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viernes, diciembre 30, 2016

En Navidades, regale un Ware (en Plan B)

No hay mejor excusa, ni mejor aliciente para ser moderno, para estar a la última y presumir de sapiencia comicográfica, que leer a Chris Ware: el nuevo genio del cómic, pope de la novela gráfica y renovador del diseño contemporáneo. De todo eso hablamos en Plan B, con nuestros amigos Jorge y Alfredo (a partir del minuto 3).
Escuchen y saquen ideas para Reyes:

lunes, octubre 10, 2011

La mentira de Ware.

Viajando se aprende mucho y se descubren secretos insospechados. Quién nos iba a decir a nosotros, por ejemplo, que en una de nuestras recientes rutas británicas íbamos a pillar al señor Ware en un renuncio.
Tanto predicar las miserias de Jimmy, tanto alarmarnos con sus dramas de infancia no superados, con su pobre herencia genético-depresiva, con su apatía social... y resulta que el drama no lo fue tanto y que el pobre no es tan pobre, ni tan miserable. Que vive en Scarborough y los negocios no le van nada mal. ¡Que lo hemos visto con nuestros propios ojos!

lunes, noviembre 22, 2010

Chris Ware y Acme Novelty Library 20. Prodigio de vida.

Lo ha vuelto a hacer y, como siempre, lo ha hecho de forma diferente.

En ocasiones, cada vez menos, se acusa a Chris Ware de frialdad y de cierta falta de alma. Una confusión clara entre el continente y el contenido. Es cierto que la perfección de su línea, su empleo de colores planos y su recurrencia constante a imágenes y símbolos relacionados con una iconografía propia de la producción industrial (recortables, señalética, mapas, diagramas, etc.), hacen que su dibujo tenga un aire aséptico, casi mecánico. Dicho lo cual, no se nos ocurren muchos autores que se hayan adentrado con más profundidad dentro de las hoquedades del alma humana o que hayan sido capaces de mostrar con mayor intensidad y sentimiento el camino de las emociones humanas.

En su última entrega de la biblioteca Acme, el volumen 20, lleva su habitual juego de recreaciones biográficas a unos extremos tales de excelencia, que se nos antoja imposible adivinar hasta donde puede llegar este autor en su camino de renovación del lenguaje comicográfico. Su búsqueda incluye, en esta ocasión, una evolución gráfica que mezcla la depuración icónica de las primeras páginas y el realismo detallista de algunas de las viñetas retratísticas de los episodios finales (poco comunes en su obra, por otro lado); como si el propio Ware quisiera sacudirse de encima esas críticas, cada vez menos cabales, de su supuesta frialdad.
La edición de Lint, el nombre que lleva este volumen 20 en portada, es realmente lujosa. Manteniendo el formato apaisado de sus últimos números, las cubiertas del libro están encuadernadas con una banda azul central (con las letras del título troqueladas en dorado), enmarcada por dos bandas laterales de tela estampada con motivos florales y perifollos varios; una auténtica joya de barroca elegancia.

En su interior, Ware nos cuenta la historia de Jordan Wellington Lint (1958-2003). Al ofrecernos desde la primera página los límites biográficos del personaje, el lector se da por avisado de la naturaleza del relato: un perfil biográfico completo, desde el nacimiento hasta la muerte del protagonista; por contraposición a sus más habituales trabajos sobre biografías fragmentarias y fraccionadas, como la de Rusty Brown o Jimmy Corrigan, por ejemplo.

Igualmente, al marcar tan claramente las bases del juego narrativo circular (los límites mismos del relato), Chris Ware puede permitirse ahondar con mucha más libertad creativa en el proceso de la recreación vital del protagonista. Esta circunstancia le permite desplegar con mucha más riqueza simbólica su habitual red de indicios y referencias cruzadas (visuales y textuales) entre los protagonistas y los distintos episodios de sus vidas.
En algunos casos el trabajo de Ware llega a unos niveles de osadía experimental tales que el lector necesita varios minutos de reflexión para ponerse al nivel de un relato tan exigente. No es la primera vez que el autor intenta asir visualmente el pensamiento irracional o los frutos del subconsciente, pero su trabajo en las primeras páginas, intentando mostrar la percepción que un bebé tiene de la realidad, son un prodigio de imaginación e inteligencia.

