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lunes, junio 18, 2012

3 relatos. La historia secreta del hombre gigante, de Matt Kindt. Creerse enorme.

Después de aquella historia llena de claves codificadas, ironía narrativa y jugueteos desestructurados que fue Super Spy, teníamos ganas de echarle un ojo a la última historia de Matt Kindt publicada ya hace casi un año en nuestro país: 3 relatos. La historia secreta del Hombre Gigante.
Arranca la narración contándonos la historia de Marge y Butchie a través de la mirada de aquella; un relato en primera persona, contado desde la vejez, cargado de nostalgia, dolor y reproche; una de esas historias tan americanas de reclutamientos, viudas jóvenes y huérfanos con sensación de pérdida. Hasta aquí, todo más más o menos normal, dentro de los límites emocionales de la historia. Sucede, sin embargo, que este primer relato no es sino el marco, la chispa desencadenante, de la verdadera historia que se desarrolla en las páginas de la obra: la de Craig Pressgang, el hombre gigante.
Cada uno de los tres relatos que dan título al volumen, de hecho, responde a un episodio de esa misma historia. Aunque quizás sería mejor decir que cada uno de ellos nos cuenta la misma historia desde un punto de vista diferente. Entre todos intentan conformar una personalidad compleja, completar un perfil vital creíble a partir de la elaboración descriptiva y la multiplicidad de los puntos de vista: la verdad depende de quién te la cuente, parece decir Matt Kindt. Así, en el primer relato asistimos al nacimiento de Craig a través de los ojos de Marge, su madre. Se trata de un episodio en el que el protagonista se presenta como un "cuerpo extraño", como un pobre sustituto de la figura amada, que no llega nunca a ocupar el hueco dejado por él. En el segundo relato es Jo, su mujer, quien nos cuenta la historia del hombre gigante, la historia de su distanciamiento sentimental y físico, la del nacimiento de su hija Iris y la de cómo a medida que Craig aumenta en centímetros se va alejando del suelo y de una existencia humana ordinaria. Es precisamente Iris, su hija, nuestra guía a través del último relato del cómic. El de la búsqueda de las huellas del tiempo, el pasado de un hombre al que su hija apenas llegó a conocer y con el que nunca pudo mantener otra relación que la que tendrían un insecto diminut0 y un elefante; una búsqueda fracasada antes de comenzar.
Matt Kindt enriquece su relato de relatos con una sobredosis de imaginación y docenas de detalles dirigidos a enriquecer la personalidad del protagonista y construir el edificio de su pasado. A fin de cuentas, la experimentación narrativa y la búsqued de soluciones ingeniosas parecen ser dos de las marcas de identidad del norteamericano. En Super Spy el proceso de deconstrucción del relato principal se apoyaba en la fragmentación aleatoria de la historia y en su decodificación en forma código secreto que debía ser descifrado por el lector. Un divertido experimento lleno de retos. Ahora, el proceso deconstructivo se basa en la mencionada planificación de los tres puntos de vista y en el apoyo interdiscursivo de la multitud de documentos, recortes de periódico, garabatos infantiles y mapas arquitectónicos (todos ellos ficcionales, por supuesto), que Matt Kindt inserta estratégicamente entre las páginas de su narración. La subjetividad del punto de vista reforzada por el trozo de papel, por el frío recorte. Otra solución ingeniosa, sin duda.
Y sin embargo, 3 relatos. La historia secreta del Hombre Gigante no acaba de funcionar del todo, al menos, no lo hace en la misma manera en que lo hacía Super Spy. No conseguimos entrar en la historia de Craig Pressgang como lo hacíamos en la red bélica de confabulaciones y espionaje de su anterior cómic. Y además nos divierte menos que aquella: se trata de un relato más ordinario y sentimental, menos lúdico. Así, aunque podemos leer la historia del gigantismo de Craig desde el plano simbólico de su aislamiento sentimental y social, en el fondo, el relato de su enfermedad no deja de resultar extravagante, como también lo es la progresiva ramificación del relato (la intromisión de la CIA, el triunfo artístico de Jo, etc.). Puede ser que el mundo de los gigantes de ficción y su imaginario estén ya tan llenos de Gullivers o gigantes ahogados, como el del inquietante relato de J. G. Ballard (que les recomendamos fervientemente), que la entrada de nuevos iconos de lo mastodóntico invite a la injusta comparación constante.
Dicho lo cual, una vez más, Matt Kindt demuestra que es uno de los autores norteamericanos contemporáneos que no debemos perder de vista. Sus historias están siempre llenas de hallazgos y sorpresas narrativas, de giros inesperados y soluciones brillantes. Nos gusta su osadía y su afán experimentador, nos gusta hasta cuando lo que hace nos gusta menos que otras veces. Ya es decir.

lunes, septiembre 08, 2008

Super Spy, de Matt Kindt. Códigos y viñetas.

