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domingo, diciembre 02, 2012

The Hive, de Charles Burns. Continúa la pesadilla.

Extraña y desconcertante como algunos discos de Brian Eno, que parecen hechos para sonar en aeropuertos, o como los dibujos de las mujeres-casa de Louise Bourgeois. Así, y tan desasosegante como una pesadilla de David Lynch, es The Hive, la nueva entrega (el segundo álbum de tres) de la serie que Charles Burns comenzó con X’ed Out.
La historia The Hive sigue la línea delirante y fragmentaria del primer álbum. Como en aquel, el lector se ve abocado a un extrañamiento inicial que exigirá de él una dedicación cuasi detectivesca a la hora de poner en orden todas las piezas de un puzzle que, ni siquiera una vez completado, ofrecerá otra cosa que un plano distorsionado de realidad: es el precio de navegar por un relato que intenta bucear por las cuevas del inconsciente, abriéndose paso entre los miedos, las pesadillas y las obsesiones de sus personajes. Casi nada es obvio en la obra de Charles Burns. El norteamericano siempre se ha sentido cómodo entre las derivaciones simbólicas, el mundo del subconsciente y los planos de la (ir)realidad onírica.

En esta línea, el relato de The Hive se construye a partir de la intersección de múltiples niveles narrativos que ayudan a componer y entender el momento presente de su personaje principal, Doug. Como los hilos de una madeja, en la historia se entrecruzan una y otra vez las pesadillas del personaje con los fragmentos y conversaciones de su pasado. De este modo surgen dos tramas paralelas principales (junto a numerosas ramificaciones): la de la vida real de Doug se nos presenta a base de flashbacks y diferentes anisocronías temporales. 
La segunda trama, la de su alter-ego onírico (?) (ese inquietante personaje que surge como homenaje a Tintín), mantiene una temporalidad lineal, pero funciona en un plano de realidad alienígena absolutamente alucinada y bastante tenebrosa (un mundo de pesadilla situado en algún universo a medio camino entre la Taberna Galáctica y el laboratorio de ingeniería ocular de Blade Runner). Alrededor de estas dos líneas de relato principales, Burns añade pequeños metarrelatos que ayudan a completar y enriquecer (simbólicamente) las motivaciones y el perfil psicológico de sus protagonistas: los traumas de Doug, su relación conflictiva con el entorno (con su padre, con las mujeres), o los traumas psicológicos de Sarah (su novia) derivados del maltrato, de su dependencia de los ansiolíticos y de su concepción tormentosa de la femineidad. 
Para marcar las elipsis temporales y las transiciones entre las diferentes líneas diegéticas, Burns recurre (como en X'ed Out) a unos peculiares cartuchos narrativos que en algunas ocasiones funcionan como cortinillas de color entre las diferentes realidades del relato y en otras encierran sobre un fondo negrolas confesiones de Doug en primera persona describiendo sus pesadillas como en los cuadernos de una sesión de psicoanálisis. 
Entre esos metarrelatos y líneas secundarias que mencionamos (también mostrados de forma fragmentaria y esporádica), en el relato de The Hive se insertan las páginas de falsos cómics pulp: en el nivel de la realidad Sarah lee números atrasados de Young Love, tebeos románticos en la línea de aquellos comic-books que en los años 50 y 60 hicieron la delicia de las jóvenes adolescentes norteamericanas (My Love, Our Love Story, Love Romance...). Los personajes del nivel onírico, por su parte, también leen como no podría ser de otro modo "romance comics" (Throbbing Heart se llaman), pero en este caso adaptados a la realidad alucinada en la que habitan. En otro momento de la historia, en un guiño sorprendente, Doug tiene un álbum entre manos muy parecido a los antiguos álbumes de Tintín (Nit Nit). Su título es "The Secret of the Hive" y los protagonistas que aparecen en su portada no son otros que los mismos personajes que habitan los sueños de Doug, el nivel onírico del relato.


Así, con un cuentagotas de diseño, Burns va dosificando datos acerca de la vida de Doug y de su relación con Sarah. Las imágenes de The Hive se ordenan como las piezas de ese puzzle que mencionábamos más arriba. Sospechamos que Doug tiene un serio problema de autoestima y un perfil problemático por lo que respecta a sus relaciones de pareja; empezamos a entender que Sarah, detrás de su belleza, encierra un mundo interior tormentoso, casi perverso, y un pasado violento (con ese ex-novio que promete sorpresas desagradables en el último número). También empezamos a comprender poco a poco las reglas sociales que ordenan la sociedad alienígena de "La colmena", ese mundo imaginario habitado por hombres-lagarto y mujeres-engendradoras. 
No sabemos hacia donde se moverá la serie de Burns en su último número, hacia donde nos dirigirá su intrincado relato, pero ardemos en deseos de seguir excavando hacia las profundidades de ese infierno que se asoma debajo de su talento.

lunes, diciembre 06, 2010

X'ed Out, de Charles Burn. Pesadillas en polaroids.