Ware es un creador de personajes, un “psicologista” nato. El relato se ajusta a los requisitos evolutivos de Jordan Lint y gana en complejidad (gráfica y narrativa) al mismo tiempo que su protagonista (nuestro punto de vista como lectores) crece como personaje con la edad. Para tamaña travesía, el autor ha elegido a un personaje reflejo de nuestro tiempo: un ser lleno de recovecos y atajos, un falso triunfador modelado por la genética de una familia disfuncional (como se dice ahora), su entorno social y su autocomplaciente incapacidad para aceptar sus debilidades; uno de esos personajes, en teoría hechos a sí mismos, a quienes debemos agradecer estar como estamos en estos tiempos de fracaso neoliberal y sospechosa moralidad. Un tipo complejo este Jordan Lint.Este número 20 de la Acme Novelty Library es lo más parecido a una obra maestra absoluta que van a poder leer próximamente: una obra llena de matices y capas de significado, tan emocionante como una vida real (con sus momentos de alegría y sus muchos episodios de fracaso existencial); pero, por eso mismo, es un cómic complicado, como lo es cada ser humano, y lleno de afluentes. Ware confía en la inteligencia del lector y no duda en lanzarle retos narrativos desde sus páginas. Si uno sale indemne de la lectura de un cómic como Lint, puede tener clara una cosa: como lector habrá salido enriquecido de la “aventura”. El reto tiene premio.

martes, noviembre 17, 2009

El constructivismo deWare. Lecciones de Rodchenko y Popova.

Cada vez más, la figura de Chris Ware se eleva sobre sus coetáneos comiqueros como la de un mesías redivivo de la modernidad artística. Su talento es irrebatible, su ascendencia incuestionable y su aureola de dibujante "mítico" comienza, poco a poco, a adquirir cierto aire irrefutable: y eso que el tipo aún es joven y que no se le conoce, que nosotros sepamos, ningún achaque irreversible. Habrá que admitir que todo es una cuestión de arte o de eso que algunos llaman genio. Lo suscribimos, llevamos mucho tiempo montados en ese barco.
Con motivo de la publicación en nuestro país de su apabullante Catálogo de novedades ACME, se suceden las reseñas, las loas y alabanzas entusiastas. No es para menos. En paralelo, se escuchan y leen elucubraciones cada vez más interesantes acerca de la relevancia del señor Ware en el innegable apogeo actual del cómic y en su también innegable reivindicación como vehículo artístico. Ilustrativos al respecto son algunos de los muchos posts que Pepo Pérez le ha ido dedicado en los últimos tiempos al creador de Jimmy Corrigan. En uno de ellos, se señalaba recientemente la influencia de Ware no sólo en muchos artistas comicográficos actuales (no hay más que ojear el George Sprott de Seth, por citar un sólo ejemplo), sino incluso en artistas de otros campos vecinos como la ilustración (señala Pepo el ejemplo de Will Staehle y sus portadas para los libros de Michel Chabon).
Debe de ser que aún teníamos en mente el asunto, porque resulta que este fin de semana el bueno de Ware se nos a vuelto a aparecer, cual ángel de la revelación artística, cuando menos no lo esperábamos. Aun de genio, se le atribuyen al norteamericano influencias diversas: nosotros señalábamos hace tiempo a ilustradores de finales del XIX, como Walter Crane; es evidente su inspiración en el diseño publicitario de las revistas estadounidenses de los años 20-50 y, por supuesto, hay en Ware mucho de línea clara. Lo que nunca nos hubiéramos esperado es encontrarlo reflejado en la estupenda exposición que el Reina Sofía tiene programada hasta el 11 de enero: Rodchenko y Popova. Definiendo el constructivismo.
No queremos confundirles: estar, Ware no está, claro. Pero, que quieren que les digamos, resulta que hemos tenido que verlos a un palmo de nuestras narices para reconocer que muchos de los diseño utilitaristas de la segunda etapa del Constructivismo ruso recuerdan sobremanera a la estética de Ware: por su perfeccionismo, sus composiciones estrictamente geométricas, sus colores planos, etc. Es curioso: cuando las estrellas del constructivismo (me van a permitir el oxímoron), Popova y Rodchenko a la cabeza, deciden que la mejor forma de servir a la causa revolucionaria es poniendo su arte al servicio del pueblo, es decir invirtiendo sus esfuerzos en proyectos y aplicaciones pragmático-propagandísticas (el diseño de publicidad, portadas de películas y libros, cajetillas de tabaco, cartelismo, escenarios teatrales o prendas de vestir para los camaradas), el constructivismo pierde esa nota de abstracción geométrica que lo había caracterizado y emparentado con pintores como Kandisky. En esa fase de arte pragmático (a partir de las exposición "5x5=25", de 1921) encontramos diseños y tipografías que se han incorporado, en bastantes casos como una "caligrafía" pintoresca, al acerbo del diseño contemporáneo y la iconografía visual. Es precisamente en ese instante cuando los constructivistas más nos recuerdan al Ware "diseñador" o, a fuer de ser justos con la cronología, cuando más se reconoce a don Chris Ware en la obra de las hordas rojas revolucionarias.