Paseando por una de esas calles madrileñas de Dios, estrechas y silenciosas, que parecen de las de antes, terminamos por dar con una de esas librerías llenas de imágenes y letras, rica en libros foráneos, decorada con las obras de sus autores, consciente de la responsabilidad que conlleva albergar tantos libros, tantos cómics; una librería moderna que parece un librero viejo. Nadie nos seguía, entramos.
Después de deambular, abrir y hojear, después de atender e intentar entender que pesadillas habitan en Sequeiros, nos topamos con el Super Spy, de Matt Kindt y decidimos inmediatamente que era el libro que íbamos a comprar ese día. Generoso (más de 300 páginas) y bello desde sus cubiertas, Super Spy parece un trabajo de otra época. No por casualidad. Los dibujos de su portada y contraportada, las figuras flexionadas de un hombre y una mujer, muestran el trazo de la ilustración antigua, la de aquellos personajes sofisticados que poblaban las revistas norteamericanas de los Años de Entreguerras, las y los elegantes urbanitas del New Yorker con sus chalecos superpuestos y faldas plisadas o los trajes de tweed con zapatos de charol. Dibujado todo ello con un trazo fino, estilizado, con colores aguados. El estilo se repite en el interior, en unas hojas de color sepia que recuerdan al papel de periódico gastado por la luz: la enorme galería de personajes que se deslizan por las heterogéneas páginas de Super Spy, se dibujan casi siempre en el mismo juego bitonal apagado, ahora en ocre y negro sobre el sepia, en azul claro y negro, en gris azulado y negro; sólo algunos capítulos abandonan esa pátina de antigüedad buscada para añadir nuevas capas cromáticas. Irresistible.
Reconocemos sin pudor que, hecha la compra, llegados al sofá de lectura, nos dio pereza comenzar el espionaje. Quizás por la sofisticación narrativa de la propuesta o por la pereza que provoca la exigencia artística, el hecho es que abandonamos momentáneamente la lectura de Super Spy, desoyendo sus menciones varias (entre ellas un premio Harvey para su autor) y las muchas voces laudatorias que la recomiendan en contraportada. Nos interesó e instruyó, pero tampoco nos dio el empujón final la reseña de Pons de hace unos meses. Finalmente, la canícula veraniega nos ha atraído hacia los tonos sepias de Kindt, como una invitación a los sofocos del segundo conflicto mundial, el que recrean las páginas de Super Spy, en clave de espionaje.
Se comienza a leer este cómic y a uno le da la sensación de estar viendo una película en blanco y negro de Michael Curtiz o John Huston. Aparecen y desaparecen espías, hombres y mujeres, que se engañan, se desafían y se matan durante los preludios, interludios y postludios de la Segunda Guerra Mundial. Alemanes, ingleses y franceses se envían comparten códigos secretos y mensajes cifrados de los que depende la marcha de un conflicto que habría de alterar la faz del mundo conocido. Los espías mueven fichas en la trastienda del campo de batalla, como si la realidad de la muerte dependiera de una partida de damas, jugada con guantes y gafas de sol, en un ejercicio mucho más digno que el de las trincheras. De fondo, la misma realidad, la de las pistolas y los cuchillos asesinos que hacen pagar a cada jugador la pérdida de una partida.
Matt Kindt recrea, con buenas dosis de ironía y mucho ingenio, diferentes instantes de esta partida monstruosa entre las grandes potencias combatientes a través del rostro visible (o invisible) de sus oficinas de espionaje y contraespionaje. Organiza el conjunto en pequeños episodios autónomos, que podrían leerse individualmente (como pequeñas películas de guerra), pero que tomados en su conjunto y reorganizados convenientemente, conforman el fresco de una sola gran obra coral y una única historia, la de la Gran Guerra.
Uno de los grandes méritos de Super Spy es, precisamente, el de su construcción narrativa: su autor desarrolla un juego de anacronías radicales que desmontan la línea del relato en diferentes episodios y múltiples puntos de vista, que se le presentan al lector a su vez desordenadamente. La búsqueda, salvando las distancias, es similar a la que buscaba el mago Cortazar en Rayuela: un relato construido por relatos cuya orden de lectura es indiferente a la hora de entender el conjunto, aunque todos se entrelacen a partir de sus cabos sueltos, personajes y acontecimientos. En este caso, además, el ejercicio nos recuerda a esos códigos cifrados del alto espionaje, que exigían una interpretación y recodificación para poder ser leídos y poder así desvelar el mensaje secreto que encerraban. Lo explica el editor justo encima de los créditos: "Los capítulos no están organizados linealmente, sino en el orden en el que el autor quiere que sean leídos. No obstante, también es posible leerlos en el orden en el que se desarrollan los sucesos siguiendo los números de los dossiers como se muestran en el índice". No se lo recomendamos, sin embargo, ¿para qué descubrir el secreto antes de haber leído el mensaje en clave que lo esconde?
Sin duda, una buena apuesta editorial futura la que ha hecho Norma, que se encargará de su futura publicación en nuestro país, como anuncia en su blog oficial. Habrá de estar entre lo mejor del año casi segurito. Mientras tanto, a aquellos a los que el inglés no se les atragante y tengan prisa, les invitamos a jugar a espías con este tebeazo. Y no crean que se lo decimos en clave, eso sí, añadimos el blog de su autor a nuestros links.