Acabamos de ventilarnos el X'ed Out de Charles Burn en un suspiro. Nos hemos quedado con ganas de más y con el suspense a flor de piel. Lo primero que sorprende de este cómic es el formato: se trata de un álbum al más puro estilo franco-belga. La sorpresa va en aumento cuando lo abres y observas que el personaje de Burns se parece sospechosamente a Tintín. ¿Homenaje, parodia? Ninguna de las dos cosas, en princio: sueño, pesadilla más bien. En una entrevista reciente, el propio Burns señalaba al personaje de Hergé y al beatnik William Burroughs como las dos influencias básicas de esta serie que acaba de comenzar, pero hay mucho más en las páginas de X'ed Out: 
You’ve mentioned William S. Burroughs and Tintin as obvious inspirations. Are there any other influences that would give the reader insight into Doug’s tale? 
Doug is a reflection of what I was doing and thinking about in my early 20s. I was in art school and doing what most young, clueless students do: emulate the artists they admire. When Doug is taking Polaroid SX-70 photos he makes a reference to the self portraits of Lucas Samaras, an artist I admired and did my best to imitate at that time (I failed miserably). There will be plenty of other references that have stuck with me all of these years that will crop up as the story unfolds. 
Burns recurre a sus siempre inquietantes imágenes para lanzar una historia en dos niveles narrativos (el sueño y la realidad), que se construye progresivamente a partir de imágenes, símbolos y visiones fragmentarias; como un puzle en el que el lector va encajando las piezas poco a poco y con dificultad. Hasta que tengamos la imagen global final, sólo podemos anticipar que el proceso se adivina fascinante. 
X'ed Out está lleno de pequeñas sorpresas y de envites narrativos: Burns recurre a osados experimentos visuales (como esos cartuchos de didascalias que se transforman en viñetas con contenido gráfico o la elección de dos estilos de dibujo diferenciados para los dos planos narrativos, realidad/sueño) para completar un texto huidizo, recorrido por un cripticismo lynchiano. El resultado es, por momentos, desasosegante: lo es debido a la falta de certezas que ofrece el relato, pero también a causa del oscuro simbolismo que se camufla detrás de sus viñetas (sobre todo las que componen las escenas oníricas), tan coloridas y luminosas, tan encantadoramente sórdidas. Uno nunca sabe dónde nace el miedo: del terror a lo desconocido, de los presagios oscuros o, quizás, de las falsas certezas, como demuestra esta obra. 
A simple vista, X'ed Out podría ser un inofensivo producto de diseño, con ese formato de álbum, con sus colores brillantes, con la línea modulada de sus dibujos, tan perfectos, tan diáfanos. Afortunadamente, la realidad es otra completamente diferente y mucho más sordida, como la que se esconde detrás de ese muro de ladrillos que a través de un boquete nos abre, en la primera página, un horizonte de expectativas de pesadilla: la puerta improvisada a un mundo que es como una alcantarilla ocupada por seres mutantes, piezas de carne putrefacta y por terroríficos fetos. Y, lo peor de todo, un mundo que tan sólo es el pálido reflejo del universo de lo real, mucho más amenazante aún que aquel.
Burns ha dejado todas las puertas abiertas. Afortunadamente, en esa misma entrevista que mencionábamos antes, el autor promete que la serie estará formada por tres únicos álbums. Resistiremos la espera, después de todo, no todos los días se tiene la ocasión de leer a un artista que no parece humano, como dice Crumb en la contraportada.
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Johnny 23: Una curiosidad editora sobre X'ed Out.

lunes, julio 03, 2006

Charles Burns. En el lado oscuro de la viñeta.