Quién lo iba a decir. A lo peor, algunos pensarán, estamos forzando el paralelismo artístico, pero que quieren que les digamos: uno ve el cartel original de El acorazado Potemkin (obra de Rodchenko) y... Claro, que también puede ser que estemos abducidos por el fenómeno y veamos wares donde no los hay. Ahora bien, nos crean locos o no, no se pierdan la exposición del Reina Sofía, porque esa sí que es de las que te hacen perder la cabeza.

viernes, febrero 27, 2009

Ware y sus Acme, un camino.

Tenemos la sensación de que hay un grupo de lectores de cómics que esperan (esperamos) cada entrega de The Acme Novelty Library de Chris Ware con la misma expectación con la que los espectadores franceses de los 60 esperaban cada nueva película de Truffaut o Godard o con la que los fans de los Beatles y los Rolling aguardaban los hallazgos musicales de cada disco que editaban sus bandas favoritas a partir de 1965: con la expectación del que se cree testigo de un acontecimiento.
Así lo sentimos en el caso de este americano y su impresionante (quizá no en número) biblioteca de narrativa gráfica. Lo hemos mencionado antes, no fue una casualidad que comenzaramos nuestra andadura en este blog colgando la reseña que publicamos en el Culturas del Jimmy Corrigan, probablemente el cómic más influyente de los últimos tiempos. De ware nos fascinó entonces, y nos sigue asombrando, su capacidad para renovar el lenguaje comicográfico a partir de una inteligente reformulación de sus herramientas constituyentes: desde su uso de las didascalias como nexos sintácticos, hasta la organización de la página en microviñetas o en diagramas trasvasados desde la señalética, pasando por el empleo significativo de los recursos visuales (ornamentación, tipografías, recortables) de las publicaciones periódicas del S.XIX y los comienzos del XX (la propia concepción imprevisible, primorosa y cambiable de su The Acme Novelty Library responde a esa recuperación de modelos editoriales precedentes). Pero Ware es, al mismo tiempo que un experimentador de la técnica discursiva, un narrador experto; un autor capaz de captar los niveles más profundos del alma humana, con todas sus miserias, junto a esas pequeñas ilusiones cotidianas que funcionan como chispas de ignición de la existencia. Cada trabajo de Chris Ware, cuya publicación es cuidadosamente dosificada, resulta un prodigio de sensibilidad y todo un modelo técnico de organización discursiva, descubriendo caminos que parecían vedados al cómic.
