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martes, diciembre 04, 2007

Expocómic 2007: espartanos, cómics viejos y ramen con palillos.

A ver como cuento esto para no levantar sarpullidos, ni resultar injusto.
Este sábado pasado, me acerqué a Madrid para, entre otras cosas, acercarme a su vez a Expocómic 2007. Lo cierto es que la feria del cómic de Madrid ha mejorado mucho desde su reemplazamiento en el Pabellón de Convenciones del Recinto ferias de la Casa de Campo, después de su paso por localizaciones mucho menos adecuadas (como aquella en el Centro Conde Duque). Se ha hecho, igualmente, un esfuerzo importante a la hora de atraer editoriales, aumentar la oferta y ofrecer una buena agenda de actividades paralelas.
Pero, sin el ánimo de agraviar en demasía con la comparación, la feria comiquera capitalina sigue a bastante (mucha) distancia de la otra gran convención comiquera del país: el Saló de Barcelona. Por número de stands y novedades, por la cantidad y el renombre de los autores firmantes y conferenciantes y por el recinto en sí, parece que Expocómic aún juega en una liga inferior. No me hagan mohines reprobatorios, somos de los primeros que no nos cansamos de aplaudir cualquier iniciativa comiquera o incitación a la lectura tebeística. Tampoco tenemos el alma de piedra, ni nos excita la crítica como deporte lubricante. Simplemente, constatamos una evidencia, a Expocómic le queda un largo camino por recorrer:
No son de recibo, por ejemplo, esas conferencias al fondo de la nave, entre la masa de visitantes que va vociferando de una caseta a otra, uno chupeteando su regaliz gigante y el otro envainando su katana de madera, en plan mercado popular alborotado. Como la charla que tuvimos el horror de contemplar -oír pudimos oír poco-, con Crisse, Buckingham, D'Israeli, etc. Suponemos que eran ellos, porque, de hecho, después de preguntar a más de diez personas acerca de los conferenciantes, nadie pudo decirnos quiénes eran los que realmente estaban allí sentados. Parece que los espectadores resultaban ser, en su mayoría (excepto en la primera fila), despistados saloneros fatigados que no habían podido dejar pasar la oportunidad inmejorable de una silla vacía, para sentarse con sus colegas a hablar de sus cosas, mientras unos tipos disertaban al fondo (no molestaban tanto en realidad).
Porque el grueso de los visitantes, me darán la razón aquellos de ustedes que estuvieran allí, eran adolescentes disfrazados de sus héroes favoritos, en proceso de celebración freaky-carnavalera; lo cual, ni está mal ni bien, siempre y cuando la fiesta comiquera madrileña no corra el riesgo de perecer engullida por este hecho, convirtiéndose en un sucedáneo o segunda parte del Salón del Manga. Tuvimos en todo momento la extraña sensación de que ambos eventos estaban en realidad organizados para el mismo tipo de lector juvenil de género (no me hagan especificar más); una falsa intuición, quizás, sólo asistimos el sábado, ya decimos.

Las exposiciones, correctas, pero sin alardes, ni espaciales (sin instalaciones o recreaciones contextualizadoras), ni temáticos (interesante la de Buckingham y Saurí, anecdótica la de los primeros cómic americanos en España). Los autores invitados para las firmas en los stands, poquitos (al menos el sábado), muy escasos; además fallaron varios de los más esperados por motivos varios (Olivares, Vermunt, Pasqual Ferry). Menos mal que pudimos ver a Azpiri o
al maestro ahí arriba (su dedicatoria amable valió la visita, en realidad).
Ha habido en este Expocómic, no obstante, algunos detalles que nos han gustado y que no habíamos observado en el Saló: nos ha encantado, por ejemplo, pasear entre la gran canidad de tiendas de segunda mano y cómics antiguos; una gran ocasión para hacerse con ese TBO antiguo que nunca volviste a ver. También recibimos con sorpresa y agrado ese pequeño mostrador en la galería de las exposiciones con originales a la venta: buen material de Buckingham, Ramón Bachs o Víctor Santos, a precios más que correctos.
Además, nos llevamos esta obrita digital, numerada y firmada por Olivares, por 5 euros. No es mal consuelo.