domingo, julio 28, 2013

Welsh rarebit fiend.

Hace unas semanas estuvimos en Inglaterra y tuvimos la ocasión de probar esto:
Ingredientes para Welsh rarebit (tostadas galesas con queso y cerveza), según mis recetas:
  • 4 rebanadas de pan de molde grueso sin corteza
  • 125 grs de queso cheddar rallado grueso
  • 1 cucharadita de mostaza
  • 1 huevo poco batido
  • 1 pizca de pimienta blanca
  • 2 cucharadas de cerveza 
  • mantequilla a temperatura ambiente.
Algo que no tendría mayor trascendencia si no fuera porque esta tostada con mostaza y queso gratinado era la responsable directa de que los personajes de una maravillosa serie clásica sufrieran las más terribles e indigestas pesadillas imaginables. Todo por obra y gracia del primer gran genio del cómic, uno de nuestros autores favoritos y un artista a quien siempre terminamos volviendo, el gran Winsor McCay.
Si aún no conocen su Dream of the Rarebit Fiend, se la recomendamos fervientemente para estos días de siesta y canícula veraniega, eso sí después de una buena tostada regada con cerveza de jengibre:

martes, julio 23, 2013

Escaparates estivales, intervenciones farmacéuticas.

Vamos con una entradita breve, refrescante y veraniega. Nuestro socio y amigo Gaspar Naranjo, además de ser un dibujante e ilustrador de postín, se gana las habichuelas como boticario imaginativo. Como al artista, de todos es sabido, siempre le cuesta separar facetas, don Gaspar tiene la sana costumbre de convertir su escaparate farmacéutico en improvisado lienzo "estacional" para disfrute de clientes y viandantes. Escaparates tranformados en cuadros navideños, estampas de vendimia (que, a fin de cuentas, estamos en Valdepeñas), viñetas de carnaval o, como el caso que nos ocupa, refrescantes escenas veraniegas para aliviar los rigores de la canícula.
Todo muy divertido y animoso, como verán en su página.

lunes, julio 08, 2013

Playground, de Berliac. Un cómic, un documento, un ensayo....