Si ya la historia biográfica del número 18 de The Acme Novelty Library, sobre una chica inválida y desvalida en lucha constante con su inadaptación, alcanzaba una altura artística deslumbrante, la hazaña se repite en el volumen 19. En el, Ware recupera algunas de sus constantes, como los metarrelatos apoyados en flashbacks o ramificaciones diegéticas secundarias, el empleo de la pausa y de las transiciones momento a momento (sic. McCloud) como recurso temporal y de progresión dramática o el empleo constante de indicios y recurrencias, como factores de dosificación narrativa. Continúa el nuevo tomo de la biblioteca con las andanzas y desventuras de la familia Brown, hijo y padre, los nuevos protagonistas estrella de Ware, una vez clausurada la era Jimmy Corrigan. En este caso es el progenitor, W. K. Brown (el padre de Rusty), la guía y el punto de vista principal de una nueva serie de episodios biográficos que continúan la historia de los personajes interrumpida en el volumen 17, pero que permite una lectura autónoma. El volumen se divide en tres historias, dependientes en realidad del relato-marco principal (la vida del señor Brown): "The seeing Eye Dogs of Mars" (una apasionante historia de ciencia-ficción, obra del propio W. K. Brown, escritor-personaje), "Youth, and Middle Age" (episodio analéptico sobre los atormentados años de infancia y la tórrida y reprimida juventud del personaje principal) y "Syzygy" (un apéndice textual, una nueva historia escrita de ciencia-ficción de W. K. Brown).
Como en todos sus volúmenes, en este número 19 encontramos infinidad de detalles memorables y pequeños hallazgos visuales, como ese sumario de tres o cuatro páginas que nos pone en antecedentes de la misión espacial ficcional, o el de la visión subjetiva del personaje W. K. Brown después de que se le rompan los cristales de sus gafas, o los imborrables encuentros sexuales entre el propio Brown y su amante, una voluble y complicada joven, un hallazgo de personaje.
Cierto es que al lector poco familiarizado en Ware y sus mundos, un volumen del Acme, así de sopetón y sin margen de adaptación, puede resultarle cuanto menos fatigoso y más de uno pensará que algunos de los recursos, juegos y experimentos del americano son brindis narrativos al sol o frivolidades decadentistas. Nada más lejos de la realidad, casi nada en el universo Ware es gratuito y, una vez aceptadas y comprendidas sus reglas, todo parece encajar como un guante (o como una caja china dentro de otra). Tan bien como encaja cada nuevo volumen, más grande o más pequeño, más o menos lujoso, con mayor o menor número de páginas, dentro de la gran biblioteca que, paso a paso, Ware está construyendo con maestría para mayor gloria de la historia del cómic.
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(Actualización: 04 - febrero - 2009, 17:00)
A través de los comentarios nos enteramos de más detalles del volumen de Ware que verá una edición "española" gracias a Mondadori. Gracias a su vez a anotaciones.

jueves, febrero 01, 2007

ACME Novelty Library, los 17 escalones y subiendo.