Calentita aún, esta reseña salió ayer domingo en el Culturas.
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“Me siento como un marciano”, decía Charles Burns en una entrevista reciente. De hecho, siempre ha sido un artista anómalo, un dibujante ajeno a tendencias estilísticas. Tradicionalmente ubicado por la crítica como autor underground, Charles Burns comenzó a desarrollar su obra en los años 80; cuando el cómic underground de los Crumb, Shelton o Spain parecía una reminiscencia de otros tiempos y bastante antes de la aparición de Bagge, Clowes o el resto de autores de la nueva generación underground (aunque, sin duda, el estilo de Burns está más cerca de Clowes que del trazo abigarrado de los comix de los años 60 y 70).
Ahora, con la edición española de Agujero negro en un único tomo, los lectores españoles tienen la ocasión perfecta para sumergirse en la realidad dislocada que dibujan los cómics del americano. Después de diez años de edición continuada, Burns publicó el último capítulo de Agujero negro el año pasado (el público español ha podido seguir la serie completa en los 13 comic-books publicados por La Cúpula) y, casi inmediatamente, Paradox Press recopiló toda la obra en un único volumen de pastas duras y cuidadísima edición. Automáticamente, la crítica americana se volcó en elogios para con el trabajo de Burns. Finalizada la saga y observada en conjunto, Agujero negro adquiere la dimensión de una “obra mayor”, una novela gráfica que encuentra su sitio en las estanterías de las librerías junto a los Maus o Jimmy Corrigan, más que en los cajones de las tiendas de comic-books americanos. Con motivo del vigésimo quinto Salón del Cómic de Barcelona, La Cúpula ha recurrido a una versión más modesta (con pastas blandas) de la edición americana para el mercado español. El éxito parece garantizado y, aunque en realidad se trate de material reeditado, Agujero negro repetirá su presencia (ahora como tomo único) en muchas de las antologías del 2006.

Pero, ¿por qué debería todo aficionado al cómic tener esta obra inclasificable en un lugar de privilegio entre sus estantes? Burns es un alquimista de los géneros populares. En su mortero artístico caben desde el cine de terror de serie B, a las novelas pulp de serie negra o los
cómics de la E.C. En su búsqueda de la fórmula filosofal, el artista de Milwaukee ha trabajado con una serie de ingredientes temáticos más o menos estables, algunos de ellos auténticos cliches culturales del arte popular contemporáneo: el joven universitario idealizado, el sexo como excitante de la culpabilidad, el rock and roll transmutado en símbolo de identidad generacional, el miedo irracional a la diferencia, etc. En definitiva, los ingredientes de la realidad del propio Burns, o mejor dicho, de su realidad adolescente allá por los años 60.
Casi todos ellos vuelven a aparecer en Agujero negro, pero lo hacen formando un tejido espeso en el que cada hilo se entrecruza una y mil veces con el resto. Es difícil concretar el desarrollo de esta obra en un único tema; Agujero negro cuenta con muchos y muy variados niveles de lectura. Se trata, obviamente, de una obra de tránsito generacional, una visión extrema de los rigores de la pubertad y, a la vez, de un análisis desesperanzado de la alienación constrictiva en que vive el estadounidense medio. A través de la lente deformante de Burns, se nos ofrece la imagen de una sociedad aséptica y temerosa ante lo que no encaja en sus moldes prefabricados, pero claramente incapaz de controlar los parásitos endógenos que la consumen en una metástasis de consecuencias previsibles. En este sentido hay que interpretar la enfermedad epidémica de trasmisión sexual que produce horribles mutaciones entre los adolescentes de Agujero negro (convirtiéndolos inmediatamente en una clase estigmatizada). “Me podía haber limitado a hacer una obra de adolescentes que se rebelan, se escapan de casa y todo eso, pero quería forzar la trama hacia situaciones más extremas. Por esa razón incluí las mutaciones y las trasformaciones. O quizá no fue más que una excusa para dibujar a una chica desnuda con cola, no lo sé.” La ironía de Burns que, por otro lado, sazona el conjunto de su obra, nos sitúa en esa órbita trasgresora en la que se mueve su arte.
Su dibujo, cada vez más perfeccionista, cada vez más oscuro y denso (híbrido genial de algunas influencias reconocidas y reconocibles como el underground y la línea clara), colabora decisivamente a la hora de crear la atmósfera perversa que tensa los acontecimientos de esta pesadilla coral. Y es que, el lector nunca acaba de sentirse cómodo en su tránsito a través del tunel que cruza Agujero negro. Burns elude cualquier tipo de autocomplacencia y evita posicionarse a favor o en contra de sus personajes. Es el lector quien debe extraer un juicio moral, componer su esquema de lectura definitivo. La alternancia de puntos de vista entre un capítulo y otro es nuestra única antorcha en este difícil recorrido por el subsuelo de la realidad. Eliminada la apariencia, la cáscara superflua, son los personajes, esos jóvenes desubicados y llenos de dudas, los que que nos proporcionan el único asidero en un viaje lleno de turbulencias. En Agujero negro, el fin de la adolescencia, esa pequeña muerte biológica, adquiere un barniz existencial. El hecho trivial se vuelve trascendente, universal, y deviene en una pesadilla de la que es imposible despertar. Así, a través de la extraña belleza de sus imágenes hipnóticas, Burns modela su universo bizarro y magnético; sepan que una vez que hayan entrado en él, no encontrarán salida posible. Ustedes tienen la última palabra.