La última publicación de Ediciones Valientes, Playground, juega al despiste y a la agitación intelectual. El trabajo de Berliac se anuncia en portada con un triple subtitulado tachado: "una novela gráfica, un documental, un cómic", para luego concluir en sus títulos de crédito, al final de la obra, que "acabas de leer una improvisación". Nada de ello es del todo cierto, aunque tampoco falso. 
Playground es, stricto sensu, una biografía, la del director de cine norteamericano John Cassavetes, uno de los renovadores del lenguaje cinematográfico de los años 60 y 70; un creador que cuestionó las estructuras subyacentes en la industria cinematográfica de aquel momento (menciona Berliac como se adelantó varias décadas al concepto del crowfunding) y los propios procesos internos de la creación fílmica (grabación, dirección de actores, puesta en escena, montaje, producción...). Es Cassavetes un director complicado, como lo son sus películas. Rechazaba las jerarquías en el proceso creativo, sus rodajes eran profundamente democráticos, todo se decidía en grupo; las interpretaciones de sus protagonistas eran, en muchos casos, el resultado de las tensiones personales internas que existían entre los actores, que luego, en un proceso interpretativo lindante con la improvisación, liberaban delante de la cámara en busca de una verosimilitud que había de favorecer el resultado final editado. 
A partir de este tipo de conocimientos e ideas previas, podemos acercarnos a Playground con mayor consistencia, porque estamos ante uno de esos trabajos "experimentales" en los que el proceso, el fondo y la forma intentan ser uno sólo (como debería suceder siempre, en realidad), en los que el discurso empleado para la narración establece un juego de espejos con lo narrado. Por decirlo de otro modo, en Playground Berliac se convierte en un discípulo avezado de Cassavetes, el protagonista de su obra, y, al mismo tiempo la obra, el cómic, se convierte en objeto artístico, en protagonista.
Comienza el cómic con un lacónico intento de narración lineal biográfica, con cita de autor y claqueta mediante, incluso. Un arranque con poca convicción diacrónica, en realidad, que pronto se ve ensordecido por una doble página que, junto a algunos datos biográficos introductorios ("1956, John Cassavetes y Burt Lane deciden abrir un taller de actuación en el Variety Arts Building, en el 225 de la calle 46 oeste, Nueva York"), expone de forma aleatoria carteles luminosos, anuncios y títulos como los que cualquier peatón encontraría en Broadway; después, durante una página más, continúa el relato biográfico a partir de las viñetas realistas que van a componer el cómic (con un estilo cercano a ese esbozo que los estudiantes de Bellas Artes suelen emplear en las sesiones de dibujo del natural a mano alzada).
En este punto, casi en el arranque mismo del texto, Berliac interrumpe la narración biográfica y desvela sus cartas en uno de los muchos fragmentos textuales (manuscritos sobre papel pautado) que completan la obra:
Qué fácil es empezar así, ¿no? Una cita del protagonista, plano general para establecer tiempo y lugar, todo va en piloto automático, sin peligro de descarrilamiento, la escena siguiente se adivina sola, basta con seguir la cronología de los hechos, no despegarse de la documentación. Otra biografía de artista, que otros han hecho antes y mejor.
Y así, con el analisis autorrerencial de su propio discurso, con la disección del cadáver y la anticipación de las posibles claves diegéticas, así, decíamos, Berliac dinamita los fundamentos de su cómic, abre una narración nueva y nos desvela que, en realidad, no estamos ante un cómic al uso (si por ello se entiende una narración tradicional), sino ante un ensayo que, para sus fines, recurre a los mecanismos comicográficos. Un ensayo postmoderno en toda regla, que incluye su propia crítica dentro del mismo texto que lo compone.
No hay un mejor término que el de "ensayo" para definir Playground, con todas las marca que lo distinguen como género o vehículo literario: la fluidez (¿espontaneidad?) discursiva en el planteamiento y desarrollo de sus enunciados, cierta laxitud a la hora de recurrir a formulismos de citación o concreción (ahí se entenderían los tachados y las correcciones sobre la marcha), la acumulación de ideas enlazadas y sobrevenidas, el empleo de referencias externas (que en este caso incluyen fragmentos de chat de Facebook, diagramas, noticias de prensa...), etc. Así es Playground: un ensayo sobre el cómic y sobre la interdiscursividad hilado a la sombra (o a la luz) de la vida y obra de Cassavetes; una acumulación de ideas y reflexiones acerca del discurso del cómic y su naturaleza narrativa, jalonadas a lo largo de lo que en apariencia (sólo en apariencia) es un relato biográfico.
Son muchas las reflexiones relevantes que plantea el autor alrededor de dos discursos narrativos que en muchas ocasiones se han visto confrontados (a veces para crear falsas relaciones de dependencia y subordinación, es cierto) y que comparten muchas herramientas técnicas. Nos parecen muy interesantes, por ejemplo, sus comentarios (aunque no siempre compartamos su mirada crítica) acerca de la verosimilitud y el realismo; es audaz y divertido el diagrama comparativo que crea entre los grandes nombres de la dirección cinematográfica y los maestros del cómic; y compartimos en gran medida sus apreciaciones conclusivas respecto al proceso de creación, la autonomía y la responsabilidad del artista:
En los cómics tradicionales, lo que se lee (ej: el argumento) está siempre por encima de lo que se ve. Y por el lado "experimental", el contenido es la forma en sí pero los procesos que condujeron a "lo que se ve" están fuera del alcance del lector, ej: Si el autor usó la goma de borrar, nunca lo sabemos, como si la acción de borrar no significase nada.
Si en mis cómics los procesos también forman parte de lo narrado es porque no busco estar detrás de la obra, sino en ella, como las huellas dactilares de Giaccometti están en todas sus esculturas. Así, todo lo que haga, indistintamente de lo narrado, es a la vez una autorreferencia constante. Cassavetes lo entendió muy bien: hay una escena en “Faces” (un film 100% de ficción en donde el director como tal no es uno de los personajes) en donde en un espejo vemos a Cassavetes con la cámara al hombro.
¿Que es entonces Playground? Como se entenderá, después de haber leído estas líneas, lo relevante no es responder a esa pregunta, sino aproximarse al resultado con la mente abierta, recibir el "texto" (cómic, documento, documental) y adentrarse en las interrogantes que Berliac plantea bajo su esquema de ensayo gráfico. Sin duda, la cuidada edición de grapas y sobrecubierta de Martín López contribuye a modelar la autenticidad del conjunto, la idea de tener entre manos el registro de una acción artística (un objeto textual) más que un cómic al uso... Aunque, paradójicamente, después de leer Playground el primer pensamiento que nos asalta es el de que nos gustaría que hubiera muchos más cómics así.

lunes, julio 01, 2013

La infancia de Alan, de Emmanuel Guibert. De la ficción y el recuerdo.