Para matar los ratos muertos en este periplo argentino (durante vuelos y viajes interiores, básicamente), me he traído conmigo el volumen 17 de la ACME Novelty Library de Chris Ware; que seguramente encuentren ustedes en alguna tienda de cómics si tienen la suerte o la desgracia de vivir en Madrid o Barcelona. Me entero a estas alturas de que don Chris planea un total de 52 volúmenes para su inclasificable biblioteca, aunque uno no sabe si tomarse literalmente alguna de esas anotaciones, carteles y glosas con las que el estadounidense atiborra el mínimo espacio libre que asoma en sus páginas (me ha hecho gracia la etiquetilla pegada en la contraportada donde advierte que este fascículo dedicado a Rusty Brown no es ni la mitad de gracioso que el anterior, en el que comenzaban sus aventuras).
Creo, sinceramente, que Chris Ware es el autor más importante del momento y el que más y mejor está hurgando entre las posibilidades narrativas aún inexploradas que ofrece el medio. Por eso, le dedicamos a Ware y a su Jimmy Corrigan el primer post real (si omitimos el de presentación) que apareció en esta bitacorita (que reproducía a su vez el primer artículo con el que inicié mi colaboración (como saben ustedes ya terminada) con el Tribuna de Salamanca.
Por otro lado, entiendo parcialmente las críticas que esgrimen los detractores de Ware, cuando le acusan de frialdad aséptica, de un objetivismo forzado y un tanto retoricista o de una autocomplacencia sin límites; es cierto, que a veces Ware es listo de más y le gusta enseñarnos cuanto. Y es cierto que algunas de sus historias se refocilan en un cripticismo innecesario o en una autorreflexividad que de puro posmoderna resulta ofensiva (es el caso de las aventuritas de la abeja en este volumen). Sin embargo, lo que ofrece Chris Ware es tanto y tan bueno, y es tal su habilidad para diseccionar las miserias humanas desde la micro-cámara que remata su bisturí, que cualquier pero parece disolverse en la genialidad del último gran genio de la viñeta (Clowes mediante).
Su dibujo, preciso, perfecto, evocador como una radiografía, tiene mucho que ver; aunque percibo en esta nueva entrega cierta inclinación (intencionada, no me cabe duda) hacia las líneas menos moduladas y perfectas (¿con qué intención última? Nos enteraremos con el tiempo, seguro). Su técnica compositiva, como siempre, brillante, deslumbrante con cada nuevo experimento visual: como esas viñetas flotantes alrededor de la principal o sus diagramas con viñetas interconectadas. La historia: llena de interés humano y enfocada desde la perspectiva de los perdedores (entre los que aparece -¿por vez primera?- en un guiño autorreferencial el propio Ware, como profesor de dibujo insatisfecho).
En fin, que les voy a contar, siempre me pasa lo mismo. Cuando leo algo de este hombre me quedo feliz y me digo, pues sí, un cómic puede ser tan bueno como un buen libro. Y no saben lo que vale eso.

jueves, junio 01, 2006

Chris Ware. El cirujano y la poesía.

Comenzamos con la "liberación" de material publicado anteriormente. En concreto, el siguiente artículo apareció en el suplemento "Culturas" del Tribuna de Salamanca, el 12 de Diciembre de 2004. Disculparán ustedes lo anacrónico de la intromisión: 

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Si tuviéramos que destacar a un autor de comics que a lo largo de la última década haya suscitado por igual la atención del público, la crítica y los profesionales del mundo de la narración gráfica, no hay duda, ese sería Chris Ware. Probablemente, no exista un dibujante reciente más citado y alabado que el americano. Y a tenor de los frecuentes artículos aparecidos tanto en publicaciones especializadas como en medios de difusión nacional, podemos afirmar que el fenómeno Ware ha llegado a nuestro país con la misma fuerza que en otros lugares del orbe cómicográfico. La causa debe buscarse en la reciente publicación en castellano de su obra magna, Jimmy Corrigan. El chico más listo del mundo. 

Pero, ¿quién es este nuevo pope del cómic y dónde reside su genialidad?

Chris Ware nace en Omaha (Nebraska) en 1967. Ya en 1991 colabora en Raw, la mítica publicación de comics editada por el creador de Maus, Art Spiegelman. En 1994, ‘ficha’ por Fantagraphics, la editorial más importante del panorama del cómic independiente americano. En ella, comienza a publicar su celebrada Acme Novelty Library, un comic- book atípico, publicado en diferentes tamaños y formatos, con diferentes personajes y técnicas gráficas en cada número, cuyo hilo conductor se encuentra en la meticulosa edición de todos sus volúmenes (un homenaje palpable a las lujosas ediciones periódicas de la primera mitad del siglo XX) y en la frecuente aparición de su personaje más emblemático, Jimmy Corrigan.

Las señas de identidad que fundamentan la especificidad autoral de Ware, las que le convierten en pionero, forense y maestro del arte comicográfico (quizás en el más influyente de los últimos tiempos), deben rastrearse en diferentes niveles de análisis. Desde la más obvia (por externa) constatación de su personalísimo estilo gráfico, hasta la reconstrucción de la arquitectura secuencial, casi todo en él huele a novedad. Vayamos por partes.

