aunque el trabajo estadounidense está repleto de sorpresas argumentales y soluciones imaginativas, nos quedamos sin duda con la obra de García y Rubín, a la que encontramos superior por su enjundia argumental y simbólica, por su trascendencia "literaria" y por el valioso ejercicio adaptativo que han llevado a cabo sus autores (que implica, entre otras cosas, huir de esa literariedad que acabamos de mencionar).
Hace ya más años de los que nos gustaría confesar, tuvimos que leer Beowulf por razones académicas. Una tarea ardua y filológica, pero llena de alicientes. El Beowulf, como decíamos entonces, es una de las obras literarias más importantes de la literatura inglesa y uno de los pocos textos anglosajones que se conservan. Poco más se sabe del origen de este poema épico anónimo. Por dicha naturaleza épica, Beowulf, como tantos otros cantares de gesta, se presta perfectamente a cualquier tipo de trasvase narrativo (los señores de Hollywood también se dieron cuenta de ello hace unos años, con bastante poco éxito). Santiago García y David Rubín lo han entendido a la perfección: su obra se alimenta de ese espíritu épico y del tono mítico de las grandes epopeyas.
La historia del héroe Beowulf, sobrino del rey de Gotlandia, que ofrece su espada al rey skyldingo Héorot de Hrothgar para derrotar al troll Grendell que tiene aterrorizados a todos sus subditos, es el material narrativo que utiliza este cómic para desarrollar una aventura cargada de acción, sangre y heroismo clásico. El Beowulf de García y Rubín redistribuye los cuatro Cantares de la obra original en tres partes (y un epílogo a cargo de Javier Olivares). En cada una de ellas, el héroe protagonista lleva a cabo una acción heroica que habrá de redundar en el bienestar de los vikingos azotados por la maldición del monstruo Grendell, primero, por el odio vengativo de su madre, después, y por el fiero dragón que amenaza el propio reino de Beowulf en Suecia, en tercer lugar. Como sucede en casi todas la grandes obras literarias, detrás de la base argumental se esconden simbolismos y relecturas de diferente naturaleza: con las victorias del héroe, asistimos también a su madurez, a los diferentes periodos vitales del Beowulf hombre; que evoluciona desde su ímpetuosa vanidad juvenil hasta la madurez serena y un tanto taciturna de sus últimos años. Beowulf es también un "tratado" de moral política, una reflexión en torno al poder y a sus consecuencias, y una reflexión acerca de la naturaleza humana, por oposición al carácter heroico.
Precisamente, parece que David Rubín ha decidido en los últimos tiempos indagar en los valores del heroísmo comicográfico. En sus dos tomos de El héroe, el gallego ya exploraba con éxito las posibilidades narrativas y gráficas de la aventura epopéyica. Ahora, a partir del muy medido guión de Santiago García, Rubín da rienda suelta a ese enorme y tan personal talento gráfico que ya se adivinaba en aquellas sus primeras obras que tanto nos gustaron, como El circo del desaliento o La tetería del oso malayo. Su crecimiento (su evolución, mejor) como artista plástico se revela en Beowulf a través de desbordantes construcciones visuales y una minuciosa recreación de ambientes y personajes.
Como anticipábamos en la introducción de estas líneas, uno de los valores más destacados de este trabajo es su osadía narrativa, su capacidad para conseguir soluciones ingeniosas a partir de las complejas secuenciaciones que han construido sus dos autores. El relato, la aventura, se despliega con un ritmo ágil y fluido que, no obstante, deja espacio a las descripciones físicas y psicológicas, gracias al uso de microviñetas insertas en grandes viñetas-marco. De este modo, la narración se despliega en diferentes niveles y se añaden nuevas dosis de información mediante el uso de estructuras paralelas y viñetas superpuestas. En muchos casos, estas pequeñas viñetas añaden puntos de vista subjetivos (la mirada de la bestia que sólo ve tendones y carne donde nosotros, los lectores, vemos personas y héroes); en otros, funcionan como elementos descriptivos o como viñetas de creación de ambiente (lo que McCloud llamaba transiciones de aspecto a aspecto).
El brillante empleo del color y las texturas, la riqueza informativa y secuencial y la lujosa edición que ha llevado a cabo Astiberri, hacen que este sea uno de esos libros que no sólo se lee, sino que hay que volver a ver, mirar y descubrir de tanto en cuanto. Una victoria.