En Little Nemo’s Kat hablamos de Emmanuel Guibert con relativa frecuencia. Es uno de nuestros autores favoritos. Hemos mencionado con insistencia las excelencias de El fotógrafo, uno de los ejercicios de interdiscursividad narrativa más osados y satisfactorios que podemos recordar. En su día, nos referimos también a Tiempo de gitanos, una prolongación interesante del hallazgo técnico, pero más rutinaria. Leímos con interés Las olivas negras y apreciamos su capacidad para crear ambientes históricos convincentes desde la ironía y el escepticismo.
Ahora hemos tenido la suerte de hacernos con una copia de La infancia de Alan, el mismo personaje que Guibert nos presentara en La guerra de Alan. Ese excombatiente norteamericano con el que el autor se encontró en la isla de Ré y al que ha dedicado estos dos trabajos biográficos después de entablar amistad con él. Frente a alguno de los ejemplos mencionados antes, en estos cómics el francés se hace cargo tanto del dibujo como del guión (a partir de los recuerdos biográficos del propio protagonista) y, en ambos campos, demuestra que es un autor todo-terreno, un tipo muy dotado para la escritura y para el dibujo.
El cómic se subtitula Según los recuerdos de Alan Ingram Cope. Una descripción precisa de su naturaleza biográfica: un recorrido a través de los recuerdos infantiles de su protagonista, en realidad. Cada capítulo recoge un episodio de la historia íntima de Alan, recreado a partir de su propia voz narrativa. Existe cierta intención temática en la ordenación de dichos capítulos (dos de los bloques organizativos principales del libro, por ejemplo, responden a los nombres de los dos abuelos del protagonista); cada anécdota, cada reminiscencia de Alan añade una capa de verosimilitud a la configuración del personaje. Pero junto a esa técnica acumulativa, la historia también desarrolla el hilo cronológico (no siempre estrictamente lineal) de los recuerdos del protagonista y lo hace desde la condición fragmentaria y selectiva que se le supone a la memoria de cualquier persona.
El conjunto destila credibilidad y convicción narrativa. La dosificación de detalles vitales, el análisis de sus efectos sobre la personalidad y la psique del personaje, y su consiguiente filtrado selectivo a través de la memoria del narrador, terminan por configurar un más que convincente perfil psicológico del protagonista. En algunos momentos parece imposible que Alan Ingram Cope no sea el verdadero autor de su propio relato, que éste sea el resultado de una reelaboración filtrada por la imaginación de Guibert. La personalidad de Alan es tan convincente como lo eran las de las grandes creaciones de los autores decimonónicos del realismo inglés, ruso o español. Desde ese punto de vista, el libro revela clasicismo narrativo, un sentido de perfección formal y diegética en la descripción de una vida, que no hemos observado demasiadas veces en el mundo del cómic.
Los recuerdos de Alan son vívidos y detallados (lo cual no siempre implica una reconstrucción plena de los estímulos, palabras, situaciones y causas que los motivaron), porque, en muchos casos, y como sucede en la realidad, Guibert asocia los procesos mentales del protagonista a estímulos sensoriales y a las (sólo en apariencia pequeñas) vivencias que marcan la infancia de una persona y acaban por determinar su existencia. En ese sentido es especialmente elocuente el tercer episodio, en el que Alan explica las bases de su sentimiento de culpa motivado por una estricta educación judeocristiana y cómo éste hecho condicionó buena parte de su vida adulta posterior. En nuestro país sabemos mucho del tema.
En realidad, La infancia de Alan parece un álbum de fotos, en la forma y en el fondo. De igual manera que en su día mencionábamos como Igort hibridaba los recursos del cómic con los del reportaje periodístico en su excelente Cuadernos ucranianos, ahora Guibert (en un ejercicio de interdiscursividad, también, pero de naturaleza distinta) recrea la infancia de Alan a partir de la colección de fotos de su niñez: si Igort recurría a la narración comicográfica para ilustrar diversos episodios vitales de las víctimas de la deskulakización bolchevique, el francés inserta, entre su colección de fotos fijas, fragmentos de cómic en los que recrea anécdotas y episodios de la vida del protagonista. De este modo, la voz narrativa de Alan y las imágenes congeladas de su recuerdo adquieren vida momentáneamente a través de las viñetas de Guibert. Unas secuenciaciones minimalistas, en muchos casos, con unos personajes interactuando sobre el fondo blanco de las viñetas. El contraste es total con el realismo cuasi-fotográfico de las imágenes estáticas que contextualizan la narración y describen los ambientes (las construcciones de la memoria, las instantáneas del recuerdo) de la infancia de Alan. Guibert recurre en ambos casos, en las imágenes estáticas y en los fragmentos secuenciados, a su técnica primorosa y a su eclecticismo a la hora de mezclar recursos gráficos (tinta y fotografía, sobre todo).
Estamos ante un tebeo que se disfruta desde la nostalgia, desde la inevitable empatía que generan los recuerdos ajenos. Todos hemos sido niños, y aunque en muchos casos no nos reconozcamos en las vivencias infantiles del soldado retirado que protagoniza el relato (¡el siglo veinte parece tan lejano!), lo cierto es que muchas de las emociones, descubrimientos e intuiciones de Alan son tan universales como lo puedan ser el nacimiento y la muerte. Cada obra de Guibert es una sorpresa, ¡ojalá todas sean tan gratas como ésta!