Su dibujo, esa línea clara sustentada por el uso de colores planos y un trazado de contorno preciso, imprime a las páginas del autor americano la impronta de un acabado perfecto; en cierto modo, las páginas de Ware respiran cierto aire aséptico, casi mecánico, que algunos han calificado de frío. Lógicamente, su dibujo rememora a algunos de los nombres ilustres de la escuela franco-belga (Edgard Pierre Jacobs, Yves Challand, etc.), sin embargo, su trazo afilado, sus composiciones planas de extraña perfección, nos retrotraen a épocas más lejanas, hasta algunos ilustradores del siglo XIX, como Walter Crane, célebre por sus planchas para cuentos infantiles.

Ciertamente, hay algo de oscuro cuento infantil, de ensoñación trágica, en historias como Jimmy Corrigan. El chico más listo del mundo. Para llevar a cabo la disección emotiva de sus personajes, Chris Ware no emplea más instrumental que la peripecia cotidiana, la anécdota vital (retrospectiva en ocasiones), con cierta apariencia intrascendente, pero esencial para la construcción del gran fresco del fracaso existencial que es Jimmy Corrigan. Esa humanidad, el compromiso, entre compasivo y resignado, que se establece entre el lector y los personajes, alejan a Ware de la citada frialdad que algunos le achacan. Muy por el contrario, la poética del fracaso de Jimmy Corrigan, encuentra su refrendo hermoso y humano en la profunda limpieza del virtuosismo gráfico de Ware.

El resultado es un sentido poema visual, un enorme puzzle elegiaco sobre la angustia vital del hombre ‘moderno’. Como narrador, Chris Ware ha emprendido un camino, si cabe, más ambicioso aún: se ha atrevido a transgredir algunas de las convenciones discursivas del medio (sobre todo por lo que respecta al montaje de la página), con la clarividencia de aquel que ve un campo fértil en posibilidades creativas donde otros no se atreven si quiera a hundir su pluma. Nos hemos re ferido a Jimmy Corrigan como a un gran puzzle. Nos valdría el mismo símil a la hora de entender el modo en que Ware secuencia y organiza sus páginas. Cada pieza del puzzle, cada viñeta, pare ce encajar con exactitud en su fracción de página, aún incluso cuando esa posición signifique una alteración del habitual ordenamiento en estructuras reticulares lineales del cómic tradicional.

De esta peculiar distribución de viñetas sobre la página (que en ocasiones le obliga a utilizar cartuchos o flechas como índices de dirección en la lectura), de la alternancia de tamaños y esquemas compositivos, nace la esencia del ritmo narrativo de Chris Ware. Una pulsión viva del lento transcurrir del tiempo en una realidad anodina.

En algunos pasajes de Jimmy Corrigan, la composición de la página impone un ritmo de lectura lento y reflexivo; es entonces cuando apreciamos en su integridad la organización meticulosa de sus viñetas, su gusto por el detalle y la sencilla pero abrumadora expresividad de sus personajes. Por estas, entre varias otras razones, descubrimos en Chris Wa re a uno de esos autores llamados a escribir las páginas definitivas del imparable trayecto hacia la madurez que está viviendo el cómic en los últimos veinte años. Un medio cada vez más asentado en su búsqueda de un corpus artístico propio, sin complejos de inferioridad respecto a otra s disciplinas. De hecho, Jimmy Corrigan. El chico más listo del mundo se nos presenta a los amantes del cómic como una oportunidad única, la de reivindicar la validez del medio comicográfico como vehículo discursivo capaz de engendrar obras de arte con mayúsculas. Que nadie lo dude, esta joya de la narrativa que es Jimmy Corrigan, no pierde brillo en la comparación con cualquiera de las grandes novelas publicadas a lo largo de este año.

No tarden demasiado en comprobarlo.